El arte de construir ciudad allí donde es más urgente




Álvarez Pedrosian, E. (2015). El arte de construir ciudad allí donde es más urgente. En Actas del Seminario Quince años, más de cien historias. Programa de Mejoramiento de Barrios Uruguay (106-117). Montevideo: PMB-MVOTMA - PNUD-ONU.





El arte de construir ciudad allí donde es más urgente


Eduardo Álvarez Pedrosian
Departamento de Ciencias Humanas y Sociales,
Instituto de Comunicación, FIC-Udelar.



Esta es una gran ocasión para participar de una reflexión colectiva riquísima sobre las cuestiones que hacen al manejo de la situación crítica en el hábitat y los habitares de aquellos uruguayos que se encuentran en las situaciones más precarias de existencia. Partimos, creo, de una misma serie de inquietudes y alguna certeza para el abordaje de estas cuestiones, tal como lo planteó Fernando Cabezudo, actual coordinador del PMB: el reconocimiento de la ciudad informal como una realidad de hecho con la que hay que dialogar en vez de negar, y su gestión de forma participativa desde y más allá de la cuestión de la materialidad como tradicionalmente se la piensa.
En nuestro caso participamos del Seminario como invitados a comentar la ponencia principal de Ma. José Álvarez Rivadulla, junto a Jack Couriel, y con ello cerrar el encuentro. La presentación principal fue una excelente síntesis de los momentos históricamente relevantes y el presente de las políticas públicas urbanas latinoamericanas, bajo la consigna de articular los conceptos de ciudad informal, política y segregación. En un capítulo particular, Montevideo es planteado como un caso extraordinario en tal contexto, fruto de una herencia de una extensa clase media y sus modos de habitar. Couriel enriqueció la reflexión compartiendo las líneas fuerza de su análisis del “Gran Montevideo”. La cuestión de la “ciudad intermedia”, definida por aquellas áreas con cierta homogeneidad de población de sectores socio-económicos medios, volvía a aparecer como relevante, esta vez, para la búsqueda de alternativas en un escenario de proyección inmediatamente próximo. A lo anterior debemos sumarle lo aportado por Patricia Palenque sobre la experiencia formalmente similar en Argentina, lo que nos dio un marco de comparación para dimensionar la cuestión en un contexto regional y más allá. Las diferentes de escalas y formas de la política urbana y habitacional, en relación a las sociedades y los procesos de subjetivación particulares, son la clave para afinar la comprensión de lo que sucede localmente. En ese sentido, intentamos compartir una problematización que pudiera contribuir para pensar y conocer las prácticas existentes en el universo donde actúa el Plan y otros similares.
Lo cierto es que en estos últimos quince años, desde 2004 más exactamente, podemos intentar extraer conocimiento sobre las principales tendencias y construcciones, el cambio de los pesos relativos, la composición de los elementos que hacen a las formas de habitar, los territorios, y sobre qué se sostiene una espacio-temporalidad específica, en lo relativo a la llamada ciudad informal, las terminales que han sido, son y/o seguirán siendo alguna vez borde, marca, límite, o umbral. Hay muchas formas de periferias y centros, además de fenómenos que no pueden reducirse a su polarización. Pero tampoco desaparece su existencia sin más. Lo más importante, es que tienen morfologías extremadamente variables, para nada limitadas a bandas o fajas continuas, como espaldas de la gran membrana que sería el borde del cuerpo de la ciudad. Los intersticios, los agujeros negros por donde puede fugar lo urbano, deconstruyéndose, volviendo a ser materia informal de innovación, precariedad, peligros y refugios, pueden salpicar antiguos cascos urbanos, barriadas precarizadas por un presente de abandono en relación a épocas pasadas de esplendor, o puede tomar la forma de zonas intermedias de elementos yuxtapuestos. Los accidentes geográficos, como las cuencas de los cursos de agua, suelen marcar en lo natural las dinámicas sociales de ocupación del territorio. Para el caso de Montevideo, efectivamente, los arroyos Pantanoso, Miguelete y Malvín son un claro ejemplo de ello. Las actividades de una serie de Planes como el PMB y Juntos, en lo relativo al departamento capitalino, se distribuyen con bastante concentración en tierras de estas. Ahora es momento de poder plantear una visión más amplia, tomando en cuenta la situación actual de la periferia montevideana, sus problemas en términos espacio-temporales y territoriales, en función de la mayor variedad de fuerzas que se encuentran presentes en la conformación de su realidad (habitantes, acciones de políticas públicas, efectos de los mercados y la conectividad con las otras zonas y sus territorios, etcétera).
