Los problemas para asumir la incompletud en el campo de las ciencias de la comunicación



Reedición en del Valle Rojas, Carlos; et. alt. (edits.) Contrapuntos y entrelíneas sobre cultura, comunicación y discurso. Ed. Universidad de La Frontera, Temuco (Chile), 2008, pp. 59-71.


Edición original en Revista Comuniquiatra Nº 8, Sevilla, 2004 (Registro N° ISSN 1577 - 8398): http://es.geocities.com/comuniquiatra/comuniquiatra.html.
Existe en principio, bastante popularizado en los ámbitos académicos contemporáneos, que refiere a la aceptabilidad de lo imposible e inconveniente, lo estéril -y aún así largamente perseguido- que resultara ser en nuestro pensamiento occidental la búsqueda de algo así como de una totalidad absoluta, una unidad rotunda. Principio de incompletud le llaman los partidarios del pensamiento complejo; creo que algo más sofisticado ha sido el tratamiento de este tema en la síntesis deleuziana; la problemática está presente en todas las líneas, tradiciones, movimientos intelectuales dentro y fuera de los ámbitos instituidos del saber académico, y sus fuentes se pierden en el fondo de los tiempos. Pero en fin, en la actualidad, muy pocos son quienes creen poder llegar a finalizar definitivamente una tarea, en alcanzar absolutamente un objetivo en lo que respecta al conocimiento científico por lo menos. También es cierto que en las últimas década abundó, pero tengámoslo claro, en las filosofías producidas en el norte y con adeptos aquí en el sur, una postura que festejaba esta situación en un tono de abúlica complacencia. De nada sirve, así lo creo, la idea de la incompletud si esta está asociada a la de abundancia, si se sustrae de una experiencia así concebida. Sencillamente, esta asociación es degradante; primeramente, por el tipo de subjetividad que funda, la de un grotesco consumista; su imagen ha sido excelentemente lograda por una parodia cinematográfica de los Monty Pythonen la cual ocurre que un señor obeso no para de tragar comida hasta que revienta su cuerpo, sus órganos salen disparados y su esqueleto queda a la vista entre los retazos resultantes del estallido. En segundo lugar, porque este sujeto constituye una vergüenza insostenible en lo que hace a una ética en tanto relacionamiento de las subjetividades entre sí y ante sí mismas, no puede más que despertar el desprecio y la reacción encolerizada de quienes jamás dejamos de soportar una existencia plagada de carencias. La incompletud desde la pobreza, desde, como diría Walter Benjamin «la historia de los oprimidos» no tiene nada que ver con la sobra, contrariamente, se sabe que la verdad es inalcanzable, que el objeto siempre se escapa y no se deja asir, pero nada más lejos de la insatisfacción por exceso de satisfacción. El deseo de conocimiento encuentra su satisfacción allí donde reconoce evaluando que lo conseguido no alcanza, y jamás alcanzará, y sin hacer una ontología fundada en la carencia, más bien se funda en la dirección de una ecología, en una gestión de recursos para la cual siempre habrá en qué y siempre faltará para invertir en nuevos objetivos; movilización que se sostiene a la vez en la fruición de lo alcanzado, en su deleite y gozo. El hedonismo se concilia con el escepticismo, toda ontología puede ser nihilista en tanto se dispare a partir de los valores al encuentro de una proliferación innovadora de los mismos. Lo valioso es tal en tanto nos mueva hacia otros horizontes que no degraden nuestra condición, los valores generan por tanto una necesidad, llenan un vacío existencial pero no para condenar a la subjetividad a un fijamiento pivotante sino para otorgarle un vehículo en la mediación ilimitada y productora de nuevas expresiones y contenidos, nuevos valores para existenciar, disponer u agenciar nuestras formas de subjetivación con sus respectivas e inextricables objetivaciones. En sí misma la subjetividad es una objetivación de sí misma, y las ambigüedad y oscuridades en torno a la relación entre el lenguaje y el pensamiento lo testimonian: el proceso que conocemos en griego como de autopoiesis, de creación de sí mismos, o en términos matemáticos y lógicos el proceso de retroalimentación tan trabajado por la cibernética –justamente la ciencia del pilotaje-, no hace otra cosa que tratar de ayudarnos a comprender cómo es posible que nos mantengamos siempre en tránsito.
Epistemológicamente, de entre los distintos ámbitos de producción de conocimiento sobre la subjetividad las llamadas ciencias de la comunicación y sus variantes, que incluyen a las teorías de la información, a aquellas que pueden englobarse bajo el nombre precario aun de comunicología, o aquél enfoque que se define desde el concepto del transmitir en oposición al de comunicar como en la llamada mediología, teorías de otros ámbitos como la sociología de la acción comunicativa, etcétera, nos proporcionan una instancia cognoscente, un desde dónde establecer una posición, en la cual se da una situación excepcional con respecto a este principio de la incompletud, más allá ya lo aclaramos, de estériles gritos de apatía e imposturas por el estilo.
