Miradas y voces en el espacio-tiempo de la espera. Notas etnográficas entre las mediaciones sanitarias

Álvarez Pedrosian, E. (2013) «Miradas y voces en el espacio-tiempo de la espera. Notas etnográficas entre las mediaciones sanitarias». En: Abordajes hacia una etnografía de la comunicación contemporánea, Guigou, L. N. Álvarez Pedrosian, E. (comps.), UCEP-UdelaR, Montevideo, pp. 25-47.

Libro completo: http://www.comunicacion.edu.uy/node/9692




Eduardo Álvarez Pedrosian[1]


 Introducción


Este trabajo se inscribe en las indagaciones llevadas a cabo dentro de un proyecto de investigación mucho más vasto.[2] En el mismo, nos centramos en varios aspectos, entre ellos, en la puesta en práctica de un abordaje etnográfico en las policlínicas de atención primaria de salud, focalizado en los flujos de comunicación e información (ÁLVAREZ PEDROSIAN, 2013). Desde un comienzo abordamos la atención sanitaria como un espacio-tiempo de producción de subjetividad más amplio que lo restringido a su función principal, la que define la existencia de la institución, más aún en el caso de la atención primaria en policlínicas de carácter local. Igualmente, dicho campo de experiencias está determinado en primer lugar por ello, por lo que resulta interesante analizar la forma en que se relacionan las condiciones –siempre singularmente históricas y problemáticas– y lo condicionado en tal sentido (DELEUZE, 1987: 148-149), los márgenes de posibilidades que son franqueados (FOUCAULT, 2002) por experiencias más allá y más acá de las estrictamente definidas por el campo sanitario.

A su vez, dentro de este panorama, las salas de espera constituyen un ámbito privilegiado para este tipo de análisis, algo que ya habíamos indagado pero en el contexto hospitalario y en función de otras problemáticas que eran las centrales, como la creación de estrategias por parte de los pacientes y sus allegados en la situación de internación (ÁLVAREZ PEDROSIAN, 2009; 2010). Las cualidades, por tanto, de ese espacio-tiempo aparentemente “muerto”, “que debe pasar lo más rápido posible”, son de suma relevancia para la comprensión de la comunicación en términos generales, y específicamente, en lo relativo a la atención sanitaria, para potenciar los beneficios de una buena y mejor promoción de la salud.

En este artículo trabajaremos en concreto dos cuestiones que consideramos fundamentales a la hora de analizar las mediaciones en dichos espacios sanitarios desde el punto de vista comunicacional más allá de lo verbal y de la misma noción de interacción tan anclada en nociones como las de significación y sistema. El primer aspecto es la dinámica de composición-descomposición, los rasgos que singuralizan un espacio-tiempo a partir del entramado de cualidades heterogéneas en síntesis relativas. Ello no es para nada estable, opera una suerte de rediseño del micro-universo a partir de “juegos espaciales” en relación a los parámetros de lo quieto y lo dinámico, de lo más estable y lo más plástico, de lo inmueble y el mobiliario. No por casualidad estos procesos responden a cierto tipo de pacientes y/o allegados a los mismos, y no a otros. Desnaturalizando lo más posible la espacialidad y temporalidad implicadas, podemos hacernos una idea de cuáles son las dinámicas que están operando en la creación de las territorialidades consideradas como las existentes, y cuáles emergen más allá de estas, aportando nuevos ingredientes, enriqueciendo el campo de posibilidades para pensar transformaciones en las mismas gracias a lo que los propios usuarios efectivamente practican.

En segundo término, junto con ello debemos considerar el complejo de medios presentes que operan de manera combinada definiendo una “situación multi-mediática”, cada vez más pautada por las tecnologías de la comunicación a distancia y sus desterritorializaciones, lo que termina dándole la consistencia específica a esos aquí-y-ahora que definen un campo de experiencia en tanto situación comunicacional. La presencia o no de la telefonía, sea fija, sea móvil, los tipos de usos específicos que ellos poseen, así como la presencia de otros elementos que inevitablemente definen distancias, fronteras y vectores que pueden o no transversalizar las subjetividades (como el humo de tabaco), cualifican estéticamente estos entornos y marcan la “clave” de las posibles comunicaciones suscitadas.

Por último, de forma conclusiva, planteamos retomar algunas cuestiones clásicas de la “proxémica” (HALL, 1994) y la “kinésica” (BIRDWHISTELL, 1994) a partir de la reciente expansión de la llamada “etnografía sensorial” (PINK, 2009) –que como lo recuerda Ardèvol (2009: 6) puede rastrearse en las técnicas corporales de Mauss, pasando por los trabajos de Turner y Bruner, Csordas, Howes–,  y según las consideraciones previamente realizadas por nosotros, que nos han trasladado del logos discursivo como centro de la etnografía de la comunicación a todo aquello que era considerado contextual: “escena” (género, tema, propósito/función, marco) y “clave” (HYMES apud. SAVILLE TROIKE, 2005: 140-143). De esta forma, las dinámicas de los sentidos, en especial las visuales y auditivas cobran otra significación, dentro de marcos más complejos de fenómenos comunicacionales (GUIGOU, 2010), horizontes que van más allá de los límites tradicionales de la “metafísica de la presencia” (DERRIDA, 2000) que opera de fundamento en las perspectivas clásicas sobre el cuerpo, el espacio y el tiempo, en definitiva, del sujeto de las ciencias humanas y sociales clásicas.

