Salud y subjetividad en la internación hospitalaria. (Una presentación de "Los estrategas del Maciel")








Presentación de la investigación Los estrategas del Maciel. Etnografía de un hospital público. (CSIC-UdelaR, Montevideo, 2009) en las II Jornadas de Investigación en Humanidades, FHCE-UdelaR, Montevideo, 10-12 de noviembre de 2009.






Resumen: El trabajo de campo de esta investigación se ha realizado a lo largo de un período de cinco años, entre 1999 y 2004, teniendo como central el período 2001-2003, que coincidió con una importante crisis social y política en la región. La transformación del sistema sanitario del Uruguay se ha emprendido a partir del 2007 con la puesta en funcionamiento del llamado Sistema Nacional Integrado de Salud, con el cual se están llevando a cabo una serie de procesos novedosos, y otros no tanto. Esta etnografía es, en este sentido, una investigación que da cuenta del estado de la cuestión hasta dicho cambio institucional, testimonio a la vez de un conjunto de experiencias del período más duro de la crisis. La dinámica que la envuelve es, a grandes rasgos, la de la implantación, crisis y caída del modelo neoliberal aplicado al campo de la salud específicamente, y las resistencias y creaciones desde y contra el mismo a partir de los procesos de subjetivación que se dieron lugar.



