Nuestra casa es el mundo. La uruguayidad en el contexto de la mundialización de las culturas





 




Álvarez Pedrosian, E. (2012) "Nuestra casa es el mundo. La uruguayidad en el contexto de la mundialización de las culturas", en La inserción internacional del Uruguay. Un enfoque interdisciplinario. Café y Tertulia, Colección 1|11, Espacio Interdisciplinario-Universidad de la República, Montevideo, pp. 43-55.

Tertulia completa en audio (UniRadio): http://www.uniradio.edu.uy/?p=3377



 
1 La perspectiva de las ciencias humanas y sociales y el análisis de los procesos de subjetivación

La identidad como proceso múltiple en devenir
Nuestro interés es presentar la problemática de la inserción internacional del Uruguay desde el punto de vista de la confluencia de las ciencias humanas y sociales en lo que refiere al estudio de las prácticas y maneras de hacer que definen a su vez formas de ser, es decir procesos de subjetivación (Guattari, 1990). En este sentido, más que referirnos a la inserción de una entidad abstracta y acabada en sí misma que podríamos llamar “Uruguay” (el Estado, la Sociedad, la Cultura, etcétera) nos centraremos en la “uruguayidad”, como el complejo múltiple de procesos de subjetivación que afectan a quienes se consideran a sí mismos y son considerados por los demás como uruguayos (Álvarez Pedrosian, 2008). En tal sentido, en vez de pensar en la internacionalización como una esfera general donde coexisten dichas entidades formales (la realidad como si fuera una Asamblea de la ONU o como un mercado formado por empresas), tomaremos en cuenta el conjunto de fenómenos que han sido conceptualizados como “mundialización” de las culturas (Ortiz, 2004), y más en general de aquellos procesos de subjetivación antes mencionados. Por tanto, más que de la internacionalización del Uruguay, necesitamos pensar en la transculturación de la uruguayidad como la forma de comprender cabalmente el contexto contemporáneo en el cual nos encontramos inmersos, a veces en nombre de ciertas instituciones más o menos formalizadas, otras desde la historia de vida y las vivencias de cada uno de quienes van y vienen, conforman una diáspora en otra parte del mundo, etcétera.
 
Una mirada holística
Todo lo anterior nos permite pensar en lo que pasa con nosotros, seres humanos concretos, atravesados por innumerables condicionamientos y determinaciones, pero también capacitados por la creatividad y la innovación que nos permite transformar el mundo en que vivimos y al que colaboramos a construir. Una mirada integradora, que trate de dar cuenta de los variados aspectos y fenómenos de la experiencia humana es lo que denominamos “holismo”, términos griego que significa un tipo de totalidad y ha tenido una variedad de usos en los ámbitos científicos y filosóficos a lo largo de los siglos (Ferrater Mora, 1999). La misma no es necesariamente cerrada, aquí la pensamos como una síntesis siempre parcial, abierta. Esto nos permite alcanzar a plantearnos la cuestión buscando articular lo cultural, social, económico, político, comunicacional, en fin todo aquello que artificialmente estamos acostumbrados a separar cuando en los hechos se dan en forma conjunta. Las diferentes formas de ser que se identifican con lo uruguayo involucran todas estas esferas para nada aisladas, y nuestra mirada debe considerar las formas en que las mismas se relacionan y nunca intentar analizar, por ejemplo, lo que hacemos en términos estrictamente comerciales sin tomar en cuenta qué sentidos y valores le otorgamos al comercio, a las formas de intercambio, a cómo concebimos todo ello y las prácticas que tradicionalmente hemos venido llevando a cabo. De lo contrario no entenderemos qué es lo que estamos haciendo y por dónde realizar las transformaciones que pretendemos como las más positivas para la mejora de la calidad de vida de todos los involucrados.
 