   
Heterotopías de la espera: flujos, conjunciones y disyunciones

Consideramos interesante poner en práctica un gesto al estilo de la cinta de Moebius, propio de la naturaleza del sentido (DELEUZE, 1989), para poder dar cuenta justamente de cómo el mismo “insiste y persiste”, más que existir, para seguir con el planteo deleuziano al respecto. En cada experiencia humana, podemos poner al descubierto los sentidos y valores que configuran el universo existencial en el cual la misma puede ser inteligible, es decir, ser algo particular, ni pura repetición ni pura diferencia. Y no se trata de negar los abordajes del estilo de los desarrollados por la filosofía analítica del lenguaje, o la semiología estructural, pero si los consideramos debemos hacerlo al precio de poner al sentido, más allá de la significación, como horizonte de análisis. Es así que lo más prosaico, lo más elemental a simple vista, se presenta como lo más complejo y artificial. La experiencia del extrañamiento, gracias al ejercicio etnográfico en clave experimental, hace posible el acceso a esta visión de un mundo en emergencia permanente (TAUSSIG, 1995). Espacio-tiempos, ya de por sí tradicionalmente anclados para el pensamiento occidental en el nivel de las condiciones básicas de toda experiencia posible, muestran su plasticidad, contingencia y evanescencia; más aún en situaciones como las que aquí nos interesa, en esas suertes de “limbos” que podemos encontrar en las salas de espera en instituciones de atención sanitaria o de otro tipo, en estaciones de transporte sobre y bajo tierra, en las largas horas dentro de un avión… aquellos “no-lugares” (AUGÉ, 1994) que más bien que negar desnudan la configuración de todo estar.

Es, en ese sentido, que proponemos utilizar el concepto de “heterotopía” formulado tempranamente por Foucault (1999) pero ampliándolo a la totalidad de fenómenos espaciales, y no solo a los que se alejarían de la norma, del equilibrio, de lo estable. Pues si partimos de una concepción heterogenética y múltiple de la producción de subjetividad, toda espacialidad y temporalidad se muestra de esta forma. Ciertamente, no habría problemas en considerar estos ámbitos donde parece detenerse el tiempo, suspenderse la urgencia pragmática de seguir haciendo cosas, contener la ansiedad de ser asistido sanitariamente, como uno de estos “espacios-otros”.

No fue nada sencillo realizar el trabajo de campo en estos pequeños ámbitos concebidos como salas de espera, en nuestro caso, en policlínicas públicas en áreas periféricas. La zona en la que trabajamos, sobre la que aquí no vamos a explayarnos, está constituida por una multiplicidad de territorios orientados linealmente por la presencia de una ruta que conecta entre sí a la ciudad capital con regiones que alcanzas las fronteras nacionales. Asentamientos irregulares, villas rurales, barrios de centenarias auto-construcciones de sectores obreros y migrantes del campo a la ciudad devenidos en precarios, se combinan con nuevos emprendimientos comerciales transnacionales, sedes de empresas de alta tecnología, chacras turísticas y centros de eventos de altos negocios. En este caleidoscopio territorial, nuestra pequeña policlínica sigue marcada por el territorio específico en el que se inserta, un conjunto cooperativo de viviendas y antiguo asentamiento irregular que fue ganando en organización y consolidándose en tal posición privilegiada. Difícil fue el trabajo de campo decíamos, por el perfil de los usuarios y las cualidades de los espacio-tiempos de la espera. Habitado casi en exclusividad por mujeres, tanto en grupos de adolescentes como de adultas solitarias o junto a algunos de sus hijos pequeños y jóvenes, el universo existencial conformado en torno al primer nivel de atención de salud a escala comunitaria se muestra fuertemente determinado desde el punto de vista del género. En tales condiciones, la realización de la observación etnográfica tiene particularidades de gran interés. En primer lugar, se pone en evidencia la tensión existente entre la inmersión y el distanciamiento, a la vez que se multiplican las dimensiones heterogéneas donde esto se va graduando en forma diferencial. Ubicándome siempre en uno de los únicos bancos de madera, sobre la pared larga del espacio rectangular de la habitación utilizada como sala de espera, frente a la única puerta situada sobre la ruta, tuve que poner en práctica técnicas que me permitieran inscribir las experiencias, construir registro para poder trabajar, y todo ello de una forma, como planteamos más arriba, que lograra poner en consideración el tipo de procesos y fenómenos comunicacionales e informacionales propios de estos campos de experiencia, lo que realmente nos importaba como equipo de investigación y le daba sentido a nuestra presencia allí.

Por tanto, fue inevitable participar al realizar la observación, en un ámbito tan íntimo, familiar y pequeño, y a la vez fue necesario hacerlo de una forma que permitiera que las mujeres, los niños y las adolescentes pudieran llevar a cabo sus prácticas de costumbre. Pensar en lo que se denominan metodologías participativas en este caso no era propicio, ya que la investigación no se orientaba a ello, sino a querer conocer cómo se dan los flujos de comunicación e información en estos espacio-tiempos cotidianamente, para después sí elaborar insumos tecnológicos gracias a estas y otras indagaciones trianguladas, como las correspondientes a los usos de Internet y los teléfonos móviles entre los adolescentes de la zona. Participamos por tanto con nuestro cuerpo, con nuestras miradas, con nuestros gestos… con todo aquello para-lingüístico, con lo que aquí consideramos central en el análisis de la comunicación. Inevitable presencia de un varón, adulto, desconocido para las vecinas, cercano a las profesionales de la salud, pero tampoco uno de ellos, esperando también, al fondo del salón, escribiendo sin parar en una pequeña libreta, como quien está acordándose de cosas que necesita registrar, inscribir, aprisionarlas de alguna manera para que no desaparezcan a la velocidad de la luz, cayendo en la oscuridad de lo aburrido, lo esperable, lo tedioso. Y lo que escribía de manera cuasi mecánica, como técnica improvisada, de manera casi obsesiva, era todo lo que me llamaba la atención en ese momento.

Imagen 1: Notas en la libreta de campo.

