Aterrizando en Aeroparque. Diagnóstico antropológico de una villa rural en el Área Metropolitana de Montevideo


Encuentros Uruguayos. Revista del Centro de Estudios Interdisciplinarios del Uruguay (CEIU-Fac. de Humanidades y Cs. de la Educación-UdelaR), Año 1, Nº 1, octubre 2008, pp. 166-193. Edición Electrónica:






RESUMEN
La Villa Aeroparque es una localidad ubicada en el Departamento de Canelones, Uruguay. En el contexto de una intervención socio-educativa, hemos realizado un diagnóstico antropológico, buscando herramientas para territorializarnos en el lugar. En este ensayo intentamos realizar una cartografía de los principales componentes (valores y sentidos sobre determinados acontecimientos) que hacen a la construcción de identidades y saberes locales, al diagrama de las relaciones de fuerza, y a la producción de subjetividad en la comunidad, en tanto que procesos históricos de creación de cultura. Veremos cómo las experiencias humanas allí suscitadas guardan la singularidad de formas y contenidos específicos, y a la vez, comparten los caracteres de otras localidades del Área Metropolitana de Montevideo, así como más en general, responden a los fenómenos antropológicos generalizados en las metrópolis latinoamericanas de estas últimas décadas. Villa Aeroparque es un caso paradigmático de la conformación de poblados relativamente recientes, integrados por diferentes sectores expulsados de la vecina ciudad capital así como de las localidades del medio rural. El trabajo etnográfico en esta villa rural-metropolitana nos ha permitido participar de la experiencia de una comunidad que se ve enfrentada a graves problemáticas entorno a las condiciones básicas de existencia, la integración social y la construcción de identidad.


PALABRAS CLAVE
Saber-poder-subjetividad, rural-urbano, área metropolitana, etnografía, intervención comunitaria.


ABSTRACT
The Villa Aeroparque is a locality situated in the department of Canelones, Uruguay. In the context of a socio-educational intervention, we’ve realized an anthropological diagnosis, searching for the tools necessary to territorialize us in the given location. In this following essay, our intent is to present a cartography of the principal components (values and meanings based in specific events) constructing identity and local knowledge, diagram of the relations of forces, and the production of subjectivity in the community, as historical processes in the making of culture. We look at how the, there given, human experiences maintain their singularity in specific forms and contents, whilst at the same time sharing characteristics of other localities of the Metropolitan Area of Montevideo, as well as more generally, responding to anthropological phenomenon generated in the metropolises of Latin America of the past decades. Villa Aereoparque is a paradigmatic case of the relatively recent settlement constructions, integrated by different sectors expulsed by the neighboring capital city, as by localities in the rural environment. The ethnographic work in this rural-metropolitan settlement has permitted us to participate in the experiences of this community, facing serious problems concerning the basic living conditions, social integration and the construction of identity.


KEY WORDS
Knowledge-power-subjectivity, rural-urban, metropolitan area, ethnography, community intervention.






IMAGEN 1: Típica calle de la Villa Aeroparque; al fondo, el ícono del poblado, su tanque de agua potable. (Proyecto Aeroparque, 2007)





MIRADA Y ABORDAJE
Este estudio se enmarca en una serie de actividades y productos que el Proyecto Aeroparque ha emprendido en la segunda mitad del año 2007.[1] La principal actividad se centró en el diseño y ejecución de un taller de percusión con materiales reciclables (bidones, latas, baldes, botellas…) junto a jóvenes y adolescentes, llevado a cabo en las instalaciones de la capilla Nuestra Señora de la Esperanza en la Villa Aeroparque, 7ª Sección del Departamento de Canelones, Uruguay. En este contexto, hemos realizado una indagación antropológica en la comunidad, buscando un aterrizaje, herramientas para territorializar la intervención socio-educativa en el lugar.
Cinco meses de trabajo de campo profundo, más la búsqueda e interpretación de información provenientes de variadas fuentes, nos permiten crear una cartografía de los principales fenómenos humanos de existencia en el lugar. Los componentes y los mecanismos de construcción de las identidades, individuales y comunitarias; las formas que adoptan las relaciones de fuerzas en el campo social correspondientes a una villa; y los límites de lo posible reconocidos colectivamente, junto a los deseos presentes o no por franquearlos en los haceres específicos, son las tres dimensiones que aquí se plantean: saberes, relaciones de poder y producción de subjetividad (Deleuze, 1987). El carácter de diagnóstico, si bien es aproximativo en lo que refiere a una investigación-intervención más profunda y extensa, nos dice que igualmente se adopta una posición, una mirada que es clínica y política frente a la realidad, que busca dar indicios para la construcción de herramientas conceptuales y sensibles que se vuelquen a quienes son los protagonistas de las experiencias aquí inscritas.
Este texto, antes que nada, pretende ser una herramienta para todos aquellos que estén involucrados en los fenómenos tratados, sea de forma directa o indirecta, y por múltiples motivos. Sólo una idea sostenemos hasta el final: el conocimiento y el pensar son herramientas esenciales para cualquier forma humana de existencia. Se puede intervenir en lo real de múltiples maneras, en nuestro caso hemos optado por hacerlo siempre a partir de la creación de conocimiento, en un proceso de aprendizaje dialógico entre el investigador y los sujetos que hacen a los fenómenos tratados. Este conocimiento y pensar por nosotros empleado, se caracteriza por ser crítico y comprensivo a la vez, siempre calibrándose entre la necesidad de romper, poner en duda para analizar, y, abarcar, aceptar unas condiciones que hacen a una experiencia singular, y con ello, captar el punto de vista del otro, en este caso, de quienes han vivido los fenómenos y procesos aquí tratados (Álvarez Pedrosian, 2005). Entre estas dos direcciones, hemos tratado de ubicarnos para ver con unos ojos que nos permitan aportar las herramientas conceptuales y sensibles antes mencionadas. A veces estas herramientas son un relato de un acontecimiento considerado esencial para la identidad de varias generaciones de Villa Aeroparque, otras veces se trata de un análisis conceptual que ubica a la villa en dimensiones más generales con otras comunidades humanas en tiempo y espacio. Toma de distancia pero a la vez inmersión, salirse pero adentrándose: la mirada etnográfica ha orientado las experiencias del trabajo de campo, las cuales han sido abordadas, inscritas y procesadas, para la elaboración de conocimiento antropológico.


1. A COLONIZAR
A principios de los sesentas se lotea y vende un territorio hasta ahora virgen. Los colonos que llegan generan una pequeña comunidad de origen, que se construirá en base a la lucha colectiva por alcanzar las condiciones básicas de existencia (agua, electricidad, comunicaciones).
Pero, ¿quiénes se ven involucrados en este proceso iniciático: quiénes son propietarios, quiénes lotean y ofician de mediadores, y quiénes pasan a habitar el nuevo paraje? Según consta en el plano del catastro, cuando se realiza el loteamiento para la puesta a la venta de los terrenos por parte de la inmobiliaria Park, los propietarios de esta vasta extensión eran Carlos M. Ruiz, Manuel Blanco Insúa y Raúl Ribeiro. El primer plano está firmado por el agrimensor Aldo A. Cassinelli, en Pando (Canelones), en noviembre de 1960. Se trataban de 106 hectáreas y 1892 metros cuadrados, del padrón numerado con el 6905. Desde los comienzos, al pertenecer a la 7ª sección judicial del Departamento de Canelones, el territorio del futuro Aeroparque estará vinculado administrativamente con la ciudad de Pando. Y es efectivamente, el 24 de mayo de 1971, cuando la Junta Autónoma de Pando aprueba dicho plano. Los trámites de habilitación para la colonización y venta culminan cuando el 5 de julio de 1971 queda inscrito el proyecto planeado ante la Dirección General de Catastro.
Cuando fue posible, la inmobiliaria Park puso en funcionamiento el negocio, un par de años antes. Para ello se elaboró una afiche publicitario más que significativo. El nuevo paraje es denominado “Aeroparque de Carrasco”, y aparece indicado en colores verdes dentro de un triángulo entre la ruta Interbalnearia (que sigue la línea de la costa), la ruta 101, y otro trazo sin identificar. El vértice superior de este triángulo, así como un lado largo y otro pequeño en cada uno de los catetos del mismo, era compartido por el rectángulo verde que representaba al nuevo paraje. A lo largo de la línea sur del mapa principal se alude a el Parque Roosevelt y los balnearios costeros de Solymar y El Pinar. Del otro lado del folleto, el dibujo de un hombre y una mujer, ojos al cielo, y las burbujas de diálogo emergiendo entre ambos acabando en un superior y enorme globo de pasto verde oscuro, nos permiten afirmar el carácter que se quiso imprimir en este llamado a futuros colonizadores. Se estaba buscando llamar la atención, en primer lugar, de familias que aspiraran a una vida en el medio rural, cercano a la capital montevideana, limitando con la franja costera. Y en segundo lugar, los precios fueron para la época incluso irrisorios, como dice el afiche “cuotas desde $ 1.200 mensuales INCREÍBLE!: a 30 años”.
Según la propia inmobiliaria Park, se realizaron visitas en autobús para quienes desearan conocer el paraje, todo gestionado por los martilleros Campanella y Paredes. También existen registros que nos narran otras formas de comunicación entre los que gestionan la colonización del paraje y los potenciales pobladores. Una de las formas de publicitar el proyecto fue por ondas radiofónicas. También se pegaron afiches en las paredes y postes de ciertos barrios específicos de Montevideo. Y por último, como siempre, el boca a boca de la interacción cara-a-cara de la vida cotidiana, termina por ser el vehículo de transmisión primordial, más en este caso, que la localización territorial junto a las condiciones económicas impuestas, definen la existencia de varios emplazamientos de las fuerzas militares nacionales. La proximidad al Aeropuerto internacional, dio origen a una concentración de batallones y otras dependencias militares de las Fuerzas Aéreas. Singular posición de Aeroparque desde su concepción pues, se encuentra profundamente determinada en tanto comunidad, por la presencia de las actividades y de los sujetos que trabajaban y cuasi-vivían colindantemente.

[1] El Proyecto Aeroparque es una iniciativa de promoción comunitaria, a partir de acciones y propuestas concretas, orientada a desarrollar posibilidades socio-educativas y culturales para los integrantes de la localidad homónima. Se promueven específicamente la creación artística, la vinculación intergeneracional, la articulación de los recursos locales, y una reflexión crítica sobre los procesos histórico-identitarios de y desde sus habitantes. Es un proyecto que trabaja desde un encuadre de independencia técnica - institucional tanto del sector público como privado-, sosteniéndose a través del aporte desinteresado de diferentes personas y grupos. Sus coordinadores responsables son el Lic. Antrop. Guillermo Butler, el Ed. Popular Marcelo Oliver, y el Lic. Psic. Alejandro Machado.







IMAGEN 2: Plano Censal de la Villa Aeroparque
(Instituto Nacional de Estadísticas,
http://www.ine.gub.uy/, 2007)

Igual de matrizal, de constitutivo de la identidad de la nueva comunidad, es el carácter rural que se desprende de los rasgos del territorio, así como de la forma en que el mismo fue convertido en bien para su transacción. La orientación fue la de captar familias que compartieran de una u otra forma una afinidad por el estilo de vida rural, que era lo que efectivamente en un comienzo se estaba ofreciendo. Lo que no deja de asombrarnos, es que bajo el manto de lo rural y lo accesible económicamente, se estuviera gestando, a minutos de la capital, de las pistas de aterrizaje internacionales, y de balnearios de estación, un nuevo poblado sobre un antiguo paraje -ahora convertido en “villa”-, sin ningún tipo de recurso básico para la sobrevivencia humana. Sin agua potable, sin electricidad, sin servicios sanitarios y educativos, se encaminó la construcción de una nueva comunidad en la década de los setentas del siglo XX. La principal migración poblacional se extendió hasta principios de los ochentas, aquellos que llegaron por entonces todavía tenían que desbrozar el terreno, limitarlo correctamente, y ponerse a luchar por alcanzar los recursos básicos.