Y el problema no es que no se acepte de buen grado el escepticismo crítico, es decir, una toma de posición respecto al conocimiento para la cual es evidente la imposibilidad de alcanzar una verdad absoluta en algún momento, y ello debido tanto al objeto como al sujeto de conocimiento con sus propias limitaciones y condicionantes. A pesar de asumir una postura de este tipo, en el campo de las ciencias de la comunicación, heredando lo que sucede de forma similar en el espacio de las ciencias humanas, y de la mano de ciertas tendencias sociológicas cuantitativistas, todavía existen resabios de empirismo ingenuo de corte neopositivista, y su influencia no es desdeñable para comprender los prolegómenos de este espacio de saberes contemporáneo. Pero a pesar de ello insisto, se produce conocimiento en forma crítica y reflexiva, asumiendo los límites y la imposibilidad de alcanzar una verdad definitiva. El problema que aqueja a este campo de saberes está relacionado íntimamente con lo anterior, pero tiene más que ver con lo que sería la visibilidad, la constitución del punto de vista particular. Allí es donde se experimenta una gran carencia y los investigadores no cesan en sus demandas al respecto. Lo que parece ser incompleta es una mirada que pueda enfocarse según los objetivos que ella misma se plantea que sea convincente, para sí misma. No se puede enfocar, o más específicamente, no se puede establecer una dinámica de inmersión / extrañamiento que permita la constitución de un soporte fiable para transitar en los procesos de cualquier investigación intelectual. El territorio siempre en fuga que implica un campo de conocimiento en funcionamiento, requiere que las territorializaciones –la fundamentación de los argumentos- se realice a la vez en la suspensión del juicio escéptico –la epoké-, en un proceso de desterritorialización, de tal forma que sea posible un pensamiento abstracto sobre lo concreto.
Más que tratarse de una falta de aceptación de la incertidumbre como principio de todo pensar crítico y creativo, el problema es con la incompletud, que, aunque tan estrechamente vinculada con la anterior se refiere a cosas diferentes. En términos kuhneanos -no absolutamente aplicables para el caso- se trataría de una confusión en el margo general que articula en una fenomenológica weltanschauung (cosmovisión) una manera de pensar y las empiricidades pensadas. A pesar de que los enigmas existan y se los logre enunciar, no se da una consistencia en la matriz que habilite un sustrato sólido desde donde tratar de encajar las cosas y las causas, encaje que al decir de Serres caracteriza a la mirada científica desde sus raíces indoeuropeas más remotas. El problema no se soluciona con el establecimiento de principios para toda una comunidad. ¿Cuál sería el tribunal apto para realizar dicha tarea?, volveríamos a caer en una nueva forma de convencionalismo y hoy sabemos que el conocimiento es mucho más que un acuerdo explícito sobre los puntos fundamentales; sólo un trabajo de reflexividad puede poner sobre la mesa las problemáticas esenciales, las subyacentes, y además disponerlas en un contexto de conflicto y diálogo entre diferentes perspectivas y no bajo el dominio de una teoría hegemónica. Lo que trataremos de sostener aquí y con ello abrirnos a nuevas preguntas, es que esta realidad experimentada en el campo de las ciencias de la comunicación posee un origen tanto heredado de un contexto más general de saberes –el de las ciencias humanas-, como un origen inherente a las particularidades que inaugura.

Problemas en los criterios de consistencia y fundamentación
El problema de la consistencia del conocimiento, se ha venido explicando por la existencia de lo que se ha dado en llamar los «vértigos argumentales», en la distinción de por lo menos dos niveles; para pensar argumentar diciendo algo que se soporta por otro argumento por debajo que asoma y se oculta en un juego en el cual se construye un cuerpo en esta disociación, que la semiótica de la imagen ha llamado figura - fondo. Corresponde a lo que dentro del análisis del discurso Foucault denominara el «comentario» como aquel dispositivo primario que permite la posibilidad de desencadenar una semiosis ilimitada, lo que fundamenta la «función metalinguística» del lenguaje para Jackobson. Desde Tarski hasta Genette, entre el pensamiento y el lenguaje, la consistencia de una argumentación teórica es entendida en este interjuego donde la distinción entre lo implícito y lo explícito permanece como principio gnoseológico desde los jonios del VI a. C. hasta nuestros días en ciencia y filosofía.
