Salud y subjetividad en la internación hospitalaria. (Una presentación de "Los estrategas del Maciel")








Presentación de la investigación Los estrategas del Maciel. Etnografía de un hospital público. (CSIC-UdelaR, Montevideo, 2009) en las II Jornadas de Investigación en Humanidades, FHCE-UdelaR, Montevideo, 10-12 de noviembre de 2009.






Resumen: El trabajo de campo de esta investigación se ha realizado a lo largo de un período de cinco años, entre 1999 y 2004, teniendo como central el período 2001-2003, que coincidió con una importante crisis social y política en la región. La transformación del sistema sanitario del Uruguay se ha emprendido a partir del 2007 con la puesta en funcionamiento del llamado Sistema Nacional Integrado de Salud, con el cual se están llevando a cabo una serie de procesos novedosos, y otros no tanto. Esta etnografía es, en este sentido, una investigación que da cuenta del estado de la cuestión hasta dicho cambio institucional, testimonio a la vez de un conjunto de experiencias del período más duro de la crisis. La dinámica que la envuelve es, a grandes rasgos, la de la implantación, crisis y caída del modelo neoliberal aplicado al campo de la salud específicamente, y las resistencias y creaciones desde y contra el mismo a partir de los procesos de subjetivación que se dieron lugar.



Esta investigación (Álvarez Pedrosian, 2009) tiene por objeto los procesos de creación de estrategias por parte de pacientes internados y sus allegados en el hospital Maciel de la ciudad de Montevideo, en el contexto de la crisis asistencial y sistémica en general, centrada en 2002. Nuestro objeto de estudio es un conjunto de fenómenos humanos caracterizados por conformar un campo de experiencias en común: un ámbito de interacciones humanas, de instituciones articuladas en él, de necesidades como la salud, de acuerdo a prácticas como la medicalización y la internación, de producción de sentido y de valor en acciones que se debaten en situaciones críticas llevadas a cabo por determinado sector de la población uruguaya. El propio proceso de salud-enfermedad-asistencia (S/E/A) es cultural en todos sus términos y relaciones (Romero Gorski, 1997:33), en tanto determina y es determinante para la configuración de formas de ser, cristalizadas en sistemas de significación, relaciones de poder y procesos de subjetivación. Antropológicamente, nuestras interrogantes deben llegar hasta las preguntas fundamentales: ¿qué es curarse para los pacientes?, ¿cómo conciben la salud, la vida, el padecimiento y la muerte? ¿Cuáles son las cualidades de estas configuraciones existentes, qué se puede llegar a hacer –y con ello ser– en esas condiciones, desde los diferentes puntos de vista y posiciones posibles en el campo hospitalario? A estas condiciones o coordenadas existenciales del fenómeno, se le sumó la coyuntura, producto de procesos mucho más vastos, que condujeron a una situación para la cual los propios pacientes y sus allegados, en conjugación con los funcionarios, trabajadores periféricos, vecinos y todos aquellos involucrados al hospital, pasaron a poner la compartida actividad creativa (Castoriadis, 1997:136) de resolución de problemas sobre la mesa, generándose una suerte de cultura estratégica emergente en el interior de una institución agujereada por todos lados. La condición creativa de la subjetividad se nos muestra en toda su potencialidad, exigida por las circunstancias a elaborar todo tipo de acciones y herramientas para sobrellevar la internación.
Primeramente, se intenta determinar el universo de estudio en el contexto de la sociedad uruguaya, y en un momento en el cual el sistema sanitario existente no lograba sostenerse más, junto a una crisis mucho más que local en todos los campos. De esta forma comenzamos a caracterizar a los estrategas del hospital haciéndonos una idea de qué tipo de subjetividades son las que pasan a través de la internación en salas públicas en lo que constituye su interrelación con un tipo de diagrama institucional que planea y ejecuta la asistencia, aquél vigente hasta 2007. Hasta entonces, nos encontrábamos con un sistema divido casi equitativamente en dos sub-sectores, siendo el público el que naturalmente tuvo que soportar la llegada de nuevos usuarios provenientes de los sectores medios que perdieron la capacidad de costearse una asistencia privada. Con un promedio de camas diarias disponible de 318, y una estadía que también promediaba los 16,3 días, el hospital Maciel de principios de milenio albergaba aproximadamente unos 7.000 pacientes en forma transitoria por año. El 5% de los uruguayos pasaba entonces por alguno de los 56 establecimientos de internación pública (incluyendo al Maciel), en un flujo de recambio que promediaba los 12 días.