2 Una breve historia y su reciente aceleración

En tal sentido, debemos tomar en cuenta que toda configuración subjetiva está conformada por variados modelos y matrices que históricamente van configurándose, a veces en forma solapada, otras siendo removidas y actualizándose a cada paso. Entre la permanencia y el cambio, la tradición y la transformación, somos herederos y agentes de creación de estas maneras de ser según prácticas bien específicas. Desde la teoría de la interpretación (hermenéutica) se hace alusión a la imagen del palimpsesto, aquellos manuscritos medievales que eran reutilizados pero donde quedaban huellas de los usos pasados y eran reinterpretados en busca de su dilucidación. El pasado está presente, es el presente, por lo que la uruguayidad en tanto complejo de múltiples procesos está constituida por elementos de variadas procedencias históricas, algunos más recientes, otros más antiguos, algunos más alterados y otros menos. De esta manera podemos ver cómo existe una “historia cultural” hecha de matrices, determinaciones y creaciones de nuestro “país frontera”. A continuación vamos a identificar muy grosso modo algunos de estos componentes que ya hemos cartografiado en otra ocasión (Álvarez Pedrosian, 2008).
Una primera capa arqueológica la ubicamos como el trasfondo criollo, emergido en los momentos de la Colonia, la emancipación y conformación de la sociedad local en la mezcla de aquello que quedó de las poblaciones originarias y los colonizadores y primeros y escasos inmigrantes. De dicha matriz nos ha quedado ese espíritu federalista y la noción de región, “pago” que nos articula más allá de fronteras nacionales, algo tan actual en nuestros tiempos de integración regional. Pero también tenemos que seguir trabajando cierta orfandad y desvalorización que parece vigente y nos restringe en nuestros esfuerzos de transformarnos en algo mejor, en tanto que restos de toda forma de colonialismo.
Una segunda matriz de configuraciones culturales, políticas, sociales, económicas… es decir de procesos de subjetivación, está dada por la modernidad batllista. De las transformaciones generadas a principios del siglo XX y desde allí la conformación de un poderoso imaginario social, mitologías y sistemas de valores, hemos heredado mucho. Un sentir democrático y democratizador, el vanguardismo y cosmopolitismo que han caracterizado a la uruguayidad a lo largo del siglo pasado, también se desarrollaron junto a cierto paternalismo estatista y de fuerte sustento positivista, desde el cual se pueden rastrear, por ejemplo, la tendencia a homogeneizar las diferencias, esconder las desigualdades y negar la diversidad, todo lo cual es necesario superar para lograr una potenciación de nuestras fuerzas productivas en todo sentido.
Posteriormente, la crisis y caída de la “República Modelo” que se había erigido desde dicha configuración, dio paso a una “generación crítica”, que calara hondo en sectores intelectuales y literarios, y que a través de los medios de comunicación especialmente escritos se extendiera y tiñera una vez más a la uruguayidad de un nuevo tono. Esta vez el valor de la duda, el pensamiento utópico y la subversión de la razón, también implicaron disposiciones y actitudes tendientes a la inacción, fruto del mismo racionalismo en su cara inconformista. Nuevamente las formas culturales identificadas con lo uruguayo recalaban en imágenes como las del “País Petiso”, expresando un sentimiento de desamparo y exclusión frente a un mundo visto como ajeno y lejano.
Para muchos autores, hemos pasado “de crisis en crisis” desde 1933 con la “Dictablanda” de Terra, siendo la última dictadura cívico-militar (1973-1985) el más reciente mojón al respecto (Trigo, 1997), el que puso definitivamente el tela de juicio el carácter “amortiguador” de las relaciones sociales modernas (Real de Azúa, 1984), que si bien nunca lo fueron del todo, sí operaron en los tipos ideales fomentados por las instituciones. Las formas más sombrías se hicieron carne allí: el miedo generalizado, la fragmentación de los lazos sociales, el fomento del individualismo, abonó el terreno como para que décadas después las formas neoliberales se instalaran finalmente (Rico, 2004). La crisis económica centrada en 2002 también lo fue desde el punto de vista psicosocial y cultural. Los efectos de la máquina fascista alimentada por el miedo y la desesperanza, se vieron cristalizadas en una pobreza estructural que aún hoy no hemos podido desactivar. Los dilemas actuales responden a todas estas herencias, y en especial a las provenientes de estos últimos procesos: cómo hacemos para integrar lo desintegrado, para superar efectivamente la gran fragmentación social y desigualdad que se reproduce entre nosotros, en una sociedad donde la pobreza tiene rostro de niño y mujer. Mientras todo esto sucede, el planeta en su conjunto experimenta una aceleración del tiempo y una interconexión cada vez más densa.