Podemos afirmar que las notas de campo son en su conjunto un croquis, no solo los dibujos, pues la escritura, la grafía, es en sí un dibujo y dicha condición se ve especialmente evidenciada cuando el gesto de su práctica se ve forzado por cuestiones de tiempo e intencionalidad: el registro in situ de acontecimientos dentro de los cuales se inserta como uno más de ellos. Ciertamente pueden realizarse notas fuera de contexto, pero aquí lo relevante fue hacerlo como forma de participación en el mismo, lo que reveló el carácter prístino de esta grafía, las “scratch notes” (SANJEK, 1990: 95-97) en tanto arañazos, rayaduras, rasguños. La práctica de la escritura, sin dudas, afectó el conjunto de prácticas experimentadas por quienes se encontraban en dicho espacio tan íntimo, y allí es donde una técnica aparentemente tan distante y no-participativa se muestra en última instancia como lo que toda técnica es, una intervención. La cuestión no pasa por falsas oposiciones, ausencias y presencias completas, sino por el peso relativo de los elementos y el sentido preciso en que se los pone en uso.

No podemos ahondar aún más en las implicancias teóricas de la aplicación específica de las técnicas que llevamos a cabo en esta investigación, pues la temática de este trabajo se centra en otras cuestiones. Pero no deja de ser necesario dejar constancia y de alguna manera instalar la clave con la que comprender los contenidos que se esbozarán a continuación. El trabajo sobre la espacialidad y temporalidad en esta experiencia fue realizado a partir de la inscripción en este tipo de notas de campo, donde se recurrió al croquis, dibujo intimista y minimalista en el que lo más rápidamente posible el etnógrafo intentó dejar huella de lo que entonces estaba experimentando. Se podría haber recurrido a otras estrategias, pero se evaluó como lo más eficaz el adoptar el punto de vista de lo que en la proyectación arquitectónica se denomina “planta”. Cuestionada como medio de expresión y concreción del pensamiento espacial, no deja de tener su sentido, y recurrir a la misma en este caso fue una estrategia fundamental. Ciertamente no debemos quedarnos solo con ella, ya que la tridimensionalidad de los procesos comunicacionales en estos espacio-tiempos de la espera no pueden reducirse a la bidimensionalidad que la caracteriza, ni a la ficción del punto de vista cenital. Lo importante como siempre es saber explotar los recursos en su especificidad, y entender que las plantas son más diagramas de dinámicas formales que intentos por representar un espacio visibilizado.

En tal sentido, podemos plantear ciertas cuestiones relativas a la conformación de estos entornos comunicacionales que los singularizan. El primer principio formulado por Foucault (1999) en su “heterotopología” es una especie de tendencia a dos tipos que pueden presentarse conjuntamente: crisis y desviación, cuestionamiento al orden cotidiano y apertura de una nueva condición por un lado y aparición al margen o paralela de una condición que se considera necesario aislar y controlar. Sin dudas nuestra sala de espera de la policlínica de atención de primer nivel de salud se acerca al segundo tipo, aunque guarda rasgos del primero como en toda situación. Es decir, hay un uso especializado, que institucionalmente se considera necesario controlar, como sucede generalmente con lo concerniente a la atención de la salud, por lo que culturalmente es significado en relación a los riesgos y peligros que conlleva su tratamiento: la necesaria higiene, las responsabilidades asumidas por quienes ejercen las profesiones asociadas a la misma, etc. Se podría pensar que en estas pequeñas policlínicas no hay mucho en juego en términos vitales, pero la aparición de nuevas prácticas, como la extracción de sangre, la atención odontológica (aunque sea en un ámbito anexo como fue en este caso, un remolque instalado a la entrada), implican la existencia de intervenciones efectuadas sobre el cuerpo de los pacientes, algo que demanda cuidados especiales, controles específicos, todo lo que no puede darse en cualquier lugar, en cualquier momento y de cualquier manera.

Y el segundo aspecto asociado por Foucault a las tradicionales casas para ancianos, mujeres menstruantes, embarazadas, logias de jóvenes, etc., encuentra aquí su sentido al existir una fuerte diferenciación y especialización de género, como hemos planteado más arriba. El etnógrafo tuvo que soportar la situación de ser varón y encontrarse con que la totalidad de los otros varones que se hacían presentes en la escena, se localizaban en un punto extremadamente fronterizo (entre la puerta y la entrada a la más pequeña sala que oficiaba de oficina de la administración) o directamente no ingresaban al recinto. Existía por tanto un halo de feminidad que operaba sobre los usuarios y sus familias, y venía a investir el lugar con una suerte de tabú a la masculinidad. Quizás, en tal sentido, mi presencia era tolerada como la de un posible funcionario sanitario, más del tipo del correspondiente a las políticas sociales, lo que mi gesto escritural venía a reforzar, y a lo que apelé corporalmente para hacer tolerable mi presencia allí en tales circunstancias. Y justamente, no por casualidad, me sentí profundamente interpelado por las miradas de aquellos varones adultos que desde fuera (cuando la puerta se mantenía abierta y era posible el cruce de miradas en ambas direcciones) se hacían presentes para llamar a su madre o su esposa y demandarle salir del recinto para dialogar por alguna necesidad. Esta cuestión está enfáticamente presente en las preocupaciones de los profesionales de la salud y las autoridades del sistema sanitario: cómo hacer que los varones adultos habiten estos espacios, algo que se considera muy asociado a la relación de la masculinidad específica de la cultura en cuestión con la salud, el cuerpo y el cuidado de sí, pero que también debemos pensarla en relación a las formas espacio-temporales de estos entornos comunicacionales, antesalas que pueden seducir o repeler, invitar o expulsar en tanto tendencias.