Aquello por lo cual me involucré en estos fenómenos terminó por hacerse oír. En 2002 por la radio se decía que la salud pública se encontraba al borde de la omisión de asistencia.[1] Un mes después veíamos a pacientes internados del entonces hospital-colonia Saint Bois denunciando la carencia de medicamentos para la epilepsia: en un hecho inusual, el paciente internado del hospital público apareció como un actor social legítimo, los medios pusieron allí la cámara y los pacientes comenzaron a referirse a cuestiones de la administración de los recursos, a la relación del ministerio con sus postergados proveedores del bien más preciado, el medicamento.[2] A finales de año la voz del sindicato de los galenos expresaba por televisión que estábamos viviendo el peor momento de la historia sanitaria del Uruguay: la gran huelga médica que allí se profundizaba. El ministro de Salud Pública manifestaba en un medio televisivo que “el sistema se nos caía”, que “el corporativismo médico era un carnaval” y que “se había bajado el telón.”[3] En este mismo mes de junio de 2003 se conocían las únicas cifras sobre el pasaje de pacientes del sub-sector privado al público a causa del cierre de las mutualistas y la casi desaparición del propio sub-sistema. Y no por casualidad se trataba del CTI del hospital Maciel. Según lo anotado, un 15,2% de pico en 2000 y un 13% de promedio desde ese año al 2003 de los asistidos allí provenían de una cobertura privada.[4]
Ingresamos al hospital en este contexto de crisis institucional, sistémica. La investigación prosigue posicionándonos en los pasillos del hospital, en los patios y salas, en los espacios dedicados a la enseñanza universitaria, y en los otros que estrictamente son utilizados para la asistencia, al mismo tiempo que ello nos pone en sintonía para producir conocimiento de lo que allí se experimenta por parte del etnógrafo. Es así que el tratamiento de la problemática del acceso al campo de experiencias desde el oficio del trabajo de campo antropológico, constituye la materia prima para sentar las bases y trazar los trayectos de la investigación. La estrategia cognitiva que utilizamos fue, al respecto, la de componer dos textos montados: uno es la argumentación epistemológica que seguimos a lo largo de nuestra investigación, y el otro es material de campo, concretamente observaciones participantes descritas y entrevistas reconstruidas, a través de las cuales fuimos sumergiéndonos dentro del hospital, desde las percepciones y la participación en el campo a las conceptualizaciones y abstracciones requeridas para su estudio. De esta manera fuimos montando un mecanismo de reflexividad en conjugación con la dinámica de distanciamiento-familiarización propicia para participar de lejos y de cerca en los fenómenos humanos en cuestión.
Después de este acceso al hospital y a la problemática, nos sumergimos de lleno en los fenómenos aquí considerados. Un primer corte analítico-sintético o meseta, refiere a la cuestión de la inserción del hospital en el entorno urbano en el que se implanta, punto de vista que nos acerca a las experiencias de quienes utilizan el hospital en relación al barrio en el que se encuentra. Esto marca una fuerte diferenciación entre posibles internados a partir de las experiencias que cada uno posee en relación al lugar. Se observan procesos de apropiación identitaria de uno de los tipos de pacientes, aquellos que tienen su identidad anclada en el topos, la Ciudad Vieja de Montevideo. Este barrio, venía experimentado un proceso de transformación profundo, de recambio de su población y de la adopción de un “nomadismo de circuito corto” por parte de familias de bajos recursos que trataban de mantenerse allí (Romero Gorski, 2003:22-23). El Guruyú, especie de sub-barrio dentro de la península, el extremo de la misma para ser precisos, constituye la zona de mayor tipo de viviendas semi-abandonadas y ocupaciones espontáneas. Allí se inserta el hospital. La territorialización de la institución puede analizarse en las entras-y-salidas, donde efectivamente encontramos la generación de campos de experiencia variados en intensidad y consistencia, dentro de los cuales se desarrollan vínculos sociales, se intercambian conocimientos y otro tipo de bienes. Estos son los diferentes territorios que constituyen los vínculos reales entre la institución hospitalaria y su entorno, flujos de relaciones gracias a los cuales el afuera y el adentro del edificio se mezclan y se difuminan sus fronteras a la vez que se afianzan.