En este no saber qué está primero, si el huevo o la gallina, textos sobre textos, en esta llegada al nodo problemático que tan claramente alcanzara a plantearse la filosofía fenomenológica de la Ilustración, hay particularidades del estado de cosas, de los fenómenos que estas ciencias construyen e imaginan, que hace a la también particular situación epistemológica a la que hacemos referencia en tanto acontecimientos del pensar. El estudio de los llamados medios masivos de comunicación marca una fundación, abre la instauración de este espacio de saber, un verdadero estuario en el que confluyen formas de pensamiento que habían sido dejadas de lado con otras que emergen en dicho contexto, más o menos por todos definido por el acontecimiento de la Segunda Guerra, proceso que comienza en los años treinta con el surgimiento del fascismo y culmina en los cincuenta con la instauración de la Guerra Fría. El estudio de este fenómeno de masas es fuente de muchos de los malestares que aquejan a las teorías de la comunicación y sus variantes. La incompletud propia de todo quehacer intelectual es por tanto vivido desde este punto de vista en lo que hace a lo que se define a sí mismo como el vértice argumental, el cual en los términos disciplinarios que ha matrizado este ámbito de la comunicación, la sociología, se lo concibe con la imagen de la caja negra de la recepción, allí donde colocan su enigma. Al no poder contar con el acceso a lo que producen los medios masivos en sus emisiones se han manifestado generalmente dos caminos, uno es el de contarcon este problema en lo más mínimo, como en los estudios culturales norteamericanos, y la otra, la de seguir en la línea de encontrar una forma de acceder a ello buscando un refinamiento en las encuestas, en la forma de medir la percepción, etcétera. Una niega el problema, la otra sigue creyendo en que es posible elucidarlo en los términos en los que hoy se plantean.
Es claro que el corte sociológico de los estudios comunicacionales adolece de un individualismo característico de la disciplina en su formación, aunque no es de descontar que en planteos de esta clase como el de Max Weber la subjetividad como dimensión de análisis ya está formulada, y el individuo más que un átomo sólo es posible en tanto se liga con otros por lazos empáticos. Pero es cierto que lo que se ha impuesto en la matriz es la imagen de un hombre en tanto alma encerrada en un cuerpo. El problema de la masividad asecha, como ha asechado a la psicología social a principios del siglo XX pero increíblemente no ha sido resuelto como en este último campo de saberes. La incompletud es así mal encarada, se la trata de debatir con las herramientas del inductivismo ingenuo, el que toma a la estadística como solución empírica de un malestar conceptual.
La incompletud de las ciencias de la comunicación vienen por el mismo lado por el que viene la de las ciencias humanas en tanto antecesoras en su genealogía. Claro está que los fenómenos de masividad, característicos de fines del siglo XIX hacia delante, constituyen la otra cara de esta misma situación, la cara del lado del objeto: las vicisitudes del conocimiento objetivo de la subjetividad por parte de la misma son las mismas que en las otras ciencias humanas pero en las de la comunicación se accede a este vértice argumentativo, a este fundamento desfondado, a través de la imagen de las características tomadas de objeto por las ciencias humanas –la cultura, la lengua, la sociedad, la política, en el sentido durkheimano de tomadas como cosas- que eran ahora en el nuevo contexto occidental masificadas tras un proceso tecnológico en concreto, de las ideas acerca de lo masivo, de la acumulación de datos conseguidos sobre investigaciones sobre estos fenómenos, tras los restos de las incógnitas sobre la naturaleza humana desde lo que se considera como un proceso al que ha llegado la misma, que la caracteriza de una manera particular como el resto de los otros procesos y productos tomados de objeto por cada ciencia humana. En este caso, las tecnologías que hacen posible que la producción de un acontecimiento humano de existencia localizable en tiempo y espacio pueda ser difundido a la velocidad de la luz a una extensión que supera infinitamente... Este problema está presente en un ensayo que puede ser considerado como uno de los acontecimientos del pensamiento que fundan este espacio epistemológico de las ciencias de la comunicación: La obra de arte en la era de su reproductividad técnica, escrito por Walter Benjamin en 1931. Este problema es afrontado con toda la crudeza de la experiencia del nazismo, el cine de propaganda y los efectos de su persuasión. A través del arte en tanto proceso en el cual se concentra con más intensidad la actividad autopoiética de la subjetividad se estudia el proceso de masificación al que hacemos referencia. El problema de lo masivo y de la creación que desciende hasta las particularidades de la relación entre original y copia en los objetos del mundo del arte da cuenta de un problema muchísimo más vasto que atañe a todo el campo de las ciencias humanas, en tanto se debate en las arenas de la naturaleza humana y lo hace en lo que toca a su especificidad