Álvarez Pedrosian, E. (2013) "Lo urbano como
laboratorio para la experimentación transdisciplinaria. Un ejercicio de
integralidad en el encuentro de la geografía humana y la antropología de la
comunicación". En: Romano, A. Gómez, M. (comp.) La docencia interpelada. Aportes para pensar la experiencia universitaria en la actualidad. Montevideo: UDIFU-Liccom-Udelar, pp. 211-227.
ISBN: 978-9974-0-1056-7
Introducción
En este
artículo se exponen una serie de reflexiones a partir de un proceso de investigación-enseñanza-extensión
llevado a cabo en 2011 en la zona de Malvín Norte, Montevideo, por parte de un
equipo de docentes, sus alumnos y colaboradores, de los espacios curriculares
de Antropología Cultural (Departamento de Ciencias Humanas y Sociales,
Licenciatura en Ciencias de la Comunicación) y Geografía Humana (Departamento
de Geografía, Facultad de Ciencias) de la Universidad de la República (UdelaR).[1]
Nos embarcamos en la experimentación de lo que en nuestro campo académico local
se ha venido planteando en términos de “integralidad”, en tanto articulación de
tareas que tradicionalmente han sido concebidas y estructuradas de forma
separada: la trilogía de las funciones, a saber, crear conocimiento, enseñar y
aprender, y relacionarse con el medio más allá del campo académico en tanto proceso
especialmente orientado hacia los problemas de relevancia social y las
poblaciones que son quienes tienen que lidiar directamente con ellos. Nuestro interés,
por lo general, venía pautado por esta búsqueda, y es, de alguna forma, parte
de un movimiento que creemos dio lugar al planteo mismo de la integralidad como
horizonte desde el cual pensarse. No todos comparten dicha propuesta, nosotros
por el contrario no sólo nos sentimos afines a la misma sino que evidenciamos
en un análisis reflexivo cómo los trayectos disciplinarios y vitales nos han
conducido a ello, de manera consustancial a la dimensión colectiva que ello
manifiesta (Bourdieu, 1999).
Nuestra
generación se conformó en un contexto de
fin de milenio en el cual el país y la región se iban encaminando hacia otras
formas de concebir el mundo y a sí mismas. La caída de las políticas
neoliberales en la región, la insistencia en la conexión de las diversas sociedades
de la misma y la imparable mundialización de las culturas en general, fue
haciendo meya en nosotros, conformándonos. Nociones, conceptos y
posicionamientos científicos que actualmente han encontrado un sitio en la
academia internacional, como queriendo abrirse paso hacia un nuevo horizonte gnoseológico,
algunos a propósito de problemas como los aquí abordados relativos a la
vivienda, la habitabilidad y la construcción de subjetividad en las
territorialidades contemporáneas, como ser “compromiso” (Herzfeld, 2010), u
otros más holísticos relativos a la relación entre investigación e intervención
en el ejercicio de la etnografía, como el de “colaboración” (Lassiter, 2009),
son para nosotros, reiteramos, cuestiones consustanciales a nuestra formación
académica en este Uruguay de cambio de milenio.
Vecina
de Boix y Merino realizando una cartografía de la zona de Malvín Norte
Grupo de estudiantes
del EFI en jornada colectiva exponiendo sus cartografías luego de la recorrida
a pie por Malvín Norte, Facultad de Ciencias-UdelaR.
Impulso y freno a la transdisciplina
Un “caleidoscopio
de colores”[2] (Álvarez
Pedrosian y Robayna, 2012: 73) no es tan solo una metáfora del universo
existencial en el que nos involucramos con nuestro trabajo, aquellos
territorios y las territorialidades de una zona de Montevideo tan especial como
lo es Malvín Norte. El abordaje, por estos derroteros previos y por la apuesta
por el dispositivo integral, constituye esta experiencia profundamente interpelante,
debido a la multiplicidad y el procesualismo propio del cruce de perspectivas,
la reunión de estudiantes de diferentes encuadramientos institucionales, la
transversalidad provocada y provocante de incertidumbres radicales frente a las
ansias de orden, permanencia y reproducción propias de los ámbitos en los que
discurre la vida de todos nosotros en los más diversos ámbitos y dimensiones de
actuación. El carácter experimental de nuestra propuesta etnográfica, en el
sentido en que se maneja en el ámbito de las ciencias humanas y sociales
contemporáneas (Marcus y Fischer, 2000), nos permitió asumir el desafío y
llevar a cabo el proceso, en un devenir que tuvo tanto de planificación como de
azar. Justamente, en la combinación de ambos elementos es que se juega el destino
de toda práctica de producción de conocimiento, aunque ciertamente existen
formatos y tendencias donde uno de los aspectos es más decisivo. Sea como sea,
una “filosofía abierta” (Bachelard, 1993) debe animar la indagación científica,
donde lo a priori y lo a posteriori a la experiencia se relacionen
de forma complementaria, aplicando herramientas teóricas que de por sí no
tienen mejor parámetro para su evaluación que dicha aplicación, y comprendiendo
la experiencia gracias a la reflexividad derivada de ello.