En lo que respecta específicamente a la condición por la que pasa el sujeto que es ingresado, así como los fines de la institución que lo inscribirá en su funcionamiento, el siguiente aspecto abordado es la significación y construcción de la vivencia y la representación de la enfermedad por quienes se internan en las camas del hospital. La cuestión planteada es conocer cómo se desarrolla el proceso de construcción de sentido en relación a enfermedades específicas y padecimientos en las circunstancias particulares del hospital, conjuntamente con las configuraciones culturales que portan quienes en concreto llegan allí y hacen uso del servicio hasta el momento. Como se afirma en la investigación, se trata de conocer desde dónde es que los sujetos realizan la ruptura con los límites de las condiciones establecidas y generan una estrategia; las imágenes y los procesos cognoscentes que pueden o no desencadena en la ambivalente relación médico-paciente. Se trata de la visibilidad que define los límites de lo posible de ser hecho y pensado en estas condiciones concretas. La asimetría entre el saber médico y los saberes tradicionales, religiosos, mágicos, laborales, étnicos, no permite la generación de procesos de comunicación que habiliten enriquecimientos mutuos. Más aún, en las circunstancias críticas en las que se ubica la investigación, la asimetría tendió a ser más pronunciada que antes y que en la actualidad. Los sujetos pacientes, estrategas en tanto internados o allegados de éstos, preocupados en conseguir los bienes y servicios indispensables para salir adelante según sus propios objetivos, en general no podían hacer más que lo que hace cualquiera ante una situación crítica: ponerse a disposición de los expertos. A través de metáforas, hilando diferentes nociones, retazos de conceptos y de acontecimientos, se generaba una colcha de retazos a partir de la cual se daba cabida a las experiencias en gran medida traumáticas. Esta suerte de bricolage, permitía a los sujetos posicionarse en medio de la nueva situación, como hemos dicho, traumática a priori, en tanto implicaba la ruptura de la cotidianidad, el pasar a habitar en otro campo de experiencias. Éste, se caracterizaba por ser lo que se denomina una institución total, en tanto “lugar de residencia y trabajo, donde un gran número de individuos en igual situación, aislados de la sociedad por un período apreciable de tiempo, comparten en su encierro una rutina diaria, administrada formalmente” (Goffman, 1984:13), y que a su vez, se encontraba en crisis. Las metáforas no ayudaban mucho a destrabar la incomunicabilidad, más bien afirmaban el desconocimiento por ocultamiento y falta de dialógica del conocimiento científico en tales circunstancias (Sontag, 1996).
Inmersos en el hospital, en tanto campo de experiencias, y ya comprendiendo la forma en que se establecen los puntos de vista variables de los pacientes internados y sus allegados, nos posicionamos directamente en límites de lo posible de dicho campo, límites que se definen como nuevos en cada acontecimiento, como la posibilidad misma de crear estrategias dentro del hospital. Se trata de los umbrales, las relaciones entre estrategias y necesidades concretas para el sujeto. En este nivel los propios valores del sí-mismo, la definición de lo que se es, es lo que se nos ofrece a la mirada. Allí es donde se manifiestan con violencia los conflictos entre la autoridad y la autonomía, la objetivación de la subjetividad asistida, y es ésta la que bajo estas circunstancias elabora estrategias de las más trascendentes, donde se pone todo en juego. Un tire y afloje mantiene la relación de un estallido que vuelve a contraerse: los pacientes o allegados rompen los estamentos como única manera posible de accionar como respuesta a una situación ya intolerable según sus propios valores. ¿Es la autonomía una condición absoluta, pura del sujeto, es un proceso libre de todo control? Éstas son las problemáticas centrales, las cuales, a su vez, nos derivan a la necesidad de plantearnos cuáles y cómo se establecen los límites existentes en las condiciones de internación entre la ausencia o no de autonomía, problemática central en el abordaje de creación de estrategias: el margen de acción que posee el sujeto internado dentro del hospital. Nuevamente la particularidad de los fenómenos de padecimiento y dolencia asistidos por un sistema sanitario como el de la sociedad uruguaya plenamente vigente hasta el cambio de políticas puesto en marcha en estos últimos años –sistema de matriz higienista, que pretendió posteriormente adoptar los modelos empresariales y que ahora se encuentra en plena reformulación- nos coloca en una posición extrema para trabajar en esta problemática de investigación de la subjetividad.