Esta investigación (Álvarez Pedrosian, 2009) tiene por objeto los procesos de creación de estrategias por parte de pacientes internados y sus allegados en el hospital Maciel de la ciudad de Montevideo, en el contexto de la crisis asistencial y sistémica en general, centrada en 2002. Nuestro objeto de estudio es un conjunto de fenómenos humanos caracterizados por conformar un campo de experiencias en común: un ámbito de interacciones humanas, de instituciones articuladas en él, de necesidades como la salud, de acuerdo a prácticas como la medicalización y la internación, de producción de sentido y de valor en acciones que se debaten en situaciones críticas llevadas a cabo por determinado sector de la población uruguaya. El propio proceso de salud-enfermedad-asistencia (S/E/A) es cultural en todos sus términos y relaciones (Romero Gorski, 1997:33), en tanto determina y es determinante para la configuración de formas de ser, cristalizadas en sistemas de significación, relaciones de poder y procesos de subjetivación. Antropológicamente, nuestras interrogantes deben llegar hasta las preguntas fundamentales: ¿qué es curarse para los pacientes?, ¿cómo conciben la salud, la vida, el padecimiento y la muerte? ¿Cuáles son las cualidades de estas configuraciones existentes, qué se puede llegar a hacer –y con ello ser– en esas condiciones, desde los diferentes puntos de vista y posiciones posibles en el campo hospitalario? A estas condiciones o coordenadas existenciales del fenómeno, se le sumó la coyuntura, producto de procesos mucho más vastos, que condujeron a una situación para la cual los propios pacientes y sus allegados, en conjugación con los funcionarios, trabajadores periféricos, vecinos y todos aquellos involucrados al hospital, pasaron a poner la compartida actividad creativa (Castoriadis, 1997:136) de resolución de problemas sobre la mesa, generándose una suerte de cultura estratégica emergente en el interior de una institución agujereada por todos lados. La condición creativa de la subjetividad se nos muestra en toda su potencialidad, exigida por las circunstancias a elaborar todo tipo de acciones y herramientas para sobrellevar la internación.
Primeramente, se intenta determinar el universo de estudio en el contexto de la sociedad uruguaya, y en un momento en el cual el sistema sanitario existente no lograba sostenerse más, junto a una crisis mucho más que local en todos los campos. De esta forma comenzamos a caracterizar a los estrategas del hospital haciéndonos una idea de qué tipo de subjetividades son las que pasan a través de la internación en salas públicas en lo que constituye su interrelación con un tipo de diagrama institucional que planea y ejecuta la asistencia, aquél vigente hasta 2007. Hasta entonces, nos encontrábamos con un sistema divido casi equitativamente en dos sub-sectores, siendo el público el que naturalmente tuvo que soportar la llegada de nuevos usuarios provenientes de los sectores medios que perdieron la capacidad de costearse una asistencia privada. Con un promedio de camas diarias disponible de 318, y una estadía que también promediaba los 16,3 días, el hospital Maciel de principios de milenio albergaba aproximadamente unos 7.000 pacientes en forma transitoria por año. El 5% de los uruguayos pasaba entonces por alguno de los 56 establecimientos de internación pública (incluyendo al Maciel), en un flujo de recambio que promediaba los 12 días.
Aquello por lo cual me involucré en estos fenómenos terminó por hacerse oír. En 2002 por la radio se decía que la salud pública se encontraba al borde de la omisión de asistencia.[1] Un mes después veíamos a pacientes internados del entonces hospital-colonia Saint Bois denunciando la carencia de medicamentos para la epilepsia: en un hecho inusual, el paciente internado del hospital público apareció como un actor social legítimo, los medios pusieron allí la cámara y los pacientes comenzaron a referirse a cuestiones de la administración de los recursos, a la relación del ministerio con sus postergados proveedores del bien más preciado, el medicamento.[2] A finales de año la voz del sindicato de los galenos expresaba por televisión que estábamos viviendo el peor momento de la historia sanitaria del Uruguay: la gran huelga médica que allí se profundizaba. El ministro de Salud Pública manifestaba en un medio televisivo que “el sistema se nos caía”, que “el corporativismo médico era un carnaval” y que “se había bajado el telón.”[3] En este mismo mes de junio de 2003 se conocían las únicas cifras sobre el pasaje de pacientes del sub-sector privado al público a causa del cierre de las mutualistas y la casi desaparición del propio sub-sistema. Y no por casualidad se trataba del CTI del hospital Maciel. Según lo anotado, un 15,2% de pico en 2000 y un 13% de promedio desde ese año al 2003 de los asistidos allí provenían de una cobertura privada.[4]
Ingresamos al hospital en este contexto de crisis institucional, sistémica. La investigación prosigue posicionándonos en los pasillos del hospital, en los patios y salas, en los espacios dedicados a la enseñanza universitaria, y en los otros que estrictamente son utilizados para la asistencia, al mismo tiempo que ello nos pone en sintonía para producir conocimiento de lo que allí se experimenta por parte del etnógrafo. Es así que el tratamiento de la problemática del acceso al campo de experiencias desde el oficio del trabajo de campo antropológico, constituye la materia prima para sentar las bases y trazar los trayectos de la investigación. La estrategia cognitiva que utilizamos fue, al respecto, la de componer dos textos montados: uno es la argumentación epistemológica que seguimos a lo largo de nuestra investigación, y el otro es material de campo, concretamente observaciones participantes descritas y entrevistas reconstruidas, a través de las cuales fuimos sumergiéndonos dentro del hospital, desde las percepciones y la participación en el campo a las conceptualizaciones y abstracciones requeridas para su estudio. De esta manera fuimos montando un mecanismo de reflexividad en conjugación con la dinámica de distanciamiento-familiarización propicia para participar de lejos y de cerca en los fenómenos humanos en cuestión.
Después de este acceso al hospital y a la problemática, nos sumergimos de lleno en los fenómenos aquí considerados. Un primer corte analítico-sintético o meseta, refiere a la cuestión de la inserción del hospital en el entorno urbano en el que se implanta, punto de vista que nos acerca a las experiencias de quienes utilizan el hospital en relación al barrio en el que se encuentra. Esto marca una fuerte diferenciación entre posibles internados a partir de las experiencias que cada uno posee en relación al lugar. Se observan procesos de apropiación identitaria de uno de los tipos de pacientes, aquellos que tienen su identidad anclada en el topos, la Ciudad Vieja de Montevideo. Este barrio, venía experimentado un proceso de transformación profundo, de recambio de su población y de la adopción de un “nomadismo de circuito corto” por parte de familias de bajos recursos que trataban de mantenerse allí (Romero Gorski, 2003:22-23). El Guruyú, especie de sub-barrio dentro de la península, el extremo de la misma para ser precisos, constituye la zona de mayor tipo de viviendas semi-abandonadas y ocupaciones espontáneas. Allí se inserta el hospital. La territorialización de la institución puede analizarse en las entras-y-salidas, donde efectivamente encontramos la generación de campos de experiencia variados en intensidad y consistencia, dentro de los cuales se desarrollan vínculos sociales, se intercambian conocimientos y otro tipo de bienes. Estos son los diferentes territorios que constituyen los vínculos reales entre la institución hospitalaria y su entorno, flujos de relaciones gracias a los cuales el afuera y el adentro del edificio se mezclan y se difuminan sus fronteras a la vez que se afianzan.
En lo que respecta específicamente a la condición por la que pasa el sujeto que es ingresado, así como los fines de la institución que lo inscribirá en su funcionamiento, el siguiente aspecto abordado es la significación y construcción de la vivencia y la representación de la enfermedad por quienes se internan en las camas del hospital. La cuestión planteada es conocer cómo se desarrolla el proceso de construcción de sentido en relación a enfermedades específicas y padecimientos en las circunstancias particulares del hospital, conjuntamente con las configuraciones culturales que portan quienes en concreto llegan allí y hacen uso del servicio hasta el momento. Como se afirma en la investigación, se trata de conocer desde dónde es que los sujetos realizan la ruptura con los límites de las condiciones establecidas y generan una estrategia; las imágenes y los procesos cognoscentes que pueden o no desencadena en la ambivalente relación médico-paciente. Se trata de la visibilidad que define los límites de lo posible de ser hecho y pensado en estas condiciones concretas. La asimetría entre el saber médico y los saberes tradicionales, religiosos, mágicos, laborales, étnicos, no permite la generación de procesos de comunicación que habiliten enriquecimientos mutuos. Más aún, en las circunstancias críticas en las que se ubica la investigación, la asimetría tendió a ser más pronunciada que antes y que en la actualidad. Los sujetos pacientes, estrategas en tanto internados o allegados de éstos, preocupados en conseguir los bienes y servicios indispensables para salir adelante según sus propios objetivos, en general no podían hacer más que lo que hace cualquiera ante una situación crítica: ponerse a disposición de los expertos. A través de metáforas, hilando diferentes nociones, retazos de conceptos y de acontecimientos, se generaba una colcha de retazos a partir de la cual se daba cabida a las experiencias en gran medida traumáticas. Esta suerte de bricolage, permitía a los sujetos posicionarse en medio de la nueva situación, como hemos dicho, traumática a priori, en tanto implicaba la ruptura de la cotidianidad, el pasar a habitar en otro campo de experiencias. Éste, se caracterizaba por ser lo que se denomina una institución total, en tanto “lugar de residencia y trabajo, donde un gran número de individuos en igual situación, aislados de la sociedad por un período apreciable de tiempo, comparten en su encierro una rutina diaria, administrada formalmente” (Goffman, 1984:13), y que a su vez, se encontraba en crisis. Las metáforas no ayudaban mucho a destrabar la incomunicabilidad, más bien afirmaban el desconocimiento por ocultamiento y falta de dialógica del conocimiento científico en tales circunstancias (Sontag, 1996).
Inmersos en el hospital, en tanto campo de experiencias, y ya comprendiendo la forma en que se establecen los puntos de vista variables de los pacientes internados y sus allegados, nos posicionamos directamente en límites de lo posible de dicho campo, límites que se definen como nuevos en cada acontecimiento, como la posibilidad misma de crear estrategias dentro del hospital. Se trata de los umbrales, las relaciones entre estrategias y necesidades concretas para el sujeto. En este nivel los propios valores del sí-mismo, la definición de lo que se es, es lo que se nos ofrece a la mirada. Allí es donde se manifiestan con violencia los conflictos entre la autoridad y la autonomía, la objetivación de la subjetividad asistida, y es ésta la que bajo estas circunstancias elabora estrategias de las más trascendentes, donde se pone todo en juego. Un tire y afloje mantiene la relación de un estallido que vuelve a contraerse: los pacientes o allegados rompen los estamentos como única manera posible de accionar como respuesta a una situación ya intolerable según sus propios valores. ¿Es la autonomía una condición absoluta, pura del sujeto, es un proceso libre de todo control? Éstas son las problemáticas centrales, las cuales, a su vez, nos derivan a la necesidad de plantearnos cuáles y cómo se establecen los límites existentes en las condiciones de internación entre la ausencia o no de autonomía, problemática central en el abordaje de creación de estrategias: el margen de acción que posee el sujeto internado dentro del hospital. Nuevamente la particularidad de los fenómenos de padecimiento y dolencia asistidos por un sistema sanitario como el de la sociedad uruguaya plenamente vigente hasta el cambio de políticas puesto en marcha en estos últimos años –sistema de matriz higienista, que pretendió posteriormente adoptar los modelos empresariales y que ahora se encuentra en plena reformulación- nos coloca en una posición extrema para trabajar en esta problemática de investigación de la subjetividad.