En este caso,
respondiendo a una invitación realizada por los colegas de las unidades de
extensión de los respectivos servicios universitarios donde ejercemos nuestro
trabajo, posibilitó el encuentro de perspectivas y la suma de esfuerzos para
embarcarnos en un proceso común. Igualmente, nos enfrentábamos, en el comienzo,
a un escenario donde podían pasar por lo menos dos cosas: pretender definir a priori el marco de referencia y el
universo de actuación de forma concluyente, o como lo decidimos explícitamente,
generar una caja de herramientas conceptual mínima que sirviera de soporte al
encuentro interdisciplinario, aspirando a un cruce transversal más fértil y
complejo en su realización, pero necesario para encaminarnos a algo más que la
simple suma de partes, una síntesis de alguna manera cargada de novedades
generada en un movimiento transversal (la transdisciplina: una disciplina pasando
a través de la otra, una disciplina deviniendo la otra). Los aspectos
operativos nos estaban delimitando el margen de lo posible, el contar con un
año lectivo para encontrarnos, planificar y llevar a cabo la experiencia
integral con estudiantes de ambos espacios curriculares y vecinos habitantes y
usuarios cotidianos de la zona.
Frente a estos
desafíos nos sentimos tentados, motivados a explorar. Por supuesto que los
resultados alcanzados en un proceso de estas características tienen que ser
valorados en tal sentido, ni más ni menos. Este es uno de los aspectos por los
cuales la apuesta por la integralidad parece flaquear, y encuentra en sus detractores
la fuente de sus principales argumentos desde la primera hora: los estudiantes
de grado no pueden generar conocimiento genuino, los tiempos y la formación no
lo permiten, etcétera. Muy por el contrario, consideramos que siempre es
necesario evaluar los resultados según los procesos de los que se desprenden,
contextualizar en tal sentido. Y es así como hemos considerado la elaboración
de informes y materiales audiovisuales por parte de los estudiantes embarcados
en nuestra experiencia, así como la participación de jóvenes investigadores en
formación que oficiaron de colaboradores en el trabajo de coordinación y sostén
de los cuatro grupos de estudiantes generados y que reunieron a los integrantes
de ambos marcos institucionales: la geografía inserta en un medio donde
predominan las ciencias naturales y la antropología cultural en el conjunto de
las ciencias de comunicación.
Con la
interdisciplinariedad y otras formas de relacionamiento entre disciplinas y tradiciones
de pensamiento y saberes más en general, pasó al muy significativo. En estas
últimas décadas de cambio de milenio, hemos sido testigos de un movimiento
pendular que tuvo como primer polo una condición de apertura en la producción
de dichos conocimientos, tanto en las ciencias humanas y sociales en particular
como en las naturales, y en la relación entre las mismas, así como con las
artes y la filosofía. Posteriormente, luego de los augurios de mediados de la
década del noventa del siglo pasado, como los esbozados en el famoso Informe de
la Fundación Gulbenkian “para la reestructuración de las ciencias sociales” con
Wallerstein como coordinador (Wallerstein, 2007) –no sin cuestionamientos que
aspiraban a una mayor radicalidad en el planteo–, o las potencialidades
inherentes al fomento de prácticas como las declaradas en otro famoso
manifiesto, la Carta de la transdisciplinariedad
(de Freitas, Morin y Nicolescu, 2001: 242-243), se gestó una suerte de restauración,
una contra-reforma al estilo de las de los siglos XVII y XIX en diferentes
contextos regionales y nacionales europeos, si lo pensamos tomando elementos de
la historia de las ciencias y los saberes occidentales.
Nuevamente,
para quienes justamente nos tocó comenzar a formarnos como investigadores
dentro de este contexto, inmersos en el primer movimiento, sintiendo su impulso
y luego el freno conservador desde diversas academias en todo el mundo, no es
fácil resignarse y abandonar las aspiraciones que siguen dándonos tantas satisfacciones.