3 El contexto de mundialización de las culturas
 
           Si nunca existieron identidades cerradas, el contexto contemporáneo no deja lugar para tales ilusiones. Ninguna configuración cultural y social estuvo aislada, más allá de que ciertamente han existido diferentes temporalidades y espacialidades: más lentas o más veloces, más distantes o más cercanas. Si analizamos cualquier forma humana de existencia como las nuestras, nos encontraremos que todo “adentro” está hecho de elementos presentes en el “afuera”, y en tal sentido, en el fondo, todo está conectado en una gran red o rizoma de vinculaciones. Esto no niega que se generen, como efectos, diferentes versiones de identidades específicas, síntesis parciales que se presentan como totalidades en sí mismas. Pero una cosa no niega la otra: lo importa es alcanzar a comprender lo complejo y múltiple que son las cosas, incluidos nosotros mismos, y cómo nada es excluyente.
           Es así que nos encontramos con situaciones de multi-culturalidad –tan conocidas para el caso de la uruguayidad por el aluvión inmigratorio de la primera mitad del siglo XX y las colectividades generadas desde entonces (Arocena y Aguiar, 2007), así como de inter y trans-culturalismo (Álvarez Pedrosian, 2009), dimensiones y aspectos donde se mantienen diferencias y repliegues sobre sí y otras de atravesamiento que dan origen a nuevas configuraciones del mismo tipo y de otros. En tal sentido, siempre han existido diferentes procesos de agrupamientos y conectividades: desde las revoluciones prehistóricas como la neolítica, pasando por las grandes civilizaciones antiguas en el Viejo Mundo, o las existentes en la América previa a la conquista europea (Boas, 1964). Por eso el término “globalización” no parece muy eficaz para dar cuenta de los fenómenos contemporáneos: como redes que se tejen y se tienden sobre diversas extensiones y agrupando elementos, la expansión del helenismo con las conquistas de Alejandro Magno desde el Mar Egeo hasta el corazón del Asia Central, o los caminos que atravesaban el Tahuantinsuyo incaico, siempre han existido comunicaciones entre formas diferentes, y junto al comercio de bienes materiales, alimentos y manufacturas iban las ideas, los inventos, costumbres y estilos de vida, y con todo ello formas de ser en tránsito (Clifford, 1999).
La situación paradojal que tenemos ante nosotros y que pone en jaque la genuina articulación de lo que llamamos sociedad uruguaya en el mundo contemporáneo, es algo que ya pensadores como Marx y Engels habían puesto sobre la mesa a fines del siglo XIX: existen semejanzas y diferencias que atraviesan las formas que idealmente definen los límites entre naciones, haciendo que ciertos sectores de una y otra sociedad se encuentren más cerca que lo que están otros sectores de las mismas sociedades pero que se distinguen por la desigualdad en sus condiciones de vida. Y es que el “otro” es definido de diferentes formas: por la diversidad, la diferencia o la desigualdad (Boivin, Rosato, Arribas, 1998). Antes hablábamos de clases sociales, las mismas no han desaparecido, pero es cierto que se han desdibujado. En las últimas décadas el capitalismo en su fase de mundialización integral ha alcanzado a cubrir con sus redes todo el planeta, en diferentes densidades e intensidades (Guattari, 1990; Wallerstein, 2004). Junto a ello, la pobreza y miseria de ha multiplicado, y la brecha entre las antiguas clases se ve polarizada entre lo que comúnmente se denomina como “incluidos” y “excluidos”, o mejor aún “integrados y desintegrados”. Estos términos tienen que ver con el sistema capitalista, pues en otros muchos aspectos quienes se encuentran fuera de las redes de producción, distribución y consumo del sistema hegemónico lo están dentro en otras formas, y de alguna u otra manera se ven conectados al mismo, siempre en el peor de los lugares posibles. Nuestra región a escala planetaria, América Latina, es la más desigual de todas, y la sociedad uruguaya ha visto un proceso de acercamiento a las otras sociedades vecinas en tal sentido, se ha integrado paradójicamente al conjunto de las sociedades menos integradas.
Nos parece que la búsqueda de una mayor y mejor presencia de lo que los uruguayos hacen y son en el contexto contemporáneo de mundialización de las culturas y los procesos de subjetivación, tienen que acompañarse de una reintegración y creación de nuevas formas de comunicación hacia lo que a veces ingenuamente se considera como un interior puro y simple. De nada sirve, o peor aún, es muy perjudicial, tener sectores de la sociedad experimentando la fascinación de la interconexión a escala planetaria, disfrutando de los encuentros heterogéneos provocados por la movilidad de sujetos y objetos, de ideas y todo tipo de creaciones humanas, cuando a tan solo unos cientos de metros y unos minutos de distancia la brecha se va acentuando cada vez más. Las nuevas tecnologías de la información y la comunicación nos brindan herramientas de una gran potencialidad para innovar al respecto, pero se hace necesario que adoptemos políticas específicas y desarrollemos prácticas y haceres que modifiquen aquellas configuraciones subjetivas donde se condena a algunos a sobrevivir como puedan. De lo contrario, el Uruguay como marca, como consorcio empresarial, puede ser que logre crecer y vender cada vez más por todo el mundo, pero los uruguayos irán indefectiblemente enfrentándose en un contexto de desigualdad que ser hará por ello mismo cada vez más intolerable.