2. DE PARAJE RURAL A VILLA METROPOLITANA
Desde unas décadas atrás, en el lugar conformado por chacras, fueron apareciendo canteras para la extracción de los materiales que hicieron posible la construcción del Aeropuerto Internacional de Carrasco y rutas como la 101. De allí salen los primeros trabajos en el lugar, junto a la horticultura precedente, para quienes fueron los primeros pobladores o visitantes laborales, algunos de los cuales luego del loteamiento se afincarán. Existe un sustrato rural sobre el cual se elevará, desde la operación de loteamiento, la nueva comunidad. Este sustrato rural posee ciertas características, y está presente de diversas formas en la realidad contemporánea de Aeroparque.

Yo tenía siete años y venía acá. Te explico. Mis tíos, trabajaban en las canteras, en los años de Pando-[…], que estaban haciendo las pistas del Aeropuerto. Entonces mi abuela, tenía una hija acá, que era casada con el finado Vidal. Yo tenía unos siete años y yo venía acá a pasear. Venía, estaba unos días, me iba… por el 1947-48… Y después yo me fui. Venía a pasear con mi abuela, me iba pa mi pueblo. Y a los diecisiete casi dieciocho años fue, que me vine del todo con mis tíos acá [c. 1961]. Porque ellos ya estaban, donde era el Octavio, ese era el Tito Rodríguez que también fue uno de los que vendieron y se fue para los Bañados de Medina...
Era en el Barrio Viejo, éste barrio no existía, era todo quinta… [Tenía entonces] diecisiete casi pisando los dieciocho. Porque yo me acuerdo entré por medio de mi tío a la cantera, porque era menor. Trabajaba fuera de la plantilla. Yo no trabajé con Pandeb Jacob, trabajé con el hijo, Boris Jacob, porque el viejo ya se había retirado. Después lo que hicieron fue hacer material para todo el Aeropuerto de Carrasco…
Trabajábamos allí. Y ese barrio de allí, éste [la Villa], cuando yo venía, tenía siete, ocho años, no existía. Habían cuatro o cinco casas. Una era la de la esquina, donde están los negritos, donde está la palmera, en frente de lo de Ariel, eso era lo de Mariño, la vieja Mariño. Años y años, murieron… Después estaba, en frente a donde yo tuve el otro almacén, esa casita donde vive Ortiz, esa era otra. Y después estaban los Pérez. Y después, todo para allá arriba era un rancherío que era de Sanabria, que le alquilaba a toda gente que trabajaba en la cantera. Pero el barrio ideal, ideal, era en la cantera, donde esta la tranquera. Mucho yugoeslavo, mucho gringo había, todos gringos eran…
Eso hace años… yo venía acá cuando estaba el primer piso de la cantera… trabajé ahí cuando se abrió el quinto piso… después trabajé también en la cantera del Mirador también. Ahí trabajé con la TCHING. Eso era cuando yo me estaba por casar que tenía veinte años. Y, yo cargaba piedras de casco en los camiones a mano. Y después tenía una cancha, que se dice.


Efectivamente, lo que hoy es denominado “Barrio Viejo” fue el primer enclave en el territorio, y las razones del mismo íntimamente vinculadas a las canteras existentes entonces. Más allá de las cuatro o cinco casas desperdigadas en esas pocas manzanas, lo único que existían eran chacras, campo virgen y carreteras, además de las canteras. Don Camacho, nos sigue relatando su experiencia en tales circunstancias. No es para nada fácil el trabajo con la piedra. En los momentos de la construcción del Aeropuerto Internacional, los problemas tenían que ver con la calidad del material seleccionado, las autoridades que lo recepcionaban insistían en que las piedras tenían que llegar con la menor tosca posible. De las dos canteras existentes, la de los Jacob era la más explotada. No querían pues el descarte de las canteras, el material de superficie. Para ello existían tractores que quitaban la paja peinándola. Otras máquinas trituraban la piedra, y él como otros más, se encargaban del duro trabajo de cargar, desde los pisos de abajo, las piedras en grandes camiones. “El calor!... Ocho horas, impresionante. Ya en el tercer piso, cuando yo empecé a trabajar casi al cuarto piso, se sentía eso. A las tres de la tarde eso sofocaba allá abajo, impresionante. Era bravo sí.” Don Camacho nos lleva hacia más de cuarenta años atrás, entre finales y principios de la década de los sesenta. Él y su familia, luego de un breve período allí, se trasladarán a Paso Carrasco. Él como otros habitantes de Aeroparque, también trabajarán en fábricas cercanas como la Sudy Lever. Cuando su señora enferma, vende su barraca de leña allí y compra en el barrio Viejo una construcción donde abren un almacén, no sin esfuerzos: “Para hacer las paredes salía de noche con una carretilla, los ladrillos de la calle, las vigas, conseguía, rescataba todo. Y para hacer las estanterías fui a la Sudy pedí las tarimas esas… No te digo que tiro manteca al techo pero gracia a Dios estoy…”. Trabajar y trabajar, Don Camacho nos narra una serie de emprendimientos personales que lo han llevado de situaciones muy difíciles a otras menos y viceversa. Fue propietario de un almacén y bar a la altura de un aserradero sobre la ruta Interbalnearia que al cerrar lo fundió; vendió su casa y no se la pagaron, terminó abriendo zanjas en el suelo para levantar los muros de un motel presente hasta la actualidad, antes de volver y afincarse definitivamente en Aeroparque.
Mientras tanto, el paraje había sido loteado y había comenzado a ser habitado, al principio lentamente. Como decíamos, hasta principios de los años ochenta podemos encontrar las características de una primera oleada fundacional que se extiende por una década. Armando y Niria por ejemplo, cuando llegan a la zona se encuentran con la misma situación de precariedad de los primeros pobladores.

Nosotros vinimos en el 1982. Compramos en 1980, y empezamos a arrancar chircas que…!, nos tapaban a nosotros, no sabés lo que eran las chircas… Nosotros en sí, hicimos todo en la Park, pero esos terrenos eran de un matrimonio de españoles, Park les debía, entonces les dieron el terreno en pago. Pero ellos nunca hicieron nada, no hicieron los papeles. Entonces, era un compromiso de que les habían pago con ese terreno por algo que le debía. Entonces, cuando fuimos a hacer los papeles los hicimos en Park por eso. Fuimos con ellos y lo hicimos ahí en Park. Ellos en sí eran dueños pero no habían hecho nada…
Dejá, y no sabíamos dónde nos íbamos a ubicar porque, Julio Rodríguez sí estaban, que es el vecino del lado de atrás de mi casa. Entonces nosotros nos parábamos ahí y buscábamos los mojones y no estaban los mojones. Entonces qué hicimos: agarramos y vimos el terreno de Julio, del vecino del fondo, y decimos “bueno, hacemos acá”, e hicimos una casita ahí en el fondo; provisorio para venir a vivir ahí. Y entonces ta, para limitar el terreno. Después sí, cuando estábamos ahí ya empezamos a ver dónde estaba, inclusive ir sacarlas todas las chircas que eran… Mirá que eran montones así de troncos de chircas, impresionante… Nosotros éramos novios y veníamos. Entonces después en 1982 nos casamos…








IMAGEN 3: Fotografía de predio baldío y su entorno en la actualidad. (Proyecto Aeroparque)

Cierto es que dicha precariedad en las condiciones básicas de existencia, también iba acompañada de una suerte de deseo y voluntad por progresar, del carácter de colonizadores que permite adaptarse a un nuevo paraje y convertirlo en una villa a nivel comunitario, de un terreno baldío en un hogar a nivel familiar, lo que para el caso de Armando y Niria coincide con la propia alianza matrimonial. En la fotografía anterior se puede apreciar cómo hasta la actualidad se mantiene el carácter originario de todo poblar en esta villa, es decir, la existencia de terreno virgen o como en este caso y en la mayoría, reconquistado por la naturaleza luego de años de desuso. Pero en la fotografía saltan a la vista varios objetos inimaginables entonces: los postes y cables del alumbrado público y la red eléctrica general, y a lo lejos el tanque de agua potable, que como luego veremos, es colectivamente un ícono de la identidad para los lugareños. Por esta razón planteamos que la oleada fundacional no es aquella que se termina en 1978, cuando se da forma a la primera institución en la comunidad, como algunos han afirmado. Lo que determina son las condiciones reales de existencia, éstas, son tanto un hecho como un proyecto, pero se trata de dos cosas diferentes. Y si bien en 1973 se origina formalmente la primer institución (Comisión Fomento Barrial José Pedro Varela), forma abstracta de asociación vecinal en base a principios, códigos y fines, en los hechos, cualquiera que fuera a vivir al Aeroparque de principios de los años ochenta, se encontraría aún sin marcas claras que definan los límites de su propiedad, sin agua potable, con una policlínica funcionando a durísimas penas y de forma intermitente, y sin medios de comunicación ajustados a la posibilidad de moverse más allá de varios kilómetros a la redonda. Lo que sí se había logrado era la instalación de electricidad por parte de la empresa estatal, “en septiembre de 1975 llegan al barrio los primeros recibos de UTE a $ 8,45, constando en el dorso, en el concepto de localidad de Pando”, describe Emiliano, vecino y recopilador de historias locales en uno de sus mimeos (Emiliano, Sin Fecha: 3 de 10).
Es así como podemos comprender el sustrato originario de toda comunidad humana: dentro de los múltiples procesos existentes, en un período de tiempo se comparten ciertos de estos procesos que definen a las subjetividades presentes por el hecho de que son las condiciones determinadas de existencia, procesos desde donde y gracias a las cuales se construirá una identidad. Y es así como podemos reconocer este sustrato, que podemos denominar como de la colonización, pues los principales procesos, acciones compartidas, están ancladas en el acondicionamiento del territorio, la accesibilidad a los recursos básicos según los valores y costumbres de las sociedades modernas. La historia siguiente irá agregando y complejizando nuevos procesos y subjetividades involucradas, en el natural devenir de una comunidad humana con sus rasgos singulares en permanente transformación, pero éste sustrato originario es el primer paso, la primer decisión, el punto de partida que define un carácter singular. Colonizadores: guardan con mucho cariño los recuerdos de épocas de oro de la solidaridad, de tardes de trucos (juego de naipes central en el folclore regional), asados y vino, del fuerte deseo de progresar con el esfuerzo de las propias manos haciendo realidad el sueño del propio hogar.
El matrimonio de los Fonseca se instala en Villa Aeroparque en 1969 provenientes de la Cruz de Carrasco (Departamento de Montevideo), también son de quienes llegaron a habitar el paraje desde los primeros tiempos. Ellos llegaron a experimentar eso que luego con el paso del tiempo es idealizado, en un buen sentido, aquello que es recordado desde sus aspectos más positivos y afirmativos. Pero rescatan lo mejor, por haber sobrepasado lo peor, esa experiencia de salir adelante frente a las peores condiciones de entonces y persiguiendo un sueño. Es así que llegan con su primer hijo de tan solo nueve meses. Sus relatos nos hablan de criaderos de cerdos entre las huertas, pencas de vecinos; sus fotografías muestran a grupos de hombres y mujeres sonrientes bajo parrales alrededor de mesas de madera. Y se observa en ellas claramente la importancia de la compañía del caballo, de su convivencia típicamente rural en la vida cotidiana de los paisanos. Existían figuras públicas como la de Walter Garcé, quien se ocupaba de caballos y pencas como oficio. El mismo Raúl Fonseca, se nos aparece montando a caballo en una de las fotografías, mientras nos narra la historia de su comunidad. ¿De dónde sale ese grupo; cómo se genera esa grupalidad? La señora Fonseca nos dice que es evidente, que eran muy pocos.

A veces, Walter Garcé con mi papá, armaban en Carnaval los carros y salían en Carnaval con la gente. Porque éramos tan poquitos!... A veces hacíamos fiestas… Y en ese tiempo era todo chirca, no teníamos ni agua, ni luz, ni teléfono, ni nada de nada…
Era una familia. Aunque viviera uno acá y otro bien lejos, éste venía al almacén que había, entonces ahí, nos encontrábamos. El almacén Casó vendía la carne, la leche, todo lo que tenías que comprar porque hasta las sábanas, la ropa... Decíamos a tal hora nos encontramos ahí y nos encontrábamos.