radical, la capacidad de crear y recrear el mundo. Benjamin no necesitó con urgencia de los números de las taquillas de cine para afirmar lo que afirmó. Esa no era la metodología, la naturaleza de lo masivo se evidencia y se convierte por el ello en evidencia, en dato empírico, no bajo la visión de átomos que se agrupan y se agrupan cual bolitas en una gran bolsa, lo que está en juego, el objeto que se define desde su mirada, es la subjetividad como composiciones en múltiples registros de disposiciones de la existencia, vectores que se anudan en la singularidad de un cuerpo, que lo dotan de una conciencia y que abren una trascendencia, un sujeto, agujero negro por el cual se pierden los vectores que lo atraviesan, que le pasan. Qué es lo que pasa, es la pregunta bien formulada, y si se quiere, cómo pasa lo que pasa. Aquella caja negra de la percepción mecanicista no deja de constituir la dirección hacia la desintegración del argumento, la línea de fuga, la que no se deja aprehender en el intento de proyectar sobre ella planos de cuantificación como forma de dominarla. En este sentido Weber fue muy claro, el cientista humano, que estudia los valores, que cree firmemente en el valor de los valores, no puede juzgar la calidad de los mismos en tanto fines aceptables o no, preferibles o no, sino desplegar el conocimiento de los medios existentes para dicho objetivo. De decretar cuál valor sostener, qué objetivos tomar y hacia el cual dirigirnos, de ello se encarga no una disciplina ni un saber en particular, ello surge de la propia experiencia de la existencia humana, sea entendida bajo la forma de los conflictos y las reglas desde la sociología en lo que es su objeto la sociedad, sea en la forma de la vida según las visiones biologicistas que se basan en las nociones de norma y función, sea bajo la forma de la dupla significación y sistema que caracteriza el acercamiento a la naturaleza humana a través del estudio del lenguaje. En las acepciones más corrientes, de esto se encarga la propia sociedad.Es lo que define la salud de la misma, y es el sentido definitivo que las cosas toman. El arte de la polis lo tratará de gestionar, y los cientistas y filósofos la integran, pero, en definitiva, el destino sigue siendo algo que se escapa.
Un objeto de tercer orden: la subjetividad modulada
Parece tratarse de un objeto de tercer orden, en relación a los clásicos objetos de sus antecesoras, las ciencias humanas y sus antecesoras a su vez. Los semi-trascendentes como los llama Michel Foucault de la vida, el trabajo, y el lenguaje –fundantes de la biología, la economía y la filología-, parecen ser de otra dimensión al lado de lo masivo. Los propios artículos que preceden a los términos lo indican, de la o el a lo, a lo que refiere este artículo más que a una sustancia es a una deixis, un movimiento, un desplazamiento. Estaríamos llegando al fondo de la cuestión, a la naturaleza humana tan problemática, succionadora e iluminadora, no por el lado de una de sus actividades esenciales como así se las concibió a las antes mencionadas, sino por un movimiento diferente que pone la mirada en otro tipo de proceso el cual atañe a los otros tres, los recoge a ellos por objetos y se constituye por tanto como una entidad de otro orden. Lo masivo es un estado de condiciones que afecta a una sustancia puesta en dicha condición. Por supuesto que podemos decir la masividad, pero ello sería el objeto de estudio de la psicología social, híbrido que surge para atender a estos mismos fenómenos pero en tanto sustantivos. Quizás por ello en las ciencias de la comunicación sea tan importante la impronta de la psicología social la cual está presente en los planes de estudio además de la sociología a secas, y el espacio epistemológico en el que se efectúan tanto los estudios de la teoría crítica como de los estudios en comunicación de masas sea psico-sociológico con toda claridad, por el horizonte teórico que se plantean, por los objetos que se formulan, entre las enormes diferencias que las hacen ser tomadas como las dos vertientes del análisis de la comunicación desde las ciencias humanas pre-existentes. Europeos y norteamericanos, con sus grandes distancias cognoscentes, estudian fenómenos y procesos que acontecen en el producto de la especie llamado sociedad y que pasan por una tecnología que altera la correspondencia entre un antes y un después de una manera hasta ese momento insospechada por lo general. No es de extrañar que el proceso se confunda con el producto, pues es que no se puede disociar este fenómeno. Lo que sucede es que el establecimiento de puntos de vista, la constitución de un saber conlleva también los errores, los fracasos y las marcas de acontecimientos que desbordan su campo y lo impregnan de lo que fue su devenir. A tal punto es así que sólo encuentra sus motivaciones legítimas en el afuera de sí mismo, una corriente de pensamiento institucionalizada es de las formas que más cerca se encuentra de la inhibición, de un congelamiento súbito, un enquistamiento, una atrofia de racionalización. Las disciplinas entre sí y otro tipo de estrategias de conocimiento guardan relaciones mucho más complejas que las de una simple taxonomía.