En lo que será en esta ocasión nuestra escala más amplia del trabajo de campo, hemos intentado definir en otras oportunidades la cualidad principal del territorio montevideano de por lo menos estas últimas décadas: su disgregación. Algo que también podemos plantear a escala de todo el territorio uruguayo, en el contexto de otras regiones y dinámicas operando en ellas. El caso de Montevideo es muy singular, donde se concentra la mitad de la población total del país cercana a los 3 millones de habitantes. A lo largo de los corredores de tránsito, antiguos caminos que conectaban la ciudad colonial con diferentes enclaves de un territorio poco urbanizado, y encontrando en la franja costera una imponente concentración, la ciudad en tanto mancha territorial se ha venido expandiendo a razón de un 10% en las últimas cuatro décadas, mientras su cantidad de población se mantiene. Estos alejamientos de los elementos entre sí, donde la bajas densidades se expresan en el desplome de las centralidades, donde se dan constantes ocupaciones de nuevas tierras que por prístinas son más accesibles, implican tipos de habitar muy cercanos al de los colonos que se ven obligados a conquistar y fundar un territorio de existencia casi sin recursos.
Cuando esto mismo se da en las zonas más alejadas de las fronteras de la ciudad capital, se generan entornos de disgregación que contrariamente se concentran y densifican: son los territorios de la concentración de la pobreza. Algunos de ellos, como la zona de Casavalle, fueron constituidos como “depósitos espaciales”, donde se experimentó a principios de siglo XX con crear barrios jardines, pero no se apoyó ni se dieron otras circunstancias como para que ello prosperara y se fueron abaratando enormemente los predios. A su vez eran fraccionados por ello, y en una espiral negativa terminan siendo el sitio propicio para levantar complejos habitacionales de bajos costos, a lo largo de décadas de políticas dictatoriales primero y neoliberales en democracia después. A los barrios tradicionales y los complejos habitaciones de bajos costos, se le suman los asentamientos, el tipo de territorios que son objeto principal del PMB y que es donde se concentran la casi totalidad (sino la totalidad) de las intervenciones del Plan Juntos. Es fundamental comprender el nivel de articulación de los tres tipos de ciudad, de espacialidades y sus consecuentes habitares, al punto de plantearse la existencia de configuraciones que no pueden reducirse a ninguna de ellas. No se trata de tres tipos homólogos de entidades, de tres cosas iguales. Las dinámicas de implosión, desintegración y desterritorialización de los asentamientos, sus re-territorializaciones laberínticas, afectan otras territorialidades preexistentes, como las de complejos habitacionales de bajos costos, o actúan infiltrándose en todos los intersticios de barrios tradicionales y entre estos y los otros territorios, convirtiendo en muchas  ocasiones a ellos mismos en asentamientos.