Es importante tener presente el contexto de esta migración hacia una nueva localidad. En los variados casos a los que hemos tenido acceso, se encuentra en común el problema de la vivienda que acusaba a las familias provenientes de los sectores medio-bajos y bajos de entonces. Esto mismo lo plantea Andreasen, en su Aspectos económicos de los fraccionamientos de las Villas de Canelones, recogida también por Emiliano, el recopilador de historias locales en sus mimeos. Se trata de uno de los primeros trabajos sobre el fenómeno emergente del Área Metropolitana de Montevideo:

“La escasez de vivienda a precios accesibles, fue el desatar de una verdadera ola de fraccionamientos y de especulaciones de los propietarios de tierras de las regiones limítrofes de Montevideo (Canelones y San José) que encontraron fácil presa en las capas más modestas de la población acuciada por la creciente suba de alquileres” (Andreasen, 1961: 25).

Ni luz, ni teléfono, ni nada de nada… y con hijos menores de un año. ¿Pero por qué vinieron aquí?, le pregunté a la señora Fonseca:

Porque estábamos buscando, buscando algo accesible. Mi sobrino me dice “para allá, para el lado del Aeropuerto hay unos terrenos bárbaros”, “ah no, yo tan lejos no me voy a ir” dije. Pero lo acompañé. Y mi sobrino también tenía la casa acá, me dice “viste, vos no querías venir, mi casa está en tal lado”, no se había mudado pero ya estaba la casa. Y entonces nos vinimos para acá. No teníamos nada, pero era mucho más lindo!

El modelo del Uruguay desarrollista se venía a pique, se comenzaban a establecer las bases de las primeras deudas externas con organismos internacionales, la llamada República Modelo no se sostuvo más en los hechos (Trigo, 1997). A lo largo de la década de los cincuenta, la sociedad uruguaya se va deslizando hacia una conflictividad político-social que en las décadas posteriores culminará en la implantación de la última dictadura cívico-militar como en todo el continente. Y aquí, en estos años, en la nueva villa a poblar, se ofrecía paz y tranquilidad frente a la crisis económico-política que sacudía los cimientos sociales.
Aeroparque de Carrasco, Villa Aeroparque luego, se inscribe dentro de este proceso de relocalización de una población de procedencia cultural rural, ansiosa de tranquilidad para poder trabajar sin la tan abusiva explotación de la que eran tradicionalmente objeto, de dignidad como masa asalariada siempre perjudicada frente a las capas medias capitalinas, sea de las migraciones llegadas primero a Montevideo, o de aquellas que seguían llegando por entonces. En la nueva villa era posible tener una huerta propia, vacas, cerdos, gallinas y todo lo concerniente a una granja. La convivencia con los animales, además del fiel amigo equino, responde claramente a la matriz rural: las gallinas por ejemplo, dormían libres debajo de los pocos árboles que había por entonces.
Otro factor determinante de las primeras migraciones, constitutivo de la misma matriz cultural, fue el tradicional relacionamiento entre núcleos familiares emparentados, que en los hechos generó que familias extensas se instalaran en el nuevo poblado, lo que también aseguró una alta proximidad y una sostenida afectividad inicial en los vínculos de la incipiente comunidad.

Yo en sí estaba en Montevideo [Cruz de Carrasco], pero soy de Treinta y Tres [ciudad], y Armando de Montevideo… de Chacarita, pero él no se crió, pero ahí vino a vivir no sé si tenía seis años, siete… Y después, qué hicimos: Nosotros, como mi mamá es viuda, nosotros con mis hermanos nos vinimos todos, tanto la jorobamos, la jorobamos que vendiera allá, y compró en el Empalme. Entonces, ta, compró en el Empalme y ella dijo, “el día que ustedes se casen yo me voy”. Entonces vivimos ahí como más o menos cuatro años, y todo el mundo nos casamos. Cuando quedó sola, vendió ahí y se volvió para Treinta y Tres. Entonces yo conozco el Empalme porque yo viví ahí, y fue ahí donde conocí a Armando y entonces… nos casamos…

Don Camacho, en particular, es oriundo de la localidad de Ismael Cortinas, Departamento de Lavalleja. La abuela Lurde, quien tiene a su cargo el merendero infantil Crecer con Amor, y que junto a su difunto marido siguen siendo referentes en la comunidad, es oriunda del medio rural del Departamento de Rivera. Lo mismo Genny, quien llegara a Villa Aeroparque en 1973 con su marido también hoy fallecido, de profesión policía, provenientes del barrio Bella Italia en Montevideo, atraídos por uno de aquellos afiches que la inmobiliaria Park había mandado pegar en las paredes y columnas del equipamiento de ese barrio periférico capitalino. Similar es la historia de la Abuela Mirta, quien es considerada también una de las figuras emblemáticas de la comunidad, por el cuidado que ha desempeñado de varias generaciones de niños y adolescentes del lugar hasta la actualidad. El matrimonio Fonseca llegó desde la Cruz de Carrasco, al este departamental de Montevideo, en la dirección del nuevo paraje a humanizar. Etcétera, etcétera.
Podemos distinguir claramente tres tipos de dinámicas migratorias para el caso de Aeroparque, tres tipos de movilidad que corresponden más o menos a dos generaciones diferentes. Una es la sintetizada en la fórmula campo-ciudad-campo, que considero como la de las generaciones más avanzadas en la actualidad, generaciones donde también se encuentran quienes comparten el segundo tipo de movilidad: campo-campo. A estas dos se agrega una tercera: ciudad-campo, para aquellas generaciones más recientes. Y a esto, por supuesto, hay que sumarle por lo menos dos generaciones de nacidos en el propio lugar, algunos que se han ido y vuelto, y otros que hasta el momento no lo han hecho. Sobre las localidades de origen habría que realizar un censo al respecto, pero parece insinuarse hasta el momento una presencia predominante de departamentos como el fronterizo Rivera, junto a Lavalleja, Treinta y Tres y el propio Canelones, lo que parece indicarnos una tendencia hacia la región del Uruguay que justamente se extiende hacia el norte y el este de la Villa Aeroparque, en la mismas direcciones con respecto a Montevideo, otra vez expresándose la fuerte centralidad y el macrocefalismo desde la capital a todo el territorio nacional. Y es que aquí aparece el carácter metropolitano de la Villa. Si bien posee estas características rurales, se encuentra a su vez en el cinturón metropolitano de la capital estatal. Esta doble condición, marca fuertemente el tipo de condicionantes que afectan a la comunidad desde sus comienzos hasta la actualidad.
La situación de una así llamada “villa rural”, en los hechos, villa rural-metropolitana, es muy conflictiva, en el sentido de que la concreción de los recursos básicos definidos según los sentidos que los propios sujetos les otorgan, será una lucha permanente, no sólo implícita, sino explícitamente. Se trata de una comunidad en permanente discusión y redefinición de las relaciones de fuerzas, a escala local y en relación con una zona metropolitana más amplia junto a las localidades de Empalme, Colonia Nicolich y Paso Carrasco, unos kilómetros más cerca de la ciudad de Montevideo.



IMAGEN 4: Fotografía satelital de la Villa Aeroparque en el contexto del Área Metropolitana de Montevideo en dirección este-noreste (Google Earth, 2007, las sentencias son nuestras).

Estas tres dinámicas migratorias a las que hacemos referencia (campo-campo; campo-ciudad-campo; ciudad-campo), se distribuyen desigualmente en los estratos históricos del poblamiento del lugar. En primer lugar, sobre un trasfondo rural originario, se impone una nueva espacialización del territorio (loteamiento o fraccionamiento en solares), y del dibujo se pasa a la realidad, el paraje para a ser lugar, un lugar con las características de una villa, en el cinturón metropolitano de la capital. La población de entonces, se conforma por la migración de sectores rurales directa e indirectamente llegados (campo-campo y campo-ciudad-campo). Socioeconómicamente pensándolo, refiere a varios afluentes de tipos de subjetividades, todos de los sectores medio-bajos y bajos.


IMAGEN 5: Fotografía satelital de la Villa Aeroparque (Google Earth, 2007, las referencias son nuestras).

En términos generales, se trata principalmente de dos fuentes migratorias: familias que dependen del trabajo de los hombres adultos en el ejército, en los batallones cercanos de la aeronáutica, y familias que dependen del trabajo hortícola en chacras y en oficios como el de picapedrero en las antiguas canteras. Y en menor medida, debemos de agregar a aquellos que fueron obreros de las industrias capitalinas, quienes representaban al flujo de mayor movilidad por trabajar y residir cotidianamente a más de diez kilómetros de distancia. A esta oleada mayoritaria y dilatada por varias décadas, se le superpone una reciente, concerniente a la formación de los dos asentamientos irregulares presentes en la actualidad, lo cual responde a otro fenómeno más complejo en cuanto a la movilidad territorial. Como veremos más adelante, estos asentamientos se han formado con jóvenes familias procedentes de las nuevas generaciones de la propia villa, y de la migración constante y en ambas direcciones de pobladores de otros asentamientos irregulares de la región. En estos últimos viene implícita la dinámica ciudad-campo, primero ciudad-periferia, propia del desplazamiento continuado de amplios sectores medios-bajos que se han visto obligados en las últimas décadas a movilizarse hacia zonas, en general, despobladas por la precariedad de las condiciones de existencia y la inaccesibilidad de los recursos.
Si logramos comprender los rasgos más sobresalientes, aunque sea, del proceso general y sus sucesivos contextos por lo que atravesó la sociedad uruguaya, y en muchos aspectos las latinoamericanas en general, podremos enfocar con mayor precisión lo que sucede y cómo se lo vive en la Villa Aeroparque contemporánea. Son más de treinta años que comienzan junto con el inicio de la última dictadura cívico-militar, y que luego de una etapa de apertura democrática se desliza hacia la crisis humanitaria que caracterizara a los efectos de las políticas neoliberales, que marcan una nueva migración de otra índole económica, social y cultural. En este sentido, podemos leer la historia de la comunidad como la de una lucha permanente por la obtención de los recursos básicos para la existencia, al igual que los entrevistados que representan al mayor contingente poblacional; lucha ante, frente y en medio de contextos sucesivos pero siempre contrarios a los de una comunidad rural que pretende desarrollarse. Si ahora lo miramos desde dentro, se hace evidente que la suma de estas dinámicas en los sucesivos contextos, tenga como consecuencia que los grados de conflictividad entre los distintos actores sociales, grupos y asociaciones, sean altos. Conflictividad no es sinónimo de falta de coherencia, de consistencia; también es el motor de una comunidad. En términos generales, pueden existir situaciones, contextos, campos de fuerzas, que su resultante tienda a los mínimos posibles, con lo cual la acción transformadora general de la propia comunidad sobre sí misma es muy limitada: la resultante de las fuerzas tiende a la nada. En los términos de la dimensión de los saberes, la diversidad cultural existente en la comunidad tiende a configurarse como el choque entre supuestas diferencias radicales. Y ni las diferencias radicales necesariamente tienen que relacionarse en una forma en que se anulen unas sobre otras, ni las diferencias en sí son tan radicales. En estos nuevos territorios habitados, que se han conformado en casi cuarenta años, la otredad se define más que nada por el carácter remoto o reciente de la llegada de los pobladores, pobladores nuevos que además van siendo cada vez más pobres en términos generales. Una identidad colectiva que se conforma en pocas décadas, en las cuales no cesan de acontecer fenómenos que la afectan en su devenir, es susceptible de endurecerse ante las diferentes oleadas poblacionales. Si el tiempo por tanto, de esta identidad, es corto y acelerado, también tiene una direccionalidad sobresaliente: el creciente empobrecimiento general, lo que agudiza las discrepancias, dificulta la gestión de los conflictos comunitarios y hace aparecer a las diferencias culturales como si fueran totalidades cerradas imposibles de articular.
Como lo manifiestan pobladores también de otras localidades vecinas, parece que el resto del mundo pasara fuera de allí, que doblara la esquina y que esquivara este rincón del mismo. Encontrándose en el Área Metropolitana de la capital, al lado del Aeropuerto Internacional, siendo –significativamente- el nombre de sus calles el de las diversas aerolíneas internacionales, la villa se siente lejos de todo y sola, sin los recursos para saber llegar a donde le es necesario hacerlo. Es la situación de lo que está al lado de un centro pero no se lo reconoce, queda escondido y aislado de los flujos de intercambio que lo atraviesan sin más. Y es que las villas rurales metropolitanas fueron creadas según este designio, y transformar ello implica un esfuerzo inmenso en lo que respecta a las fuerzas y energías de la propia comunidad, pues es un fenómeno estructural que la desborda ampliamente. Como veremos, Villa Aeroparque es un caso paradigmático del proceso poblacional del Área Metropolitana de Montevideo, y entre las características que definen las condiciones de existencia en dicha región, y específicamente en el conjunto de localidades más próximas, la cercanía al Departamento capitalino determina que, en el sistema político administrativo -que tanto condiciona la gestión o no de los recursos concretos-, no se esté claramente bajo la mirada efectiva de ninguna de las jurisdicciones posibles, Canelones o Montevideo.