Un segundo principio formulado por Foucault se define por la variación histórica de las funciones asociadas a los espacios y las espacialidades. En este caso, la pequeña comunidad que antaño fue un asentamiento irregular sobre un lado de la ruta y luego se convirtió en una cooperativa de viviendas, puso a disposición esta pequeña edificación para que los servicios estatales de salud la utilizaran con este fin. En tal sentido es evidente el carácter simbólico que conlleva su existencia y la resignificación operada. Siguiendo esta línea de análisis, es por demás interesante encontrarse con información en determinadas carteleras dispuestas en la sala de espera sobre el mantenimiento del edificio y sus alrededores (el corte del césped circundante por ejemplo), cuáles son los habitantes que colaboraron, etc., es decir, aquellos aspectos que tienen a la comunidad de vecinos como protagonista más allá de la atención sanitaria. Y es que se trata del nexo entre lo estrictamente sanitario y lo que está más allá y más acá, tal como planteamos desde un comienzo. Esto puede apreciarse, por tanto, en términos informacionales, en la manera en que se distribuyen y asignan los datos considerados relevantes, los medios adoptados y los mensajes generados. Existía una superficie específica y un área considerable para tales fines, entre carteleras que por lo general eran ocupadas con información sobre el funcionamiento de los servicios de salud, pero que en la gran mayoría de los casos no era observada por ningún sujeto, salvo aquellos que intentaban hace pasar el tiempo, ocupar la atención en algo que evite entrar en el juego de las miradas y las voces de forma primordial. Las huellas de otros usos y los vínculos actuales entre diferentes esferas y campos existentes, está claramente determinado por la habitabilidad de un mismo espacio social. La vecindad marca fuertemente los vínculos de las usuarias, quienes se encuentran y reencuentran en estos espacio-tiempos, que pueden tanto potenciar como inhibir las relaciones existentes entre ellas. Por último, es importante tomar en cuenta el dinamismo de los fenómenos, y en este caso se anunciaba la construcción de un nuevo local justo al lado de esta precaria edificación. Aún no se ha llevado a cabo, pero parece inminente su desarrollo, lo que transformará nuevamente la situación al respecto.

El tercer, cuarto y quinto principio, pueden comprenderse ya en relación a lo planteado hasta aquí. La yuxtaposición de diferentes espacios excluyentes en un mismo lugar, de temporalidades variadamente compuestas en un mismo espacio, y las relaciones complejas de exclusión-inclusión que determinan clausuras y aperturas en dimensiones y mediaciones heterogéneas. Tan solo vamos a sumar una cuestión de relevancia, y que nos conecta con otra fuente de análisis ya anunciada, la clásica proxémica elaborada por Hall en consonancia con el resto de los planteos comunicacionales de la llamada Escuela de Palo Alto (WINKIN, 1994). En La dimensión oculta (1994), Hall hace una interesante comparación entre las formas en que estadounidenses, ingleses, alemanes, franceses, árabes y chinos experimentan el espacio. Entre todos los elementos que componen su análisis, parecer relevante aquí traer en consideración lo relativo a los sentidos y la forma en que consideramos los límites de un espacio. ¿Cuándo se está dentro y cuándo se está fuera de la sala de espera de la pequeña policlínica? ¿Por qué medios se comunica esto? ¿Qué mediaciones conlleva? Sin dudas, al igual que en el caso de los otros americanos, los del norte, según Hall, se considera estar dentro de un mismo recinto cuando se está bajo el mismo techo, más allá de que las visuales puedan proyectarse fuera de las aberturas, como cuando la puerta está abierta y asoman sujetos del otro lado, otros salen y vuelven a entrar, etc. Un caso particular lo constituye la oralidad, las voces y los silencios de lo auditivo, que de alguna manera marcan un límite al mismo tiempo que este es franqueado: la ruta hacia fuera de la policlínica, con el sonido de los camiones de gran porte, las construcciones de los mega-emprendimientos empresariales cercanos; o hacia el interior de la institución sanitaria en lo respectivo a los espacios más íntimos de los consultorios, gracias a los murmullos de pacientes y profesionales de la salud.

 Durante las largas horas de espera en los dos turnos en que se distribuye el tiempo de atención, las dinámicas espaciales se vieron fuertemente marcadas por “juegos espaciales” que rediseñaban constantemente la escena comunicacional. A través de una lógica de lo grupal, las diferentes usuarias se distribuían, aglomeraban y volvían a disociarse a partir del reconocimiento en los diferentes tipos, niveles y distancias en relaciones de reciprocidad (MAUSS, 1972) que tenían al conocimiento local como uno de los factos principales. Conocidas de vista, vecinas, amigas, compañeras en alguna institución educativa en el caso de jóvenes y adolescentes, lo mismo con los niños y niñas que pueden compartir la vecindad y/o la escuela, se encontraban en situaciones que merecían más o menos expresarse espacialmente al mismo tiempo que gracias a ello se reconfiguraban sus relaciones, ampliando y reduciendo la intensidad de las mismas.

Esta dinámica puede rastrearse claramente en los croquis pertenecientes a las notas de campo reproducidas más arriba. Puede apreciarse el esfuerzo del etnógrafo por dar cuenta de estos conglomerados de dos, tres o más sujetos, distribuidos de forma diferencial. Un elemento central al respecto es el tipo de mobiliario existente, en especial las sillas de plástico blancas, que permiten una gran movilidad dentro del recinto, sirviendo para tales reconfiguraciones. Nos parece importante que siga existiendo esta suerte de libertad de diseño de las grupalidades dentro del área general de la espera, siendo en tal sentido muy perjudicial anclar las sillas a posiciones fijas. Esto mismo puede debatirse a luz de problemáticas que hacen al diseño y uso del equipamiento urbano (MÜLLAUER-SEICHTER, 2007; UTRILLA COBOS; JIMÉNEZ-JIMÉNEZ, 2011).