Este proceso de “espacialidades emergentes en un territorio disgregado”, requiere de un enfoque integral de perspectivas y dispositivos de intervención. Se trata de crear conexiones, de comunicar en el entendido de constituir flujos transversales a elementos ya de por sí heterogéneos y múltiples. En este conjunto complejo de piezas de diferentes puzles, suerte de bricolaje salvaje de elementos más rizomáticos o más arborescentes, se reconoce la necesidad de pensar y actuar con políticas donde el diseño arquitectónico y urbanístico y las cuestiones relativas a la antropología de los habitantes dialoguen y si es posible se interpenetren unas a las otras, interpelándose en algunos casos y en otros explorando conjuntamente nuevos campos y dimensiones de prácticas. Pero esto implica varias cuestiones que merecen ser tomadas en consideración. En primer lugar: qué epistemología es necesaria para llevar a cabo este proceso, o ampliar y fomentar aquellos emprendimientos que ya existen y van en esa dirección. Seguidamente, podemos preguntarnos sobre el rol del diseño, en un sentido transversal, tanto arquitectónico como antropológico, en sus cualidades de innovación, creatividad y apertura a nuevas realidades posibles, lo que implicaría pensar en una ontología de esta epistemología que acompaña, a su vez, a una antropología. Se trata de tres órdenes de problemáticas que necesariamente deben afrontarse conjuntamente, en la distinción y recíproca invocación, en su calidad de elementos inextricables. Intervenir sin investigación e investigar sin algún carácter de intervención no parecen viables en modo alguno, y el contexto de la producción de ciudad (urbs, civitas y polis) es un buen ejemplo de ello.
Mientras se crearon de forma acelerada y sin cesar diferentes oficinas consideradas como territoriales en una amplia gama de unidades de gestión de las políticas sociales de Estado (salud, educación, desarrollo, etcétera), los problemas del territorio fueron ganando relevancia; y esto más allá de una primera oleada a comienzos de siglo, donde lo territorial se convirtió en moda según el gesto posmoderno de decretar su fin. El avance debe ir por el lado de problematizar la noción de territorio, como paso siguiente de perfeccionamiento, rectificación y diversificación de las propuestas generadas, para ganar en efectividad. Por ese lado puede venir el aporte que intentamos generar con nuestros trabajos al respecto, incluida nuestra actual investigación, al intentar aprender de la experiencia cómo conceptualizar las cuestiones que nos afectan. Y en tal sentido, por tanto, se ha avanzado en estos años enormemente en el proceso de diálogo e integración de estos nuevos territorios surgidos de la ocupación clandestina al principio, de colectivos más organizados después, como lo expuso Álvarez Rivadulla en este Seminario. Esto no quiere decir que esté sin más asegurado el avance sobre las transformaciones en las territorialidades de quienes hemos vivido de ciertas maneras hasta el momento, sobre las formas de habitar, los aspectos subjetivantes que conforman a quienes están involucrados directamente en ello, los habitantes, y de quienes también están involucrados más allá de la residencia de múltiples formas, nosotros incluidos. En el ámbito académico también comenzó a darse la misma situación, pues las conexiones entre este campo y el técnico al servicio del Estado son por demás intensas: cuando la noción de territorio y los problemas más diversos en el campo de las ciencias humanas y sociales ponían el foco en las cuestiones enunciadas como concernientes a lo territorial, más se hacía evidente que el siguiente paso era problematizar dicha categoría.
Es un desafío, por tanto, alternar esta dinámica epistemológica que se ha dado tradicionalmente en muchos casos, hasta podría decirse que es connatural a las ciencias, como hasta se lo ha querido defender: una suerte de naturalización de una ontología, convertida así en metafísica, sentido común, dogma en última instancia, y con ello anulada como exploración conceptual. En este sentido, en la crítica a dicho enfoque, un problema es importante cuando puede ponerse efectivamente en duda, cuando está abierto, suspendido en la siempre factible modificación de lo que conjeturamos es lo que acontece. Esta cuestión epistemológica afecta a toda la labor científica, tanto de las llamadas ciencias naturales como de las humanas y sociales, y ponen a ambas en un diálogo con la tarea filosófica por demás importante. En disciplinas tan complejas como la arquitectura contemporánea, encontramos mucho de estos elementos en la presencia de tradiciones tan ricas como la teoría del arte, las técnicas constructivas y los cálculos de estabilidad, expresión plástica y análisis sociológico de la ciudad, para poner algunos ejemplos hasta de épocas diferentes. Cierto es que estas disciplinas particulares, saberes prácticos, conjuntos de problemas y abordajes metodológicos, no conviven pacíficamente, sin tensiones entre sí, la cuestión es que sean creativas, que alimenten propuestas interesantes.