3. LA LUCHA POR LA EXISTENCIA
Aquél grupo de personas que aparecían recurrentemente en las fotografías más antiguas que atesoraban los Fonseca, el de las pencas, asados y camaradería, ése mismo grupo más o menos será, nos narra Raúl, el que conformará el primer equipo de fútbol. Él mismo había jugado profesionalmente, en épocas tempranas. De estas mismas redes, y sumándoseles nuevos vecinos arribados, van a ir configurándose los grupos que constituirán comisiones para las más variadas actividades.
Los primeros años de la década del setenta por tanto, se vieron caracterizados por una ampliación de la pequeña población inicial, concentrada en parte en el llamado “Barrio Viejo”, por su relación con la explotación de las canteras en décadas anteriores. Los lotes del paraje convertido en villa, fueron siendo colonizados uno por uno, por familias con las características que hemos descrito anteriormente. Los nuevos habitantes eran nuevos también en otro sentido: pasaron a ser propietarios de la tierra.
En variados registros se rescata el carácter de la hipoteca de estos nuevos propietarios, en las narraciones de nuestros entrevistados, incluida la propia inmobiliaria: el precio de la cuota terminó siendo irrisorio, a tal punto que era más caro el boleto del transporte entre Aeroparque y la sede inmobiliaria ubicada en el corazón de la ciudad de Montevideo, por lo que era común dejar juntar varios meses antes de ir a pagar. Segura así la vivienda, sin la carga y el peligro de ser expulsados, desalojados por no poder pagar, los miembros de la comunidad reunieron sus esfuerzos rápidamente para alcanzar colectivamente lo que entre todos definieron como lo necesario. Y rápidamente los esfuerzos dieron frutos, pues si bien la vida cotidiana sin agua potable, electricidad, redes de transporte, es más que difícil, las chacras familiares proliferaron, y con ello la alimentación también estaba más que solucionada.
A partir de ello, la lucha por la existencia pasará por nuevas dimensiones: una salud digna, una educación para las nuevas generaciones. Igualmente el agua será el primer elemento nucleador, por su urgencia para la vida orgánica. Todas estas inquietudes se ven reflejadas en el Acta fundacional de la Comisión Fomento José Pedro Varela, de 1973, en el entonces “Parque Aéreo de Carrasco”. Es un año más que significativo para la historia social del Uruguay. La asamblea se realizó el 18 de marzo, a meses del golpe cívico-militar. Dispuestas ya las llamadas “medidas prontas de seguridad” por parte del Estado, el panorama general no era muy propicio para la realización de reuniones, las cuales fueron prohibidas por decreto (Caetano y Rilla, 1998). Pero ese día, como consta en el Acta, asistieron sesenta y ocho adultos y cuatro niños y adolescentes (Emiliano (Sin Fecha): 5 de 10). Significativo también para la cantidad de población de entonces. No sólo había que hacer algo por conseguir agua potable y electricidad, sino que algunas de las propias calles de la nueva villa estaban sin concluir. Como decíamos más arriba, lo primero fue el acceso a la electricidad, la cual llegara a la villa en 1975, a dos años de la formación del colectivo organizado y gracias a sus reclamos y gestiones, por supuesto, junto al pago de los postes y cables por bolsillo propio. Para ese año de 1975 -según el INE (Instituto Nacional de Estadísticas)- la villa contaba con 865 habitantes.
Entre los discursos de los entrevistados, existe una serie de relatos sobre “logros” alcanzados en particular a partir del pequeño grupo que se movilizó en esta pequeña comunidad: estos son el agua, la primera escuela, y la policlínica, cronológicamente ordenados. Sobre la lucha por el agua es que comienza la comunidad en cuanto tal, por ella los recién llegados a colonizar y los ya presentes se reúnen con constancia y salen frente a las autoridades dictatoriales como colectivo unificado.
De entre todos los vecinos, el señor Anselmo fue de los primeros en instalar cañerías y demás para el agua potable, para él y los demás. OSE, la empresa estatal del agua potable, llega y lleva a cabo obras a lo largo de la década de los setentas. Hasta ese momento el agua provenía de los pozos ubicados en diferentes solares. Uno de ellos, ubicado en la actual calle IATA a la altura de Cruzeiro do Sul, predio de la señora López, conocido como “el pozo de Eva”, es considerado por los habitantes adultos como el mejor. Se dice de él, hasta la actualidad, que jamás se encuentra seco, ni en la peor de las sequías. Sumado a la solidaridad de quienes habitan aún el solar en el cual está ubicado, y la bendición que esto representara para el reducido colectivo, este pozo se convirtió en una de las primeras fuentes esenciales de agua, y por tanto de vida, para y reconocida por toda la comunidad de entonces.
El sistema de cañerías y bombas, no era aún sanitariamente admisible por 1982, según un estudio técnico realizado por el Centro de Investigaciones y Desarrollo Cultural (CIDC) ya desaparecido. En dicho informe se hace hincapié en las mejoras realizadas, pero se deja en claro que con éstas no alcanza (Emiliano (Sin Fecha): 7 de 10).

Cuando estaba Villanueva Saravia, se hizo una quemada allá arriba porque… estaba la plata, se sabía que había venido la plata del BID y todo, y no se hizo nada. Entonces se hizo una quemada. En ese entonces, Armando estaba en la Comisión, y el Sr. Gallo, y entonces fueron a OSE, pidieron una entrevista con Villanueva Saravia que era el presidente. Pasaron, “¿bueno, de dónde son?”; “de Aeroparque”; y les sacó un mapa, y les dijo “muestrenmé a dónde están ustedes”, y Gallo muy apurado le dijo “acá”; “ah… así que son ustedes los que me prendieron fuego en la ruta. Bueno chau”, y agarró y se fue para adentro y los dejó…
Pero enseguida vino el agua, no demoró mucho que enseguida empezaron... en el año 1993 más o menos. En el año 1992 se hicieron elecciones, enseguida vino el agua. Pero no demoró mucho.


Será por tanto en 1993 cuando finalmente se resuelva un problema tan esencial como el del agua potable. El relato de Niria, aparecidos también en otras entrevistas con otros vecinos, nos narra el último acontecimiento de los tantos que significaron la lucha por la sobrevivencia. A esas alturas los vecinos de la villa habían optado por realizar una manifestación en la ruta, donde eran visibles. La quemada de cubiertas en la ruta fue un acto límite, ya no habían más excusas por parte de las autoridades, que contaban hasta con un financiamiento de un organismo internacional de crédito para la realización de las cañerías y pozos de agua potable. El gran pozo de agua, estilizado, una suerte de hipérbole en revolución materializada en ladrillos, con sus juegos entre llenos y vacíos, su elegancia de proporciones, se erigió para muchos como símbolo de la villa; más bien como marca espacial de identidad desde el paisaje circundante, un ícono indiscutible, principalmente desde la ruta 101.
Si la lucha por el acceso al agua potable es más que significativa, las problemáticas de la enseñanza y la salud constituyen el campo de lucha frontal en lo que concierne a la infancia y adolescencia de la comunidad. Y los propios acontecimientos así lo signaron. Varios niños habían sido atropellados en la ruta en su camino de ida y vuelta a la escuela cercana, ubicada en la localidad del Empalme (recordemos que la escuela más cercana antes existente, desapareció junto a las instalaciones religiosas donde se encontraban, para en su lugar establecer una de las bases militares cercanas durante la dictadura cívico-militar). Esos dos kilómetros y medio de distancia, tenían que hacerse a pie. Si bien existía transporte público, su frecuencia era escasísima en densidad, además de no coincidir en los horarios, y en más de una vez, los niños debían de emprender la marcha hacia la escuela o hacia el hogar andando al costado de la ruta. Algunos optaban por poner a los niños en el autobús y coordinar con otro adulto para que los esperara en el destino, para acompañarlos a cruzar la ruta hacia el otro lado en la llegada a la escuela.

Llevábamos a los chiquilines a la escuela del Empalme, y cuando veníamos, teníamos que venir caminando porque el ómnibus no pasaba y se hacía de noche. Porque fijate que a las seis, el ómnibus agarraba para la [ruta] 102… ¡Y los accidentes de niños!, no sabés lo que era...

No es difícil hacerse una idea de la importancia, en cantidad y calidad, de quienes eran niños entre aquellos 865 habitantes en el año 1975, por ejemplo, del que disponemos de cifras generales. Evidentemente, se trataba de cientos de niños en edad escolar, realizando todos los días un viaje de ida y vuelta peligroso. Belén es uno de los vecinos de la villa llegados a partir de la segunda mitad de la década de los setenta. En los primeros años, mantuvo una movilidad cotidiana con Montevideo, al seguir trabajando en una de las industrias más características del país. Luego, al ser despedido en los momentos en que se acelera el desmantelamiento general de las industrias locales, monta un almacén en la villa, que hasta hoy día sigue ofreciendo sus servicios. En esos cinco años en que tenía que trasladarse de lunes a viernes en general, para trabajar, fue testigo y partícipe como muchos otros vecinos, de la vida en la ruta.[1]

[1] Las metrópolis, o las Áreas Metropolitanas, pueden concebirse como territorios surcados por diferentes corrientes semi-nómades, en especial por el estilo de vida de quienes habitan en las regiones periféricas y trabajan y/o estudian en las céntricas (García Canclini, N. et. alt., 1996). Este desplazamiento cotidiano, produce un territorio móvil, lineal y bidireccional. Las unidades del transporte público, por ejemplo, se convierten en espacios de interacción social relevantes por su persistencia y frecuencia, al igual que las paradas esparcidas por la ruta.