En nuestro campo, la posibilidad de realizar una narración que permita interpretar e incorporar una experiencia traumática es sustancial para el proceso de salud. Y ello es posible en función de una multiplicidad de componentes significativos: diferentes sentidos adosados a diferentes líneas de transmisión de experiencias que se combinan como en una colcha de retazos; rastros de conceptos de la disciplina médica alguna vez comprendidos bajo ciertas circunstancias mezclados con tradiciones de una medicina vernácula proveniente de prácticas milenarias, pre-modernas (del ámbito de la cultura rural, de diferentes procedencias étnicas, etc.). Pero en definitiva, el diagnóstico profesional es el discurso que no puede faltar, sea para agarrarse del mismo, para rechazarlo, para descomponerlo y combinarlo con otros conjuntos semánticos. “Y no sé qué tengo”: enunciado proferido por uno de los pacientes más ancianos y desvalidos que participaron en la investigación, internado por largo tiempo y adaptado a la vida dentro del hospital, sintetiza el rol del diagnóstico como faro que direcciona las acciones, como discurso que dona sentido al paciente para el cual la situación se torna inteligible. Cuando este falta, más allá de la posibilidad de la existencia de varios y contradictorios, no se sabe qué esperar, saber, y hacer; y si se está internado y afuera no se tiene más que un capital social mínimo, el hospital se convierte en un lugar para quedarse a vivir.
Tras este y otros casos, nos sumergimos posteriormente en el conocimiento de lo que es la situación de incertidumbre y pérdida de autonomía para el sujeto que se enfrenta ante la muerte en un medio que no puede proporcionarle lo que necesita. Esto nos lleva a detenernos en la problemática de la autonomía desde el punto de vista de la llamada carrera moral del paciente (Goffman, 1984), posicionándonos en el sutil cambio de naturaleza entre lo que puede ser una estrategia y una acción producto de la institucionalización hospitalaria. Lo que aquí se pone en juego es la relación entre medios y fines en una misma acción, el interés siempre presente como motor de aquello que puede parecer producto de una obediencia incuestionable. Las estrategias que denominamos cordiales, son pues aquellas en las que se aceptan los estamentos de la institución hospitalaria, en su materialidad, en la vida cotidiana de la misma. La cordialidad responde a una disposición de los lugares en la cual se reconocen la asimetría y la autoridad de los representantes de la institución, pero no por ello se deja de negociar. Entre un sincero agradecimiento a un médico que le salva la vida, y una aturdida adulación constante a otro del que se depende para ser asistido, las estrategias cordiales son las más extendidas de todas.
El campo de experiencias en el que estamos sumergidos, tiene a la sala de internación como territorio cotidiano más productivo, como espacio social de mayor densidad, originalidad y conflictividad, en relación a los estrategas del Maciel. Es allí donde más densas y complejas son las interrelaciones que cada paciente construye en la cotidianidad administrada formalmente sobre todos sus pares, ya se encuentren en la cama de al lado, en otra sala, o en otro hospital bajo condicionantes similares. Sumergidos en una de ellas, exclusivamente para mujeres, pudimos explorar el territorio de mayor significado para la creación de estrategias. El encuentro entre vecinos implica la reafirmación de perfiles de pacientes a partir de su procedencia, complejos de identidades múltiples que conforman tipos, se condensan en identidades de referencia que se hacen particulares más allá de la residencia concreta. También fue posible constatar la generación múltiple y estratificada de estrategias adoptadas por pacientes y sus allegados: mientras una internada se preocupaba por mantener la higiene del baño de la sala, y para ello organizaba a todas las pacientes y suministraba artículos de limpieza, su marido operaba ubicado más en los bordes de lo posible, en los umbrales de tolerancia enfrentando en varias ocasiones a funcionarios médicos y de seguridad; mientras ella convocaba a todas al rezo junto a las Hermanas de la Caridad, él trataba de apaciguar los ánimos de la sala en general, asegurando un clima propicio para la sanación gracias a regalos y atenciones hacia la paciente más problemática.
En las salas de internación, y potenciada por las carencias y la disfuncionalidad de la institución asistencial en contextos críticos como los investigados aquí, los procesos de intercambio suponen involucramientos respecto a los cuales el paciente no puede mantenerse ajeno. Hay un plano de lo compartido que los agrupa a todos en relación a las dificultades y alternativas planteadas al respecto, una red de vínculos que le da consistencia a la cotidianidad allí vivida. En dicha red rizomática, se establecen determinados bienes que por su valor de uso son puestos en circulación sin ningún tipo de aspiración lucrativa, mientras están presentes a la vez otros bienes que no integran esta dimensión. La intimidad alcanza la última frontera de la piel, la ropa y aquellos objetos cargados de identidad provenientes del afuera, marcan la cota inferior de lo intercambiable y potencialmente colectivo, mientras el medicamento constituye el bien más preciado, por su escasez y precio. Un saber que se transmite de cama en cama va elaborando un mundo hospitalario que está ahí dispuesto, esperando al próximo paciente en su estadía, el cual será receptáculo, objeto de experimentación y productor de este saber nuevamente transmitido. Éste versa sobre cómo desenvolverse en las circunstancias, en un universo que cuenta con orientaciones, marcas y huellas de caminos ya trazados por otros, no solo en este hospital en particular sino en el sistema sanitario en su globalidad, gracias a métodos comparativos a los que se apela desde cada experiencia.
La inmanencia y la trascendencia del campo de experiencias son los dos movimientos que le dan consistencia y existencia real, lo que incluye contradicciones y otras inconsistencias relativas. El territorio de la internación hospitalaria así se condensa, gracias a lo cotidiano de vínculos y redes de intercambio de diferentes valores, cobijados dentro de horizontes —que son también los horizontes de la reflexión estratégica— sobre la condición de internación. Asoma en el horizonte un mundo de hospitales públicos, y en menor medida privados, que sirven de galaxia para enmarcar las búsquedas en los recorridos posibles dentro del campo. Como los navegantes en alta mar, los pacientes fluyen de experiencia en experiencia dentro de este universo particular, encontrándose además con otros prójimos, según las cualidades subjetivas que los identifican y la contingencia que los reúne en una misma sala.
No podemos comprender y explicar los fenómenos antropológicos que se inscriben en el campo de experiencias del hospital, si no es tomando en cuenta todas las dimensiones antes planteadas en una perspectiva genealógica, siguiendo las procedencias y emergencias de lo que constituye la medicalización y el disciplinamiento social (Barrán, 1992, 1993, 1995; Foucault, 1990, 2000) y la de este hospital en particular –que fue el primero con el que contó nuestra sociedad–.
En 1788 se funda el hospital de Caridad en el marco de lo que Barrán denomina la “difusión del poder de curar” (Barrán, 1992). La naciente sociedad montevideana trataba a la salud y la enfermedad de múltiples maneras, implementadas por curanderas o boticarios. Unos señores burgueses conforman la Comisión de la Caridad, —entre ellos Maciel—, a quienes pasa la administración de manos del Cabildo a los pocos años de su apertura. Maciel, comerciante de esclavos y otras mercancías, y figura influyente en esos momentos de La Colonia, muere en combate en las invasiones inglesas de principios del siglo XIX. En sus inicios, se trataba de un rancho de dos salas, en las que se atendían solamente a hombres. “De acuerdo a las demandas sociales, el hospital fue albergando mujeres, niños, ancianos, dementes. Luego se crea un lugar de instrucción: una escuela donde se enseñaban oficios. Paralelamente se dictaba instrucción religiosa. Funcionaba también una imprenta, una panadería y una botica, la primera de Montevideo... el nacimiento de nuestro primer hospital público tiene lugar en un momento de difusión del poder de curar correspondiente a una hegemonía de la Iglesia Católica.” (Chavarría, V. et. alt., 1996:153).
Para principios del siglo XX, en plena emergencia del batllismo en tanto experiencia social generadora de una nueva matriz cultural, en el influjo de los ideales de la modernidad que se implantaba modélicamente en la cultura heterogénea y “bárbara” de aquél momento, emerge el médico como figura legal, formalizando el prestigio social que ya venía adquiriendo como grupo de interés desarrollado. Este es el segundo estrato genealógico, a partir de aquí las instituciones religiosas son apartadas del control del campo social a través del proceso de secularización que caracteriza a la sociedad uruguaya de allí en más. El hospital es re-bautizado con la designación que hoy conocemos, —por iniciativa del médico y político José Scoseria—, y con ese acto se estampa este segundo momento fundante: la instalación de la hegemonía del modelo médico, con su lenguaje propio, con su producción de subjetividad. Se pasa de la práctica religiosa de la caridad y la «hospitalidad» al ejercicio científico de la observación y la investigación, a la «hospitalización».
Un último estrato claramente definido se constituye en las últimas décadas post-dictadura militar desde 1985 hasta las transformaciones del sistema en su conjunto en 2007. Previamente a este nuevo escenario en el que nos encontramos actualmente, la primera mitad de la década se caracterizó por un acelerado aumento de la pobreza y de los conflictos institucionales, situación que tuvo a los organismos estatales cerca del colapso operacional. El cambio producido entre un estrato y el otro puede ser visto como la decadencia del Estado, así como del deterioro del estatus profesional del médico, es decir como la desintegración del estrato anterior. Pero en esencia se trató del destino de la política neoliberal que no logró sostenerse más frente a la crítica situación social a la que ella misma condujo. La figura del médico también ha sufrido estas transformaciones, su hegemonía no es la misma, tampoco su carácter de trabajador. Hoy es un profesional que se encuentra identificado con sus pares no sólo según el grupo de prestigio social y cultural que más o menos mantiene, sino además, como miembros de un sindicato, en conflicto permanente, en estado de huelga recurrente, factor éste esencial para caracterizar al hospital público en la actualidad.
Por último, para terminar de comprender quiénes son los estrategas macielenses –para utilizar el gentilicio acuñado por el Dr. Tálice (Lockhart, 1982) –, de qué campos provienen más allá de la condición de la salud que los nuclea, podemos distinguir distintas formas culturales que han sido las de los usuarios típicos de este hospital hasta el momento, más allá del gran manto societario que los uniformiza a todos bajo el rótulo estigmatizador de pobres. De estas sub-culturas provienen históricamente los significados puestos en juego, los sentidos y los universos de valor que portan los sujetos internados que también son analizados caso por caso: los del “interior del país”, los “del barrio y el Centro”, y los del “Oeste” de Montevideo. Los segundos son tratados en especial por lo que respecta al entorno espacial y cultural de implantación de la institución. Los primeros y terceros son territorialmente contiguos, ya que en concreto la mayoría de los del “interior” del país proviene de las localidades más allá del límite departamental con San José. La accesibilidad y la distribución de la cobertura determinan que el oeste departamental, y más allá del mismo y en la misma dirección, sea la procedencia de los usuarios efectivos además de los próximos al hospital. Pero más allá de la residencia, como hemos dicho, se establecen tipos de pacientes según su imaginaria procedencia cultural, que es asociada por todos, incluidos los funcionarios, como de estas zonas. Las características más sobresalientes tipifican a estos pacientes como herederos de una clase obrera organizada, familiarizada con la confrontación y la lucha por la defensa de los derechos, y lo mismo para los pacientes provenientes de más allá del límite departamental. Pero en la zona también se han desarrollado enormemente los asentamientos irregulares, así como existen desde siempre zonas dedicadas a la horticultura y en un contexto semi-rural de pequeños productores, lo que ha complejizado dicho perfil, haciendo evidente el carácter múltiple de toda identidad.
En cada hospital nos encontraremos con componentes que lo singularizan y otros que lo conectan a otros campos. Tomar en cuenta todas estas cualidades y procesos etnográficamente formulados, nos ofrece la oportunidad de conocer desde dentro y fuera los fenómenos en cuestión, en la manera en que se crean y recrean las formas identitarias, las relaciones entre las mismas y la forma en que construyen subjetividad en todos los involucrados. Cualquier intervención e innovación en un modelo asistencial puede contar con la antropología como insumo fundamental para la generación de procesos inclusivos y democráticos, donde los sujetos son parte del proceso y no meros espectadores pasivos de su destino. Es fundamental, creemos, tomar en cuenta la riqueza de sus puntos de vista, el valor de sus experiencias y creaciones, sus herramientas conceptuales y metafóricas, y más que nada, una terapéutica colectiva propiciada por los vínculos (Sluzki, 1995), la cual se sostiene en la reciprocidad de una existencia transitoria asistida y compartida por todos.