Quizás este proceso epistemológico pueda esclarecerse si lo formulamos en la serie: sociología – psicología social – ciencias de la comunicación. Lo mismo podemos hacer rastreando y cartografeando las distintas fuentes que asisten en la confluencia de este estuario. Pero en este caso nos enfrentamos ante la que considero como la hegemónica de entre todas las que fueron posibles en lo que caracteriza a las concretas y reales ciencias de la comunicación con las que contamos en la actualidad. Es claro también que los vicios, que las metáforas caducas, que los programas de investigación secos y derruidos no sólo los transmiten y sostienen las teorías hegemónicas, también las otras fuentes llenan el espacio de conocimiento viciándolo de viejas manías, así como de las fertilidades que lo hacen ser viable. Algunas de estas series además se constituyen por heterogéneas configuraciones epistémicas, disciplinas y programas de investigación con tendencias o quizá algún proto-paradigma. Por ejemplo, una serie subalterna del campo de las ciencias de la comunicación es la que lo liga con la antropología sociocultural. No es a través de una disciplina que se llega al estuario de la comunicación sino que es a través de un capítulo particular del plan general de la antropología, la llamada antropología simbólica era una especie de área de estudio más que una disciplina emergente o siquiera una subdisciplina, como lo eran la bioantropología y la arqueología en la versión norteamericana, ya que para los europeos esta última surgió como una técnica de otra disciplina, la historia.
Volviendo por tanto a la serie que describe el trayecto hegemónico en el estuario de las ciencias de la comunicación, el canal principal, podemos apreciar lo que implica la transformación gnoseológica efectuada en las tres instancias epistémicas planteadas: sociología – psicología social – ciencias de la comunicación. Primeramente, en sociología también tenemos tendencias hegemónicas y subalternas, la predominante para comprender su carácter, tenemos que esbozarla en términos aún más antiguos, retrotraernos en el tiempo e ir hasta la filosofía política y la moral de los siglos XVII y principalmente XVIII. Una dicotomía oponía entonces a los llamados asociacionismo y atomismo. La sociedad concebida según la metáfora de los átomos o de las redes, una de ellas se impone a pesar de que entre sí comparten tanto, y sobre su imagen su constituye un suelo positivo desde donde entrarle a la naturaleza humana, desde una entidad que la produce y que es producto de la misma, un semi-trascendente, segregado por su naturaleza y extraño a la misma: la sociedad o «socius». De la naturaleza de lo social se coagula y condensa la sociedad como concepto, como objeto, como tipo ideal, siguiendo en particular esta metáfora que define los contornos y predetermina la mirada a la vez que la guía. Posteriormente, esta sustancia social concebida como átomos relacionados no puede retener el conflicto que le ocasionó la emergencia de las primeras manifestaciones del capitalismo industrial; la psicología a su vez está experimentando algo similar, a pesar de que uno de los fundadores de esta nueva disciplina, la psicología social, fuera el mismo Freud. Algo así como lo quiso o le salió formular a Saussure con la semiología. Pero en este caso es una típica subdisciplina como las que describe Kuhn, que no son todas, sino algunas como la bioquímica. El binomio individuo-sociedad, punto-segmento, era convertido en un objeto bajo la forma de la intersubjetividad, la misma fórmula que existía dentro de la sociología como forma subalterna, las llamadas teorías del interaccionismo simbólico fundadas en una filosofía fenomenológica. Y por último, las ciencias de la comunicación hacen de esta intersubjetividad, superadora del binomio individuo-sociedad heredado de la metáfora atomista, un objeto al que le pasa algo nuevo, la intersubjetividad es producida según procedimientos que, escapando de las limitantes espacio-temporales que la fenomenología kantiana podía darse lugar, permiten una mutación no antes experimentada.
Vaz Ferreira en ese sentido, en Moral para periodistas, define a la prensa como una máquina caracterizada por la descomunal, así dice, diferencia entre la causa y el efecto, diferencia que no duda también el calificar de monstruosa. En los términos deleuzianos es lo que se denomina un proceso de desterritorialización. Las ciencias de la comunicación estarían tratando de estudiar por tanto a la naturaleza humana según sus creaciones que son necesidades pero además embarcadas en el proceso de desterritorialización. La sociedad en primer término por lo antes descrito, entendida como intersubjetividad en segundo término, pero dando un lugar siempre para la cultura, la política, y para todo objeto de una ciencia humana, es estudiada en el proceso de su expansión tendiente a la velocidad de la luz.