IMAGEN 6: Fotografía de la ruta 101 KM 25.500 en Villa Aeroparque (a la izquierda), en dirección a la ciudad de Montevideo. (Proyecto Aeroparque, 2007)

Según Belén, una serie de acontecimientos llevaron, encadenadamente, hacia la formación de la primera escuela pública. Y todo comenzó con la muerte de una escolar. Efectivamente, nos narra Belén, cuando esta escolar fue atropellada en la ruta, se hicieron presentes varios periodistas, los cuales escribieron y editaron informes televisivos, con lo cual el acontecimiento se amplificó. Esa nueva villa, ese paraje convertido a duros esfuerzos en localidad, aparecía quizás por vez primera ante los ojos y oídos de la opinión pública uruguaya. Por esta razón, a los meses, se hicieron presentes ahora, representantes del internacional Rotary Club. Estos rotarios, se acercaron para prestar la ayuda que les fuera posible. De varias reuniones con un grupo de vecinos, surgen, nos narra Belén, las bases de una organización estable, más que nada, en la constancia, la actitud más importante para hacer frente a un gobierno dictatorial en el reclamo de una escuela para sus propios hijos.
Se generó por tanto una Comisión Fomento para promover su apertura. En la misma se encontraba la señora Fonseca, la llamada “Tana” Rivas, la primera panadera de la villa… la primera presidenta fue Doña Videla, y más vecinas, como la señora de Penuchela, Estela Rojano… La escuela “vieja”, es como comúnmente se denomina a la primera, la Nº 58, fue inaugurada por fin en 1984 con el nombre de Tiradentes. Como nos narró Belén en otra oportunidad, otro vecino sugirió ponerle dicho nombre, el de un héroe de la independencia brasilera, con la intención de que con ello se pudiera acceder a fondos exteriores a los ínfimos que la administración pública destinaba entonces.
El “maestro Guillermo” ha sido el primer maestro y luego director, es una figura entrañable para los primeros pobladores. Aún en la actualidad, aparece cuando se celebra alguna actividad en la escuela vieja. Muchos de los protagonistas de entonces expresan su cariño por este maestro, de cual dicen: “no nos olvidó”. La cuestión de la infancia, en sí misma, es central en la identidad de Aeroparque, construida como hemos venido afirmando, a lo largo de las décadas de los setenta y ochentas, en el encausamiento de las fuerzas colectivas para la obtención de los servicios básicos para la vida, apoyándose en las redes de solidaridad más primarias provenientes del trasfondo rural del lugar antes paraje, y de quienes llegaron a habitarlo. La presencia de los niños y adolescentes es impresionante, a lo largo de toda la historia de la comunidad. En 1985, según lo indica el INE, a un año de la apertura de la primer escuela, la población total ya había ascendido a los 1.887, o sea, se había multiplicado por un poco más de dos veces su tamaño en diez años, y con ello mínimamente también por dos la cantidad de niños y adolescentes.
La otra escuela existente, la “nueva”, la Nº 264, se ubica en solares ya destinados en el proyecto inicial para espacios colectivos. Se encuentra en la misma faja central que ha sido en parte ocupada en la última década por uno de los asentamientos irregulares, el cual desde el 2007 el Estado realiza obras de infraestructuras.
En plena indagación, una mañana del mes de octubre, viene Armando a buscarme para ir al “Día de la ciencia y la creatividad”, una muestra a puertas abiertas en la escuela nueva, a metros de donde nos encontrábamos realizando uno de los talleres de percusión con adolescentes, la capilla. Fue una mañana de intenso sol primaveral. Nuevamente experimenté aquello que había sentido en los festejos del Día del Niño, dos meses antes. La villa de Aeroparque es una de las localidades donde más niños nacen últimamente, de allí sale mucho de las nuevas generaciones. Cerca de la mitad de la población actual, de aproximadamente 4.500 habitantes, son niños menores de diez años de edad. La escuela se encontraba en ebullición, centenares de niños se encontraban agrupados por generación en sus respectivas aulas, exponiendo materiales visuales, productos alimenticios, demostraciones de química básica, y sobre todo, con su discurso, sobre una amplia gama de temáticas: la leche y sus derivados, los instrumentos musicales, los suelos, y por supuesto, la apreciada huerta orgánica que entre todos vienen desarrollando a un lado del predio. Además hubo una exhibición de gimnasia aeróbica en el patio principal, y coreografía y canto coordinado por una maestra con su teclado. La efervescencia del lugar era altísima, el deseo por conocer, crecer… era muy potente. Junto a Armando, fue fascinante pasear salón por salón y dejar que los escolares nos explicaran y demostraran el funcionamiento y la naturaleza de los fenómenos científicos con una gran creatividad en los medios de expresión con los que lo hacían, con una enorme implicancia en cada detalle.
Hay pocas personas que gozan de un reconocimiento tal por sus actividades con varias generaciones de nacidos en el lugar, como las abuelas Lurde y Mirta.. La abuela Mirta, nacida por el 1933, arribó a villa Aeroparque alrededor del año 1976. Su madre había llegado primero, luego de ser desalojada de su vivienda en el barrio La Blanqueada, en Montevideo; fue una de las tantas que emigraron comprando uno de los solares en la villa. Cuando su madre se enfermó, ella se traslada para allí, donde ya estaban también viviendo algunos de sus hijos pequeños. Desde su llegada, estuvo vinculada, y lo sigue estando, a la crianza de decenas y decenas de niños, y hoy es reconocida, según nos dicen todas las voces, como “la abuela del barrio”. Al llegar, encontró trabajo en frente a su vivienda, en la capilla Nuestra Señora de la Esperanza, desde donde realizamos nuestra intervención. Allí estuvo cinco años cuidando de los niños de la primera guardería comunitaria. “Limpiaba, cuidaba gurises… bueno, de todo”. Trabajaba de lunes a viernes en la guardería ubicada en la capilla, y los sábados en Montevideo, como servicio doméstico, donde también realizaba algunas horas más cuando podía. En esa casa de particulares, fue donde ella había trabajado durante décadas, y ahora, al instalarse en villa Aeroparque, trataba de ir cambiando de rutina laboral, para no tener que desplazarse tanto y con tantos sacrificios, y para estar más cerca de sus seres queridos. Cuando a fines de los años ochenta se jubila, no por ello cesa en sus actividades. Por el contrario, pasa a reforzarse su identidad en la comunidad, gracias a su gran disposición en colaborar con todo lo concerniente a la crianza de los niños, potencialmente de todos. En las varias oportunidades en que hemos podido dialogar y pasar ratos juntos, tanto en la capilla como en la entrada de su casa, era característico que, si había algún grupo de niños y adolescentes cerca, la mayoría de ellos viniera a saludarla, y el grupo de los más pequeños se quedara junto a ella, jugando entre sí, sintiendo la cercanía de un espíritu que los protege, los cuida, los ama sin pedir nada a cambio.
Otro tanto, decíamos, ocurre con la abuela Lurde. Como antes planteáramos, es oriunda del medio rural del Departamento de Rivera, fronterizo con Brasil, y llega a poblar junto a su marido e hijos desde los primeros tiempos también empujada por la presión económica del alquiler del Montevideo de fines de los años sesenta. El matrimonio participará activamente en las variadas organizaciones de la comunidad. Ella en particular, desarrollará sus actividades desde el Merendero Crecer con Amor ubicado en la calle Iberia. Nos conocimos en un día rutinario del merendero, en mis primeros acercamientos al lugar. Era una tarde de lluvias, Aeroparque se encontraba empapada, algunas calles era intransitables. Al ingresar al merendero, pude percibir el aura del hogar, la calidez de cierto espíritu materno. Junto a unas madres que la ayudan en la cocina, se encontraba preparando sus famosas tortas fritas y la leche con chocolate caliente. A través de las ventanillas la lluvia caía sin cesar. Rápidamente nos informó de los problemas, permanentes, del merendero para mantenerse en pie, la falta de alimentos y energía. En eso, empezaron a entrar niños, de pronto, el pequeño lugar se llenó. Existían normas, y todos las conocían, menos el etnógrafo. En medio de merienda, de entradas y salidas sin cesar a lo largo de media hora, la abuela entablaba diálogos con algunos de los niños, sobre temas generales de sus respectivas vidas, estados emocionales, problemas concretos de recursos. Varias generaciones han pasado por allí; muchas madres y sus niños recurren constantemente a su casa, en busca de todo tipo de ayuda y asesoramiento, sobre los temas más variados, desde la necesidad de vestimenta a la de consejos sobre la vida familiar. Cuando en otra oportunidad la entrevistábamos en su casa, primero una niña enviada por su madre en busca de calzado, luego una madre con dos de sus hijos se hicieron presentes en esa mañana, y nos despedimos dejando a la abuela y a uno de sus hijos charlando con esta vecina.
Como decíamos más arriba, parece sustancial para comprender el funcionamiento de Aeroparque como comunidad, reconocer la existencia de estas mujeres de avanzada edad, que se constituyen como referentes para varias generaciones. Han existido otras, ya difuntas, y existen otras más o menos igual de activas. Dentro de la comunidad pues, existen figuras, principalmente femeninas, que como sucede en una multiplicidad de sociedades tradicionales, representan el saber popular y son efectivas en las prácticas que hacen al cuidado y a la educación incipiente de las nuevas generaciones. Ante situaciones críticas, sea porque hacen falta alimentos y ropa, sea porque se ha producido un incidente en la familia o entre familias, estas referentes comunitarias, investidas por el propio colectivo y sin necesidad de instancias institucionales más abstractas, están allí para lo que sean útiles.
Además de cuidar de los niños a lo largo de varias generaciones, la abuela Mirta fue partícipe directa e indirectamente de partos en el lugar, en aquellos años en que no existía un servicio de salud local. Al igual que otros vecinos, como los padres de la señora Fonseca, o la difunta Nora, así como la familia Izquierdo. Villa Aeroparque perdió varios de sus hijos durante esos años, debido a la falta de atención médica.

Te cuento una cosa del barrio. Esa Nora, viene un día y me dice “me muero con lo que te voy a contar”. La mujer de los Techera estaba por tener familia. Bueno. Ella se enfermó, ¡¿y a quién llamaban?! Se fueron allá arriba a buscar a mi amiga, y allá vino. Trajo lo necesario, lo que ella precisaba y vino.
La mujer, no te miento, en el suelo pelado tuvo la hija. No tenían nada. Ella [mi amiga] decí que había traído… ella le pedía, ¿alcohol?, no tenían, ¿un algodón?, no tenían, ¿un pedazo de sábana viejo?, no había. Dice, “hay, mi Dios querido, ¿cómo tengo que hacer?”. Como pudo, la atendió, y después le dijo a las hijas “bueno, ahora pongan agua a calentar que hay bañar a este niño”. Calentaron la caldera con agua, lo bañó ella en una palangana, lo envolvieron en un trapo, y la hizo acostar a ella en la cama y se lo dejó, y llamaron a la ambulancia para que vinieran, para que se la llevaran.