Bibliografía

Álvarez Pedrosian, E. (2009) Los estrategas del Maciel. Etnografía de un hospital público. CSIC-UdelaR, Montevideo.
Barrán, P. (1992) Medicina y sociedad en el Uruguay del novecientos. 1 El poder de curar. Banda Oriental, Montevideo.
-------------- (1993) Medicina y sociedad en el Uruguay del Novecientos. 2 La ortopedia de los pobres. Banda Oriental, Montevideo.
-------------- (1995) Medicina y sociedad en el Uruguay del Novecientos. 3. La invención del cuerpo. Banda Oriental, Montevideo.
Castoriadis, C. (1997) El avance de la insignificancia. Encrucijadas del laberinto IV. Pre-textos, Barcelona.
Chavarría, V. et. alt. (1996) “El hospital Maciel: reflexiones sobre el cambio de conciencia en la Atención Sanitaria”, en AA. VV., Producciones en Salud. Selección de trabajos realizados en el marco del Curso Nivel de Atención en Salud (Área Salud) 1993-1994. Facultad Psicología-UdelaR, Depto. de Publicaciones- CEUP, Montevideo.
Foucault, M. (1990) La vida de los hombres infames. La Piqueta, Madrid.
----------------- (2000) Los anormales. FCE, Buenos Aires.
Goffman, E. (1984) Internados. Ensayos sobre la situación social de los enfermos mentales. Amorrortu, Buenos Aires.
Lockhart, J. (1982) Historia del hospital Maciel. Ed. de Revistas, Montevideo.
Romero Gorski, S. (1997) “Enfoques antropológicos aplicados al estudio del campo de la salud”, en Cheroni, A. Portillo, A. Romero Gorski, S., Salud, cultura y sociedad. FHCE-UdelaR, Montevideo.
------------------------- (2003) Madres e hijos en la Ciudad Vieja. Apuntes etnográficos sobre asistencia materno-infantil. CSIC-UdelaR- Nordan-Comunidad, Montevideo.
Sluzki, C. (1995) “De cómo la red social afecta a la salud del individuo y la salud del individuo afecta a la red social”, en Dabas, E., Najmanovich, D. (coord.) Redes. El lenguaje de los vínculos. Hacia la reconstrucción y el fortalecimiento de la sociedad civil. Paidós, Buenos Aires.
Sontag, S. (1996) La enfermedad y sus metáforas y El sida y sus metáforas. Taurus, Madrid.





[1] Informativo central de la emisora 1410 AM Libre, 20 de septiembre de 2002.
[2] Informativo de Canal 10 SAETA, 16 de octubre de 2002.
[3] En entrevista con el periodista J. Traverso, Canal 10 SAETA, 23 de junio de 2003.
[4] Informativo central de la emisora 1410 AM Libre, junio de 2003.

Casavalle: una zona, un barrio, un lugar. Periferia urbana y fragmentación de la subjetividad


Artículo presentado en las VIII Jornadas de Investigación de la Facultad de Ciencias Sociales: "El futuro del país en debate", UdelaR, Montevideo, 8 y 9 de septiembre de 2009.
Publicado en el CD homónimo de las Jornadas, 2009 (ISBN 9789974-0-05662).




Resumen

La ponencia constituye una de las síntesis del proceso de investigación emprendido a lo largo de todo el año 2008 en la Unidad Casavalle Nº 1 y sus vecinos, actualmente en fase de cierre, en lo referente a las espacialidades presentes no solo en la periferia montevideana, sino en la mayoría de las ciudades contemporáneas. Tomando a la zona de Casavalle en su totalidad, analizaremos las consecuencias de la yuxtaposición y el solapamiento de tres tipos de intervenciones urbanas (tradicional, alternativa e informal) emprendidas desde diferentes lineamientos políticos sobre la vivienda así como por la ocupación espontánea, en lo que representa un depósito espacial al que han arribado poblaciones desplazadas en diferentes oleadas migratorias. Los barrios tradicionales de quintas y chacras, los complejos habitacionales precarios desde su gestación, y los asentamientos irregulares que fueron cubriendo los vacíos e intersticios, conforman un collage de un centenar de unidades espaciales diferenciadas por su morfología espacial, así como por la generación de identidades específicas. La combinación inextricable de factores físicos, biológicos y culturales, constituyen diferentes espacializaciones, formas de construir subjetividad a partir de los mismos. En las últimas décadas hemos asistido a la consolidación de la llamada “marginalidad avanzada”, donde la pobreza y la exclusión se sustentan y reproducen principalmente en las determinaciones espaciales: barrios estigmatizados, abandonados por los largas décadas, objetos de políticas explícitas de territorialidad así como de desplazamientos poblaciones a partir de diferentes tipos de exclusión cultural, social y económica. Pero además de los llamados guetos y anti-guetos, también existen lo que podríamos denominar “depósitos espaciales”, donde no hay ni homogeneización étnico-racial ni existe la herencia de cinturones obreros.


Palabras Clave

Fragmentación urbana / Marginalidad avanzada / Subjetivación del espacio







«La tendencia dominante apunta hacia un horizonte de un espacio de flujos interconectado y ahistórico, que pretende imponer su lógica sobre lugares dispersos y segmentados, cada vez menos capaces de compartir códigos culturales. A menos que se construyan deliberadamente puentes culturales y físicos entre estas dos formas de espacio, quizá nos dirijamos hacia una vida en universos paralelos, cuyos tiempos no pueden coincidir porque están urdidos en dimensiones diferentes de un hiperespacio social.»

Manuel Castells. La era de la información. Tomo I La sociedad red, 1998.



La vaguedad y ambigüedad para delimitar el territorio de Casavalle, hace a la problemática de la compleja construcción de su identidad hasta el presente. Dificultades desde un punto de vista lógico en lo que respecta a la construcción de un objeto de investigación y un territorio de intervención, que tiene sus correlatos desde todas las demás visiones, sean las de la administración estatal como la de sus habitantes. La voz Casavalle es un nombre propio sin sujeto definitivo. Como pocas veces, se hace evidente que el significado es una lucha por el sentido y no un neutro establecimiento de una correspondencia con lo que sería la cosa en sí. La genealogía del ocupamiento del espacio físico en sus sucesivas oleadas poblacionales, así como el uso estigmatizador llevado a cabo por los medios masivos de comunicación en estas últimas décadas, hacen a la polisemia de este nombre con diferentes significaciones.
Hagamos el intento por distinguir las diferentes voces y sus correlatos. Por un lado, desde la visión municipal, Casavalle define al territorio delimitado al sur por el Bulevar Aparicio Saravia (el bulevar de los pobres como los vecinos lo denominan), al este la avenida Pedro de Mendoza, y al oeste el arroyo Miguelete (a la altura donde se mantiene y acentúa su contaminación) y la avenida de las Instrucciones, configurando un suerte de triángulo con uno de sus vértices mordido por dicho accidente geográfico. En el lenguaje municipal, éste triángulo se inserta en la llamada zona de interface urbano-rural, y queda incluido en la Zona 11 una vez comenzada la política de descentralización en 1990 (Lombardo, 2005:43). Desde una mirada más genérica y tomando en cuenta formas demográficas más o menos homogéneas en lo que respecta a las definidas como Necesidades Básicas Insatisfechas (NBI), el Instituto Nacional de Estadística (INE) ha definido, dentro de la Sección censal 17, como área aproximada a barrio a un Casavalle (Nº 30) sensiblemente diferente (INE, 2006:7-8).
Muy diferente es la percepción desde dentro, así como cuando contextualizamos históricamente el desarrollo del lugar. Cuando nos sumergimos en esta área aproximada a barrio, nos encontramos con decenas de barrios efectivos, intersubjetivamente considerados como tales. Igualmente, la caracterización socio-demográfica tiene una razón de ser también en lo concreto, no olvidemos que los límites han sido considerados a partir de tendencias similares en las condiciones de vida en relación al entorno físico.