Un caso particular resulta de cómo los niños pequeños se comportan en tales situaciones. En la policlínica en cuestión existe un intersticio que opera de pasaje entre la sala de espera y una de las pequeñas salas, la que es utilizada como recepción, a donde van a parar todos los que llegan y se presentan ante la auxiliar, registran su nombre, chequean su número de reserva, retiran los estudios clínicos solicitados y demás. Este pequeño entorno está lleno de objetos como tubos de oxígeno y otras cosas similares, al estilo de un almacén, pero también cuenta con una mesa de madera de mediano tamaño. En algunas ocasiones algunos niños se sentaban en una silla en dicha mesa, intentaban dibujar o divertirse con otros juegos. Rápidamente desistían de tal actitud, pues no sentían que era apta la disposición, no asumían un agenciamiento acorde a sus deseos. Mientras tanto, las propias sillas de plástico que pueblan el recinto de espera conforman elementos que pueden ser objeto de juego. Uno de los pequeños usuarios así lo entendió, comenzando a armar y desarmar estructuras con las sillas, al punto de terminar apilándolas todas contra una de las paredes, dejando el espacio vacío como en pocas ocasiones puede encontrárselo. Después de llevar a cabo ello, sin parar de hablar en voz baja, profiriendo sonidos que simulaban máquinas y diferentes personajes de una animación, se retiró a jugar fuera, al descampado frente a la ruta. Los que permanecimos allí sentados quedamos en una extraña situación, como si nos hubieran despojado de algo: aquellas sillas esbozaban un diseño, generaban umbrales, zonas diferenciadas, ordenaban la distribución de los cuerpos, y hasta operaban de huellas de recientes ocupaciones de sujetos que ya no estaban allí presentes. Todo ello había quedado como borrado, al estilo del reinicio de un programa en un ordenador. Luego, a la llegada de nuevas usuarias y sus familias, las sillas eran vueltas a utilizar, tomadas de aquellas pilas contra una de las paredes y poblando una vez más el espacio de planta rectangular. Pues bien, los niños ponen en evidencia los elementos compositivos existentes, manipulan lo que puede ser desmontado y lo es de forma naturalizada. Se trata de una actitud lúdica que es también de aprendizaje y por supuesto comunicacional, profundamente mediacional: “El niño dice continuamente lo que hace o lo que trata de hacer: explorar unos medios, mediante trayectos dinámicos, y establecer el mapa correspondiente. Los mapas de trayectos son esenciales para la actividad psíquica…” (DELEUZE, 1997: 89).

Gestos y tecnologías de la escena multi-mediática

Por lo que hace a la comunicación cada medio tiene una dialéctica propia: conecta y separa a quienes se comunican a través del medio. Por lo demás esta dialéctica es el significado preciso del concepto de “medio de comunicación” (medium), aunque hay medios cuya presencia se olvida durante el proceso de comunicación (los denominados medios face-to-face, cara a cara). Cuando se entabla un diálogo en torno a una mesa redonda, por ejemplo, se olvida la presencia de la mesa, y más aún la presencia del aire a través del cual se habla. Se tiene, pues, la impresión –siempre falsa– de estar en una comunicación directa aun cuando los cuerpos no se toquen para nada. (FLUSSER, 1994: 185).

   Estas reflexiones de Flusser concuerdan plenamente con la denuncia efectuada por Derrida (2000) de lo que denominó “metafísica de la presencia”, y que anidaría también en la fenomenología clásica y moderna, siendo a partir de Heidegger cuando efectivamente se la explicitó gracias a su analítica existencial, basada en gran medida en la puesta en crisis de la representación de filiación cartesiana. A través de la fenomenología de la percepción de Merleau-Ponty llegará al campo de las ciencias humanas y sociales de la segunda mitad de los años sesenta del siglo pasado. Por otras vías se converge hacia el mismo horizonte epistemológico, por el lado empirista, desde la filosofía pragmatista de Dewey y James, o nuevamente desde la vía continental pero ahora recuperando la tradición hermenéutica, buscando por ejemplo anudarlas (TURNER; BRUNER, 1986; MARCUS; FISCHER, 2000), en todo caso hacia una filosofía experiencial, una manera de concebir el pensamiento y el conocimiento sobre el acontecimiento y como acontecimiento. Estas problemáticas las hemos planteado en otras oportunidades (por ejemplo en Álvarez Pedrosian, 2012). En esta ocasión vamos a poner en juego todo ello en la comprensión de los escenarios y las claves comunicacionales de estos espacio-tiempos de la espera en el marco de la atención sanitaria.

El punto principal que pretendemos trabajar aquí es el carácter transversal y desterritorializante de las mediaciones existentes, lo que hace del campo de inmanencia de la subjetividad, del aquí-y-ahora en cada acontecimiento, una red de flujos que conectan dicho campo con otros campos, diferentes en tiempo y espacio, a partir de lo que cada medio habilita en su uso específico. Desde este punto de vista es interesante plantearse el paisaje “multi-mediático” en la escena comunicacional de algo tan íntimo y a primera vista local como una sala de espera de una policlínica de alcance barrial y zonal. La literatura reciente también hace hincapié en el carácter “multi-local” de los fenómenos culturales (MARCUS, 2001), “multi-escalares” de procesos cualitativamente diferenciados pero inextricables (JURIS, 2008: 18-19). Medios, locaciones y escalas: flujos situados que conectan y desconectan operando al mismo tiempo en diferentes niveles con sus propias lógicas, efectos y determinaciones.

Lo que acontece en la sala de espera de un centro sanitario está pautado, en gran medida, por el funcionamiento del sistema. Desde allí existe una desterritorialización considerable, y este es un rasgo compartido con todo contexto marcado por la impronta de una institución a escala macro, en este caso la sanidad pública estatal y la enseñanza universitaria de la medicina familiar y comunitaria principalmente, dado el perfil de los profesionales allí instalados. Además del personal, los materiales de factura científico-tecnológica utilizados, la presencia por ejemplo de este etnógrafo que llegó a través de las mismas redes, tenemos otras entidades que territorializan este ámbito en la trama local, como planteamos, una comunidad significativamente pautada por una historia de construcción de ciudadanía, y una extensión de los usuarios de la policlínica a los otros territorios contiguos y vecinos de estos, en un proceso de crecimiento a escala zonal de gran relevancia. Pero más allá de esto, o mejor dicho junto a ello, atravesando todas estas configuraciones, en otra escala, todos los sujetos participantes se encuentran envueltos en las dinámicas comunicacionales generales que tienen principalmente a la telefonía móvil como principal protagonista tecnológico. Podríamos contar con la presencia de los pequeños ordenadores portátiles que el llamado Plan Ceibal ha desplegado en las escuelas públicas y que ahora se expande a la enseñanza media en todo el Uruguay, pero por ahora no ha sido un factor significativo, aunque no descontamos que en un futuro próximo sí lo sea, ya que en otras incursiones de campo y en otras policlínicas de la amplia zona constituida por esta ruta nacional, sí nos encontramos con niños que las portaban.