Las construcciones de las antigua y nueva policlínicas, se encuentran en unos solares también muy significativos. Allí la comunidad se reunía cuando se crearon las primeras comisiones; antes en general, las asambleas se realizaban en la calle. Ha sido centro de reunión desde los inicios, a la par de la capilla Nuestra Señora de la Esperanza. En el mismo solar, se encuentra el primer tanque de agua instalado por OSE. Alrededor del mismo se hacía cola para cargar los bidones diariamente, y por allí también han ido pasando todas las generaciones del lugar, cuando se disponía de médicos y enfermeros. Adjunto a la primera, se construyó una segunda Policlínica en 2005, más amplia y modernizada, gracias al esfuerzo de algunos vecinos por sortear conflictos que venían trancando la resolución de una de las problemáticas centrales en la vida de cualquier comunidad. El local de la primera policlínica pasó a ser el Salón Comunal, título que ya se merecía de hecho desde hacía décadas. Emiliano, el vecino que ha recogido relatos y documentos del lugar, recoge el momento en que por fin la Comisión Barrial llamada José Pedro Varela, más específicamente, la Comisión de Damas, se encarga entonces de administrar el local, que se erige y comienza a funcionar entre los años 1974 y 1975 (Emiliano (Sin Fecha): 2 de 4). La primera doctora que atendió a la comunidad nos dice el historiador local, fue Irma Machado. Según las actas de las comisiones siguientes que él mismo ha consultado, la policlínica funcionaba de manera intermitente. Por ejemplo, en un acta de 1979 se manifiesta que hacía año y medio que la misma se mantenía cerrada. Habrá que esperar al principio de la década de los noventas, para encontrar un movimiento entorno de la salud comunitaria más vigoroso.
Armando es uno de los protagonistas principales. Vecino desde principios de los años ochenta, en que emigra a colonizar junto a su entonces flamante esposa Niria, va involucrándose cada vez más en el quehacer comunitario. Nos narra, que en 1997, hizo frente a la recuperación de la entonces policlínica, ya que se encontraba abandonada. Al año siguiente se buscan los medios para afianzar su fortalecimiento, y se realiza un diagnóstico sobre la situación sanitaria de Aeroparque. En 1999, el problema de la policlínica vuelve a estar presente, y se organiza otra comisión, nuevamente para la recuperación del local y de la atención médica. Armando, nos dice, trató de mediar lo mejor posible en medio de las relaciones de fuerza que impedían, en su resultante, que los diferentes grupos se pusieran de acuerdo sobre las acciones a emprender. En dichos momentos fue posible saldar una deuda del local con la UTE, la compañía eléctrica, realizar mejoras en las instalaciones, y gestionar la llegada de personal sanitario más estable, entre otras cosas. Recordemos que todo ello estaba sucediendo a la par que la población total de Aeroparque no cesaba de crecer en razón del doble por década. Por fin, como decíamos, en 2005 fue inaugurada la nueva policlínica, actualmente en funcionamiento, con personal sanitario, pero necesitada igualmente del apoyo permanente de la propia comunidad. A partir de entonces, Armando participa como agente comunitario de salud, en varios encuentros nacionales, fomenta el relevamiento censal de los habitantes, sus demandas y problemáticas. Actualmente es edil en la Junta Local.
A lo largo de estas luchas y conquistas, el trabajo en la capilla, desde donde desarrollamos nuestra intervención, no sin altibajos, viene siendo constante. Allí surge la primera guardería para los primeros niños, comenzó con una veintena y llegó a albergar a más de cincuenta de éstos. De esa experiencia, luego de dos décadas, cuando ya la cantidad de niños superaba el centenar y cambiaron las políticas públicas, surgen los cimientos del actual CAIF (Centro de Atención a la Infancia y la Familia). Es la primera experiencia institucional junto a personas de fuera del lugar, un grupo de privados, conocido comúnmente como el de “las señoras de Carrasco”, conformado por mujeres pertenecientes a familias de sectores altos residentes en el barrio de Carrasco, el de mayor poder adquisitivo del Uruguay, y muy cercano a la villa.
El padre Eduardo, luego el padre Luis, fueron quienes oficiaron las primeras misas en la capilla Nuestra Señora de la Esperanza y en todo Aeroparque, alrededor del año 1981. Junto a Mariano, hermano de Luis y también sacerdote, y su hermana, también religiosa, han marcado también la historia de la comunidad. Cuando llegó el padre Mariano, lo hizo con un grupo de jóvenes seminaristas que estaba formando para que se oficiaran, y que trabajaban como parte de dicha preparación, con adolescentes en las comunidades donde se insertaban. Antes de ello, nos narra la señora Fonseca, los bautismos y las reuniones a nivel de congregación religiosa se hacían en la casa de Dora Chaine, otra vecina.
Es significativo también, el hecho de que los pocos servicios existentes antes del fraccionamiento y la conformación de Aeroparque de Carrasco por parte de la inmobiliaria Park, habían sido creados desde la actividad de los religiosos. Como nos relatan los más antiguos pobladores, como Don Camacho, algunos de los actuales establecimientos militares cercanos pertenecían a la orden salesiana, y en ellos había un colegio, una secundaria, se ofrecía alimentación, etcétera. Una vez instalado el golpe cívico-militar, los religiosos fueron desalojados. Los pocos recursos existentes, fueron eliminados. Igualmente el padre Mariano instaló, más por cuenta propia que por apoyos institucionales, un centro de atención donde, por ejemplo, funcionaba la consulta odontológica para todo aquél que se acercara, y se promovieron las actividades con los niños y adolescentes, incluidas excursiones. El local está ubicado en el Empalme, y actualmente en el mismo opera una ONG.
La primera guardería que funcionó en la capilla, se llamaba La Esperanza al igual que la virgen de la capilla, aquella en la que trabajó la abuela Mirta a su llegada, en el corazón de Aeroparque, tuvo que salir adelante por el esfuerzo de los vecinos y las trabajadoras, y gracias a la ayuda de la comisión de beneficencia antes descrita, que aún sigue cofinanciando al actual CAIF junto al Estado. Pero los recursos igualmente no estaban todos disponibles a pesar de las benefactoras. El agua potable por ejemplo, como nos cuenta Genny, había que ir a buscarla al “pozo de Eva”, aquella cachimba ubicada a la vuelta, de la que se dice que jamás se seca, ni en la peor de las sequías.

Y las mamás cargaban allí el agua. Parecía una maldición, cada vez que se hacía polenta con tuco, viste que la polenta es más difícil de lavar la olla… no había agua y había que ir a cargar. Nosotros lavábamos a los bebes… [Eran entonces] dieciocho, diecinueve bebes hasta los cinco, seis [años]… Teníamos una niña, que ahora me dice que tiene dos mamás, la que la parió y la que la crió, ella está en facultad ahora, hace enfermería y tiene ahora veintiocho años, fue la única que se tomó tan pequeñita, con tres meses…
Venían de las señoras de Carrasco todos los días, unas de mañana y otras de tarde… A los dos meses vino la que luego sería mi nuera después… en ese momento era una chica que había estado en el liceo y los padres estaban muy necesitados de trabajo, y entonces el papá vino a pedirle trabajo para ella y la tomaron…


Su marido ya difunto, fue quien encabezó la ampliación de aquél primer recinto que fue la capilla, cerca del año 1982. Genny estuvo trabajando allí desde su apertura en 1979 hasta 1989, dejó un par de años, luego siguió dedicada a la educación inicial trabajando en la Escuela Italiana, en el barrio de Carrasco de Montevideo, y la fueron a buscar cuando se conformó el actual CAIF, por 1993-94, donde se encuentra trabajando en estos momentos. Genny recuerda vívidamente los momentos cuando la guardería funcionaba en la capilla. Allí se empezaron a formar los primeros nacidos en la nueva villa. Recuerda, por ejemplo, la presencia de los jóvenes franciscanos; el antiguo arenero en el fondo; el viejo quincho que luego servía para la escenografía del pesebre viviente en épocas de las fiestas navideñas; el origen de una de las canciones oriundas de esa experiencia, cantada por muchos de quienes en la actualidad alcanzan los treinta años, y que sigue entonándose hoy día, con mínimas modificaciones, por los más pequeños en el actual CAIF.

Soldaditos de Aeroparque
Somos todos soldaditos de Aeroparque,
que jugamos todo el año sin parar.
Hoy venimos a mostrarles a los padres,
que también, sabemos trabajar.

Y damos gacias a Dios, con todo el corazón,
de haber podido festejar.
La guardería será, lugar de nuestra amistad,
y nosotros, la esperanza del lugar.


En nuestra propia experiencia de intervención en la localidad, tuvimos la alegría de encontrar en la pequeña capilla un lugar donde asentar nuestras actividades, no sin conflictos, pero por lo menos efectivamente, en medio de un diagrama de relaciones de fuerza locales y más generales muy enmarañado para nuestro aterrizaje. A pesar de las crisis por las que atraviesa la capilla franciscana Nuestra Señora de la Esperanza, en la organización y gestión de la misma según los vecinos que hasta la actualidad se involucran en ello, sigue siendo un foco de actividades renovadas. Los adolescentes que fueron partícipes del taller de percusión con materiales reciclables que planteamos desde nuestro proyecto de intervención, rápidamente llenaron de vida el lugar, multiplicando las actividades y haciendo llegar a más jóvenes e involucrando en mayor o menor medida a sus familias en general.
La capilla, efectivamente, que fuera el primer lugar donde la comunidad se nucleó en torno a sus infantes, mantiene este carácter simbólico. Fue una excelente elección para desarrollar esta etapa de nuestras actividades. Ya se venían ofreciendo un taller de guitarra folclórica, otro de artesanías –ambos a cargo de la Comuna de Canelones–, además del curso de catequesis dependiente de la autoridad eclesiástica. Pero todo esto se enturbió rápidamente al ver cómo el local era atacado, destruido, en noches de fiestas de cumpleaños donde oficiaba de salón de alquiler, y en cómo no existía ningún tipo de responsabilidad oficial para el mantenimiento del mismo. Encontramos por suerte a Ángel, un flamante residente, quien se encarga del cuidado y la vigilancia dentro de sus posibilidades. Ángel se convirtió en nuestro principal compañero para llevar a cabo las actividades en el lugar. Se convirtió en un verdadero gestor cultural, sirviendo de conector entre la comunidad y nosotros, y entre los propios miembros de la comunidad. Esto por supuesto no fue gratuito, como todo aquél que llega a vivir a una comunidad pequeña, aislada y fraccionada en tantos sentidos como estamos planteando, hay que soportar las tensiones de las diferentes fuerzas ya existentes en el campo y hacerse un lugar propio, una estrategia específica, sin caer irremediablemente en las reglas de juego ya impuestas. En la actualidad, junto a más de treinta iglesias, templos envangelistas y umbandistas, la capilla persiste casi sin recursos. Fue el primer centro comunitario de reunión, y nos abrió sus puertas para nuestra intervención a lo largo de los cinco meses finales del 2007, a partir de lo cual volvió a revitarlizarse con la presencia de decenas de adolescentes y un grupo de jóvenes adultos. Éste movimiento social generado en la capilla, junto a otros de diversas procedencias, puso en la superficie las potencialidades del colectivo de diversas formas.
El gran malestar transmitido por todos los sectores de la comunidad, adultos y adolesecentes –aunque claro está, entre los primeros se encontraban más críticas pero también más arraigo por la vida en el medio rural- nos hizo indagar más a fondo en la cuestión. Buscando comprender, parecía haber una desilusión, una especie de visión desencantada, común por cierto en todo el planeta contemporáneamente, pero aquí lo podíamos ver en una comunidad que se decía a sí misma, más o menos, que no podía mejorar. ¿En qué se sostenía este discurso, las acciones que a veces asomaban ante nosotros por parte de algunos vecinos o instituciones, de crítica sin comprensión entre las partes, de problemas en la dialógica comunitaria? ¿Qué significaba “mejorar”, y qué diferentes sentidos podría tener, y en relación a qué experiencias?

“[U]n aspecto singular que se destaca en todas las localidades del Área Me­tropolitana es el problema de la “falta de identidad”. En el caso de Ciudad de la Costa, se señalan diferencias entre la generación que nació y creció en la zona y los pobladores que inmigraron. Los aluviones poblacionales y el acelerado crecimiento de los últimos años constituyen aspectos que explican el problema. Esta ausencia o limitación del sentido de pertenencia redunda en falta de integración social, dificultades para construir un proyecto y escasez de participación social.” (AA. VV., 2007: 325-326).

-Inseguridad
-Desintegración entre “nuevos” y “viejos” habitantes
-Desigualdad creciente entre barrios privados y asentamientos
-Falta de trabajo digno y estableCarencia de lugares de esparcimiento (club, gimnasio, espacios públicos)



Cuadro 1: Percepción de problemas y desigualdades sociales para el Área de Paso Carrasco (donde se incluye a Villa Aeroparque). Extraído de AA. VV. El libro blanco del Área Metropolitana. Presidencia de la República, Montevideo, 2007, p.327.


4. LAS OLLAS POPULARES: ESCENARIOS DE LA CRISIS
Año 2002. El Área Metropolitana de Montevideo, y Aeroparque dentro de la misma, había llegando a ser uno de los lugares de mayor crecimiento demográfico de toda América Latina a principios del siglo XXI, y esto se sostuvo unos años más. Como decíamos, para el año 2005, nos encontramos cercanos a los 4.500 habitantes, con lo cual nuevamente en diez años más o menos se multiplicó la población, aunque ya en menor medida.
Junto a la falta aún de ciertas condiciones básicas de existencia, se suma la desocupación y crisis económica general. El colectivo enfrenta la situación con la experiencia de ollas populares. Dicha experiencia culmina frustradamente, y por un tiempo la comunidad parece fragmentarse definitivamente. Pero todo había comenzado, nos dice la señora Fonseca, con mucha ilusión e ímpetu.