Generalmente asociado, en su vertiente occidental, al espíritu humanista del contexto renacentista italiano del quattrocento, el campo de la arquitectura, desde la práctica profesional al ámbito académico de formación e investigación, posee cualidades por demás importantes para concebir procesos que llevamos a cabo en las ciencias humanas y sociales, incluso en la filosofía. Es una interpelación mutua, pues lo mismo sucede hacia el otro lado, cuando estas últimas ponen al especialista en la creación de espacios ante la problematización de los seres que diseñan, construyen y habitan o habitarán esas invenciones. Se han ido multiplicando los esfuerzos por encarar los problemas de la vivienda y la ciudad de forma cercana a lo planteado, desde hace bastantes décadas, no es algo para nada reciente. Quizás lo que sí aparece como un gesto contemporáneo es esta insistencia en profundizar en las mismas concepciones de espacio y tiempo, del estar-en-el-mundo existencial, de lo que puede llegar a quedar como sustrato de una antropología enfrentada ante sus propios límites.
Otro desafío, creemos nosotros de gran relevancia para la contemporaneidad en lo relativo a las problemáticas aquí abordadas, es cuestionar la construcción del destinatario (en los términos de los técnicos sociales), de los usuarios (en los términos de los técnicos arquitectónicos), lo que nosotros intentamos pensar en la articulación de ambos enfoques a partir del análisis de los procesos de subjetivación. No se trata entonces de individuos en un sentido estrictamente determinado por la sociedad moderna capitalista, sino de vectores de subjetivación que barren y atraviesan diferentes entornos donde producen y son producidos por sujetos allí constituidos, en tales dinámicas. Existen colectivos de habitantes, pero también sus integrantes y otros sujetos se vinculan entre sí y con otros de otras formas no muy sencillas de identificar. Una visión inter y trans-subjetiva de nuestra realidad, ya nos posiciona ante otra valoración de las necesidades, la relación de las propuestas proyectadas para resolver los problemas y sus efectos concretos, pues si bien estamos en un mundo de rostros, voces y nombres propios, eso es posible por la existencia de elementos mucho más vastos y poderosos que los que pueden dar cuenta de un espécimen. Esto implica el tercer movimiento de problematización, a partir del sentido común de tipo empirismo ingenuo, un paso por un racionalismo, igual de mecánico, pero donde se pone en juego la construcción teórica, y la llegada entonces de un racionalismo aplicado, donde las ideas sobre la realidad y las prácticas llevadas a cabo con ella se interpelan entre sí.
En nuestro caso: la cuestión central no puede quedarse, aunque debe pasar y no puede faltar, en los temas estrictamente de infraestructura edilicia, de generar un espacio aislado y seco para satisfacer las que creemos son necesidades básicas de lo humano, ni puede quedarse solo en abstracciones sobre qué es la estética y la creación de mundo sin posibilidad de concretarlo en empiricidades poderosas en su factualidad. En un nivel del asunto, la cuestión es que lo abstracto y lo concreto deben poder intercambiarse en cadenas donde el conocimiento se va produciendo en cada eslabón. ¿Para quién se construye desde estos Planes, qué nuevas cosas se generan en ellos al punto de modificar sus existencias? Esas son preguntas que deben enunciarse explícitamente y ser puestas en discusión en diferentes formas por los diversos involucrados, especialmente los habitantes, de forma continua antes, durante y después de los momentos más intensos de transformación de la materialidad del lugar en cuestión.