En nuestro campo, la posibilidad de realizar una narración que permita interpretar e incorporar una experiencia traumática es sustancial para el proceso de salud. Y ello es posible en función de una multiplicidad de componentes significativos: diferentes sentidos adosados a diferentes líneas de transmisión de experiencias que se combinan como en una colcha de retazos; rastros de conceptos de la disciplina médica alguna vez comprendidos bajo ciertas circunstancias mezclados con tradiciones de una medicina vernácula proveniente de prácticas milenarias, pre-modernas (del ámbito de la cultura rural, de diferentes procedencias étnicas, etc.). Pero en definitiva, el diagnóstico profesional es el discurso que no puede faltar, sea para agarrarse del mismo, para rechazarlo, para descomponerlo y combinarlo con otros conjuntos semánticos. “Y no sé qué tengo”: enunciado proferido por uno de los pacientes más ancianos y desvalidos que participaron en la investigación, internado por largo tiempo y adaptado a la vida dentro del hospital, sintetiza el rol del diagnóstico como faro que direcciona las acciones, como discurso que dona sentido al paciente para el cual la situación se torna inteligible. Cuando este falta, más allá de la posibilidad de la existencia de varios y contradictorios, no se sabe qué esperar, saber, y hacer; y si se está internado y afuera no se tiene más que un capital social mínimo, el hospital se convierte en un lugar para quedarse a vivir.
Tras este y otros casos, nos sumergimos posteriormente en el conocimiento de lo que es la situación de incertidumbre y pérdida de autonomía para el sujeto que se enfrenta ante la muerte en un medio que no puede proporcionarle lo que necesita. Esto nos lleva a detenernos en la problemática de la autonomía desde el punto de vista de la llamada carrera moral del paciente (Goffman, 1984), posicionándonos en el sutil cambio de naturaleza entre lo que puede ser una estrategia y una acción producto de la institucionalización hospitalaria. Lo que aquí se pone en juego es la relación entre medios y fines en una misma acción, el interés siempre presente como motor de aquello que puede parecer producto de una obediencia incuestionable. Las estrategias que denominamos cordiales, son pues aquellas en las que se aceptan los estamentos de la institución hospitalaria, en su materialidad, en la vida cotidiana de la misma. La cordialidad responde a una disposición de los lugares en la cual se reconocen la asimetría y la autoridad de los representantes de la institución, pero no por ello se deja de negociar. Entre un sincero agradecimiento a un médico que le salva la vida, y una aturdida adulación constante a otro del que se depende para ser asistido, las estrategias cordiales son las más extendidas de todas.
