El hermeneuta del microscopio. Los enunciados de un anatomopatólogo.

Publidado en Revista Paréntesis. Pensamiento y Cultura, Nº 7, septiembre 2008, Montevideo, pp. 9-10.



Max Ernst: Le jardín des Hesperides, 1936.



Reflexionemos sobre el carácter político y seductor del discurso médico. Interesante para mí fue trabajar durante medio mes para un anatomopatólogo, como mensajero. Era una mensajería muy particular; por lo general, más allá de algunos trámites extra, lo importante era repartir los informes patológicos a los centros de salud clientes, y más que nada, ir en busca de 'piezas', pedazos de cuerpo humano. Éstos, venían en frasquitos, o sino en bolsas de nylon gruesas, dobles a veces, atadas arriba con un nudo. Dentro, flotaba la 'pieza': pedazos de riñones, intestinos, cortes en de la piel hasta la carne, vesículas, raspaduras de estómagos, mamas... Y por lo general, el transporte era efectuado en ómnibus, colectivo urbano. La responsabilidad es total. Pero bien, lo importante aquí, es tratar la cuestión del discurso, de los enunciados, los valores que emanaban de las acciones y juicios que el profesional de la salud encarnaba, y cómo es la realidad antropológica del día a día desde el funcionamiento de la salud como red de instituciones específicamente.

El discurso médico no es cuestión de poder tan sólo, sino también de seducción. Y es que el discurso médico tiene por cierto mucho de misterioso, de místico, de seductor más allá de las jerarquías y el control que su saber le confiere, pues refiere antes que nada a lo viviente y a la muerte. Antropológicamente, la relación del chamán con el manejo de la vida, del cuerpo, de lo desconocido que nos afecta en lo más sensible, puede rastrearse desde la figura sociocultural del médico actual. Claro está, y de eso es de lo que tratamos aquí, las diferencias entre éstas dos formas también son abismales; interviene allí todo el gran proceso de 'secularización' o 'modernización' o 'autonomización de los campos', como se le quiera denominar, que en Occidente se experimenta desde el siglo XIX con más fuerza.

Charlándolo con el propio patólogo al respecto, era claro que su oficio real, trataba de una manera de interpretar lo que entraba por sus ojos. Era hermenéutica y de la clásica, pues a través de sus ojos, y gracias a una 'mirada' que fue adquiriendo y perfeccionando con la práctica sobre cómo leer los síntomas, él llegaba a construir el diagnóstico que consideraba conveniente. Es hermenéutica pura decíamos también, porque su base radica en que existe un sentido de la cosa, en este caso de los signos anatómicos, verdadero, bueno, original.

Y así funciona el laboratorio de análisis anatomopatológico: La 'pieza' llega, traída por el mensajero, en este caso el etnógrafo. Luego, un experto del bisturí las prepara limpiándolas, cortándolas de las formas en que sean necesarias. Después los fragmentos de cuerpo humano son tratados en unos hornos del tipo para la cerámica, para así llegar a finos pedazos disecados de carne, de distintas partes del cuerpo, que son recubiertos por resina. Posteriormente, una chica, estudiante de medicina, se dedicaba a rebanar en láminas microscópicas las 'piezas' ya tratadas por el experto del bisturí. Recién después, llegaban aquellos microscópicos fragmentos de cuerpo humano -hasta hacía poco con vida en los organismos a los que pertenecían- a los ojos, a la mirada del interpretacionista patólogo, el doctor de la medicina occidental.

Él se encargaba de 'ver' si todo andaba bien o si se trataba de algo dañino, 'maligno'. De allí redactaba por escrito el diagnóstico, inscribiendo su interpretación derivada de la observación microscópica. El aura de misterio en todo esto es brutal. El poder que tiene el médico aquí frente al material, frente a los conocimientos de interpretación... Para mí principalmente, por ser el mensajero, la distancia de mi visión frente a la 'pieza' respecto de la visión del experto, me parecía abismal. Para las otras personas, hasta para la secretaria, las cosas eran más próximas obviamente. Pero aquí el punto es el siguiente: tanto para los demás funcionarios de la salud subalternos, como para mi y conmigo para la gran mayoría de los que son y serán pacientes, el médico se presentaba como un personaje misterioso. Detentaba un conocimiento propio, que junto a la experiencia, le proporcionaba una fuerza elocucionaria muy notable. Sus juicios siempre iban dirigidos hacia la Verdad, no importa sobre qué, siempre eran contundentes, buscaban la elocuencia en la presencia del diálogo, enunciaba fundamentándose en una operatoria reflexiva racionalista, explícitamente expuesta como funcionalista-utilitarista, y siempre buscando el efecto de clausura, siempre con la última palabra.