Como venimos planteando y ha sido manifestado desde hace décadas en los estudios en comunicación, la necesidad de ir de los medios a las mediaciones (MARTÍN-BARBERO, 1987) conlleva la apertura y complejización de la forma de comprender la relación entre la tecnología y los procesos de subjetivación. De esta manera tenemos que considerar, aunque no se trata de dinámicas dialógicas, de idas y vueltas recíprocas, circulares, a otras maneras de generar información más allá de la espera o no de respuestas directas sobre ello, saliendo de la linealidad del esquema de emisor-receptor, pues efectivamente de alguna forma esa conducta, ese gesto, tiene efecto en el otro sujeto que está presente, en el entendido de la máxima de que “no se puede no comunicar” (WATZLAWICK; BEAVIN BAVELAS; JACKSON, 2002). Desde esta perspectiva no hace falta que los teléfonos inteligentes, las tabletas, y otros dispositivos electrónicos se masifiquen para encontrarnos con un escenario comunicacional con las cualidades que aquí estamos describiendo. La anciana, que acompaña a su pequeño nieto a la pediatra, y espera su turno tejiendo con lana y agujas, genera una emisión muy poderosa desde su práctica en un espacio tan íntimo, por momentos suspendido en la eternidad de los segundos y minutos de espera. Pero ciertamente la existencia de medios de comunicación a distancia abre efectivamente una brecha espacio-temporal que marca profundamente la diferencia, y el teléfono sigue siendo, como planteábamos, el protagonista hasta el momento.

Al respecto es sumamente sugerente la velocidad con que vienen dándose los cambios de formato tecnológico y las cuestiones que asoman como novedad conjuntamente con las permanencias. En dos décadas nos encontramos con la individuación de los aparatos portátiles, con la existencia del mensaje de texto, con la posibilidad de acceder al número y su destinatario en la pantalla, cuestiones todas imposibles de hacer cuando tan solo estábamos supeditados al duro sonar de cada llamada. Al respecto es muy sugerente cómo Flusser (1994: 179-187) logra caracterizar “el gesto de telefonear” a principios de la década del noventa del siglo pasado. El teléfono es visto por él como profundamente arcaico y paleo-técnico, anclado a formas comunicacionales muy rudimentarias, y más allá de la recarga por sumatoria de escritura, imágenes visuales, audio y vídeo, la comunicación auditiva por esta vía sigue existiendo sin ofrecer la oportunidad para que emerja un arte, una elaboración sofisticada donde se aplique la creatividad más allá de la utilidad para explorar nuevas sensaciones y universos existenciales. A lo sumo los tonos para identificar las llamadas han generado cambios, dando lugar a la presencia de trozos de canciones, o sonidos de otro tipo que los musicales, saliendo con ello del estridente y persistente chillido monótono de antaño.

De todas formas, es en este tipo de escenarios donde ya era posible un tipo de llamada telefónica no hiriente, a pesar de la intimidad que puede respirarse en ambientes locales y familiares como el de esta policlínica de atención de primer nivel. Las funciones y las condiciones desterritorializantes propias del ejercicio de la medicina en medio de los territorios de residencia de las poblaciones, habilita esta condición. Y es que según Flusser, hay una diferencia radical entre hacer o recibir la llamada (por la intencionalidad que distingue posiciones, fenomenológicamente planteado), y luego, una serie de variaciones en la forma en que puede darse esto último efectivamente, aunque siempre se trata de una “interrupción”: “… en ese instante un sonido repetido mecánicamente y con testarudez idiota empieza a perforar el mundo vital a aquel a quien se telefonea; un sonido al que no puede escapar, aunque no sea estridente y mecánico…” (FLUSSER, 1994: 183). En relación a dicho “mundo vital”, que aquí conceptualizamos como “campo de experiencias” o “plano de inmanencia” de la producción de subjetividad, se estará sufriendo una interrupción de tal o cual tipo, en tal tono y según cierta clave existencial; pero siempre será la llegada intempestiva desde un “más allá” (de allí el carácter “teológico” que le otorga a este tipo de comunicación). En los casos de instituciones públicas que atienden a usuarios, o privadas que brindan servicios generales, como bancos, sanatorios y policlínicas de salud, el teléfono oficial puede “acribillar” sin problemas a dicho espacio-tiempo constituido, punzando sin cesar hasta que alguien, o algo (como una contestadora automática) levante la llamada, pues se encuentra abierto a dicha posibilidad como parte integrante del mismo.

En nuestro caso nos encontramos con un teléfono de línea, de la empresa estatal, instalado sobre la pared entre la puerta principal y la ventana que mira hacia el frente del predio, el espacio verde sobre la ruta. En ningún momento constatamos que sonara por sí mismo, si bien la posibilidad técnicas existe, es muy remoto que sea utilizado de esa forma; más bien opera para realizar llamadas. En tal sentido, dicho teléfono, identificado con los colores y el formato general de los llamados aparatos “públicos” que aún existen desperdigados principalmente por las ciudades y pueblos, era casi con exclusividad una salida y no una entrada, medio utilizado en una sola de las direcciones. Situación similar a la del uso de la ventana que se encontraba a su lado, ya que si bien alguien puede asomarse y mirar desde fuera hacia el interior a través de ella, esto no ocurre de forma habitual, sirviendo casi exclusivamente como apertura desde el interior hacia el exterior, ampliando la visual de quienes se encuentran en el recinto conectándolos con el más allá. Tan solo en una oportunidad pude constatar su uso, por parte de una joven madre, quien estaba con su pequeño bebé y con su propia madre, a la espera de ser atendidas por la ginecóloga. Por lo general el aparato está allí en solitario, testigo de los cambios tecnológicos acelerados que nos han llevado a la masificación de la telefonía móvil.