Deseo y necesidad: para nosotros es imperioso construir conocimiento desde el
cruce de perspectivas, siendo la experiencia específica de llevar a cabo una
investigación/intervención lo que pone en juego a las mismas en un acto que va
más allá de una simple actualización mecánica, interpelando las tradiciones
teóricas, usándolas como herramientas y no como principios y axiomas de
reproducción de lo real. Diferentes posturas epistemológicas han sostenido
argumentos que van en esta dirección, desde una posible “revolución permanente”
(Bourdieu, 1999), donde permanencia y cambio tienden a fundirse, a la necesidad
de establecer las condiciones de una “proliferación” constante de teorías
gracias a una dinámica anarquista (y más atrás liberal) que fomenta y enriquece
la diversidad y heterogeneidad de lo existente (Feyerabend, 1994). Como hemos
planteado (Álvarez Pedrosian, 2011), existen diferentes tradiciones en teoría
del conocimiento, formas originadas en los albores de la misma filosofía y que
miles de años después están presentes desde niveles muy profundos en la
conformación de nuestra episteme contemporánea, así como herramientas metodológicas
de determinadas ciencias humanas y sociales que al saturar la derivación de sus
consecuencias se pueden poner en evidencia otras posiciones epistemológicas y
ontológicas a las que comúnmente se las ha visto asociadas.
Grupos
de estudiantes y docentes del EFI en recorrida por Malvín Norte
Las críticas
constructivas vuelven a ponerse sobre la mesa, no sin dificultades, y la imperiosa
necesidad de poner la creatividad rigurosamente elaborada en el corazón de la
tarea intelectual se expresa de diversas maneras, entre ellas en la lucha por
superar formatos de comunicación estandarizados, que tienden a desestimular y obturar
el proceso mismo de construcción de pensamiento y conocimiento, y por tanto su
respectiva experiencia pedagógica (Garcés Mascareñas, 2013). Nuestra práctica y
los productos generados a partir de la misma apuntan en tal dirección, no sólo
reconociendo diferentes formas de escritura, sino incluyendo fotografías y
audiovisuales; algo que hace al movimiento de la integralidad en su aspecto
comunicacional, y no solamente en el sentido de los instrumentos para asegurar
que algo vaya de un lado al otro (medios),
sino en el de composición de contenidos y expresiones que generan procesos de
subjetivación (mediaciones)
(Martín-Barbero, 2003).
Los productos
reunidos fueron generados desde el proyecto del conjunto, es decir, en
diferentes instancias donde expresar concretamente aspectos, dimensiones y
enunciarlos en ámbitos y campos de forma que se complementaran, en un cuerpo
integrado que intenta dar cuenta de la síntesis, siempre parcial y abierta, que
constituyó la experiencia en su totalidad. No se trata por tanto de la simple sumatoria
de artículos escritos, contenidos visuales y audiovisuales. Siguiendo la
metáfora del caleidoscopio, los múltiples elementos constituyentes de nuestras
cajas de herramientas, intereses, antecedentes, capacidades y aptitudes, fueron
conformando diferentes mezclas, motivadas por los sacudones de lo real, tanto
de dentro como de fuera del campo académico, o mejor aún, desde el intersticio
de saberes y prácticas en el que quedamos posicionados. Es así que utilizamos
la oportunidad del encuentro de investigadores de la comunicación a escala
latinoamericana y con presencia de otras procedencias del ámbito occidental
para plantear las consideraciones acerca de los territorios y territorialidades
a las que pudimos acceder con esta experiencia (Álvarez Pedrosian, Robayna y
Hoffmann, 2012). En el entramado se fueron esbozando los componentes de una
teoría de la comunicación urbana sostenida en el análisis de los procesos de
subjetivación, en este caso de la espacialidad, desde nuestra mirada ya de por
sí transdisciplinaria (con especial énfasis en la etnografía y la filosofía).
Posteriormente, en la otra orilla de nuestro gesto articulador, se dio la
oportunidad de sistematizar lo realizado y pensar al respecto en el marco de
los geógrafos nacionales reunidos en otra instancia de participación (Álvarez
Pedrosian y Robayna, 2012). En este caso nos concentramos en la noción de
cartografía social, desde la experiencia y reflexión de la aplicación de las
técnicas y la metodología consecuente, derivando y siendo derivada de
consideraciones epistemológicas y ontológicas propias de las prácticas y
fenómenos abordados: el habitar de quienes constituyen y son constituidos por
los territorios y territorialidades aquí consideradas.
