Los muros ante la diversidad. Ensayo crítico sobre la experiencia de la comunidad armenia en el Uruguay.

© Materiales del naufragio; eduardoalvarezpedrosian.blogspot.com, 2007.


Este ensayo se presentó y obtuvo el primer premio compartido del concurso literario organizado en ocasión de los festejos por los veinticinco años del colegio y liceo Nubarian-Alex Manougian, de la Unión General Armenia de Beneficencia, diciembre de 1998, Montevideo.









Indice
Quién hablará de qué.
Vida o muerte. Lo eterno es el cambio.
Desde dentro y desde fuera.




La gente llegaba al puerto casi con lo que llevaban puesto. En medio del bullicio, algunos gritos en idioma armenio. Los paisanos se reagrupaban, habiendo llegado a Montevideo en distintos momentos, proviniendo de diversas zonas. Algo los unía; una misma cultura y la experiencia del horror.

En estas páginas trataré de plasmar una de las tantas miradas que sobre la comunidad armenia pueden proyectarse. Pero es una mirada en particular, con un lente específico, a determinada amplitud de diafragma, enfocando específicas imágenes. Lo que motiva esta elecciones tienen que ver directamente con mi experiencia como integrante de la colectividad, y como alumno de la institución que festeja hoy veinticinco años de vida. Relatos de los más viejos de la familia, se entremezclan en una masa difusa de recuerdos e ideas. Los años en el colegio, en la colectividad, historias y mitos transmitidos, mi viaje en la Armenia de hoy, y en el encuentro de dichas experiencias con todo el bagaje de inquietudes, expectativas y deseos. El fuerte choque que a uno le provoca estar en lugares que los viene conociendo en fotos y discursos desde los seis años de vida.

El resultado de una experiencia tal, una vivencia de este tipo, son marcas que definen al ser de una manera por demás especial. Especial por el contraluz que uno empieza a percibir. Sin dudas, la mirada que como personas compartimos muchos de los ex-alumnos del colegio, posee rasgos característicos. Uno de ellos es la capacidad de poder extrañarnos, alejarnos aunque sea un poco del medio en el cual vivimos, y poder mirar desde otro lado. Y más aún, poder mirar hacia atrás, y ver, en los ojos de esos primeros inmigrantes que llegaron e hicieron a esta colectividad, una inquietud. Estamos aniquilando, diseminando toda la fuerza inicial, toda la energía vital de nuestros antepasados. Ellos nos miran desde esas fotos descoloridas y nos preguntan sobre lo que hemos hecho de la colectividad en estos años.


Quién hablará de qué.

Es indudable la crisis en la que se encuentra hoy la colectividad armenia en nuestro país. La crisis en sí no es el problema, ya que podemos enriquecernos de ésta. El problema radica en que nos encontramos ante la posible desaparición, y ello debido a nosotros mismos. No hemos sabido capturar el denso equipaje que sí traían nuestros viejos. Porque si con algo llegaron estos armenios fue con una riqueza y amor por la diversidad y comunicación entre culturas, entre gentes de tan diversos orígenes. Y si en este momento sentimos esa mirada casi angustiada que desde el "antes" se viene en el "ahora", no es por otra razón que por un amor, por lo poco de ese amor, que por la cultura armenia subsiste en nosotros, más allá del aniquilamiento del que a venido siendo víctima.

Lo que no parece entenderse, es que sin personas, una "armenidad" es impensable. Que sin personas que sientan la intensa necesidad de expresarse y luchar, el genocidio no existiría. Pues, qué es en definitiva el genocidio sino una reactualización de un hecho por parte de otras personas. Quién hablará de qué, cuando no existan personas que se sientan armenias en nuestro país, quién despertará el recuerdo que el genocidio, quién buscará justicia.

En estos momentos, es más necesario plantearse esta cuestión: cómo puede sobrevivir una colectividad en una sociedad más amplia. Cómo seguir siendo en cierta forma armenio, uruguayo y cuanto más se quiera. La interminablemente repetida "causa armenia" sólo puede existir si es "causa" para alguien.
Cualquier aspecto, cualquier termómetro que querramos escoger, nos dará cuenta del camino que nuestra colectividad hoy transita. La producción cultural es casi inexistente, las matrículas escolares, liceales y de los tradicionales clubes no cesa de bajar. Y de todo esto sólo somos culpables nosotros mismos. Nuestros viejos escaparon del horror, trataron de mantener viva una cultura milenaria a pesar de lo vivido. Nosotros, oficiamos también de genocidas; genocidas culturales.


Vida o muerte. Lo eterno es el cambio.