Referencias bibliográficas
Álvarez Pedrosian, E. (2008) “Cartografías de la uruguayidad”, en RELEA, N° 27: Perspectivas interculturales de América Latina. Carnavalización, mestizaje y heterogeneidad. CIPOST-UCV, enero-junio, Caracas, pp. 109-128.
— (2009) “Sobre carabelas y pateras. Reflexiones desde un contrafestejo de la comunidad afro en Barcelona”, en Rasner, J. (comp.) La comunicación en la era de la mundialización de las culturas. Exploraciones transdisciplinarias. CSIC-UdelaR, Montevideo, pp. 141-145.
Arocena, F. Aguiar, S. (edits.) (2007) Multiculturalismo en Uruguay. Trilce, Montevideo.
Boas, F. (1964) Cuestiones fundamentales de antropología cultural. Solar, Buenos Aires.
Boivin, M. Rosato, A. Arribas, V. (1998) Constructores de otredad. Eudeba, Buenos Aires.
Clifford, J. (1999) Itinerarios transculturales. Gedisa, Barcelona.
Ferrater Mora, J. (1999) Diccionario de Filosofía. Ariel, Barcelona.
Guattari, F. (1990) Las tres ecologías. Pre-textos, Valencia.
Ortiz, R. (2004) Mundialización y cultura. Convenio Andrés Bello, Bogotá.
Real de Azúa, C. (1984) Uruguay, ¿una sociedad amortiguadora? CIESU-EBO, Montevideo.
Rico, Á. (2004) “La dictadura, hoy”, en Marchesi, A. Markarian, V. Rico, Á. Yaffé, J. (comps.) El presente de la dictadura. Estudios y reflexiones a 30 años del golpe de Estado en Uruguay. Trilce, Montevideo, pp. 222-230.
Trigo, A. (1997) ¿Cultura uruguaya o culturas linyeras? (Para una cartografía de la neomodernidad posuruguaya). Vintén, Montevideo.
Wallerstein, I. (2004) “El análisis de los sistema-mundo”, en Capitalismo histórico y movimientos antisistémicos. Akal, Madrid, pp. 134-150.

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