El campo de experiencias en el que estamos sumergidos, tiene a la sala de internación como territorio cotidiano más productivo, como espacio social de mayor densidad, originalidad y conflictividad, en relación a los estrategas del Maciel. Es allí donde más densas y complejas son las interrelaciones que cada paciente construye en la cotidianidad administrada formalmente sobre todos sus pares, ya se encuentren en la cama de al lado, en otra sala, o en otro hospital bajo condicionantes similares. Sumergidos en una de ellas, exclusivamente para mujeres, pudimos explorar el territorio de mayor significado para la creación de estrategias. El encuentro entre vecinos implica la reafirmación de perfiles de pacientes a partir de su procedencia, complejos de identidades múltiples que conforman tipos, se condensan en identidades de referencia que se hacen particulares más allá de la residencia concreta. También fue posible constatar la generación múltiple y estratificada de estrategias adoptadas por pacientes y sus allegados: mientras una internada se preocupaba por mantener la higiene del baño de la sala, y para ello organizaba a todas las pacientes y suministraba artículos de limpieza, su marido operaba ubicado más en los bordes de lo posible, en los umbrales de tolerancia enfrentando en varias ocasiones a funcionarios médicos y de seguridad; mientras ella convocaba a todas al rezo junto a las Hermanas de la Caridad, él trataba de apaciguar los ánimos de la sala en general, asegurando un clima propicio para la sanación gracias a regalos y atenciones hacia la paciente más problemática.
En las salas de internación, y potenciada por las carencias y la disfuncionalidad de la institución asistencial en contextos críticos como los investigados aquí, los procesos de intercambio suponen involucramientos respecto a los cuales el paciente no puede mantenerse ajeno. Hay un plano de lo compartido que los agrupa a todos en relación a las dificultades y alternativas planteadas al respecto, una red de vínculos que le da consistencia a la cotidianidad allí vivida. En dicha red rizomática, se establecen determinados bienes que por su valor de uso son puestos en circulación sin ningún tipo de aspiración lucrativa, mientras están presentes a la vez otros bienes que no integran esta dimensión. La intimidad alcanza la última frontera de la piel, la ropa y aquellos objetos cargados de identidad provenientes del afuera, marcan la cota inferior de lo intercambiable y potencialmente colectivo, mientras el medicamento constituye el bien más preciado, por su escasez y precio. Un saber que se transmite de cama en cama va elaborando un mundo hospitalario que está ahí dispuesto, esperando al próximo paciente en su estadía, el cual será receptáculo, objeto de experimentación y productor de este saber nuevamente transmitido. Éste versa sobre cómo desenvolverse en las circunstancias, en un universo que cuenta con orientaciones, marcas y huellas de caminos ya trazados por otros, no solo en este hospital en particular sino en el sistema sanitario en su globalidad, gracias a métodos comparativos a los que se apela desde cada experiencia.
La inmanencia y la trascendencia del campo de experiencias son los dos movimientos que le dan consistencia y existencia real, lo que incluye contradicciones y otras inconsistencias relativas. El territorio de la internación hospitalaria así se condensa, gracias a lo cotidiano de vínculos y redes de intercambio de diferentes valores, cobijados dentro de horizontes —que son también los horizontes de la reflexión estratégica— sobre la condición de internación. Asoma en el horizonte un mundo de hospitales públicos, y en menor medida privados, que sirven de galaxia para enmarcar las búsquedas en los recorridos posibles dentro del campo. Como los navegantes en alta mar, los pacientes fluyen de experiencia en experiencia dentro de este universo particular, encontrándose además con otros prójimos, según las cualidades subjetivas que los identifican y la contingencia que los reúne en una misma sala.
No podemos comprender y explicar los fenómenos antropológicos que se inscriben en el campo de experiencias del hospital, si no es tomando en cuenta todas las dimensiones antes planteadas en una perspectiva genealógica, siguiendo las procedencias y emergencias de lo que constituye la medicalización y el disciplinamiento social (Barrán, 1992, 1993, 1995; Foucault, 1990, 2000) y la de este hospital en particular –que fue el primero con el que contó nuestra sociedad–.
En 1788 se funda el hospital de Caridad en el marco de lo que Barrán denomina la “difusión del poder de curar” (Barrán, 1992). La naciente sociedad montevideana trataba a la salud y la enfermedad de múltiples maneras, implementadas por curanderas o boticarios. Unos señores burgueses conforman la Comisión de la Caridad, —entre ellos Maciel—, a quienes pasa la administración de manos del Cabildo a los pocos años de su apertura. Maciel, comerciante de esclavos y otras mercancías, y figura influyente en esos momentos de La Colonia, muere en combate en las invasiones inglesas de principios del siglo XIX. En sus inicios, se trataba de un rancho de dos salas, en las que se atendían solamente a hombres. “De acuerdo a las demandas sociales, el hospital fue albergando mujeres, niños, ancianos, dementes. Luego se crea un lugar de instrucción: una escuela donde se enseñaban oficios. Paralelamente se dictaba instrucción religiosa. Funcionaba también una imprenta, una panadería y una botica, la primera de Montevideo... el nacimiento de nuestro primer hospital público tiene lugar en un momento de difusión del poder de curar correspondiente a una hegemonía de la Iglesia Católica.” (Chavarría, V. et. alt., 1996:153).