Esperamos poder contribuir a poner en consideración la idea tan naturalizada de que debe existir una ciudad de pobres y otra de los que no lo son. A lo sumo se asumen servicios y otros equipamientos en zonas céntricas más o menos densificadas donde estas poblaciones que residen en espacios alejados en forma segregada se acerquen y se integren. Pero, ¿no deberíamos pensar teniendo como horizonte, aunque sea utópico, que esto puede cambiarse? De lo contrario estaríamos fomentando una reproducción de las condiciones existentes y no la búsqueda de franqueamiento de los límites de lo posible. Estaríamos dando por sentado, nuevamente, a ese ser que consideramos como habitante típico de estos territorios periféricos, en un sentido amplio. Consideramos como más audaz pensar en que la integración, en tanto proceso de comunicación, debe darse en ambas direcciones: permitiendo que quienes residen en zonas de exclusión participen activamente en otros espacios y en diferentes tiempos, a la vez que los demás habitantes que no residen allí tengan motivos y deseos de desplazarse y llevar a cabo alguna actividad. ¿Podemos pensar y proyectar cambios arquitectónicos y urbanísticos que hagan atractivas estas zonas para el resto de la ciudad, y sin que ello desencadene dinámicas de gentrificación, u otro tipo de expropiación de estos ámbitos en detrimento de quienes allí moran?
Una ciudad integrada, por tanto, debe construirse en múltiples direcciones, como red que se potencia cuanta mayor conectividad se pueda asegurar. Quizás es una quimera, como el fin de la explotación del hombre por el hombre, como lo expresa la fórmula tradicional, pero sin tener esto como finalidad principal seguiremos pensando y actuando en Planes y obras puntuales donde estas zonas precarias seguirán siendo eso, sitios en los que terminan residiendo los que no tienen otra chance mejor. No solo se trata de pasar por allí, sino de que esta otra ciudad tenga presencia en el resto, en especial en las más consolidadas, simbólica y materialmente, lo que puede hacerse de muchas maneras, a partir de visiones de una misma ciudad que se proyecta sobre sí misma, buscándose, re-inventándose, de forma de incluir a todos quienes día a día existen en ella.
Lo mismo a escala de las unidades territoriales que emergen por la acción espontánea de pobladores y/o con la de los técnicos como los del PMB o el Plan Juntos. Un territorio es una unidad espacio-temporal que posee niveles de consistencia relativa, es básicamente relacional, e implica la participación imposible de aislar de cada uno de los seres y entidades que lo pueblan dinámicamente, tanto humanos como no-humanos. A veces a estos territorios los definimos como barrios, pero eso es dentro de ciertos requisitos en relación a matrices culturales específicas, procesos históricos e identitarios determinados, materialidades y semióticas singulares. Una de las grandes características de las formas de habitar la corona periférica montevideana es el aislamiento y el repliegue de cada unidad territorial sobre sí misma, en una fragmentación y desconexión no solo con lo que es considerado como la ciudad propiamente dicha (su casco histórico, otras zonas igual de consolidadas), sino entre cada una de ellas. Generar espacio público, en el entendido de tratarse de territorios abiertos a la participación de un conjunto indefinido de posibles, parece ser la estrategia más importante, por sus efectos, junto al trabajo en vivienda. Las intervenciones y estudios en torno a plazas, como paradigma de este territorio de lo público, ha sido la forma principal que esto ha adoptado hasta el momento. Es tiempo también de emprender otras intervenciones, esta vez sobre las líneas más que sobre los nodos, pues la red necesita ser trabajada en ambos sentidos. Es lo más difícil, sin dudas, pero el desafío va por ese camino: diseñar las tramas y urdimbres, los tejidos y sus líneas, los entramados que son la genuina constitución de los territorios como entidades vivas, sus vasos comunicantes, sus flujos. En tal sentido se están desarrollando variadas alternativas, en diferentes contextos planetarios, desde intervenciones de arte urbano en calles donde se informa del consumo energético para generar un ahorro responsable, al atravesamiento de antiguos guetos heredados del apartheid con caminos cívicos cargados de equipamientos culturales, sociales y deportivos. En este sentido se está pensando el Plan Cuenca Casavalle de la municipalidad de Montevideo,  en lo que es la zona paradigmática de su periferia, ensayando diversos procesos de articulación entre elementos ya existentes y haciendo intervenir nuevos gracias a importantes obras materiales.