Mucho se discute acerca de cuál puede ser el aporte que la gran diáspora puede hacerle a la Armenia independiente. Pero nadie se cuestiona sobre el tipo de colectividad necesaria para ello. Cómo pensar en los que se encuentran en Transcaucasia sin pensar primero en cómo debemos operar nosotros. Este error, se funda profundamente en una equivocada noción de lo que es "la cultura", y de lo que debe ser "lo armenio". Al mismo tiempo que sentimos la frustración de no aportar en nada para la solidificación de un país difícilmente independiente, vemos como la colectividad de nuestro país se va esfumando.

Una vieja leyenda romana, cuenta, que dentro de un grupo de prisioneros provenientes de varios grupos étnicos, de dentro y fuera del imperio, los soldados romanos no tuvieron dudas en reconocer cuáles eran los armenios. Eran quiénes constantemente procuraban de que el fuego en el campamento nunca se apagara. ¿Cómo poder entender la permanencia de una cultura por tantos milenios, una cultura que ha sabido de asirios como de sovietizaciones y globalización? La cultura armenia ha sabido mantenerse activa por tantos milenios gracias a su plasticidad; gracias a la capacidad de adaptarse en los contextos en los que se la ha situado. Siempre ha existido un grupo de gente comunicándose (en todo sentido) dentro de una trama de significaciones reconocible como "cultura armenia". Lo que no se le permite aquí en Uruguay a la cultura armenia, es justamente su capacidad de adaptación, su capacidad de mutar. Se le quita lo más importante, su carácter universal en ese sentido, el de poder ser en la heterogeneidad; el de poder mutar y seguir siendo. Esto ocurre aquí y en este momento, cuando se la cristaliza, se la enfría. La cultura armenia es así formalizada, reducida a un grupo de reglas de oro a seguir.

Los efectos de ello son visibles. Para los jóvenes de todas la generaciones, la cultura se les aparece como algo inoperante, como decimos nosotros, "desubicada". Es evidente, se vive una incompatibilidad enorme entre lo que quieren que sea para nosotros el ser armenio, y la vida cotidiana en nuestro Montevideo de fin de siglo. Esto se debe que al cristalizarla, congelarla en un tiempo (podríamos decir) mítico, se ha cortado la relación, los movimientos de flujos entre la cultura armenia y la vida; con lo que todos experimentamos en nuestras propias vidas; quienes en definitiva hacemos posible que ella exista, que hablemos como ahora lo hacemos sobre ella.

Y es que se niegan las transacciones, los contactos, es decir, la diversidad. Quizá por miedo, quizá por un mínimos de poder (absurdo por cierto). Es como si cerráramos las membranas de una célula y no dejáramos que el oxígeno entrara desde fuera. Es así como se extingue a una cultura, negando la comunicación intercultural. Mucho más acuciante es ello en nuestro caso, cuando somos una colectividad inmersa dentro de otras tramas y conviviendo con otros de diversos trayectos. Cerrar las puertas implica negar la diversidad y negarse a uno mismo. Esto lo tuvieron muy claro nuestros antepasados, y sobre ello es que nos interpelan. Mucho se había aprendido en la lejana Cilicia, con su carácter caleidoscópico, similar a su hermana en experiencia que es Andalucía, pero con otros colores, otras formas históricas. Ellos sí tuvieron claro que una cultura no es un conjunto de leyes, una constitución; no hay en ella reglas que respetar y policías que controlen. La cultura no es un contrato social. Es sí una forma, una acumulación de experiencias sobre la forma de ver las cosas. Es un sistema vivo en el cual vivir; dentro, nadando en ella. Por ello, debemos dejar que la cultura armenia nos adopte en lo que efectivamente somos, sudacas muy particulares. Ya que en realidad, no estamos dentro de ella. La cultura armenia quiere que seamos sus hijos, mostrarnos el mundo como lo hace una madre, contarnos historias viejísimas, hacernos conocer la especial sensualidad de la piedra, las curvas y las campanas, el violento curso de los ríos repletos de música. No son necesarios los mismos paisajes para sentir algo aquí, y es imposible querer recrearlos. Ello implica involucrarse en una empresa (en la cual la colectividad se encuentra hoy) que de por sí conlleva un fracaso. Y es porque ser armenio no es igual para todos. Cada uno debe encontrar su Armenia. Para ello es necesario que una colectividad como la nuestra, permita una comunicación más que fluida entre la gente, entre los niños, con la cultura armenia, localizándola en este lugar y no en otros.