A estos dos
cortes temáticos, trayectos que realizamos atravesando los materiales y
procesos, les sumamos otros dos que consideramos fundamentales para alcanzar
dicha síntesis parcial de la experiencia integral llevada a cabo. También fue
una oportunidad para que nuestros jóvenes investigadores en formación
elaboraran sendos productos, desde aquello que más los implicó y les resultó de
interés. Un primer abordaje se relaciona a la evaluación del dispositivo de
integralidad en cuanto tal, desde el análisis de los fenómenos de grupalidad
suscitados por la mezcla de estudiantes de diferentes marcos institucionales,
saberes y coordenadas vitales, en los tiempos curriculares y según las demandas
de actividades consideradas tradicionalmente como de extensión, en los cuatro
diferentes ámbitos específicos de actuación en la zona[3],
y siguiendo el gesto etnográfico de profundización en uno de los casos como
estrategia de generalización. Y la otra dimensión considerada tiene que ver con
la reflexión y análisis de los productos de corte etnográfico en formato de
cortos audiovisuales elaborados por los estudiantes, productos que a su vez
integran nuestro “libro-máquina” (Deleuze y Guattari, 1997) proyectado, en su
propio soporte mediático específico.
Ciudad y universidad
Con Malvín Norte está ocurriendo algo que ha merecido y
sigue mereciendo una mayor atención. Como hemos planteado, siendo fieles a la
experiencia de integralidad por la que hemos atravesado junto a los
estudiantes, algunos vecinos y otros que habitan la zona sin vivir en ella
(como quienes estudian y trabajan en la escuela tecnológica tomada de caso), no
hemos sido lo exhaustivos que estamos acostumbrados a ser en los procesos de
investigación en que normalmente nos encontramos inmersos, donde los tiempos y
las condiciones generales se ajustan al objetivo específico de la producción de
conocimiento, aunque ello sea de una forma que deviene en extensión gracias a
nuestra perspectiva crítica y clínica antes esbozada y que se retoma en varios
de los productos generados, como los artículos ya citados. La necesidad de
hacer frente a los requerimientos pedagógicos, incluida la gestión de ello en
un contexto de extensión, es decir, en diálogo con los diferentes actores sociales
presentes, nos exigió un gran esfuerzo por ir avanzando investigativamente de a
poco, y generando productos específicos que fueran saturando lo que hasta el
momento era posible explotar, elaborar lo más posible con aquellos “fermentos
pensantes” (Vaz Ferreira, 1957) que concretamente fueron generados en tales
coordenadas existenciales.
Complejo
de viviendas del INVE, visto desde el asentamiento Aquiles Lanza
La
Facultad de Ciencias desde el gran predio descampado
En tal sentido, mucho queda por hacer en y sobre Malvín
Norte para nosotros, aunque nos conformamos con lo generado, adecuado a la
estrategia y las experiencias que resultaron dándose. Como se describe en uno
de los artículos publicados (Álvarez Pedrosian, Robayna y Hoffmann, 2012), la
inserción de la Facultad de Ciencias de la UdelaR en dicha zona, donde se
inscribe el componente geográfico del equipo, determinó la suerte de todos: por
ello surgió la demanda, por ello emergió uno de sus componentes, por ello nos
sumamos los demás. Si uno realiza el ejercicio de poner en cualquier buscador de
Internet el nombre de la zona, con lo que se encontrará es con una seguidilla
de entradas a sitios y artículos de la llamada prensa roja: asesinatos de
familias enteras, otros hechos de sangre y cosas por el estilo, salpicado por
algún anuncio de alquiler de vivienda. Quién querría vivir allí con este panorama,
es una de las preguntas que rápidamente surgen. Como otras zonas de esta y
otras ciudades del mundo, el proceso de estigmatización ha ido en aumento en
las últimas décadas, poniendo a la misma a la altura de otras que tenían una
historia más larga al respecto.
No queremos ahondar aquí en las cualidades de los
territorios y las territoriales indagados, tan solo pretendemos dejar nota de
esta micro-historia de relacionamiento de la entidad universitaria con la zona,
hilando variadas demandas, diálogos fructíferos por momentos, incomprensiones
en otros, y la imperiosa necesidad de seguir intentando fortalecer los
vínculos, ampliar y profundizar en definitiva la comunicación entre todos los
involucrados. Ciertamente, en la actualidad somos testigos de la crisis del
modelo de campus universitario en algunas sedes académicas regionales y de
otros continentes, que siguiendo el camino de las instituciones norteamericanas
de principios y mediados del siglo XIX alzaron esas “ciudades-otras del saber”
al margen de la cotidianidad de la vida del resto de los ciudadanos. El
aislamiento geográfico y la desconexión comunicacional se ven expresadas y son
expresión de una forma de concebir al conocimiento, su naturaleza y la relación
del mismo con la sociedad, en fin, nuevamente, con la manera de articular la
investigación, la enseñanza y la extensión.