Tabla 1
Población de Manga, Las Acacias y Barrio jardines del Borro
Fuente: INE

1963 56.503
1975 69.105
1985 77.675
1996 85.420



Tabla 2
Porcentaje de Población con Carencias Básicas
Fuente: INE

Área Censal Nombre 1985 / 1996
21 Jardines del Hipódromo 33,9 / 23,1
22 Ituzaingó 22,5 / 16
28 Las Acacias 26,6 / 19,1
30 Casavalle 47,1 / 39,6
31 Piedras Blancas 30,5 / 24,4
32 Manga-Toledo Chico 50,9 / 30
34 Peñarol-Lavalleja 21,6 / 17,2
58 Colón Sureste-Abayubá 22,4 / 17,1
61 Villa García-Manga Rural 49,8 / 37,5
62 Manga 33,4 / 22,8

Total Montevideo 15,9 / 13,3




En este sentido, todos los barrios que caen bajo la denominación estatal de Casavalle comparten los mismos índices de precariedad (siendo los indicadores del NBI: el alojamiento, la infraestructura disponible, la existencia y acceso a servicios de educación, y la capacidad de subsistencia del hogar), lo que se traduce en cierta homogeneidad, pero sólo en dicho nivel, estructural. Contradictoriamente, y no por casualidad, lo que más pesa en la definición de las condiciones subjetivas de existencia para todos aquellos que residen en esta zona, es la construcción de una posición en el entramado que genealógicamente ha sido construido a partir de diferentes oleadas poblacionales, en su mayoría debido a relocalizaciones, donde la experiencia cotidiana previa y las relaciones de filiación y alianza parecen ocultar las condiciones básicas que más o menos comparten todos por debajo de tal o cual desplazamiento y ocupación específica. Se trata del proceso de diferenciación y singularización identitaria que, a pesar de venir y terminar en el mismo lugar, a pesar de compartirse unas mismas procedencias y unas condiciones generales sincrónicas con otros, los caminos tienden a divergir y además, más específicamente, a disociarse. Es decir, la pobreza urbana construye fragmentación allí donde se comparten las mismas condiciones de existencia. La contradicción no es tal cuando vemos que la fragmentación y la disociación son parte consustancial de las condiciones estructurales históricamente determinantes, siendo resultados y principios de reproducción de la realidad. Diferentes grupos poblaciones a lo largo de seis décadas, provenientes de zonas céntricas desalojadas, del medio rural y de ciudades más pequeñas, ocupando algunas complejos habitacionales de creación estatal, otros ocupando y levantando rancha a rancho un asentamiento, compartiendo las mismas condiciones básicas de existencia se aíslan en fragmentos fuertemente cerrados sobre sí mismos, yuxtapuestos, en un caleidoscopio de identidades locales fundadas en el reconocimiento mutuo cotidiano y las relaciones de alianza y filiación en una inmanencia desde la cual se hace muy dificultoso salirse. Es lo que se denomina la necesidad de la inmediatez (Rostagnol, 2003:43)[2], pero en lo que respecta a la construcción de identidad cultural y en particular a la relación de la misma con la espacialización, con la construcción de un lugar antropológico en un espacio físico. La inmediatez domina las lógicas de construcción de identidad de todos los grupos poblacionales, y en los que antes residían y no compartían dicho rasgo, que también fueron paulatinamente ubicándose dentro del mismo perfil socio-demográfico, compartiendo las mismas condiciones básicas de existencia insatisfechas. Dicha inmediatez tomada como condición, puesta en funcionamiento en espacios precarios y temporarios desde la misma concepción institucional que los erigiera, genera una espacialidad caracterizada en primer lugar por la fragmentación y disociación con el entorno, conjuntamente con un ensimismamiento y repliegue sobre sí mismo del fragmento así constituido. Junto con ello, las diversas etapas de ocupación del territorio no son asimiladas por las siguientes en forma directa. El repliegue espacial va de la mano de una erosión y desfiguración de las huellas históricas en el mismo, que igualmente se mantienen resignificadas completamente, pero como formas mudas de un pasado desconocido la mayoría de las veces, o como ruinas muy recientemente atendidas por redes de vecinos interesados en el patrimonio y el desarrollo local.[3] La condición general puede ser ejemplificada con el destino de lo que fue la casa-azotea de Pedro Casavalle, hoy convertida en lo que tradicionalmente se denomina tapera, ocupada por varias familias en su interior y en sus adyacencias, en peligro de derrumbe. La voz Casavalle tiene un origen criollo y refiere a este personaje del Montevideo colonial muy influyente en la emancipación oriental[4]. Pero va a ser la proyección, construcción y ocupación del complejo Unidad Casavalle desde 1957 lo que terminará por estampar el nombre a la zona de una forma indeleble. Tan sólo el significante se mantiene, hasta el momento, de las huellas de las experiencias humanas allí suscitadas siglos antes; los significados por el contrario son ignorados y sustituidos por unos que más que referir a sentidos como el de independencia, lucha libertadora y artiguismo, lo hacen a la inseguridad, la violencia y la mayor de las estigmatizaciones del Uruguay contemporáneo.
Desde casi un siglo antes de que Pedro Casavalle habitara allí, cuando comienza el poblamiento español de la Banda Oriental del río Uruguay, tenemos las primeras chacras por el arroyo Miguelete (1727), Manga (1730) y Toledo (1752). Éstas aparecieron una vez instalado el proceso fundacional de Montevideo en la pequeña península (1724-1730), y definidas las áreas de los solares del pueblo, así como las externas de los ejidos, los propios y dehesas para la pastura de ganados, las chacras, y por último de las estancias, según el modelo planificador indiano, hegemónico en los territorios de la Corona española. La tarea estuvo a cargo de Pedro Millán, quien en marzo de 1727 realizara las delimitaciones y el primer reparto de tierras entre las familias colonas, entre otros asuntos fundacionales (Carmona y Gómez, 2002:14). Montevideo irá expandiéndose en sucesivas incorporaciones de estas áreas. Cuando se demuelen las murallas a partir de 1829 (las cuales habían sido terminadas completamente recién en 1780), se lleva a cabo el primer ensanche, el de la Ciudad Nueva, proyectando y construyendo el damero que actualmente constituye el Centro de la ciudad. Las zonas de chacras seguían siendo tales, pero no sólo la ciudad iba paulatinamente expandiéndose, sino que más importante aún, cuando fue sitiada (1843-1851) en la Guerra Grande, se generaron localidades ya del otro lado de los propios para asentar a la población del campo sitiador de entonces. De allí surge Villa Restauración, luego de la guerra rebautizada con el nombre de La Unión. Siguiendo la dirección del límite de los propios hacia la costa, se erigió una aduana paralela con su puerto, el Buceo; y hacia el noroeste, se encontraba el campamento militar del Cerrito, punto de visibilidad estratégico para los ejércitos sitiadores. Tras esta ondulación, se encontraba Casavalle, por aquél vecino del Montevideo insurgente, la cañada que lleva por él ese nombre, y lugar donde unas décadas antes se había combatido, aquella vez, entre un bando oriental unificado por un lado y las tropas invasoras brasileñas por el otro. Se trataba por tanto de una zona de chacras, entre las de los propios y dehesas hacia la ciudad y las estancias hacia el medio rural, convertida en campo de batalla esporádico en la primera mitad del siglo XIX. En las décadas de la Guerra Grande es cuando se acelera su proceso poblacional al establecerse cercanamente la villa y el campamento militar de Manuel Oribe y sus fuerzas sitiadoras.
El segundo ensanche oficial de la ciudad de Montevideo, llamado de la Ciudad Novísima, se llevó a cabo a partir de un decreto de 1878, estableciendo como límite un bulevar de Circunvalación, el actual Artigas, incorporando núcleos espontáneos surgidos dentro de dichos límites. Mientras tanto y ya pasadas las guerras civiles, las zonas de chacras mantenían su carácter, y el territorio en general mantuvo la forma, en dirección y regularidad (en forma de «V») que Pedro Millán había dado por vez primera acompañando la curvatura de la costa y orientación de ciertas cuchillas. Hasta hoy en día podemos apreciar estar marcas en el territorio, los caminos radiales de comunicación campo-ciudad (como la actual avenida San Martín), los caminos transversales uniendo los lugares de importancia, y los caminos de abrevadero entre las chacras (Carmona y Gómez, 2002:38). En un tercer ensanche de la ciudad, a partir del plan de amanzanamiento aprobado en 1893, y por consiguiente, de un nuevo desplazamiento de la periferia al camino de los Propios (la larga diagonal, actual bulevar Batlle y Ordoñez). Se absorben estas tres localidades heredadas de la Guerra Grande en particular gestadas desde el sitio a Montevideo: La Unión, Buceo y Cerrito, son caracterizados plenamente como barrios desde la moderna Montevideo que efectivamente se los engulle posteriormente, trayendo consigo la periferia cada vez más cerca de las chacras. Esta tendencia implicó reacciones del otro lado de la frontera expansiva, y mientras se asimilaban antiguas villas y conglomerados poblacionales de origen militar o comercial (se proyectan los amanzanados en damero como el del Cerrito), las chacras cercanas fueron subdividiéndose en quintas.
Con el cambio de siglo, la cuadruplicación de la población de Montevideo en las últimas décadas debido a la llegada de las oleadas inmigratorias trasatlánticas despertó también al mercado inmobiliario. Para la década de 1930, el Estado se esforzó en regular la ocupación del territorio, que vivió una explosión descontrolada. Leyes, como la de la división horizontal de la propiedad de 1946, marcan el camino de una nueva forma de apropiación del espacio, fomentando la posibilidad de compartir la propiedad en zonas ya muy valorizadas por entonces, al mismo tiempo que se estimula a la industria de la construcción. Se vienen los altos bloques, llega la versión comercial de la arquitectura moderna internacional, y con ella también se da lugar para que sea posible su complemento, el complejo habitacional de periferias. «Contrariamente a los objetivos planteados, el uso de la Ley tanto por la actividad privada como por la pública, acentúa las diferencias en el valor de la tierra. Encarece las áreas privilegiadas y con mayor demanda, favoreciendo su apropiación por los sectores de mayores ingresos, y aumentan la especulación inmobiliaria» (Carmona y Gómez, 2002:87). El Banco Hipotecario del Uruguay (BHU), había sido creado en 1892 y estatizado bajo la presidencia de José Batlle y Ordoñez en 1912 con el fin de orientarlo hacia la promoción de la vivienda de sectores medios y bajos. En 1929 había ampliado sus operaciones para ofrecer préstamos a instituciones públicas y privadas para la construcción y reformas, y en 1944 se creaba el Departamento de Ahorro y Crédito, habilitándose en 1947 el Departamento Financiero de la Habitación (BHU, s/d).
En este contexto, el BHU operó como prestamista para propietarios que, con el crédito público y bajo, vendían en el mercado libre de una forma más que redituable. Junta a la inexistencia de una política específica para los sectores de bajos ingresos, se termina el panorama para una verdadera consolidación de una polarización de la sociedad de mediados de siglo XX. Si el territorio siempre fue ocupándose en forma diferencial dependiendo del valor del mismo en la construcción simbólica de las relaciones sociales, en este nuevo contexto, se termina por consolidar al capital económico como determinante prioritario del campo inmobiliario y estableciendo una tendencia a la polarización y consiguiente exclusión de diversos sectores de la sociedad.
El fraccionamiento de la zona rural periférica avanza a la par de la verticalidad en las zonas de vivienda y consumo de la clase media consolidada y territorializada principalmente sobre la costa. Una nueva ordenanza municipal también de 1947 –y las subsiguientes modificaciones de 1949, 1953 y la más reciente de 1990–, otra vez sobre amanzanamiento y fraccionamiento de tierras, disminuye progresivamente el área de los predios suburbanos y aumenta la de los rurales, con lo cual las huertas tuvieron de allí en más sus días contados. Se radicaliza el límite de la ciudad, estableciendo condiciones como para que la gama de matices constituida por la zona de chacras y huertas se disuelva en quintitas, colindando con un medio estrictamente rural. Esta tendencia ha sido justificada por la necesidad de controlar la ocupación que efectivamente se fue dando de la zona; las autoridades municipales reaccionaron frente a la múltiple ocupación de los predios, lo que no correspondía con el tipo de propietario que se pretendía jerarquizar. Casavalle queda incluido en la zona S3, la suburbana más exterior; los frentes mínimos requeridos para los predios pasan sucesivamente de 30 en 1947 a 13 en 1949/53, y luego en 1990 a 10 metros, el área mínima va reduciéndose de 2000 a 500, y luego a 200 metros cuadrados de extensión, para los predios que cuenten con saneamiento, y se establece en 300 para los que no lo posean (Carmona y Gómez, 2002:90-91). Entre 1947 y 1990, la superficie oficial de los predios se reduce a un 10%. La zona suburbana queda oficialmente sin huertas ni chacras desde la primera versión de la ley, las cuales sólo pueden darse en la zona rural con extensiones mínimas de 1000 metros cuadrados para las primeras y 3000 para las segundas. Para 1947, se había dado el proceso de urbanización hacia el oeste de Casavalle, actuales Peñarol y Lavalleja, que junto al desarrollo sostenido hacia el este, de las adyacencias a lo largo del viejo camino colonial llamado de la Cuchilla Grande (actual avenida José Belloni) y con ello dar vida a las localidades de Piedras Blancas y Manga, se termina por definir la forma de “V” del territorio, la cuña rural que ubica a Casavalle en el vértice inferior, en el ángulo, una cuña de lo rural en la ciudad.
El Plan Director (no ya Regulador) de 1956 fue planteado desde una perspectiva renovada de las pautas urbanísticas de los Congresos Internacionales de Arquitectura Moderna (CIAM), donde la racionalidad funcionalista era matizada por los requerimientos de la escala vecinal, la multifuncionalidad y la relevancia de otras actividades antes no contempladas. El Plan es planteado con una vigencia de una década, a sabiendas de la necesidad de reformulación de las políticas urbanas, ahora ya no pensadas como propuestas de regulación cerradas. También se preocupa por áreas que considera de intervención prioritaria, así como define planes específicos. Entre éstos, es que se formula el Plan de Viviendas, para tratar de cubrir las necesidades de los sectores que habían ido quedando excluidos a partir de la profundización de la polarización social de entonces: «se plantea en la modalidad de «unidades de habitación» completas, con gran número de habitantes y servicios vecinales. Las mismas se ubican en lugares estratégicos para el nucleamiento de la vida vecinal y para el cumplimiento de fines previstos por el plan» (Carmona y Gómez, 2002:97). La propuesta original incluía a las unidades de habitación Nº 1 del Buceo, Nº 2 de Casavalle, del Cerro, Alto Malvín y del Reducto. Un año después, en 1957, se inauguraba el complejo Unidad Casavalle. De los otros complejos proyectados conjuntamente, tan sólo se realizaron el Nº 1 del Buceo y una tercera parte del ubicado en el Cerro.
La Ley de Vivienda de 1968, marca el próximo mojón de esta genealogía de la producción estatal, municipal en concreto, de las condiciones de ocupación del territorio, dentro de la cual se encuentran los procesos que dieron lugar a la existencia de la Unidad Casavalle sobre el trasfondo criollo-semi-rural del paraje preexistente. A una década de comenzado el proceso de ocupación de Unidad Casavalle, una nueva ley determina otra transformación concreta en el lugar. La formulación realizada por la comisión parlamentaria sobre la vivienda de entonces, se enfrentaba al hecho de que en una década la situación estaba radicalmente peor. La demanda de vivienda era insostenible, así como la inflación y la suba del precio de los alquileres, y el BHU se encontraba desfinanciado por el desajuste entre la inflación y las amortizaciones de préstamos. Ya para el año 1965 la llamada Comisión de Inversiones y Desarrollo Económico (CIDE) había diseñado un Plan Nacional de Viviendas, el cual fue tomado como base. Dicha CIDE, hacía eco del nuevo modelo hegemónico de entonces, los brindados por el Banco Interamericano de Desarrollo (BID) y la (AID) para la ayuda financiera de la Alianza para el Progreso promocionada por los Estados Unidos. Pero como bien plantean Carmona y Gómez, el contexto era uno en relación a las alternativas de entonces, pues los sectores internacionalistas que procuraron una toma de conciencia del problema de la vivienda social a escala planetaria, como la CEPAL y sus teorías de la planificación y el pensamiento social cristiano cooperativo fuerte por entonces, constituyeron también fuentes para el modelo de la nueva propuesta desarrollista (Carmona y Gómez; 2002:103). El Instituto Nacional de Viviendas Económicas (INVE) creado en 1937 es el órgano central encargado de producir las viviendas. El BHU el correspondiente al sistema financiero. Y por último, se crea una nueva figura institucional, la Dirección Nacional de Vivienda (DINAVI), en el ámbito del Ministerio de Obras Públicas de entonces, para centralizar todas las acciones. En este marco se reglamentan las Cooperativas de Vivienda, justamente en la línea del pensamiento social cristiano y el encuentro con tendencias progresistas, dando lugar a la consolidación del cooperativismo como uno de los fenómenos característicos de las formas de relacionamiento de la sociedad uruguaya moderna y contemporánea. El golpe cívico-militar en 1973 implicará un cambio drástico a todo lo proyectado en este sentido, y en todos. Lo ocurrido entre 1967-1974 en el marco de esta ley y su aplicación, constituye un intricado proceso en el contexto justo previo y posterior a la implantación una dictadura neofascista que duraría once años. La propia propuesta urbanística adolece también de las ingenuidades típicas que se apoyaron en los grandes complejos de bloques de viviendas horizontales subsidiarios aún del internacionalismo moderno como solución al problema (Euskal Erría, Parque Posadas), pero el golpe de Estado iría aún más lejos: «En 1977 el cierre de la línea de préstamos a cooperativas, la supresión del Ministerio de Vivienda creado en 1974 y el auge de la industria de la construcción alentado por la liberación del precio de los alquileres por Ley de 1974, propician la inversión privada especulativa» (Carmona y Gómez; 2002:105).
Así que fin de los préstamos a cooperativas y fin del control de los precios de los alquileres: la pobreza y la exclusión social espacialmente distribuida queda asegurada. Los traslados masivos se intensificaron, y en 1975 se detectan importantes migraciones internas desde las zonas históricas y consolidadas de la ciudad hacia la periferia. «En el período intercensal entre los años 1963-1985, la mancha urbana creció un 9% de la superficie total con un 3,78% de tasa de crecimiento poblacional» (Lombardo, 2005:12). Desde el punto de vista urbanístico, la ciudad de Montevideo hacia 1980 queda caracterizada por el desarrollo de las áreas históricas salpicadas por las nuevas construcciones en altura, complejos habitacionales de gran escala discontinuos con el paisaje –lo que se denomina ciudad alternativa–, y por el crecimiento y expansión de la ciudad informal.
Lo que viene luego es una sucesión de generación de conjuntos habitacionales, uno al lado del otro, solapándose con los anteriores, junto a la generación de asentamientos espontáneos en los claros resultantes, con poblaciones provenientes por lo general, ya no solo del medio rural en su mayoría, sino de la zona urbana tradicional de Montevideo, expulsados de una u otra forma. Los planes estatales han optado hasta el momento por mantener una política de mínimos costos. Por esta misma razón, Casavalle se convierte en receptáculo de variados experimentos elaborados a partir de la Unidad Casavalle 1, a fines de los años sesenta. Hasta la actualidad, se siguen creando entornos espaciales aislados, de una homogeneización que los compacta frente al exterior, propiciando la reproducción de la espacialidad de la inmediatez y en algunos casos, en su versión combinada con el hacinamiento, como en Unidad Misiones (Los Palomares). La zona de Casavalle había quedado subsumida en el proceso de fraccionamiento y mercantilización de las tierras de las antiguas chacras, en un principio tanto público como privado. Pero como hemos visto, la polarización socioeconómica rápidamente desvirtuó cualquier atisbo de sensatez en los proyectos. En 1946, ya de hecho, por la nueva normativa, se había parado el proceso de fraccionamiento, cuando eran las manzanas más pequeñas del Barrio Plácido Ellauri las que mostraban un buen desarrollo de ocupación, con lo cual, se mantuvieron predios más bien grandes, que fueron quedando como islotes, en la actualidad ocupados por asentamientos, algunos de los más numerosos. La intención era otra, era volver a consolidar una zona intermedia (la suburbana menos densa, S3), para lo cual se trató de frenar el avance fraccionador. Pero rápidamente, en 1953, las autoridades vuelven a reducir los predios, haciendo inviable también las quintas. La zona fue considerada ideal para la elaboración de un conjunto habitacional, enmarcado en las acciones que el Plan Regulador puso en marcha, basándose en la Ley de Vivienda de finales de los años sesenta. El criterio de elección, fue planteado según la existencia previa de cierta vecindad, a la cual se buscaba consolidar a través de la construcción del complejo. La década posterior implicó que la presencia de este primer complejo, hiciera decaer abruptamente el valor de la tierra circundante, por lo cual fueron éstas, las circundantes, las que después el propio Estado terminó comprando (por lo bajo de su precio) para instalar a su vez nuevas experimentaciones urbanísticas, otra vez, para sectores de población de situaciones de precariedad, desalojados de zonas céntricas de Montevideo en la ola de la segunda mitad de los años ochenta y principios de los noventa, personal policial y militar de medio-bajo rango, etcétera.
De este proceso, tenemos como resultado la existencia de fragmentos yuxtapuestos de entornos espaciales claramente diferenciados entre sí y homogéneos en su interior, que junto al contexto de precariedad (situación de emergencia y hacinamiento), terminan por configurar un Casavalle contemporáneo como sumatoria compleja de espacios tendientes constantemente a la guetización. Se trata, como venimos planteando, de una espacialidad basada en la discontinuidad, el repliegue sobre sí, y la homogeneidad interna de un entorno físico parcial, el cual se yergue como un todo cerrado.