Rodeado de pequeñas placas ordenadas taxonómicamente, con un buen microscopio en frente, sobre el escritorio, veía, quizás más allá de lo visible, recordando una infinidad de casos anteriores que le vinieron a la memoria por alguna mancha, algún color, alguna forma que se le presentaba ante sus ojos en ese momento. El trato con cuerpos parlantes, con gente, lo evitaba bastante. La secretaria se encargaba de recepcionar a gente que impaciente iba se hacía presente hasta allí para buscar la rápida respuesta que necesitaban. Éstas personas se enfrenaban ante un médico que no les mostraba su cara jamás, era un misterio para ellos, un médico de laboratorio, y se lo veía claramente en las actitudes, en el respeto casi sagrado que mostraban cuando aparecían a consultar por si las dudas estaba el resultado de su análisis en especial. Por ejemplo aquella madre ansiosa por el análisis de un lunar extraído a una de sus adolescentes hijas.

Una vez me dijo, el patólogo, yendo juntos a buscan una centena de 'piezas' a un nosocomio, que para ser médico se necesitaba mucha paciencia para leer muchos libros, y tener claro que siempre se trabaja con pacientes, con 'la gente', y por tanto, todo lo que tuviera que ver con los accesorios de la realidad de la salud complicaban la cuestión: problemas sindicales, arreglos hospitalarios... El disciplinamiento médico, lleva, para aquellos que se han encausado en él, muchos años y muchas 'pestañas quemadas', como suelen decir los rioplatenses padres de los estudiantes, los mismos que dicen con orgullo ante la sociedad -como nos supo dramatizar Florencio Sánchez- 'm'hijo el doctor'. Éste disciplinamiento lo había posibilitado para leer, descifrar esos extraños signos, velados para la vista humana inmediata, que hablaban de vida dentro del organismo de gentes, y por tanto tenían que ver con el destino de esas personas, con sus futuros posibles o imposibles.

Entre el respeto sagrado y el respeto ante el que tiene el reconocido conocimiento, entre la seducción y el poder que provoca, se encuentra la peripecia que nos ha llevado, a los occidentales, desde las formas religiosas a las científicas. Pero en este devenir, no nos encontramos solamente con oposiciones, sino más bien con transformaciones que hacen igualmente presente al pasado: una verdadera arqueología del saber. La seducción frente a los misterios fácilmente se puede presentar, en un decir, en una acción, en este marco que planteamos, en poder, más aún se hacen copresentes en un mismo enunciado, en una misma valoración del sujeto, tan solo se trata de un cambio afectivo que impregna al discurso de otros sentimientos. El médico no sólo contaba con la atracción de sus misterios sino que gracias a ellos, y enmarcado en toda una institucionalización heredada de roles sociales, detentaba el poder que lo autorizaba, legitimaba. Y esto lo hacía más allá de los comentarios sobre las 'piezas', se expandía, se explayaba a toda la experiencia de vida, sobre lo que sucedía en aquellos pequeños cuartos del hospital bajo su control y dominio. No olvidaré jamás cuando la vieja computadora le perdió un diagnóstico difícil acabado de concluir, uno, que él mismo dijo lamentándose, le había sido muy difícil y que le 'había quedado tan bien escrito'. Opiné que la máquina era muy vieja, y que no podía esperar menos de un modelo tan antiguo. Frente al computador de quince años de edad aproximadamente, luego de un segundo y fracciones, giro su cabeza hacia atrás y hacia arriba para decirme que cuando mi mujer me tirara a la basura por llevar treinta años de casados me iba a acordar de lo que había dicho. Al principio no entendía lo que quería decirme. Me lo aclaró mejor, diciéndome que iba a lamentar pensar así sobre las cosas y tener tan poco cariño con ellas como para desecharlas por viejas. Fue entonces cuando comprendí, y le dije, 'ah pero para mí las personas no son como las computadoras', literalmente. Sin respuesta, y con el clima bastante tenso, el 'diálogo' quedó por esa, estaba todo dicho.

El lugar, un punto de vista omnipotente en el que se colocaba a mirar la realidad tangible de las cosas, concordaba perfectamente con aquél que le reconocían quienes lo rodeaban, incluido el etnógrafo, pero como se puede leer aquí, en esta posición tan ambigua necesaria para la observación etnográfica. El hermeneuta del microscopio, que me hacía acordar tanto a sus antecesores medievales y clásicos, estaba revestido con su túnica blanca, sus conceptos de expuesta cientificidad y tecnología, de todo el saber moderno, y de la carga que ello representaba socialmente para todos. La 'mitología científica' era tangible, palpable, audible claramente, y las relaciones de poder, fluctuantes, constantemente cambiantes en cada tono de voz, temática, eran igualmente dirigidas con claridad, reticuladas visiblemente, efectivas para todos los presentes, y respetadas casi por completo.


Referencias bibliográficas
Bajtín, M. “El problema de los géneros discursivos”, en Estética de la creación verbal. Siglo XXI, México, 1982 [1951-52].
Barrán, P. et. alt. La medicalización de la sociedad. Nordan Comunidad, Montevideo, 2002.
Foucault, M. La arqueología del saber. Siglo XXI, México, 1987 [1969].

---------------- El orden del discurso. Tusquets, Barcelona, 1974 [1971].
Latour, B. Woolgar. S. La vida en el laboratorio. La construcción de los hechos científicos. Alianza, Madrid, 1995 [1979].

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