Para principios del siglo XX, en plena emergencia del batllismo en tanto experiencia social generadora de una nueva matriz cultural, en el influjo de los ideales de la modernidad que se implantaba modélicamente en la cultura heterogénea y “bárbara” de aquél momento, emerge el médico como figura legal, formalizando el prestigio social que ya venía adquiriendo como grupo de interés desarrollado. Este es el segundo estrato genealógico, a partir de aquí las instituciones religiosas son apartadas del control del campo social a través del proceso de secularización que caracteriza a la sociedad uruguaya de allí en más. El hospital es re-bautizado con la designación que hoy conocemos, —por iniciativa del médico y político José Scoseria—, y con ese acto se estampa este segundo momento fundante: la instalación de la hegemonía del modelo médico, con su lenguaje propio, con su producción de subjetividad. Se pasa de la práctica religiosa de la caridad y la «hospitalidad» al ejercicio científico de la observación y la investigación, a la «hospitalización».
Un último estrato claramente definido se constituye en las últimas décadas post-dictadura militar desde 1985 hasta las transformaciones del sistema en su conjunto en 2007. Previamente a este nuevo escenario en el que nos encontramos actualmente, la primera mitad de la década se caracterizó por un acelerado aumento de la pobreza y de los conflictos institucionales, situación que tuvo a los organismos estatales cerca del colapso operacional. El cambio producido entre un estrato y el otro puede ser visto como la decadencia del Estado, así como del deterioro del estatus profesional del médico, es decir como la desintegración del estrato anterior. Pero en esencia se trató del destino de la política neoliberal que no logró sostenerse más frente a la crítica situación social a la que ella misma condujo. La figura del médico también ha sufrido estas transformaciones, su hegemonía no es la misma, tampoco su carácter de trabajador. Hoy es un profesional que se encuentra identificado con sus pares no sólo según el grupo de prestigio social y cultural que más o menos mantiene, sino además, como miembros de un sindicato, en conflicto permanente, en estado de huelga recurrente, factor éste esencial para caracterizar al hospital público en la actualidad.
Por último, para terminar de comprender quiénes son los estrategas macielenses –para utilizar el gentilicio acuñado por el Dr. Tálice (Lockhart, 1982) –, de qué campos provienen más allá de la condición de la salud que los nuclea, podemos distinguir distintas formas culturales que han sido las de los usuarios típicos de este hospital hasta el momento, más allá del gran manto societario que los uniformiza a todos bajo el rótulo estigmatizador de pobres. De estas sub-culturas provienen históricamente los significados puestos en juego, los sentidos y los universos de valor que portan los sujetos internados que también son analizados caso por caso: los del “interior del país”, los “del barrio y el Centro”, y los del “Oeste” de Montevideo. Los segundos son tratados en especial por lo que respecta al entorno espacial y cultural de implantación de la institución. Los primeros y terceros son territorialmente contiguos, ya que en concreto la mayoría de los del “interior” del país proviene de las localidades más allá del límite departamental con San José. La accesibilidad y la distribución de la cobertura determinan que el oeste departamental, y más allá del mismo y en la misma dirección, sea la procedencia de los usuarios efectivos además de los próximos al hospital. Pero más allá de la residencia, como hemos dicho, se establecen tipos de pacientes según su imaginaria procedencia cultural, que es asociada por todos, incluidos los funcionarios, como de estas zonas. Las características más sobresalientes tipifican a estos pacientes como herederos de una clase obrera organizada, familiarizada con la confrontación y la lucha por la defensa de los derechos, y lo mismo para los pacientes provenientes de más allá del límite departamental. Pero en la zona también se han desarrollado enormemente los asentamientos irregulares, así como existen desde siempre zonas dedicadas a la horticultura y en un contexto semi-rural de pequeños productores, lo que ha complejizado dicho perfil, haciendo evidente el carácter múltiple de toda identidad.