Barrios Tradicionales
Plácido Ellauri (1908)
Jardines del Borro (1926)
Bonomi (1953)

Conjuntos de Viviendas Económicas
Barrio Obrero Instrucciones-Municipal (1940)
Unidad Casavalle Nº 1 (1958)
Unidad Casavalle Nº 2 (1961)
Unidad Misiones (1972)
Conjuntos INVE para militares (c. 1970)
Conjunto INVE Nº 59 (1975-82)
Complejos Habitaciones BHU 72 y 76 (1975-82)
Barrio Natal-Aquiles Lanza (1985)
Núcleos Básicos Evolutivos (NBE) (1989-92-95-96-2000)
Complejo Habitacional BHU 88 para jubilados y pensionistas (c. 2000)
Cooperativas militares del MVOTMA (2003)

Asentamientos
Anteriores a 1990: Juan Acosta, 2 de Febrero, Pasaje Diagonal, Nuevo Amanecer, núcleo del posterior El Milagro, Popayán, Costaneros, y otros sin nombre.
Posteriores a 1990: Nuestros Hijos, Los Reyes, La Esperanza, Matilde Pacheco, El Milagro, La Cantera, Tres Palmas, Barrios Unidos, Gruta de Lourdes, San Martín Unidad Misiones, Simón del Pino, La Palmera, y otros sin nombre.
Sumados al 2006: Las Palmitas, Nuevo Rinaldi, Unión y Fuerza, Obreros Unidos, Constituyentes, Nuevo Colman, Nuevo Mendoza, Pasaje Aserradero, Nuevo Plácido Ellauri-Del Aserradero, Nuevo Mausa, 21 de Febrero, Buenos Aires, W. Medina, 19 de Mayo-Curupú, 4 de Octubre-Emanuel, 1ero de Marzo, 1ero de Mayo, y otros sin nombre.