Evidentemente esto acarrea un problema central en todo pensamiento occidental, y es que, si las ciencias humanas todas ellas ya se disponían en el espacio mismo de la representación, y por eso mismo se ponía en crisis a la misma con los conocimientos que estas generaban, las ciencias de la comunicación acceden al nivel del estudio de la virtualización de la representación. El otro gran canal, que no es ni hegemónico ni subalterno, lo supieron ser en la década de los sesenta del siglo pasado, los estudios sobre la representación, algunos llegados de disciplinas como la lingüística, la lógica, el estudio de la significación y la semántica; la vertiente de los estudios semióticos terminan de dar forma al estuario, consistencia a las argumentaciones que allí se tejan. La disposición de la sociología y de la semiótica son distintas entre sí, una se asemeja a las agujas de cocer y la otra a la lana con la que se cose. Mientras la primera es tomada en todo su carácter disciplinar, doctrinal, atañe más al modelo metodológico de aplicación empírica más que a los conceptos que sostengan una investigación de este tipo. De esta manera no hay una fluida disposición de principios y nociones metafísicas con un instrumental metodológico, existen distorsiones muy graves, una deriva que no es conceptual en sí misma, una deriva que tiene más que ver con los efectos de la virtualización que con otra cosa, o si se quiere, nuevamente, es la otra cara, la del objeto de esta realidad epistemológica. El instrumento, las agujas, y la materia, la lana, constituyen virtualmente a la prenda que se puede manufacturar. Virtualmente está allí, y cuando la prenda está confeccionada, es la lana hecho a través de las agujas que tomadas en las manos bailan configurando una trama que enreda y contiene a sí misma y se convierte en una cosa, en un objeto acabado. El mismo proceso que tiende hacia la formalización, que describe Foucault, desde las matemáticas a la literatura en lo que significó el giro lingüístico, encuentra en este sentido su presencia en este espacio de saberes.
El fenómeno de la modulación de la subjetividad responde a la presencia de las máquinas en la vida de una manera irreversible. Una máquina genera subjetividad en tanto la modula. Es que la modulación es la virtualización de la subjetividad, presente en la herramienta, en el aparato técnico, que nunca ha dejado de ser él una síntesis de la subjetividad misma, como diría Guattari, «hiper-desarrollada». Esa monstruosa disociación de la causa y el efecto que atemorizaba a Vaz Ferreira en la prensa del Uruguay de principios del siglo XX, es esta dimensión de lo virtual que las ciencias de la comunicación sin poderlo ver con claridad tienen como plano de consistencia.
Y allí radica el problema, cómo puede ser el plano de consistencia, cómo puede fundarse un territorio sobre, con, entre, las formas de una desterritorialización, máxime un territorio disciplinar, o más extensamente, un espacio de enunciación producido por la voluntad de saber, que demanda una verdad, un fundamento. El objeto de las ciencias de la comunicación es todo aquél objeto de toda aquella ciencia humana precedente puesto en el proceso de la masificación de su exhibición, su consumo, su acceso, es decir, siendo objeto del mecanismo de la amplificación (que implica recorte, enmarque y direccionalidad claro está) telemática en sus diferentes formas y velocidades tendentes al tiempo real. En última instancia no es ya el Hombre, ni el individuo, ni tan solo el sujeto, sino la subjetividad el objeto de estudio que tienen, pero en lo que hace a sus empiricidades, sus prácticas, sus actividades trascendentes y contingentes a la vez que la definían: hacerse de significaciones, de maneras de subsistir y producir en tiempo y espacio. La crisis de la representación, de la constitución ontológica de un universo existencial definido por un espacio homogéneo y trasparente de fluidez perfecta, viene dada en el propio modelo antropológico heredado del siglo XVII con lo que fue su crítica radical efectuada por la fenomenología un siglo después. La escisión del hombre entre lo trascendente y lo inmanente, la imposibilidad de conocer aquello que sí se sabe le antecede y le condiciona, imperativamente, dispone a la vida, al trabajo, al lenguaje, como objetos de investigación que pueden explicar la naturaleza humana al mismo tiempo que son ellos, concientemente, productos de su actividad, y por tanto relativos. Los procesos por los que la humanidad trascurre en el último siglo implican esta transformación de la subjetividad que bajo el manto de la denominación comunicación han encontrado un sitio donde ser enunciadas como posibles objetos de un saber. Esto es lo que hicieron los de la llamada Universidad Invisible, los de Palo Alto. La insistencia en el proceso de retroalimentación tomado de la cibernética, junto a la teoría de los tipos lógicos, que se concilia porque se opone tan claramente diciendo lo mismo con muchísimo de la base de las semióticas, así como de la hermenéutica.