Esta última sí se hace sentir, y efectivamente constituye la tecnología de comunicaciones que más conecta el espacio-tiempo concreto, el compartido corporalmente por los presentes, con otras locaciones remotas. Su incorporación a la cotidianidad de los usuarios es notoria, y su presencia está integrada en tal sentido. Lo sorprendente, y que sí significó una suerte de discontinuidad de este campo de experiencias, plano de inmanencia para los vínculos transversales generadores de subjetividad, es la actitud en cierto tipo de uso del teléfono móvil que no permite incorporar dicha experiencia en el fluir de los encuentros-desencuentros de manera directa, los contactos y las distancias propias de toda comunicación. El problema no es, por tanto, si alguien utiliza o no dicho medio en una escena intimista, sino cómo lo hace. Las jóvenes y adolescentes, que vienen incorporando esta tecnología de forma “nativa”, son quienes más apropiada la tienen y manifiestan un uso más acorde con la lógica de los flujos, aunque parezca paradójico. Son las usuarias de mayor edad, para quienes esto resulta extraño, forzado en cierto punto, adoptado después de estar constituidas como sujetos también en sus hábitos y rutinas comunicativas, las que pueden manifestar gestos de otro tipo frente a los demás. Y así ocurrió efectivamente en una de las instancias de observación.

Al principio, luego de disponerme en el lugar de costumbre y adoptar la posición de escritor “sin prisa pero sin pausa”, reconocí la silueta de una mujer con una de sus manos sobre una de sus orejas. Se encontraba así cuando ingresé a la sala de espera: de espaldas, frente al teléfono fijo, mirando hacia la ventana al lado de la puerta principal, moviéndose rítmicamente casi sin girar y hablando muy bajo, de forma imperceptible. Mientras pasaban los minutos las dinámicas grupales fueron tejiendo las redes vinculares como acontece habitualmente, la auxiliar se encontraba con quienes llegaban y dialogaba algo con cada una de las usuarias, así como algunas de las médicas y demás profesionales de la salud hacían ingresar a sus respectivas consultas a cada cual. Fue pasando el tiempo, bastante agitado en el turno matutino, e intenté no perder de vista lo que pasaba con ella, cuando me percaté de que cuando fue atendida en su consulta había pasado una hora de conversación telefónica en tal disposición. La sensación constante que me generó fue la de querer crear una suerte de tabique que la separara del resto, justamente frente a la ventana principal, matizando su presencia para los demás, al moverse lentamente hacia un lado y el otro siempre de espaldas, como una suerte de gran limpia parabrisas.



Conclusiones


De esta forma llegamos finalmente a la comunicación corporal y los sentidos puestos en juego holísticamente, en las condiciones mediacionales contemporáneas. Con nuestro estudio de caso hemos intentado poner de manifiesto cómo se generan tensiones conflictivas en el auto-diseño generado por los usuarios en espacio-tiempos en los que hay que estar transitoriamente a la espera de algo tan significativo para sí mismos como la atención sanitaria propia y de sus seres queridos. La cuestión que inmediatamente más arriba terminábamos de esbozar, con la forma del uso del teléfono móvil por parte de una usuaria durante una cuarta parte del tiempo total de un turno de atención, en el pequeño recinto que opera como sala de espera, dando las espaldas a todos los demás presentes en distancias tan limitadas, debe de servirnos para hacernos reflexionar sobre los procesos comunicacionales motivados e inmotivados por las disposiciones institucionales, sean de organismos como un Estado o por colectivos organizados como las comisiones vecinales.

Sería muy sencillo tildar la actitud de esta vecina y paciente como de puramente egoísta, en oposición a otra orientada hacia el diálogo. Nuestro punto de vista afirma que ello es una simplificación muy peligrosa y nociva para la comprensión y valoración de las prácticas humanas y los procesos de subjetivación involucrados en las mismas, restos de una fenomenología primaria anclada aún en sustancialismos. La propia distinción entre puro interés y puro desinterés está fuera de lo real, es una cuestión normativa definida desde cierta doctrina formulada de manera abstracta. Ciertamente existen dinámicas vinculares que promueven la transversalidad y otras que no, pero estas no son sinónimo de homogenización, estabilidad, control, rectitud.

Para volver al caso dentro del caso: nadie se manifestó molesto por la forma en que esta usuaria se comportaba, quizás si realizáramos un conjunto de entrevistas algo se hubiera podido enunciar al respecto, pero la cuestión es que en otros escenarios experimentados allí no se reconocieron prácticas significativamente relevantes que denotaran una violencia implícita en tal situación. Más bien nos encontramos frente a lo que sucede en un campo plural que mantiene el carácter abierto y emergente de “lo urbano” (VALLADARES, 2005; AGIER, 2011) pero a otra escala, lo que por supuesto puede generar tensiones extra, potenciar aspectos que en otras dimensiones no se presentan de la misma forma. Esta vecina sencillamente jugó a “estar-sin-estar”, disposición que no deja de afectar a todos los presentes, pero no necesariamente de una forma que podríamos calificar de nociva. Si hubiera hablado por su teléfono de una manera y a un volumen en que todos los allí presentes quedáramos involucrados en el diálogo (sin contar con la otra parte del mismo), si hubiéramos sido mirados con ojos perdidos por ella mientras esto ocurría, si lo hubiera hecho caminando a través de todo el recinto, surcando las sillas, en todas direcciones… quizás allí sí se hubieran forzado barreras y límites que provoquen un conflicto manifiesto. Otros usuarios salían a utilizar sus teléfonos al exterior, como quien fuma un cigarrillo, y sus voces se colaban de la misma manera que el humo de tabaco cuando la puerta principal se encontraba abierta. ¿Dónde está dicho límite, hasta dónde y en qué sentidos podemos catalogar algunas prácticas de comunicativas y otras de in-comunicativas? Toda comunicación liga y separa, la cuestión es performativa, concreta: qué se está dispuesto a tolerar en una dinámica que nunca está exenta de contradicciones, ambigüedades y ambivalencias. Su abordaje desde la práctica etnográfica es la mejor manera para alcanzar a comprenderlo sin eliminarlas, sino más bien para darles un lugar en el concierto de las relaciones complejas y múltiples que nos constituyen como sujetos.