El gran dilema "existencialista" del que muchos ex-alumnos del colegio somos portadores (¿quién soy? ¿armenio, uruguayo...?) es producto de esta mentalidad en la cual la cultura armenia es plegada sobre sí misma y convertida en una legislación. El caso, es que no se deja de-ser una cosa por otra, ambas y aún más formas identitarias pueden convivir en nosotros. El punto es, que deben dialogar en nosotros, y el papel que una institución como el colegio debe procurar en estos casos es el de maximizar lo más que se pueda dicha comunicación intercultural con unas bases sólidas. Desde las actividades hasta los planes de enseñanza.

Las culturas pueden cotejarse en una sola persona, y en lo posible, en un grupo de ellas, en una comunidad. Y ello es justamente lo que puede ser su riqueza, y su aporte al resto de la experiencia humana. Un encuentro fértil como éste será inolvidable; similar a muchos de los que se han dado a lo largo de la historia del mundo. Cuando había paz; cuando los negocios armenios y griegos cerraban sus puertas en el Ramadam musulmán, acompañando a sus vecinos en los festejos.

Podríamos ser nosotros los dichosos de vivir una relación amorosa como esa. Debemos promover el diálogo entre lo armenio y lo que nos toca vivir aquí como uruguayos, y mucho más. Debemos permitir que todas nuestras fuentes, nuestras maneras, se estimulen entre sí, se indaguen, se seduzcan, se enamoren en nosotros. Tenemos la fabulosa capacidad de extrañarnos de ambas culturas, ya que siempre podemos mirar a la distancia. Desde el uruguayo extremo (ideal por cierto) al armenio que llevamos dentro, o desde la visión que nos proporciona nuestra "armenidad" pura (también ideal) mirando a la uruguaya. Ambas purezas no existen evidentemente, pero lo que si es real es la posibilidad en nosotros, de varias distancias. Por ello debemos sentirnos dichosos, podemos ser "críticos", y por ello "ricos". Podríamos ser máquinas de intereses, de inquietudes gracias a la invalorable riqueza que coexistiría en nosotros. Podemos ser respetuosos del otro, del diferente, de las diferencias. Ser los acérrimos enemigos del racismo, de la intolerancia, de la violencia del tipo que sea.

Parecería que nos alardeáramos del título que llevamos en nuestras espaldas: "Primer Genocidio del siglo XX". Ello es casi enfermizo. "Siglo", no es otra cosa que una convención temporal, "primer" es algo así como un título ganado en un concurso, olvidándonos de la barbarie que ello implica. Tendríamos que ser los enemigos de cualquier forma genocida, antes y después de la que nos ha tocado experimentar. La voz de la armenidad mundial debe resonar cuando se atenta contra cualquier forma humana sea en Ruanda, el Kurdistán, o el Tíbet. No debemos olvidar, que nuestro país, Uruguay, no es aquel paraíso que el mismo discurso institucional que legisla a la cultura armenia ha construido: el país que le abrió los brazos a nuestros antepasados, tierra de paz y respeto. Esta tierra, también ha sabido vivir horrores. Si se habla con propiedad, del Estado turco como genocida, deberíamos nosotros hacer lo mismo con el uruguayo. En nuestro país no hay indígenas, ¿a qué se debe ello? A que los planes, similares a los que para en nuestro caso Kemal Atatur elaborara, aquí fueron consumados implacablemente. Otra instancia de dolor, fue el régimen militar, con sus torturas y desapariciones. ¿Los armenios han dicho algo al respecto? Algunos sí, algunos fueron encarcelados. Pero como unidad, los armenios no han sido capaces de mantener una posición sólida frente a estas dos formas genocidas en nuestro país. Más aún, han peleado entre sí, se han dividido, se han acusado y han entregado a sus hermanos.

Nos encontramos repletos de recuerdos acerca de los famosos picnics que nuestra colectividad realizaba en muchos parques de nuestra ciudad. Salidas repletas de comida picante, grandes partidas tablí, gurises en las hamacas de telas casi gitanas, y el sonido de tmbugs y ouds intercalados con algunos tangos. Estas experiencias se encuentran estampadas como las propias fotografías. Esa fuerza, energía vital, reacción casi atómica contra la acción genocida se ha disipado a lo largo de las generaciones. Ello es resultado directo del enfriamiento al que hacíamos referencia. La cultura armenia es convertida así en un dogma, convirtiendo a todo aquel que quiera ser en ella, en un prisionero. La cultura se presenta así como una prisión. ¡Pobre de ella, tan ágil, tan milenariamente experimentada! Y hoy a fines de siglo, nos hallamos en pleno proceso de abarrotamiento, cerrando cada vez más el gheto y cortando toda vía de intercambio. De a poco el aire viciado del encierro aleja a todos nosotros.