Es por esto evidente, así lo considero, que quienes participan en este estuario de las ciencias de la comunicación, en particular los que se preparan y estudian en dicho ámbito, mantengan un conflicto constante con la reflexión científica. Ante un producto televisivo, el receptor no es un indefenso ni un simple observador, en el producto comunicado de esta manera está presente virtualmente una modulación de la subjetividad, algo más abstracto que un puede ser, al que llegaríamos gracias a una encuesta por ejemplo. La percepción constituye parte de este proceso y no es una constante. En las ciencias de la comunicación, por efecto de un tipo particular que produce la masificación, la que sería en concreto la telecomunicación, la naturaleza humana es estudiada en su dimensión de realidad y de posibilidad, pero además de virtualidad. Claro está que podremos encontrar estos mismos problemas en otras épocas y contextos, y la genealogía que esbozamos puede profundizarse como lo han hecho ya algunos trabajos como el de Mattelart y Mattelart. Lo importante aquí es que si se busca un pensamiento determinado, que parece no ser posible según los propios participantes del mismo, habría que trabajar sobre esta dimensión de la subjetividad que se amplía, tras una experiencia concreta y contingente por la pasamos en estos tiempos, en todo lo que se anticipaba anteriormente, y para ello necesitamos un tipo de pensamiento que quizás no es del tipo del de las ciencias humanas clásicas.
Vayamos a la experiencia que en tanto afecto engloba, como condición tanto de inmersión como de distanciamiento, del aparato conceptual para producir conocimiento en ciencias humanas. De todas las experiencias y formas empíricas existentes, el meollo se ubica en la relación entre un mensaje emitido a distancia desde un punto y recepcionado al unísono o no, por un grupo de puntos, donde puede darse además la re-transmisión, -lo permite la representación como de costumbre, que cuenta con la técnica y los materiales para conseguirlo-. La experiencia particular de vivir en un mundo de masividades mediáticas aunque no lo parezca está sosteniendo un punto de vista nuevo, toda comunicación será evaluada, percibida y concebida según esta instancia contemporánea, en diferentes grados de concienciación, es decir, en formas más o menos subyacentes que otras. Creo que en este sentido podemos apreciar la propuesta que lanzara Regis Debray, cuando bautiza a la mediología como la ciencia del transmitir. A una transmisión, en relación a un lenguaje, a una cultura, a una sociedad, es evidentemente un fenómeno infinitamente más contingente y al mismo tiempo más extensivo, profundo en sus efectos. Los productos humanos de existencia si no se transmiten de alguna manera pierden su naturaleza a pesar de que no dejen de existir en alguna forma inscrita, en determina huella. Es muy sugestivo al respecto en propio método de Debray, nos vehiculiza en líneas genealógicas de afectos concentrados en productos culturales (la mediología se plantea explícitamente entre la antropología y la historia), conocer la transmisión es un transitar entre formas que permiten la difusión en diferentes formas combinadas con la difuminación.
En ese sentido vayamos a esa experiencia, a qué sucede allí. En primer lugar lo masivo acentúa el modelo de comunicación de la bola de billar, el cartesiano, el del diagrama emisor-canal (transmisión)- receptor, frente a la cosmovisión panteísta al estilo spinozista, fenómeno central en este tema muy desarrollado por Lucien Sfez. Esto caracteriza al estudio de la subjetividad por parte de sí misma, los efectos de un conocimiento en el objeto, que es la misma subjetividad. Nuestra civilización se plantea entonces según modelos comunicacionales de estos dos tipos de horizontes, y ello transforma al sujeto. Es una nueva experiencia, y por tanto, la filosofía fenomenológica que funda la antropología filosófica de la modernidad se tambalea, y con ella, las perspectivas de todas las ciencias humanas. Efectivamente, somos receptores de una cadena de este tipo, así operan la imprenta, la radio, la televisión, Internet, y esto modifica la subjetividad misma que engendró estas objetivaciones. No es de descontar el temor de Walter Benjamin, de toda la teoría crítica, como el sobrado optimismo de un Lazarfeld ante los mercados que esto inaugura, los poderes que conlleva. Lo que quizá no se había podido exponer con claridad, era la virtualidad que se inauguraba en estos acontecimientos. Además de la realidad, de los contextos de emisión y recepción, de los canales y la transmisión gracias a otros contextos intermedios; además de lo posible, que en este caso era donde se instalaba la tragedia, donde se estaba indefenso ante una aguja hipodérmica o se tenía la conciencia absoluta como para elegir libremente, se estaba desarrollando una experiencia más profunda en la cual se daban las transformaciones más significativas de la subjetividad.