La multiplicidad de dimensiones y escalas, además, nos obliga a tomar en consideración las diferentes mediaciones y sus relaciones antes de dictaminar algo respecto a la voluntad comunicativa, si algo así fuera posible. En tal sentido, el análisis kinésico es particularmente relevador, pues el cuerpo en movimiento como soporte de mensajes es quizás de las formas más alejadas del logos, de nuestra concepción que aúna lenguaje verbal y racionalidad. Los medios visuales y auditivos encuentran en ella la integración más general sin por ello perder la autonomía que les confiere cada sistema sensorial y su semiótica. Interesante al respecto es retomar algunas de las consideraciones de Birdwhistell en la famosa “escena del cigarrillo”, en especial en lo referente a la forma de concebir las relaciones entre medios y los sentidos en que podemos concebir la comunicación. En dicha escena analizada gracias a técnicas audiovisuales y la observación participante, aparecen una serie de micro-acciones (encender el cigarrillo, manipular la cerilla, arreglarse la tira de un zapato, etc.) que pueden entenderse como “comportamientos instrumentales”, en el sentido de “orientados a una tarea”, pero no por ello están desprovistos de un “valor señal o mensaje”:

Es tentador ver en los actos instrumentales realizados en el seno de una situación social “portadores” de otros mensajes. Sin embargo, desde otro punto de vista, está plenamente justificado dar prioridad al mismo acto de comunicación… utilizaré el concepto de contexto alternativo. Uno de los actos puede ser el contexto del otro. (BIRDWHISTELL, 1994: 174).

Este desdoblamiento, donde un acto puede ser contexto de otro acto, nos obliga a pensar las mediaciones de forma multi-dimensional y rizomática, en sintonía con las implicaciones antes manifestadas en lo relativo a las mediaciones, situaciones y escalas. Volvamos por última vez a nuestra escena, una mañana en la sala de espera de la policlínica de atención de primer nivel de salud: Mientras la usuario está en contacto a través de la voz y el oído con alguien remoto del otro lado del teléfono móvil, de espaldas al interior, allí se desarrolla la dinámica de conformación de grupos de dos, tres o más usuarias, solas o con sus pequeños bebés y niños, siendo especialmente notorios los grupos de jóvenes adolescentes. Estas hacen de la palabra, a volúmenes que superan lo necesario para escucharse entre sí, una masa de sonidos significativa para todos los presentes, más allá del grupo específico que conforman. Por un lado, llaman la atención del resto, por el otro, generan una “burbuja” (HALL, 1994; SLOTERDIJK, 2003) que a lo espacial le suman lo sonoro, de tal forma que constituya un adentro, un campo de fuerzas relativamente autónomo, atravesado constantemente por señales emitidas y recibidas desde el resto de la sala y desde mucho más allá a través de la telefonía móvil principalmente. Los niños pueden estar jugando poniendo en crisis la infraestructura de todo ello, la base material de los sistemas de mediación más genéricos allí presentes, al considerar a las sillas de plástico, el único elemento inmueble al alcance de las manos del sujeto, como un artefacto lúdico. Todo ello sucede mientras los profesionales de la salud aparecen de vez en cuando surcando el recinto, o se escuchan sus voces junto a los de las pacientes saliendo desde algunos de los pocos consultorios débilmente aislados. En este escenario aparentemente homogéneo, donde todos los presentes estarían destinados a interactuar con todos, se despliega un universo heterogéneo y múltiple de dimensiones, escalas y flujos que tienen a todos diseñando y dejándose diseñar en su estar, formas de participación cualitativamente variable donde se establecen las aperturas y las clausuras, se percibe según ciertos sentidos y en determinadas direcciones.



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[1] Pos-Doctorando en Antropología por la Universidad de São Paulo (USP, Brasil), Doctor (Ph. D.) en Filosofía: Historia de la Subjetividad, y Diplomado en Estudios Avanzados (DEA) en Filosofía, ambos por la Universidad de Barcelona (UB, Cataluña, España), y Licenciado en Ciencias Antropológicas por la Universidad de la República (UdelaR, Uruguay). En esta última se desempeña como Profesor Adjunto en Régimen de Dedicación Total (RDT) del Departamento de Ciencias Humanas y Sociales, Licenciatura en Ciencias de la Comunicación e investigador del Programa de Desarrollo Académico de la Información y la Comunicación (DCHS-LICCOM-PRODIC-UdelaR). Miembro del Sistema Nacional de Investigadores (SNI-ANII, Uruguay).
[2] “Las estrategias de información y comunicación centradas en los jóvenes y adolescentes en el ámbito de la salud: análisis y propuestas (Red de Atención Primaria (RAP) – Administración de los Servicios de Salud del Estado (ASSE), Zona 9 de Montevideo)”. Coordinado por Martha Sabelli (Depto. de Información y Sociedad, EUBCA), Jorge Rasner (Área de Teoría de la Comunicación, LICCOM) y Raúl Ruggia (Instituto de Computación, FING), en el marco del Programa de Desarrollo Académico de la Información y la Comunicación (PRODIC-CSIC-UdelaR), Uruguay, 2010-2012.

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