Como lo planteara la alcaldesa Sandra Nedov y Amparo Domenech de su equipo en el Seminario, abordando la problemática desde esta zona y otras aledañas dentro su jurisdicción: el proceso de disgregación (fragmentación expansiva), si bien se lo está encarando con grandes esfuerzos al trabajar sobre los asentamientos irregulares que fueron generándose y evitar su propagación en la marcha urbana, se está reproduciendo de otra forma hacia fuera, en lo que hasta entonces es más un territorio rural. De forma puntillista, en ciertos cruces de senderos y caminos, en cierto tramo de uno de estos, aparecen una, dos, o algún pequeñísimo conglomerado de viviendas precarias, que dan lugar a la gestación de un nuevo territorio irregular, con las mismas características de los asentamientos pero no ya en los intersticios urbanos o sus bordes contiguos, sino en puntos del campo cercano en tanto área de influencia. Entre este fenómeno y aquellos similares que no llegan a ser identificados como unidades de tratamiento para una regularización, nos encontramos con algo así como “la informalidad de la informalidad”. Hacia allí apuntamos con algunas de nuestras investigaciones, intentando aportar para el conocimiento y manejo de tales realidades junto a quienes son sus principales protagonistas, y es sin dudas el horizonte de desafíos para este tipo de Planes, ya en una fase de mayor maduración.
Quizás, la cuestión más difícil de asumir por todos, es el carácter paradojal de esta empresa: asumir la transformación de lo que parece no poderse transformar. Ahí está el trabajo liminar, fronterizo, posiblemente transformador, para todos los participantes de estas experiencias de hacer ciudad y formas de habitarla donde más necesario se hace por la precariedad y el sufrimiento que existe en las subjetividades involucradas. Cambiar la materialidad de nuestros universos existenciales es siempre una tarea emergente, que por definición trastoca los límites de lo posible, en términos de rutinas y toda la ritualística propia de cada modo de subjetivación, sistema cultural, campo de prácticas, etcétera. Los vaivenes políticos siempre estarán presentes, en la medida en que el juego de las relaciones de fuerza no cesa de estar en movimiento. La gestión como mediación entre ambos universos, implica un agenciamiento por momentos difícil de soportar por las presiones que conlleva. Pero de esto también la arquitectura, el diseño y el urbanismo tienen tradiciones acumuladas, cajas de herramientas y tecnologías para generar las condiciones para llevar a cabo estas prácticas. La misma idea del proyecto de arquitectura como forma de pensamiento recientemente explorada, habilita un diálogo con los saberes de las ciencias humanas y sociales, de la naturaleza, así como con la filosofía, fructífero para todas las partes, y donde suceden cosas entre ellas. Y cuando la realización, la concreción de proyectos cobra una dinámica compleja de relaciones recíprocas y en diversos plegamientos, podemos concebir a la materialidad en movimiento, en devenir, como resultante parcial de permanentes controversias. Se hace necesario allí pensar en distintos ritmos, diferentes velocidades de diversos tipos de elementos que componen dicha disposición espacio-temporal y la convivencia con posibles alternativas, proyectadas o recién apareciendo en el horizonte de forma dispersa en ideas, propuestas, fuerzas sociales actuando en ciertas direcciones, gustos, etcétera.
Felicitamos en tal sentido, por todo lo realizado en estos quince años al actual PMB en sus más de cien historias. Por ir aprendiendo a intervenir en los territorios de forma integral e inclusiva, en situaciones límite donde la realidad de los habitantes es por demás preocupante, la razón por la que se está allí. Difícil es delimitar el nivel de actividades que pueden efectivamente llevarse a cabo. Se trata de ir aprendiendo a intervenir en este nivel de problemáticas, tan profundamente signadas por los destinos sociales, en el cruce de todos los intereses que puedan pensarse que existen, en definitiva, en la órbita de la gestión urbana. Ello implica poder distinguir lo que puede ser a corto, mediano y largo plazo, lo que pueden ser los efectos de una intervención proyectada una vez se realice en el lugar específico así como en la zona de la ciudad, la ciudad toda y los otros territorios del país y la región. Es tener siempre presente la diversidad de posibilidades ajustadas a determinadas cuestiones, estados de cosas, subjetividades involucradas, y hacerlo desde un realismo crítico a la vez fuertemente imaginativo y creativo.





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