Mirá que hacíamos como cinco, seis ollas eh… Todos los mediodías, desde las ocho de la mañana estábamos ahí. Y estábamos y charlábamos… era lindo... los cuentos, era todo bárbaro. Era una familia, los que estábamos ahí trabajando… Comíamos todos juntos los que estábamos, hacíamos una ollita ahí. Nos arreglábamos todos juntos. Y después veíamos, escuchábamos lo que alguno necesitaba…
Había que pelear por la leña, había que pelear por lo que faltaba…


Las ollas populares comienzan en julio, en el duro invierno de 2002, y prosiguen hasta diciembre de ese año. Existían dos enclaves, el primero y que permaneció más tiempo, de origen local (que llegó a cubrir a 500 personas), y otro del ejército, enviado por las autoridades estatales, de acción momentánea (para 300 más, provenientes de las próximas Altamira y Villa El Tato[1], y la propia villa Aeroparque). El enclave local, había comenzado como olla “popular” como ellos mismos dicen, en base a redes de solidaridad de algunos vecinos relacionados ideológicamente, seis meses antes en la calle LAN CHILE. Cuando el Estado a través del INDA (Instituto Nacional de Alimentación) llega por los reclamos de los propios habitantes, exige que los destinatarios estén representados por una institución, que exista espacio donde guardar los alimentos, etc. Es así que esta olla pasó a la órbita de la Comisión Fomento y comenzó a funcionar en el Salón Comunal, lo que había sido la primera policlínica. En frente operó la otra olla, administrada también por la comisión, pero con el alimento dispensado por el ejército. Lamentablemente hubo que elegir entre las ollas y la nueva biblioteca barrial que estaba en gestación gracias a los esfuerzos de la propia comisión, biblioteca que fue desarticulada por falta de espacio y posibilidades de mantenimiento, ante la imperiosa necesidad de contar con un lugar de resguardo para los alimentos secos que exigía el INDA. Durante un año, nos cuenta Armando, la biblioteca había recogido miles de títulos y se había convertido en un centro de estudios y de consulta para las escuelas y para los niños y adolescentes en general. La crisis alimenticia se presentó con una urgencia avasalladora.
Algunos recuerdan el paso de las estaciones y la permanencia de las ollas en el lugar, los grandes fogones, el humo, la reunión nuevamente de los participantes. Las ollas populares comenzaron con un gran entusiasmo, era la primera vez que habitantes propietarios y ocupantes del Aeroparque contemporáneo se verían las caras, en principio, casi de igual a igual. Quienes más se involucraron en la propuesta, por ejemplo Armando, o el matrimonio Fonseca, dedicaban casi todas sus energías. Niria, compañera del primero, se reía cuando nos narraba los acontecimientos junto a otros vecinos, cómo entonces le exigía más presencia en el hogar a su marido, quien pasaba horas organizando, procurando y distribuyendo los recursos en la comunidad. Según lo recuerdan el matrimonio Fonseca y Niria, la leña, en un principio, era donada por una barraca ubicada en la ruta 101, próxima a la villa.

En la bodega que está en El Mirador, para dentro. Ahí, tienen montes, pero montes de eucaliptus y de pino. Y nos dieron un par de caminos. Nosotros teníamos que cortar y quemar, no dejar mugre, teníamos que dejar todo impecable. Y traíamos los palos para acá. Y ahí, con una sierra en casa, hacía los trocitos así y lo poníamos todo ahí al fuego.
Y después nos dieron costaneros, al lado de la barraca Cinco Esquinas de Pando, nos la traían. Después una casa de familia nos traía leña... Después INDA nos trajo mucha cantidad de verduras, de todo. Después cuando empezó a quedar que ya no había, que una cosa y otra, la misma gente que venía desde Altamira, Villa El Tato, traían un poco de acelga, un poco de lo que tenían en la casa, eso se picaba, y se hacía también en la olla, se ponía… El pan, nos daban los de Los Sorchantes, lo calentábamos porque era pre-cocido, usábamos una cocina que nos habían donado. No, pero, ¡estuvo lindo! Después nos llamaban por ejemplo, si había pescado, si lo podíamos ir a buscar. Después en el tiempo en que se tiraba la leche, nos avisaban, porque había que tener corriendo a alguien que buscara la leche y la donábamos, les dábamos litros de leche a la gente que venía. Llamaban, por ejemplo, que había donación de avena, que nos daban las fábricas. Allí iban, salían, conseguían… Se hacían bolsitas. Se daba a las mujeres que estaban embarazadas.


El involucramiento fue total, y si bien no todos participaron de estas ollas populares –pues existe un sector medio-medio, que conserva sus solares en un excelente estado de mantenimiento y pueden gozar de una jubilación mínimamente digna, como el caso de algunos antiguos militares de nivel técnico, y no se involucraron por diversos motivos-, los que sí lo hicieron, los que participaron en la experiencia de las ollas populares de entonces, hicieron pasar por éstas toda la carga social de deseo (las invistieron), las convirtieron en lo que se denomina un hecho social total. Por las ollas pasaron los deseos, las decepciones, los momentos de desesperación de familias enteras en medio de la crisis humanitaria centrada en el 2002 como pico de explosión. ¿Cuál era la situación específica de Aeroparque? Armando nos narra:

Todo el mundo sin trabajo. Fue una crisis total. Yo era uno de los que estaba sin trabajo… Salían a requechear, salían a hacer feria, yo era uno de los que salía a hacer feria… vendías fierros, electrodomésticos de la casa, lo que fuera… Barros Blancos, Suarez, ruta 74, Pando, Empalme, Paso Carrasco, Alvear… especialmente por la locomoción. No se podía ir más que a donde llegara el esfuerzo físico. Yo caminaba siete, ocho kilómetros caminando con un carrito. Ahora lo hago al Empalme… Sabés lo que era a veces volver, no sólo yo, un montón de gente, sin vender un peso, cinchando como un animal…

El índice de desocupación de los uruguayos todos, era por entonces de un 22%, en Aeroparque puede que alcanzara sin problemas más del 50%. Las actividades generalizadas de labores en el campo, o las de feriante semi-nómade por las localidades de la región y en Montevideo, no eran tan solo poco rentables, se convertían en imposibles de practicar. No se podía trabajar.

“[L]a composición de la población en sus distintos estratos sociales indica que a nivel global el Área Metropolitana tiene un perfil socioeconómico inferior a Montevideo, donde más del 50% de los hogares se ubica en los estratos bajo y medio-bajo, y sola­mente un 28% corresponde a los sectores medios.” (AA. VV., 2007: 318)

En este escenario, las nuevas familias de quienes ocuparon solares ubicados en las zonas verdes proyectadas en el fraccionamiento, y las ya presentes desde antes de principios de los años ochenta, se vieron enfrentadas, unas abajo y otras arriba. La horizontalidad comunitaria, que se quiso y quiere siempre plantear, en cada organización que se ha llevado a cabo en estos últimos años, no puede con la pulseada frente a formas institucionales que se reproducen por muchos procesos y efectos en todas las dimensiones imaginables. Como en el conjunto de la sociedad uruguaya de entonces, eclosiona el problema de la pobreza afectando la dimensión de los valores, la cultura. Vivimos una transformación en nuestras propias identidades producto de un vaciamiento del capital social acumulado por todos. Como siempre, los que más sufren la desigualdad son los más desfavorecidos, por lo cual la sociedad uruguaya, si ya venía pauperizándose desde décadas anteriores, termina por desplomarse en la pobreza, en una pobreza ya estructural, y por tanto, más difícil de transformar. Varias generaciones nacieron luego, un poco antes, un poco después, y aún no nos recuperamos definitivamente de ello, con lo cual siguen naciendo nuevas generaciones marcadas a fuego por la crisis insignia del neoliberalismo: cuando en vez de darnos un golpe de estado militar, sencillamente se robaron las reservas bancarias y con ello todo el sistema se desinfló. Inmenso robo a cara descubierta, los que ya venían siendo excluidos del sistema, terminaron por caer en la miseria. Y en Aeroparque se estaban dando síntomas de este deterioro social común a los uruguayos por entonces, y en parte actualmente, pero además, con la especificidad del Área Metropolitana, donde el derrumbe fue significativamente mayor.
Aquí, sencillamente resultó ser, en estos años del cambio de milenio, imposible pasar a ser propietario en el lugar si como joven adulto llegaba el momento de emanciparse del hogar de procedencia. Se trata del duro choque que implica un estilo de vida basado en ciertos principios que la lógica del capitalismo del momento no puede tolerar, y por ello, seguir la tradición –poco antes inaugurada- no era posible. La generación del recambio, se encontró en muchos casos en hogares sumergidos en la pobreza, sin recurso alguno ni forma propia para poder encontrar alguna estrategia de transformación. Es así que se forman los dos asentamientos que posee la villa Aeroparque en la actualidad; ocupan sendos terrenos pertenecientes cada uno a uno de los espacios verdes diseñados en el proyecto original. De esta forma uno queda ubicado del centro hacia el norte, y el otro al sur-oeste de la villa, más cercano a la ruta. A esto se le suma, el hecho de que estos asentamientos representaran también una cabecera de puente con otros territorios igual de ocupados, un nuevo factor de movilidad poblacional abierto y permanente con otros asentamientos del Área Metropolitana y de Montevideo. Nuestro trabajo de campo se frena aquí, no hemos podido avanzar en esta dirección, la que creemos hay que seguir si se trata de profundizar en procesos de transformación subjetiva luego de la realización de un diagnóstico.
Lo que sabemos, es que en las ollas que tuvieron lugar en el invierno y la primavera del 2002, sucedieron una serie de acontecimientos que definen el último estrato si se quiere, de la historia de Aeroparque como campo de fuerzas en movimiento. Se suceden una serie de choques, enfrentamientos, que tocan en cada sujeto a lo que refieren sus valores y costumbres, su actitud frente a la vida, su cultura. Este mismo escenario de enfrentamiento, lo hemos podido experimentar directamente en otros contextos similares y diferentes a la villa, durante los mismos años. Se trataba de un grupo de obreros de una curtiembre en el barrio de Nuevo París de Montevideo, grupo de identidad obrera industrial, fuertemente sindicalizada, que optó por ocupar las instalaciones y producir por su cuenta, mientras algunas familias también pasaron a residir entre las antiguas estructuras fabriles. Aquél colectivo, experimentó ciertos encuentros conflictivos con algunos habitantes de un asentamiento que se había alzado los últimos años contra una de sus largas medianeras (Álvarez Pedrosian, 2002). En uno y otro caso nos encontramos con problemas de comunicación, a partir de diferencias culturales a priori infranqueables. Nosotros creemos que eso no siempre tiene necesariamente que ser así, y más aún, que se debe actuar en otra dirección, buscando otro sentido, más allá de las barreras existentes.

Cuando nos daban mucha cantidad de postres, o algo así, que no los podíamos hacer, por ejemplo gelatina –a veces lo hacíamos para el Día del Niño, en vasitos preparados–, pero cuando no se podía, agarrábamos una carretilla y se llevaba lo que no se usaba en la olla, porque no se podía dar, porque sino se ofendía uno, el otro, la cambiaban en Nuestra Terra por otra cosa, por cebolla, zanahoria, u otra cosa. Se decía que ellos [algunos del grupo] después se quedaban con las cosas. Hay papeles, notas, que se canjeaban esas cosas. Por ejemplo harina, que nos donó Vargas [por el programa de televisión Desafío al Corazón], salimos sorteados y nos trajo una cantidad de carga… Entonces, ahí empezó el problema.
Porque la harina no la usábamos, fuimos a lo de Octavio, la cambiamos por fideos, y la gente empezó a decir que nosotros la vendíamos, nos la quedábamos en nuestras casas… Con la sal también. Y eso no era así, era que nosotros la canjeábamos por otra cosa para darle de comer a esa misma gente.


En medio de la crisis, éste grupo de una veintena de vecinos, en una carta-afiche fechada el 23 de diciembre de 2002 ponía a la comunidad en aviso:

Sr. Vecino:
Dentro de pocos días se hará entrega de una canasta a todos los que retiraban en la olla.
Lo que dure esta canasta es responsabilidad de cada familia.
Lo que dura la entrega de esta canasta es incierta. INDA no paga al que trae los alimentos. INDA se cae.
El que espere que en invierno se reabra la olla… que espere sentado.