El intercambio al que nos referimos no es otra cosa que una instancia de comunicación verdaderamente abierta, fluida. Es decir, una traducción. Porque si es cierto que existen muchísimos aspectos de lo armenio que son sólo aprendibles para los armenios, ello no quiere decir que se tenga que vivir ensimismado en una cultura cualquiera fuese. Siempre se está en contacto con el otro cultural. Más aún, de ello nos enriquecemos. Y más aún, esto sucede a nivel personal, entre cada uno de nosotros, con los demás y con uno mismo sobre sí mismo. Siempre tratamos de interpretar lo que nos viene de afuera y desde dentro, de eso se trata.


Desde dentro y desde fuera.

Para que podamos interpretarnos sin discriminación y revitalizarnos en ello, debemos empezar por dentro. Y es que, bajo el rótulo de "armenio", se encubren grandes diferencias internas. Esta anulación de la paleta de colores que implica por sí la cultura armenia ha sido homogeneizada por el discurso que mueve a nuestra colectividad. En nuestro caso, nuevamente, esto es fatal. Esta fatalidad se funda en el hecho de que la inmensa mayoría de los que integramos las colectividades en el mundo, la "gran diáspora", son descendientes de cilicianos. Cilicia, indudablemente, poseía su particularismo, que lo diferenciaba de las otras regiones de armenios. En los rasgos, los más formales, los más visible, podemos ver degustar o escuchar estas diferencias, de lo que hoy llamamos Armenia. Y es que parte de la confusión, paradójica, que envuelve a muchas generaciones tiene parte de sus raíces en esto. Tratamos de conocer y nos enseñan a la cultura armenia en nuestros hogares como cilicianos, y chocamos violentamente frente a una propuesta que niega aquello en las instituciones como el colegio. Sitios históricos en Ereván, leyendas de Urartú, Sardarabad... De la Edad Media en Cilicia, de cómo era Adaná, Seitún, o Marash, nunca tuvimos noticias en nuestra enseñanza curricular. Eso era "Armenia Histórica"; pasado. Sólo aparece en nuestra memoria como aquellos territorios reivindicados en tratados, convenciones u otras instancias diplomáticas internacionales. Se nos enseñó a pedir por aquellos territorios, no por aquella cultura. Cómo si por la pérdida de tierra se borrara de la faz de la tierra una cultura. Existen ejemplos de naciones, que sin dejar de considerarse como una no pudo renegar de sus distinciones internas. Y es porque estas diferencias internas son las que movilizan a estas naciones desde dentro. Los judíos, con sus grandes variantes (sefardí, rusos, alemanes, de Palestina...) son un ejemplo de ello. Nuestra actitud es algo así como si los judíos renegaran de un Freud o un Kafka. Es como si renegáramos de William Saroian. Esto ocurre entre nosotros, renegamos (o quieren que reneguemos) de nuestros gustos, enseñados en el seno familiar, por la música oriental de corte árabe o turco, de nuestro Mediterráneo, de nuestras raíces más genuinas; todo lo que compartimos con Saroian.

Ello aún se complica más, cuando se trata de olvidar la propia historia de nuestra colectividad. Cuando no se quiere hablar de que alguna vez Radio Armenia emitía música concretamente turca en sus comienzos, allá por la década del '30; en que efectivamente hablamos otra forma del armenio, en que la Iglesia es otra, etcétera. Y si a esto le agregamos que tampoco tuvimos una versión directa de lo que hoy es la Armenia independiente, logramos plasmar la contradicción paradojal en la que nos encontramos. Sobre la sovietización de algunos armenios, de aquellos a los que nos hacían ver como "los armenios", accedimos a una versión muy distorsionada. Nunca olvidaré las dudas, las absurdas situaciones, en las que la colectividad se encontraba y despertaba en sus miembros, como la que se dio en relación a los presuntos emblemas nacionales. Durante años, ninguna institución izó la bandera de la R.S.S. Armenia; salvo el caso de una, pero por razones puramente políticas. Y es que se nos encubría, que en toda institución, existía un fuerte componente político. Aquel, que hacía que los armenios se dividieran en todo el mundo, en todas las colectividades, y se jugaran malas pasadas entre sí, desde dentro. El caso de los símbolos nacionales, no es para nada anecdótico. Es importante desde el momento en que pensamos que ellos, son o deberían ser, los emblemas de la nación a la que se pretende hacer adhesión. Nos aferramos a un sentimiento patriótico embaucador; negándose las propias raíces de nuestra colectividad, al mismo tiempo que se transfiguraban los elementos identitario a los cuales tendríamos, a fuerza de simplismos, que identificarnos.