La subjetividad no es determinada en sus posibilidades estrictamente sino que es modulada, se le plantean virtualmente diferentes realidades co-presentes, se da un proceso de esquismogénesis, de ruptura de mundos, «metalepsis» lo llama Greimas. Y este último estudia este proceso en la literatura, no se trata entonces de nada nuevo desde que pudimos desarrollar tecnologías en la que se transporte un acervo experiencial, desde las oscuras relaciones con el lenguaje y la imaginería. La cuestión es que para poder pensar y producir unas ciencias de la comunicación, hay que investigar alcanzando la dimensión de lo virtual, creo que por allí se avanzaría. Y el problema de cómo pensar lo virtual afecta al propio pensamiento en tanto se enfrenta a un fenómeno que lo constituye. Cómo podemos saber acerca de lo que una comunicación es, un acontecimiento de producción de virtualizaciones de los productos de la subjetividad hacia sí misma; acontecimiento que en sí escapa a un espacio-tiempo particular, que se constituye en una desterritorialización. Todo con lo que contamos, nuestras herencias disciplinares, nuestras herramientas conceptuales y metodológicas, son de las de mayor utilidad, nuestras «cajas de herramientas». Pero debemos avanzar en una indagación que responde a una experiencia de la subjetividad aún no muy asida, lo que implica la creación de un conocimiento nuevo sobre una experiencia que nos modula cada vez más. En las ciencias de la comunicación se piensa en las imágenes, en la realidad de la realidad, en aquella parte del lenguaje que tiene traducibilidad, nos exige un estudio de la subjetividad que se encontraba ya anunciado en múltiples teorías y en otras formas disciplinares, tendencias filosóficas y programas de investigación. Lo primero por tanto será comprender que la forma de la bola de billar, la metáfora mecanicista de la comunicación, no sólo es una visión subsidiaria de un concepto, es una realidad en tanto diagramación y ejecución de los medios masivos según esta concepción.
Salirnos de este modelo de átomos y cajas negras, no nos evita encontrarnos con la incompletud, con lo inacabado. Todo conocimiento se las ve con este principio. La cuestión es que más que en ningún otro entorno conceptual, más que espacio, duración de pensamiento, las ciencias de la comunicación se entrometen con la subjetividad en su estado infinitesimal, en el abismo existencial de velocidades de fuga, que nos coloca ante la virtualización de su existencia, con todas las posibilidades y a su vez, virtualidades que ello inaugura. Y a esto es justamente a lo que no podemos alcanzar con el modelo mecanicista, ni con su dialéctica con el modelo organicista, fechado más o menos en la misma época, el siglo XVII. Los problemas de la articulación entre la semiótica y la sociología que Morley formula en sus investigaciones, es la misma que existe cuando no podemos integrar en un mismo estudio la emisión, la transmisión y la recepción, una imposible saturación de estos componentes y más aún la inarticulación que se desprende constituye la vivencia de esta incompletud en el estado actual del conocimiento en este estuario de lo comunicacional.
Por un juego paradójico, «comunicación» encuentra hoy su sentido más antiguo, el de poner-en-común, com-partir, el de la común-unión mística en una nueva fascinación producida por una tecnología diferente, hiper-desarrollada. Actualmente la comunicación posee su estatuto incuestionable por el hecho de que existe algo que compartimos, algo en común entre todos pues los medios masivos han desarrollado esta posibilidad hasta lo impensable. Más allá de las sutiles diferencias, muy pertinentes y enriquecedoras, entre conceptos como el de comunicación, información, transmisión, el hecho es que el fenómeno en sí no está puesto en duda bajo ninguna mirada enjuiciadora. El estatuto del objeto como objeto está dado en el contexto actual de los saberes más variados, como decíamos gracias a la experiencia de la masividad. Que esta conduzca a una homogeneización creciente y acumulativa no se va de sí, a veces se quiere caracterizar la positividad que implica la proliferación en tanto heterogénesis en la misma utilizando para nombrarla la palabra ‘multitud’, pero se trata en definitiva de lo mismo, solo, que se reconoce un esfuerzo por superar los estrictos reduccionismos capitalísticos como en el caso de Negri.
Estas ciencias desbordan este parámetro matrizal para ellas mismas y reinterpretan todo fenómeno como tal, es el proceso más corriente de cualquier saber disciplinar: lo virtual no es nada nuevo y es lo más nuevo a la vez. Llevan también la marca de su objeto, lo espectral de las imágenes que estudia, lo efímero de sus apariciones, desplazándose entre los restos de la representación moderna que ya no es más un espacio transparente de circulación, si alguna vez lo fue, pero que sigue siendo el entorno –ahora desmontado, agujereado, fisurado y evanescente- del pensar en tanto acontecimiento.
Parecería que el ámbito de las ciencias de la comunicación es especialmente sensible a poner en crisis esta manera de relacionamiento y construcción de conocimiento contemporáneo. Y es que la transdisciplina le vino dada en su nacimiento y la nostalgia por el eco de un pasado del que provienen sus gérmenes murmura la necesidad de una suerte de unidad perdida. Mientras en otros ámbitos intelectuales la transdisciplinariedad se bate a duelo con arcaísmos y dogmatismos de toda índole, en las ciencias de la comunicación se vive en ella y se la padece. Quizá se trate de explicitar lo latente, de gestionar un proceso que ya está instalado; no lo sabemos, se necesita seguir investigando al respecto.

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