Los diferentes fragmentos o entornos espaciales enguetizados, se caracterizan fuertemente por el carácter experimental de las diferentes intervenciones estatales y municipales a lo largo de los diferentes períodos. Los fragmentos correspondientes a asentamientos precarios e irregulares, se comportan más como manchas, siendo aún más transitoria la condición de ocupación, y por ello más heterogénea su composición y límites. Igualmente, algunos de estos asentamientos llevan décadas constituidos en el mismo espacio, con lo cual tienden a consolidarse como fragmentos bien definidos. Como veremos, algunos complejos habitacionales actuales fueron antes asentamientos, como el Barrio Natal levantado en 1985. Y la política actual de regularización de asentamientos también explora en la misma línea, aunque de otra forma y con otras consecuencias. Toda cartografía presentada es incompleta, por naturaleza y por las condiciones existentes en la actualidad. En el presente existen varias intervenciones en marcha, como el Barrio Tres Palmas en el marco del PIAI, en Avda. San Martín y Domingo Arena. El barrio está en plena gestación. En el marco del Plan de Integración de Asentamientos Irregulares (PIAI) y el MVOTMA, se está construyendo el nuevo barrio junto a quienes son realojados, desde una perspectiva donde se pretende trabajar no «solo desde el asentamiento, sino desde el barrio» (DINOT-MVOTMA, s/d). En octubre de 2008, se entregaron 10 viviendas de 31 realojos. Las viviendas de 1, 2 y 3 dormitorios incluyen cocina, baño y comedor. Además del Barrio Tres Palmas, otros asentamientos de la zona se encuentran inmersos en el PIAI: Barrios Unidos y La Esperanza (para licitar las obras), Nuestros Hijos (en etapa de preinversión), y Nuevo Colman y Nuevo Amanecer (también terminados) (PIAI, s/d).
Por un lado, la falta de información exhaustiva refiere directamente a la situación de Casavalle en los planes y ejecuciones efectuados por los diferentes órganos institucionales (complejos habitacionales, Núcleos Básicos Evolutivos, las nuevas intervenciones de carácter barrial, para trasladados o para los habitantes irregulares del sitio). Además, este desorden institucional, va de la par de la dinámica propia de ocupación, en lo que se da en llamar la ciudad informal. Es decir, por la heterogeneidad de migraciones, la variabilidad de residencia, principalmente en los asentamientos pero también en gran medida en los complejos habitacionales pauperizados (considerados también como asentamientos por las autoridades actuales). Todo esto hace que la dinámica del territorio, y lo que a nosotros nos importa, las subjetividades que crean y se recrean a partir de la misma y de otros factores, se constituyan a partir de condicionamientos que determinan los márgenes de movilidad y asentamiento en formas semi-nómades de diferentes tipo de circuito, siendo en los asentamientos donde se da la mayor movilidad y con las conexiones con otros territorios más distantes. Por supuesto que existe un grueso, principalmente en los entornos espaciales más antiguos, que mantienen una residencia anclada, pero es también significativo el movimiento de ida y vuelta a partir de fragmentos o unidades que componen a otras mayores. Estos casos son típicos de aquellas unidades posteriormente subdivididas, como es el caso en el que investigamos e intervenimos en particular.[5] Nuestra investigación participativa se enmarca en el antiguo predio proyectado en 1957 para la Unidad de Habitación Casavalle, comprendido hasta el presente por tres intervenciones claramente diferenciadas: la Unidad Casavalle Nº 1 (Las Sendas), -la primera y la única acorde al proyecto-, la Unidad Casavalle Nº 2 de 1961, y la Unidad Misiones (Los Palomares) construida en 1972; así como por la formación de asentamientos irregulares, en particular dos: el que se desarrolla como continuación de Las Sendas hacia el norte, en el espacio verde que se mantenía desocupado en los límites con el barrio Jardines del Borro preexistente, y el que se desarrolla sobre la costa del arroyo Miguelete, espacio verde proyectado como parque lineal en el perimido Plan Director de 1956. También hemos incluido actividades en barrio Jardines del Borro (Barrio Borro), así como hemos contado con la participación de vecinos de las llamadas Viviendas del Padre Cacho. Lo que pueden ser consideradas viviendas, las que están incluidas en las tres intervenciones arquitectónicas emprendidas por el Estado en el terreno de la proyectada Unidad de Habitación Casavalle, suman unas 876, y junto a los asentamientos ocupan un área aproximada de 36 hectáreas (Cecilio, Couriel, y Spallanzani, 2003:105).
En 1985, comenzando el camino de retorno a la democracia luego de la última dictadura cívico-militar, cuando el porcentaje de la población con carencias para todo Montevideo era del 15,9%, en Casavalle llegaba al 47,1%. Esto quiere decir que la mitad de los que allí vivían lo hacían en situación de extrema pobreza. Casi una década después, en el marco del despliegue de las políticas neoliberales, y a pesar de la llegada de decenas de contingentes provocada por los desalojos masivos, los índices descienden levemente, 13,3% para todo el Departamento, y 39,6% para Casavalle. La relación entre el todo y la parte siguió siendo la misma, casi tres veces más, una verdadera concentración de la pobreza en la zona. Las carencias más presentes han sido el hacinamiento, las insuficiencias edilicias de las viviendas, el tipo de servicio sanitario, el acceso a la energía eléctrica, y el abastecimiento de agua potable.
Para toda el área Casavalle, definida por las NBI, la población en 1996 era de 28.937 habitantes, ocho años después, en 2004, era de 36.450; crecía un 26%. Pero, como efecto de las políticas neoliberales, la concentración de la pobreza aumentaría aún más. Durante ese mismo período, la cantidad de viviendas particulares en todo el Departamento de Montevideo creció un 10%, mientras las que se encontraban desocupadas llegaron a aumentar un 102,8%, aumentando las ocupadas tan solo un 3,9%. Para entonces, la población en asentamientos irregulares –de los cuales en la zona hay ya más de cincuenta– alcanzaba el 10% del Departamento, unas 133.545 personas. Montevideo solamente concentra el 77% de los asentamientos de todo Uruguay, el género es equitativo en ellos, y los niños y jóvenes hasta 29 años constituyen el 63% (siendo a su vez el grupo de 0 a 14 años el más numeroso, con el 36%). Sólo un 4% supera los 65 años de edad. Un 18% de los montevideanos menores de 9 años ha nacido en un asentamiento, casi uno de cada cinco. Mientras la relación entre el grupo de niños menores de 9 años es en todo el Departamento del 6%, en los asentamientos constituyen el 12%, el doble. Y mientras los mayores de 65 años son en 16% del total, en los asentamientos representan tan solo el 4%, cuatro veces menos. Éste es, como se ha dicho tantas veces, el rostro de la pobreza de principios de milenio: de niño y adolescente.
El hecho de que estas tierras se encuentren dentro de una vasta zona homogénea en lo que respecta a las condiciones básicas de existencia, a su carencia, inaccesibilidad, precariedad, se corresponde con determinaciones en la dimensión cultural, de la construcción de sistemas de significación, creencias y horizontes de posibilidad socialmente establecidos para y en la acción. No se trata tan solo de que lo económico determina lo cultural, sino más exactamente de que las relaciones de fuerza, la economía política, se expresa y cobra cuerpo en diferentes saberes, incluidas las versiones sobre la identidad, las mínimas objetivaciones, los productos siempre mitológicos de la subjetividad. Las condiciones cobran forma en nosotros, quienes a su vez somos los que podemos transformarlas, en diferentes sentidos y niveles. Pero si bien el peso de las determinaciones es relativo a las situaciones (no es absoluto), en estos contextos se presentan con el máximo de imposición imaginable. Y es que la zonificación de las condiciones de exclusión genera este poder de las determinaciones al imponerlas espacialmente situadas, un capítulo de lo que Foucault llamara biopoder, la gestión política del cuerpo social desarrollada en Occidente. Es esa sensación de que Casavalle, y otros territorios semejantes, se encuentran sumidos en una situación imposible de cambiar, de que la pobreza y la desidia social seguirán eternamente sojuzgando a estas poblaciones marginalizadas. La estigmatización del resto de la sociedad tiene su correlato interno en la auto-estigmatización y la fragmentación de los vínculos vecinales. Los índices que miden las condiciones básicas insatisfechas, con toda su crudeza, nos muestran una cara de la situación, la más dura, la determinante, un panorama de las condiciones presentes para quienes día a día habitan allí. Condiciones que como hemos visto han sido principalmente definidas por los vaivenes de las políticas habitacionales gestionadas desde los distintos gobiernos del Estado moderno, proceso que cobra cuerpo en la mitad del siglo XX, se consolida en el período de la última dictadura cívico-militar, y se profundiza a partir de la década de 1990 con las políticas neoliberales y la crisis social que tuvo su cota inferior en 2002.
En los centros de irradiación de los modelos occidentales, se han constituido dos tipos de espacializaciones, en tanto expresiones de las condiciones biopolíticas existentes de uno y otro lado del Atlántico norte. Wacquant ha desarrollado un profundo análisis comparativo entre los que denomina «hiperguetos negros» de las periferias estadounidenses, y «antiguetos rojos» de las europeas (Wacquant, 2007/2006). Los primeros, los hiper-guetos, son la herencia de los fuertes guetos comunitarios negros de la década de 1950, donde a la histórica segregación racial se le sumara la de clase. La clase trabajadora, enfrentada a la desocupación estructural por la desindustrialización, y las categorías etnorraciales, se combinan generando niveles de exclusión y espacialización no antes vistos. Del lado europeo, las periferias de las principales metrópolis se han conformado por una heterogeneidad de grupos étnicos y culturales en general, según fronteras porosas, donde la condición de clase es la determinante común, y la étnica está presente pero bajo la forma estereotipada del inmigrante. En estos anti-guetos se da la mayor fragmentación, por eso son lo opuesto a los guetos, porque tienden a la fragmentación permanentemente. La diversidad cultural en situación crítica, de exclusión y estigmatización, pasa a ser predominantemente fuente de violencia, en vez de contexto de creación de nuevas formas subjetivas y enriquecimiento mutuo entre las existentes. Las semejanzas entre ambas formas de marginalización avanzada, pasan por las estructuras demográficas y económicas: enclaves de las consideradas minorías, concentración de grupos de edad extremos en relación a cada contexto, fuerte presencia de familias monoparentales, zonas devastadas por la desindustrialización y por ello de hemorragia demográfica; y por la que llama «la atmósfera espesa y opresiva que reina en ellos y el estigma muy fuerte asociado al hecho de residir en un espacio considerado como un lugar… convertido en sinónimo público de fracaso, miseria y delincuencia» (Wacquant, 2007/2006:178-179).
Pero Wacquant también nos advierte de las diferencias y relaciones entre lo que son las cualidades morfológicas (los perfiles sociodemográficos) y la fenomenología de sus habitantes (las vivencias y percepciones), las similitudes que acabamos de apuntar, y las diferencias entre ambos cinturones urbanos en lo que hace a las escalas, las composiciones y las funciones de cada uno: ningún barrio de complejos parisino alcanza a ser la décima parte de un gueto como el de Chicago, funcionalmente los primeros son más zonas dormitorio y los primeros incluyen actividades de producción propia y cierta autonomía institucional e identitaria, donde algunos vecinos no salen al exterior para nada. La heterogeneidad y dispersión etno-racial también se opone al encierro y la uniformidad del otro lado. En tercer lugar, las tasas y niveles de pobreza son mucho mayores en los Estados Unidos que en Europa. Lo mismo con la criminalidad y peligrosidad, mucho más estructural en lo que fueron los guetos negros en comparación a las periferias multiculturales desindustrializadas. Y por último, las políticas urbanas y ambientales han sido muy diferentes, entre los esfuerzos paliativos europeos, y la hasta el momento permanente retirada de las instituciones norteamericanas.
Si de Casavalle se trata, no encontramos ninguno de los modelos hegemónicos antes vistos, ni hiper-guetos, ni anti-guetos. La segregación espacial, la espacialización de la pobreza ha adoptado otras formas, como es de esperar para cada caso. Antes que nada, más que disminuir, la población ha aumentado considerablemente. Sí existe algo cercano a los antiguetos europeos en aquellos barrios montevideanos afectados por la desindustrialización, como los del Oeste (La Teja, el Cerro, Nuevo París), pero no se componen por una heterogeneidad de grupos inmigrantes y sus descendientes como en las periferias francesas o españolas. Sí encontraremos trazas del hipergueto estadounidense en Casavalle, ciertas características que los emparenta, pero en diferentes grados y niveles, pues como luego veremos, la población de descendencia afrouruguaya es considerablemente mayor que en el resto de la ciudad y el país. Y es que principalmente, el área aproximada a barrio tomada a partir de la homogeneidad en relación a los niveles de necesidades básicas insatisfechas, trata de las similitudes, tanto entre las diferentes tipos de periferias urbanas contemporáneas en todo el mundo, como entre los distintos fragmentos, espacios locales conformados, percibidos y vividos también como diferentes, de gran heterogeneidad. En este sentido, el área de Casavalle toda ha sido tomada como un depósito, una zona donde implantar diferentes tipos de espacios, según diferentes políticas habitacionales a lo largo de un devenir histórico-institucional con considerables discontinuidades. Al respecto, la periferia montevideana en general, se presenta como una hibridación y eclecticismo de los modelos hegemónicos del norte junto a otros como el de los asentamientos, cantegriles o villas miserias, donde existe una variedad de realidades particulares, rasgo que es compartido a escala latinoamericana.
Como bien insiste permanentemente Wacquant, hemos tenido el cuidado de no caer en el error de asimilar todos estos procesos al clásico gueto, tan arraigado en las tradiciones científicas como en el sentido común, que define específicamente a conglomerados étnicamente homogéneos. Nos hemos referido a la guetización, como tendencia general hacia la generación de espacios cerrados sobre sí mismos, homogéneos en su interior y de fuertes fronteras con el entorno. Ésta es la cualidad compartida por todas las formaciones a las que hacemos referencia, la segregación, lo que se concreta de manera siempre diferencial, y donde las condiciones contemporáneas generan una tendencia a la disociación en realidades desconectadas, espacio y temporalmente inconmensurables. Pero es una tendencia, dentro de la cual también no cesan de generase estrategias que buscan superarla, alterarla, en diferentes grados. Además, esta tendencia a la segregación se combina con otras a partir de diferentes instituciones y tipos de vínculos intersubjetivos también presentes es estas realidades. Existen redes de relacionamiento y espacios de encuentro interculturales y transculturales. Como veremos, para nuestro caso, la Unidad Casavalle y sus vecinos, existe una fuerte tradición de trabajo asalariado e informal por toda la ciudad de Montevideo, el Uruguay, y experiencia de residencia en otras sociedades, como las de Buenos Aires principalmente, también Porto Alegre, y las recientes experiencias de los militares residentes en la zona enviados por la ONU a las zonas de conflicto mundial como ser Congo (ex Zaire) o Haití. Más que apuntes esporádicos, estas cuestiones refieren directamente a la conformación de la subjetividad específica de los casavallenses contemporáneos. En muchos casos, en un mismo núcleo familiar, a veces un mismo sujeto, comparte la condición de policía y de recolector de basura por diferentes zonas de la ciudad. En dichas condiciones, se puede tanto contrarrestar como aumentar la tendencia a la segregación, pero está claro que el barrio se encuentra atravesado por una multiplicidad de vectores de relacionamiento más allá del mismo, a pesar del aislamiento imperante y estructural a nivel de las condiciones básicas compartidas.