Planteamos esto por el hecho de que las actuales
instalaciones de la Facultad de Ciencias (inauguradas en 1999, nacidas del
antiguo proyecto de un gran hogar estudiantil concursado en 1959), y más
recientemente otras unidades espaciales vinculadas al área de las ciencias
naturales y la tecnología, así como otro tipo de servicios como el deportivo de
bienestar universitario, generan una concentración y diferenciación con el
resto del territorio circundante. Más aún, el gran predio verde, parece más un
descampado que un territorio virgen, hacia el noroeste del edificio racionalista
de la Facultad, que lo dota de distancias como para apreciar su altura y sus
cristales opacos desde diversos lugares de la zona. No estamos afirmando que
ninguna concentración de centros universitarios es beneficiosa para el
desarrollo de sus actividades y las del resto de las llevadas a cabo en la ciudad
(en Montevideo, como en Maldonado, Paysandú, Tacuarembó, etc.), sino que es
importante pensar y diseñar a partir de los problemas comunicacionales
inherentes al “programa campus”, pues necesariamente, por densidad, complejidad
y diversas fuentes de homogeneización, tienden a cerrarse sobre sí, y en tal
sentido plantearse como una “anti-ciudad” (Canella en Fuentes Hernández, 2007:
128).
Comenzamos y cerramos con la cuestión de la integralidad,
problema y apuesta que atraviesa toda la experiencia aquí retomada. Y es allí
donde una problemática se convierte en integral, desde un punto de vista
gnoseológico, cuando las dimensiones, aspectos, cualidades y sus variabilidades
se articulan generando una entidad en diálogo y en tanto como mediación en y
con lo real. No “representamos” las cosas que pasan en la zona y que nos
pasaron en la experiencia del espacio de formación integral en nuestros
escritos, imágenes y demás, sino que intentamos “hacer rizoma” (Deleuze y
Guattari, 1997), en nuestro caso apelando a la composición de ideas
científicas, filosóficas y artísticas que se derivan de la experiencia con la
realidad concreta tomada de campo de inmanencia para el pensamiento, no de
referencia permanente y enteramente existente en sí misma. Esto implica que las
cuestiones planteadas lo han sido con la intención de recoger los fermentos de
las experiencias específicas, y hacerlo de una forma comunicativa: tensionando
la objetivación hacia las posibles generalizaciones que lancen, como
invitaciones a entrar en contacto, las vías virtuales de conexión con otras
experiencias que tomen en cuenta a su vez otros saberes y herramientas cognoscentes.
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[1] Espacio de Formación Integral
(EFI-Udelar): Territorios y
territorialidades en Malvín Norte: una aproximación a través de sus
subjetividades, coordinado por Eduardo Álvarez Pedrosian (DCHS-LICCOM), Alejandro
Robayna (DG-FCien) y Federico Hoffmann (UAEX-FCien), con el apoyo de Siboney
Moreira (UDIFU-LICCOM) y la colaboración de Santiago Benvenuto, Federico Pérez
Céspedes y Cristyne Moya (DCHS-LICCOM). Además de ellos, se contó con el apoyo
de estudiantes avanzados de geografía nucleados en diversos proyectos: Programa
de Apoyo a la Investigación Estudiantil (PAIE-CSIC) y de Extensión Estudiantil
(CSEAM). Los estudiantes involucrados curricularmente en el EFI fueron 35.
Desde geografía humana se contó con la participación de estudiantes de
arqueología (ciencias antropológicas) y biología humana, así como de geografía procedentes
de universidades brasileras en régimen de intercambio (UNESP y UFRGS). Las
fotografías que aparecen en el artículo fueron realizadas por diversos
participantes del EFI.
[2] Nombre que le dimos a la muestra
fotográfica presentada en el hall de Facultad de Ciencias, con material visual
elaborado por docentes y estudiantes, inaugurada junto con la exhibición de los
cuatro cortos audiovisuales de tipo etnográfico elaborado por los grupos de
estudiantes, como actividad de cierre del EFI, el 21 de diciembre de 2011.
[3] Los locus escogidos fueron el asentamiento regularizado in situ Boix y Merino, el Aquiles Lanza,
la sede del secundario tecnológico de la zona (UTU Malvín Norte) y el Centro Cultural
Malvín Norte, estos últimos con otro tipo de alcance y dimensión de
territorialización por el uso de los mismos. La propia Facultad de Ciencias y
sus dependencias fueron consideradas en todos los casos de forma relacional.
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