En cada hospital nos encontraremos con componentes que lo singularizan y otros que lo conectan a otros campos. Tomar en cuenta todas estas cualidades y procesos etnográficamente formulados, nos ofrece la oportunidad de conocer desde dentro y fuera los fenómenos en cuestión, en la manera en que se crean y recrean las formas identitarias, las relaciones entre las mismas y la forma en que construyen subjetividad en todos los involucrados. Cualquier intervención e innovación en un modelo asistencial puede contar con la antropología como insumo fundamental para la generación de procesos inclusivos y democráticos, donde los sujetos son parte del proceso y no meros espectadores pasivos de su destino. Es fundamental, creemos, tomar en cuenta la riqueza de sus puntos de vista, el valor de sus experiencias y creaciones, sus herramientas conceptuales y metafóricas, y más que nada, una terapéutica colectiva propiciada por los vínculos (Sluzki, 1995), la cual se sostiene en la reciprocidad de una existencia transitoria asistida y compartida por todos.


Bibliografía

Álvarez Pedrosian, E. (2009) Los estrategas del Maciel. Etnografía de un hospital público. CSIC-UdelaR, Montevideo.
Barrán, P. (1992) Medicina y sociedad en el Uruguay del novecientos. 1 El poder de curar. Banda Oriental, Montevideo.
-------------- (1993) Medicina y sociedad en el Uruguay del Novecientos. 2 La ortopedia de los pobres. Banda Oriental, Montevideo.
-------------- (1995) Medicina y sociedad en el Uruguay del Novecientos. 3. La invención del cuerpo. Banda Oriental, Montevideo.
Castoriadis, C. (1997) El avance de la insignificancia. Encrucijadas del laberinto IV. Pre-textos, Barcelona.
Chavarría, V. et. alt. (1996) “El hospital Maciel: reflexiones sobre el cambio de conciencia en la Atención Sanitaria”, en AA. VV., Producciones en Salud. Selección de trabajos realizados en el marco del Curso Nivel de Atención en Salud (Área Salud) 1993-1994. Facultad Psicología-UdelaR, Depto. de Publicaciones- CEUP, Montevideo.
Foucault, M. (1990) La vida de los hombres infames. La Piqueta, Madrid.
----------------- (2000) Los anormales. FCE, Buenos Aires.
Goffman, E. (1984) Internados. Ensayos sobre la situación social de los enfermos mentales. Amorrortu, Buenos Aires.
Lockhart, J. (1982) Historia del hospital Maciel. Ed. de Revistas, Montevideo.
Romero Gorski, S. (1997) “Enfoques antropológicos aplicados al estudio del campo de la salud”, en Cheroni, A. Portillo, A. Romero Gorski, S., Salud, cultura y sociedad. FHCE-UdelaR, Montevideo.
------------------------- (2003) Madres e hijos en la Ciudad Vieja. Apuntes etnográficos sobre asistencia materno-infantil. CSIC-UdelaR- Nordan-Comunidad, Montevideo.
Sluzki, C. (1995) “De cómo la red social afecta a la salud del individuo y la salud del individuo afecta a la red social”, en Dabas, E., Najmanovich, D. (coord.) Redes. El lenguaje de los vínculos. Hacia la reconstrucción y el fortalecimiento de la sociedad civil. Paidós, Buenos Aires.
Sontag, S. (1996) La enfermedad y sus metáforas y El sida y sus metáforas. Taurus, Madrid.





[1] Informativo central de la emisora 1410 AM Libre, 20 de septiembre de 2002.
[2] Informativo de Canal 10 SAETA, 16 de octubre de 2002.
[3] En entrevista con el periodista J. Traverso, Canal 10 SAETA, 23 de junio de 2003.
[4] Informativo central de la emisora 1410 AM Libre, junio de 2003.

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