Recapitulación: Un collage en la fragmentación urbana


“La forma arquitectónica no está destinada a funcionar como gestalt cerrada sobre sí misma sino como operador catalítico generando reacciones en cadena en el seno de modos de semiotización que nos hacen salir de nosotros mismos y nos abren campos inéditos de posibles… puede generar proliferaciones y líneas de fuga en todos los registros del deseo de vivir, el rechazo de abandonarse a la inercia dominante.”

Félix Guattari. “La enunciación arquitectónica”, en Cartografías esquizoanalíticas, 2000.



La espacialización de las desigualdades sociales ha venido pautando el desarrollo urbano y territorial en general, tanto en lo referente a las políticas emprendidas por las instituciones como por los movimientos migratorios de los habitantes desplazados, una espacialización que es también movilidad. Al respecto el caso de Montevideo es hasta el momento paradigmático. Con un corrimiento urbano del 32% en los últimos cuarenta años, su población más que aumentar ha disminuido (Martínez Guarino, 2007). El poblamiento de los bordes periféricos ha desdibujado los límites de la ciudad, mientras numerosas viviendas en las manzanas de las zonas consolidadas (con servicios y comunicaciones) permanecen vacías, tapeadas para evitar su ocupación. La polarización social se ha hecho visible en la espacialización, así como ésta se ha consolidado como determinante crucial en las configuraciones subjetivas de los desplazados, lo que ya sabemos que sucede sobre la corrosión de la identidad a partir de la estigmatización del resto a quienes habitan ciertos lugares etiquetados de rojos, peligrosos, violentos (Wacquant, 2007). Es así que la ciudad contemporánea muestra vacíos en las antiguas zonas consolidadas y se extiende a lo largo de cinturones y concentraciones de pobreza.
Las zonas segregadas más que homogéneas tienden a una diferenciación radical, lo que sí es acompañado por una homogeneización al interior de cada fragmento urbano, unidad de espacio que se repliega sobre sí mismo. Una pluralidad de entidades espaciales proliferan, cada una con sus cualidades específicas, en un contexto de solapamiento mutuo permanente y nuevas ocupaciones que reconfiguran la cartografía en su totalidad. Desde el punto de vista urbanístico, se ha diferenciado tres tipos de ciudad: la tradicional, la alternativa, y la informal. La primera refiere a los entornos clásicos, para Latinoamérica refieren a los cascos coloniales y los diferentes ensanches previos al siglo XX. En Montevideo esto es evidente en su morfología: la península hoy llamada Ciudad Vieja, y los barrios incluidos en el bulevar Artigas proyectado en el segundo ensanche de la ciudad. También existen antiguos pueblos absorbidos posteriormente, así como fraccionamientos donde se erigieron espacios de las mismas características. La ciudad alternativa refiere a los modelos surgidos de los Congresos Internacionales de Arquitectura Moderna (CIAM), que tipológicamente se traduce en edificaciones en altura, viviendas de bloques y en tiras, complejos habitacionales de alta densidad, esparcidos por todo el viejo entramado y concentrado en ciertos sectores, una vez periféricos y otros siéndolos aún. La ciudad informal por último, es aquella determinada por la autoconstrucción y la falta de planificación, como en la ciudad medieval o en los actuales cantegriles, villas miserias, asentamientos, favelas, poblaciones, etcétera.
Existen experiencias como las de Casavalle –localidad que desde hace dos décadas se ha consolidado como la zona roja, de mayor desorden y caos social en el discurso hegemónico–, donde se mezclan estas tres formas en un contexto de marginación; zonas tratadas como depósitos espaciales donde experimentar con programas de mínimos costos y tener a poblaciones enteras en situación de transitoriedad, donde otros que son los desplazados encuentran espacio para levantar su rancho, su chabola. En realidad, Casavalle nace en la zona designada por los fundadores de la ciudad para las chacras, más allá de los ejidos y de los propios y las dehesas. Del trazado inicial de los repartos de tierras (1726) queda determinada la actual orientación de las calles, las macromanzanas previas a la subdivisión de las chacras, la forma de “V” de la periferia donde Casavalle viene a ubicar el vértice inferior, y ha sido convertido en un embudo, una cuña. Hasta allí penetra aún el medio rural en forma ostentosa, los campos verdes y el vacío más cercano a las zonas céntricas y consolidadas de la ciudad. Cuando en las primeras décadas del siglo XX se comenzó a urbanizar el antiguo paraje Casavalle, se lotearon terrenos de grandes extensiones (como el barrio Plácido Ellauri de 1908, loteamiento de macromanzanas para casas de tipo quinta realizado por Francisco Piria, el mayor emprendedor inmobiliario de entonces y conocido internacionalmente por su balneario Piriápolis, donde aún permanece su castillo alquimista) y se fundaron barrios según los modelos de la ciudad jardín de Howard, por entonces valorado como solución a la transición entre el campo y la ciudad.
Desde mediados del siglo XX comenzó la sucesiva construcción de diversos complejos habitacionales en toda la zona. El primero de ellos fue el llamado Unidad Casavalle, lo que se realizó de un proyecto más ambicioso, en 1958. El Barrio Jardines del Borro, creado en 1926 y ubicado inmediatamente al norte, sintió las primeras conmociones; pero el contexto se agudizó cuando en 1972 –un año antes del golpe de Estado cívico-militar que duraría formalmente hasta 1984– se levanta la llamada Unidad Misiones, “Los Palomares” para todos los vecinos de dentro y fuera, por su forma y densidad. En términos generales del mercado inmobiliario y la propiedad de la tierra, en 1974 se liberan los precios de los alquileres y con ello la dictadura comienza pautando desde el principio un movimiento migratorio de amplios sectores desde las zonas consolidadas de la ciudad hacia las periferias desprovistas de urbanidad, expulsados por no poder ni siquiera alquilar. Tendencia migratoria que ya había comenzado una década atrás por el nivel de los precios, pero que desde entonces se consolidaba estructuralmente. “Los Palomares” nacidos en tal contexto, se convertirían en uno de los espacios de mayor hacinamiento y concentración de la pobreza; y para el imaginario social contemporáneo, de circulación de sustancias ilegales como la pasta base (paco en Argentina, residuo de cocaína procesada generalmente con queroseno y ácido sulfúrico), y escondite de la ley para los que así lo necesiten, ambas cuestiones en realidad mucho más extendidas por todo el territorio, incluyendo a la franja costera tan valorada por los sectores medios y altos montevideanos. Los habitantes de la primera unidad habitacional, la que lleva el nombre del barrio, se habían establecido permanentemente una vez que se hizo evidente que los proyectos estatales de entonces no se iban a cumplir, y aquellas viviendas transitorias dispuestas en formas de peine a lo largo de sendas peatonales, terminaron siendo lo único que se construyó, mientras la fase final de un complejo de mayores calidades materiales y expresivas jamás se concretó. “Los Palomares” desde el vamos fueron transitorios, fueron también construidos para durar aproximadamente diez años; aún existen, superpoblados, implosionando.
A estas dos tramas hay que superponerle la tercera, la de la ciudad informal. En nuestro caso es la más extendida, atraviesa transversalmente todo el territorio, se comporta más como una mancha que como un emplazamiento, y no cesa de estar transformándose. Son los más de cincuenta asentamientos de población en la zona, algunos ya con más de veinte años de existencia, algunos menores a cien habitantes, otros mayores a mil. Últimamente, algunos de ellos, muy pocos, han entrado en el proceso de regularización emprendido por los agentes públicos, que implica algo así como una refundación en la mayoría de los casos sobre la antigua ocupación, con construcciones de estándares dignos y con la participación de los vecinos en el proceso, se trata de emplazar aquello que se ha configurado con grupos semi-nómades. Pero toda la zona sigue siendo un depósito, aún se siguen enviando contingentes poblacionales y erigiendo nuevos entornos espaciales discontinuos entre los existentes, y siguen en pie y más vivos que nunca aquellos que una vez fueron planteados como transitorios, de gran precariedad y limitado para soportar una población cada vez mayor, así como se consolidan los asentamientos como hemos descrito.
A pesar de la fragmentación espacial y subjetiva en general, se han tendido y se siguen tendiendo puentes entre los fragmentos, entre individualidades aisladas y cerradas sobre sí mismas. Si de las condicionantes se trata, todas tienden a la fragmentación, desde la morfología de las unidades habitacionales emprendidas por los diferentes gobiernos en medio siglo, al abandono del equipamiento urbano y la prestación de servicios que tendría que por lo menos entramar los distintos fragmentos. Es así que se generan grandes diferencias jerárquicas en el interior de la zona, entre los fragmentos, así como en el interior de los mismos, hasta la unidad familiar o individual. Y es que más allá de los discursos, de los símbolos y las significaciones, la necesidad lleva a que exista una movilidad entre los fragmentos a la interna de la zona, así como con el exterior principalmente desde los asentamientos. El depósito no deja de esta conectado en todas direcciones, obviamente, a través de los conductos de la segregación social y la marginalidad.
Y es por esta razón que, a pesar de no perder jamás las relaciones con el exterior, el asilamiento sea efectivo. La lógica de segregación va acompañada de una de fragmentación, con lo cual los elementos se relacionan más con los del exterior que con los otros contiguos y semejantes. La producción de subjetividad queda fuertemente determinada por estas premisas que actúan sobre todo tipo de estratificación: el trabajo, el consumo, la salud, etcétera. La mayoría de las mujeres se dedican al trabajo doméstico en casas de las zonas de la ciudad ocupadas por las clases medias y medias-altas, la presencia de militares de bajo y medio rango es creciente, así como en los asentamientos la principal fuente de recursos es la basura generada por los que más pueden consumir y llevada hasta allí para ser clasificada y vendida a los centros de reciclado cercanos. Como plantea Deleuze, estamos hechos de tres tipos de líneas (Deleuze y Parnet, 1997:141-142). Las líneas duras y segmentarias, aquí aparecen caracterizadas por una fuerte ruptura con el entorno, referidas a modelos que reagrupan a los sujetos en otros conjuntos que repelen al vecinal, profundamente estigmatizado, a tal punto que en algunos casos se hace necesario ocultar y mentir sobre el lugar de residencia en estos otros campos de experiencia, principalmente los laborales.
El segundo tipo de líneas, las de los micro-devenires, es donde es posible el enriquecimiento de los encuentros. En esta situación de guetización, ello es posible desde el reconocimiento de las semejanzas en las contigüidades, algo que ha estado bloqueado, y hasta fuera de lo posible de cierta manera. El proceso de creación de identidad, asechado permanentemente por la estigmatización sostenida desde el bombardeo de los medios masivos de comunicación, se ve dificultado ante la negación de la posibilidad en sí misma, desprovisto de material en una vida cotidiana sufrida como una eterna transitoriedad, en un alto grado de evanescencia. Vecinos de un mismo pasaje, una misma senda, de algún camino dentro de un asentamiento, rehúyen de la existencia del otro. La polis en tanto configuración de ciudadanos, intersubjetividad productora de vínculos, emerge de manera discontinua y fragmentada, implicando un esfuerzo gigantesco por parte de los vecinos que se movilizan en diferentes redes locales. Los vecinos, además de tener que “trabajar para trabajar”, sobrellevar una economía excluyente y precaria, tienen que tomar en sus manos el destino del espacio público desbordado de basura, surcado por sabuesos infectados, ratas y cucarachas. Algunos movimientos sociales han surgido de los encuentros posibilitados por diferentes fuerzas sociales, algunos vinculados al socialismo cristiano y la teología de la liberación generando cooperativas de trabajo y de vivienda, otros a organizaciones centradas en la condición de género, otros a las necesidades gremiales como las manifestaciones de carros de caballo de hurgadores de basura ocurridas estos últimos años como protesta ante las autoridades municipales, así como de colectivos generados en estos últimos años a partir de intervenciones sociales promovidas por el Estado.
Nosotros hemos tratado de trabajar para plantear un tercer tipo de líneas, las líneas de fuga, las de transformación de lo existente, a sabiendas de que es prácticamente imposible encontrar una salida a corto plazo. Pero las líneas de fuga claramente nos plantean la necesidad de reconsiderar entre todos los participantes, vecinos e instituciones, desde todos los saberes disciplinares y no disciplinares, una realidad otra frente a estos depósitos espaciales. Algunos especialistas en urbanismo han planteado la necesidad de derribar algunos de estos complejos habitacionales, a veces dejando en pie algún sector de los mismos (Lombardo, 2005). Los vecinos de los diferentes fragmentos tienen versiones parciales de estas apreciaciones, pero en el fondo saben que lo que empezó siendo como algo transitorio alguna vez terminará. Pero frente al temor de volver a quedar sin techo, como antes ellos mismos o sus antepasados recientes, y adaptados estratégicamente a las condiciones existentes, si se embarcan en algo más que en el reconocimiento mutuo, en el proceso de creación de nuevas formas de vida, no podrán ser nuevamente desilusionados y abandonados a su suerte.
Esto implica poner en consideración el deseo de vivir según entornos más urbanos o más rurales, según formas más artificiales o más naturales. Dar la opción a repoblar los espacios abandonados de la ciudad consolidada a quienes así lo deseen, mientras se cualifica positivamente el antiguo depósito recuperando todo el potencial paisajístico que tenía. Como se ha afirmado, no podemos seguir negando la existencia de estos procesos y su rol como generador del avance de la ciudad sobre el territorio. Como afirman algunos urbanistas, aquí y así es donde y cómo se está haciendo la ciudad nueva, es un hecho (Cecilio, Couriel, y Spallanzani, 2003). Frente a ello parece posible, creemos, que la puesta en práctica de procesos de diseño colectivo entre especialistas y vecinos, en un contexto de recursos decididamente diferente –de lo contrario sería más de lo mismo, unidades de mínimos costos que devienen en casuchas, complejos que se cierran sobre sí y se hunden sus mantenimientos, espacios libres proyectados para futuros parques convertidos en asentamientos- llevaría a transformar el espacio a partir de una experiencia colectiva que fuera al mismo tiempo un proceso de transformación de las subjetividades involucradas, un hacer que genera nuevas formas de ser, ésta vez con bastantes armas como para destrozar al estigma que siempre está allí para abortar toda gestación. Sería posible en definitiva, hacer de la individualidad del fragmento una singularidad en un flujo, de las diferencias en comunidades de centenas o miles de sujetos la materia prima para diseñar una heterogeneidad de espacios y espacialidades. Con ello es posible transformar el actual conjunto de piezas de diferentes puzles en un collage abierto y múltiple, conectado a todo el territorio y singular al mismo tiempo en tanto lugar, cualificado según semióticas y estéticas afirmadas en afectos y perceptos emergentes, y no erosionado y desfigurado por la negación y el abandono fruto del estigma.




Bibliografía

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Cecilio, M., Couriel, J. y Spallanzani, M. (2003). La gestión urbana en la generación de los tejidos residenciales de la periferia de Montevideo. Áreas ocupadas por los sectores de población de bajos y medios ingresos. Publicaciones Farq-UdelaR, Montevideo.
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López, Ma. N. (2003) Informe sobre el Programa de viviendas para Jubilados y Pensionistas del BPS-MVOTMA. Unidad Permanente de Vivienda (UPV), Farq-UdelaR, Montevideo.
Martínez Guarino, Ramón. (ed. y comp.) (2007) Libro Blanco del Área Metropolitana (Canelones, Montevideo, San José). Programa Agenda Metropolitana – Presidencia de la República, Montevideo.
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Otras Fuentes

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DINOT-MVOTMA. Un barrio pensado por los vecinos, Portal de la DINOT, Montevideo, 21-10-2008. Recuperado el 23 de enero de 2009 de: www.mvotma.gub.uy/dinot.
Programa de Integración de Asentamientos Irregulares (PIAI-MVOTMA). Asentamientos, Portal del PIAI, Montevideo, s/d. Recuperado el 23 de enero de 2009 de: www.piai.gub.uy/actores.php?op=0.



Citas

[2] Este estudio fue elaborado a partir del trabajo de campo en la Policlínica Municipal ubicada entre la Unidad Casavalle I (Las Sendas) y Unidad Misiones (Los Palomares).
[3] En septiembre de 2008 se crea el Centro de Investigaciones Históricas de Casavalle, luego de los festejos conmemorativos “100 años de la Refundación de Casavalle” del mismo año, organizado por los vecinos que integran la Comisión de Patrimonio Histórico Local de Casavalle (Andrada, 2006-09).
[4] Pedro Casavalle fue un «Antiguo patriota vecino de Montevideo, quien poseía una casa-azotea en las inmediaciones de la cañada que hoy lleva su nombre, pequeño afluente del Miguelete. En dicha casa se refugiaron los Padres Franciscanos expulsados de la plaza por orden de Elío, en mayo de 1811, por ser simpatizantes de la causa patriota. En la misma casa reuniéronse, en noviembre de 1813, los vecinos orientales que eligieron al Pbro. Juan J. Ortiz y a D. Juan J. Durán… diputados por Montevideo al «Congreso de Capilla Maciel». En las inmediaciones libróse el combate que lleva su nombre (marzo 17 de 1823), entre las avanzadas imperiales brasileñas de Lecor, y las fuerzas patriotas al mando de Manuel Oribe, en que éstas derrotaron a aquéllas». (Castellanos, 2000: 212).
[5] Desde principios de 2008 junto a un equipo interdisciplinario más extenso, estamos realizando un trabajo de investigación participativa sobre la territorialidad, la identidad y la memoria colectiva junto con los vecinos, en el marco de otras actividades de corte educativo, productivo y terapéutico. Se trata de elaborar una cartografía de los procesos de subjetivación según estas tres dimensiones, embarcando en la exploración a los propios sujetos producidos y productores de dichos procesos, gracias a talleres sobre variadas temáticas y haceres, recorridas, entrevistas en profundidad, participación y generación de acontecimientos del lugar. Buscamos con ello colaborar en la generación de herramientas para la autonomía y dignificación de sus condiciones de vida. Nuestra inserción institucional y disciplinar en la zona es múltiple: organismos públicos, agrupaciones de vecinos, y núcleos de investigación científico-filosófica.