Unirnos, como las pajas de la leyenda china, no debe implicar el reducirnos, simplificarnos a nosotros mismos, en nuestro interior. El compartir, el poder vivir juntos, debe proporcionarnos felicidad a todos, goce. Y si en estas páginas se asoman sentimientos de angustias y tristezas, es porque muchos de nosotros, cada día más, somos algo así como huérfanos culturales, y aún más, lamentando la muerte de algo que ni siquiera existió.

¿Por qué ocurre esto? ¿Por qué la cultura no está, por qué no estamos en la cultura? Y es que, la comunidad no es para nada algo liso. Y en definitiva, ¿qué es la colectividad? ¿Un grupo de gente que se mantiene unida por...?; ¿y con qué fin?; ¿no son armenios los que no participan de actividades deportivas o grandes comilonas? La colectividad, esa forma institucional que agrupa, por definición, también segrega. Y es porque ella, funciona como un aparato de poder. Por ende, existen relaciones de poder, jerarquías; existen mecanismos de poder en estas relaciones; existen formas de justificar ese poder y mantenerlo; existen formas de represión.

Este sistema, es el sistema carcelario, el cual ha convertido en cárcel a lo que llamamos "cultura armenia". Pero no es una cárcel material, física, es un aparato, unas relaciones de "fuerza", que gobiernan las relaciones y definen a la colectividad; juzgan qué es y qué no es armenio, quién es y quién no es armenio, etcétera.

Este sistema funciona en base a la fragmentación de intereses, en la lucha por toda anomalía, por aquello que se salga. Diría que William Saroian no es un "armenio", si seguimos su lógica. Los muros no sólo están en Berlín; este sistema, fue el que construyó todos los muros dentro de nuestra armenidad. No sólo hacia el exterior, y no tampoco ante cualquier interior. Evidentemente que, los lugares donde este poder se encuentre a gusto no va a representar para él un peligro. Los muros que nos cierran, son similares a aquellos que nos dividen desde dentro. No puedo evitar sentir repulsión, ante el recuerdo de aquel muro que separa los dos colegios, que lo viví por doce años, y que sigue estando allí. Hay personas que ofician de carceleros de esta prisión. Es increíble, que exista ser humano tal, que pueda buscarse en esa actividad. Espacios oscuros, desoxigenados... En definitiva, es un buen lugar para aquél o aquélla que aborrezca de la diversidad, del diferente, de la gente. Es un buen lugar para aquél o aquélla que sienta asco o temor ante otro que no esté dentro del gheto. De esta forma, el sistema funciona gracias a "mediocres", que son algo así como "frígidos culturales". De ellos, jamás saldrán expectativas ni disposiciones ante la necesidad de fortalecer la cultura armenia en base al respeto de las diferencias, desarrollo de todos los elementos que la caracteriza libremente, y el intercambio absolutamente fluido y necesario.

Esto es a lo único que podemos echarle mano si queremos ser una comunidad de armenios en el Uruguay para el siglo XXI. Si una persona puede bloquear su mente, nuestra comunidad padece de algo similar pero a escala psicosocial. Muros y más muros; tengamos en claro, que el poder está entre nosotros.

Sólo nutriéndonos de todo lo que podamos, siendo conscientes y manipulando nuestra experiencia, es que podemos pensar en un aporte para Armenia independiente. Aporte que en esta situación, cuando el país se abre al mundo y es chupado por el orden mundial, es necesario. Esta experiencia, podemos compartirla con nuestros hermanos, y allí radica el mayor aporte. Armenia hoy corre un grave peligro gracias a la entrada avasallante del mundo de los McDonalds y las colas, del tráfico de drogas y la economía de mercado.

Aquí puede estar nuestro mayor aporte, el realmente necesario. No necesitamos solamente procurar dinero, y menos utilizar esas oportunidades para soberbiar ante el resto mientras dicen nuestros nombres y cantidad de dinero adjunto. Replantearnos nuestro lugar, el tipo de relación que hay entre todos nosotros, con el afuera, etcétera, desde un respeto y ansia por sacarle el mayor provecho posible a lo que nos toca vivir. Esto queda muy claro, se plasma en uno, cuando presencia un veinticuatro de abril en Ereván. Así, como cuando los armenios de allá reafirman la vida cuando los toca la muerte, aquí no podemos hacer menos. No más divisiones, no más violentas simplificaciones; dejad ser en la diferencia y nutrirse de ella. Sólo así puede vivir una comunidad extranjera y puede representar un reservorio de riqueza incalculable. Ojalá pueda contarle a mis hijos sobre la cultura armenia, pero aún mejor, ojalá que puedan conocerla y ser también sus hijos, ojalá.

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