Luego de plasmar la situación crítica de las propias instituciones estatales que fueron vaciadas entonces, y frente a la imposibilidad de seguir recibiendo ayuda, se hace acopio de qué es con lo que se puede contar:

Tenemos la oportunidad de salir adelante por nosotros mismos: nos prestan para trabajar 2 hectáreas y ½.
Nos dan el combustible para el tractor, nos apoyan con toneladas de semillas…
No veamos tan abajo la tierra. No esperemos que nos den. No seamos vagos, tengamos vergüenza.
Los beneficios serán solo y solo para el que lo trabaje.
Si no hay quien trabaje la huerta, tampoco habrá quien organice una posible olla en invierno.
Si a los que nunca les faltó un plato de comida en la olla, les da por esperar que mañana les caiga pan del cielo, ya convocamos a otros vecinos que si quieren hacerlo, a una última reunión el próximo domingo 29 de diciembre de 2002 a las 17:00 hs., en la policlínica.
Nada podemos esperar si no es de nosotros mismos.

Mensaje de la Comisión
Felices fiestas y un mejor Año Nuevo


Los participantes de la olla, que se colocaron en el lado de los beneficiarios, en el sentido pasivo, puramente receptor, provenían de toda la villa, especialmente de los dos asentamientos, también de Villa El Tato, y de Altamira. El grupo de una veintena de vecinos que quedó organizando la olla, ahora, frente al incumplimiento del INDA, y el cierro de la segunda olla organizada por el ejército para cubrir a quienes seguían llegando y no encontraban sitio en la primera, habría logrado articular una serie de recursos, de medios de producción concretos, y los ponía a disposición del colectivo. Entre los que se ubicaron como beneficiarios, se encontraban las familias con mayor cantidad de niños y adolescentes, sirva de caso el extremo de una de ellas con quince hijos. Por día, habían trabajado para alimentar a más de mil personas de tres localidades diferentes. Empezaron a circular rumores en todas direcciones: algunos, sobre los supuestos robos de quienes se pusieron las ollas al hombro; otros, sobre el desperdicio de los alimentos que eran usados a fin de cuentas para los perros, o eran tomados por quienes ya tenían otras posibilidades de sobrevivir la crisis. Los roles, las responsabilidades y los derechos fueron cuestionados desde cada uno de los puntos de vista sobre los otros, ya no se sabía quién y qué, tenía que hacer qué. El intento fracasó y se perdieron todos los recursos disponibles, así como la colaboración de alguna de las organizaciones involucradas. Como bien lo plantea Armando en su visión de estos acontecimientos, todas las ollas que operaron por lo general durante la crisis centrada en el 2002 tuvieron problemas de organización similares, por lo menos en la región.
El Estado, a través de su programa de regularización de asentamientos, está trabajando en el más extenso, el que se ubica casi en el corazón de la villa. La situación está en plena transformación, desde las obras de infraestructura y servicios básicos. ¿Pero qué sucederá en un sentido antropológico, en relación a valores y actitudes, formas de ser y hacer dentro de toda la comunidad? Es evidente que se hace necesario un trabajo sobre la dimensión sociocultural (los saberes, relaciones de fuerza, y producción de subjetividad) conjuntamente al referido, que atañe tan solo a los aspectos objetivos del entorno, para que sea posible un cambio en la dinámica social de la comunidad.



5. A MODO DE CONCLUSIÓN
“La ciudad de Montevideo registra un fenómeno excepcional en el contexto de la re­gión: la notable expansión territorial metropolitana que, sin sustento en el crecimien­to global de sus pobladores arroja, para cada uno de los últimos cuatro decenios, un 8% promedial del “área de corrimiento urbano” en el conjunto de sus corredores me­tropolitanos; con base en una densidad media de ocupación extremadamente baja.
El surgimiento de urbanizaciones o barrios privados con dotación de equipamientos, “espacio público” e instalaciones in situ, así como la viabilización de loteamientos en suelo bajo régimen rural, han ampliado la discrecionalidad de los fraccionamientos a lo largo de algunos corredores metropolitanos, complementando la histórica situación de las villas y fraccionamientos balnearios. En forma paralela, en los últimos años, la proliferación de asentamientos irregulares ha acentuado su implantación en zonas de riesgo ambiental y alta vulnerabilidad (márgenes de arroyos y cañadas, bajo tendidos de alta tensión, aledaños a basurales, vías férreas, etcétera).” (AA. VV., 2007: 147).


En esta expansión territorial sin crecimiento de sus pobladores, en estos cuarenta años de corrimiento urbano a lo largo de los corredores metropolitanos, el fraccionamiento Villa Aeroparque fue creado a partir de una transformación producida por el fraccionamiento de un territorio rural ubicado en uno de estos corredores, la ruta 101. Sobre un sustrato rural preexistente que hemos descrito, se configuró una comunidad que fue deslizándose progresivamente, luego en forma abrupta, de dicho carácter rural a otro urbano, éste último más específicamente en su modalidad precaria. Al igual que el Área en su conjunto, las problemáticas se centran en la creciente polarización y exclusión de su población en el contexto regional, a la vez que se reproduce este mecanismo en el interior de la comunidad, principalmente bajo la distinción simbólica de “los viejos y los nuevos” (AA. VV., 2007: 324). Hemos tratado, por tanto, de aproximarnos lo más cercana y lejanamente posible a la realidad de esta villa rural-metropolitana, y nos hemos encontrado con lo más singular y a la vez con los vectores y dimensiones de conexión con otros campos, generalizaciones que incluyen a nuestro caso. El equipo interdisciplinario de investigadores del Área Metropolitana, recientemente ha publicado un enorme informe que sintetiza estas generalidades. Es más que sobresaliente lo que han podido aislar como las potencialidades y las falencias que los propios pobladores definen sobre su lugar. La Villa Aeroparque cae bajo el conjunto territorial denominado Paso Carrasco, para el que se distinguen como principales componentes de la percepción de problemas los que ya hemos visto: inseguridad, desintegración entre “nuevos y viejos” habitantes, desigualdad creciente entre varios privados y asentamientos, falta de trabajo digno y estable, y carencia de lugares de esparcimiento. Nos hemos encontrado con estos mismos problemas generales, pero en una configuración particular, singular e irrepetible.
Lo que creemos, es que el conocimiento de la singularidad de una comunidad, nos permite avanzar en el proceso de transformación de la misma al producir herramientas cognoscentes (conceptos, categorías, descripciones, cartografías) que dinamizan el proceso autopoiético de producción de subjetividad, su diferenciación y persistencia inmanente, su afirmación como modo de vida particular. El desafío entre los vecinos está, claramente, en la posibilidad de articular diferentes identidades en la misma comunidad, divisando los problemas comunes y encontrando la forma de establecer un marco de comprensión compartido entre los diferentes sectores que la conforman. Si bien la identidad se nos presenta difusa, fragmentaria, hasta para los propios sujetos involucrados, al llevar a cabo un trabajo etnográfico en la comunidad ya estamos desencadenando un proceso de reinvención de dicha identidad deteriorada. El ejercicio de la narración y del análisis, el intercambio intenso, casi cotidiano, del diálogo comprensivo y crítico sobre temáticas propias y generales, la elaboración de textos y el análisis de imágenes con quienes ingresamos de fuera para desencadenar estos procesos, ha generado varios efectos en múltiples dimensiones, enfocados al enriquecimiento de la creación de identidad y la búsqueda de soluciones para las problemáticas experimentadas, así como en su propia formulación. Una historia, no totalizadora, sino singular, parcial, va construyéndose; una identidad positiva y plural asoma entre los escombros de las desigualdades sociales. No se trata de encontrar un pasado verdadero en sí mismo al cual retornar, hacer real aquella edad de oro añorada por los primeros pobladores, sino de emprender con el ejercicio de la memoria y la descripción-interpretación del presente, un camino de reflexividad que podría, eso deseamos, sustentar otro relacionamiento entre las fuerzas del presente campo social, que potencie y efectivice en lo posible las transformaciones consideradas como necesarias gracias al diálogo y la asunción de responsabilidades compartidas.
[1] Villa El Tato, es tipificada por el INE, al igual que Villa Aeroparque, como un “fraccionamiento”. También en la 7ª Sección departamental de Canelones, se ubica en dirección este del camino saliente en la ruta 101 al KM. 28. Entre 1985 y 1996 creció también casi el doble: de 198 a 406 habitantes. La tendencia más o menos se mantiene similar a la de Aeroparque hasta la actualidad.




IMAGEN 7: Niños y adolescente en Villa Aeroparque, frente al Merendero Crecer con Amor. (Proyecto Aeroparque, 2007)


REFERENCIAS BIBLIOGRÁFICAS
AA. VV. (2007). Libro Blanco del Área Metropolitana (Canelones, Montevideo, San José). Programa Agenda Metropolitana - Presidencia de la República, Ed. Agenda Metropolitana, Montevideo. Acceso en la web: www.presidencia.gub.uy/metropolitana
Álvarez Pedrosian, Eduardo (2002). Impactos imaginarios. En Impactos del desempleo. Transformaciones en la subjetividad. Araújo, Ana María (comp.) Montevideo: Ed. Argos.
Álvarez Pedrosian, Eduardo (2005). Hacer ciencias humanas. Ensayos epistemológicos. Montevideo: Depto. Publ. Fac. de Humanidades y Cs. de la Educación, UdelaR.
Andreasen, Cristina (1961). Aspectos económicos de los fraccionamientos de las villas de Canelones. Revista de la Facultad de Arquitectura Nº 3, Montevideo.
Caetano, Gerardo. Rilla, José (1998). Breve historia de la dictadura (1973-1985). Montevideo: Ed. Banda Oriental.
Casto Nogueira, Luis. (1997) La risa del espacio. El imaginario espacio-temporal en la cultura contemporánea. Madrid: Tecnos.
Canclini García, Néstor. Et. alt. (1996). La ciudad de los viajeros. Travesía e imaginarios urbanos. México: 1940-2000. México: UAM.
Deleuze, Gilles (1987). Foucault. México: Paidós.
Intendencia Municipal de Canelones (Sin Fecha). Sitio web. En
http://www.imcanelones.gub.uy/. Accedido el 10 de enero de 2008.
Instituto Nacional de Estadísticas (Sin Fecha). Sitio web. En
http://www.ine.gub.uy/. Accedido el 20 de octubre de 2007.
Trigo, Abril (1997). ¿Cultura uruguaya o culturas linyeras? (Para una cartografía de la neomodernidad posuruguaya). Montevideo: Vintén.

REFERENCIAS TEXTUALES PRIMARIAS
Emiliano. (Sin Fecha) Historia de Aeroparque desde sus comienzos hasta 1978. Mimeo de 10 pág, (Sin Datos).
Emiliano. (Sin Fecha) La Policlínica: sus comienzos 1974-1979. Mimeo de 4 pág. (Sin Datos).

2 comentarios:

loscoloresdesole dijo...

Fui afortunada al haber podido convivir con gente de la comunidad de Aeroparque donde aprendi desde mi lugar de maestra de la "Escuela Vieja" muchas cosas importantes ...sobre la dignidad, el afecto, la lucha , los sueños, cosas que me hicieron crecer como ser humano y siempre llevaré conmigo,Soledad.

hugo dijo...

hola soy hugo cabrera alias el zurdo vivi en la villa desde 1993 hasta el 2004 junto a mis hijos damian el zurdito,gabriel alias el tete ,stephanie y mi esposa virginia y tengo muchos recuerdos buenos y otros no tanto ahi mis hijos fueron a la escuela y jugaban en el martin cespedes donde hicieron muchos amigos y yo jugaba en los veteranos de aeroparque donde tengo muchos amigos que siempre recuerdo pero un dia toco partir y nos fuimos de a poco tal vez volvamos quien sabe lo que puedo decir del barrio que hay mucha gente buena con ganas de salir adelante y me siento orgulloso de haber vivido ahi dejamos muchos amigos y conocidos un monton nombralos a todos imposible pero con algunos un saludo para alfredo,juan,el bocha,el chuky,lito,maria,nuñez,en especial al almacen de alto que me aguanto 3 meses de fiado cuando quede sin trabajo,pizeria,familia cordero el cacho,enrique,chola, a los gurices richar,el poro,luis,javi,dieguito,marcelo bueno a todos los amigos de la familia los zurdos un saludo y hasta pronto gracias