Álvarez Pedrosian, E. (2017). Impulsos, frenos y crisis en la aldea mundializada. En Crisis, comunicación y crítica política. Serie Estudios Culturales y Teoría de la Mediación 6, Del Valle Rojas, C. y Silva Echeto, V. (coords.), Centro Internacional de Estudios Superiores de Comunicación para América Latina (CIESPAL), Quito, pp. 125-150.
Extraños déjà-vus
Extraños
déjà-vus suelen experimentarse cuando se
contemporizan realidades a uno y otro lado del mundo. Para nuestro caso,
haciendo un primer foco en Iberoamérica, lo que hemos estado viviendo en esta
última década en ciertas regiones de América Latina y en España, parece un
enjambre de idas y vueltas, pliegues y torsiones en torno a la cuestión de la
democracia. No hace realmente mucho tiempo que la violencia directa por parte
de regímenes sostenidos en el terrorismo de Estado reinaba, en diferentes
tiempos cruzados, a uno y otro lado "del charco". Las políticas
neoliberales fueron instalándose en las décadas siguientes, pero los procesos
divergían: América Latina era una vez más saqueada, y los efectos que eso
tendría volverían a ser catastróficos para una inmensa población, mientras que
el proceso de integración enunciado como económico en principio, en Europa,
parecía ir de maravillas, fruto en gran medida de este tipo de efectos en las
regiones del planeta históricamente sometidas a su colonialismo.
Cuando
se habla de la crisis de principios de milenio vienen las imágenes de las
protestas en Buenos Aires, la huída del presidente argentino en helicóptero de
la casa de gobierno, multitudes movilizadas en comedores populares en las
periferias y más allá del centro tomado por la clase media y sus cacerolas ante
bancos y otras instituciones financieras. Memorias del saqueo, de Pino Solanas,
es brillante al respecto (Solanas, 2003). Una década después ocurre lo mismo
dentro de Europa, entre norte y sur. Parece tratarse de un movimiento fractal,
donde la lógica binaria y su dialéctica capitalista pasa a desplegar un ataque
similar al realizado fuera de fronteras para volverse sobre su interior,
recurriendo o reeditando viejos mapas geopolíticos. En todo caso, los procesos
de resistencia y movilización que se han desarrollado, han resquebrajado la
pretendida imagen del mundo (Silva Echeto, 2014), ese "concebir al mundo
como imagen" (Heidegger, 2010), que el denominado "pensamiento
único" pretendió consolidar tras una larga historia. Más aún, ha ido a las
bases de dicha condición de representación, al poner la cuestión de la
democracia en juego (Harvey, 2013).
La
mundialización o planetización de las culturas tiene efectos recíprocos en los
procesos de subjetivación, en cómo se dinamizan acciones sociales y se producen
formas de existencia. Estas distancias espacio-temporales no desaparecen, sino
que entrar en un nuevo régimen de conectividad, que tampoco es homogéneo,
dependiendo en gran medida de la infraestructura técnica asociada a cada red,
en el sentido más amplio. Desde la información televisiva a los contactos
familiares y experiencias propias de migración y transculturación. Esta
mundialización lleva siglos conformándose, por momento emergen esencializaciones,
presentadas como grandes oleadas de homogenización, y por otros o en algunos
sectores se disparan líneas de fuga que marcan posibles rumbos diferentes ante
esa hegemonía. Se convive, de hecho, en una situación híbrida y heterogénea
siempre en conflicto con la axiomática capitalística (Guattari, 2004).
Algunas
experiencias latinoamericanas se han encaminado en dichos procesos de
transformación a lo largo de la última década. Teniendo como tradiciones la
colonización y su resistencia histórica, las supuestas crisis
económico-sociales han sido una constante. La famosa brecha entre los que más y
menos tienen, pone aún al continente como el más desigual de todos. En este
contexto, nos enfrentamos a situaciones críticas propias de las contradicciones
del capitalismo clásicamente enunciadas: ante la mayor inclusión al sistema
(vía servicios para satisfacer derechos, entrelazado y a través de la promoción
del consumo en el mercado) se generan mayores demandas y conflictos (Holston, 2009).
Esto se está debatiendo en estos momentos en Argentina y en Brasil
principalmente. Allí radica la cuestión: ¿qué desarrollo está en juego;
inclusión a qué? ¿Se ha logrado tocar en algo la matriz de la subjetivación
política de nuestras sociedades, o se ha tratado tan solo de un
"bienestar" más "humanitario"? (Fassin, 2012). Tengamos
cuidado: no es nada menor poder comer todos los días, tener a los niños en buen
estado de salud y acceder a estándares de vida que consideramos dignos. Pero
como ha sucedido en diversos momentos, cuando un proceso se convierte en
revolucionario tiende a sostenerse en la permanencia de dicha condición, de lo
contrario ya no es tal; y una vez que se libera el proceso de autonomización y poiesis las exigencias en términos de
calidad, compromiso y concreción son cada vez mayores.
Cuando
empieza a resonar por todos los medios masivos de comunicación la alerta de una
crisis mundial, como sinónimo de totalizante, no parece ser igual en Estados
Unidos y Europa que en otras latitudes. Las posiciones diferenciales en lo
relativo a los modelos hegemónicos, su construcción y despliegue, así como la
existencia de otras formas alternativas a estos. Pero no por ello se puede
decir que existen "verdaderas crisis", como se planteaba hace unos
años, antes de encontrarnos ante la profundización de los problemas en el sur
del norte: no son cuestiones comparables, al mismo tiempo que están
interconectadas. Este parece el desafío para pensar en el mundo contemporáneo:
existen procesos globalizantes que barren universos heterogéneos de vida, junto
a la emergencia de nuevas síntesis singulares y singularizantes en su seno
(Deleuze y Guattari, 1997; Guattari, 2004). Extraños déjà-vus se
remiten unos a otros, hasta darnos cuenta de que nos encontramos envueltos en
ellos, en ciclos constantes de vaciamientos, sobrecargas especulativas,
abandonos de todo control, saqueos y represión brutal de las poblaciones, junto
a la emergencia de estrategias y resistencias múltiples que llegan a modificar
prácticas constitutivas de condiciones de clase, género, etcétera (Álvarez Pedrosian,
2002; Téllez Infantes, 2012).
En
este trabajo proponemos que el actual estado de crisis mundial es una dinámica
de totalización de las recurrentes, que han intentando u operan tendiendo a una
homogenización del sistema capitalista. Dada la lógica esquizofrénica de su
configuración, logra plantear en la esfera pública un estado de cosas que
denomina crisis, y con ello intenta asegurarse de que la emergencia sea el
estado permanente, tal como Benjamin (1973) lo evidenciara. La fantasmagoría de
los temores y angustias del estado de crisis social, ha llegado quizás a todos
lados, y su recepción es profundamente singular. La crisis es tanto real como
virtual, ha sido creada tanto como se convierte en viralmente incontrolable, en
el entendido que todo simulacro es resultado de prácticas constructivas donde
las relaciones entre ser y parecer, y no-ser y no-parecer, se muestran
complejas y múltiples ante nociones clásicas como las de falsedad, ocultamiento
o mentira (Vázquez Medel, 2007). Convertir lo extremo, el estado límite de
sobrevivencia o la precariedad existencial más en general en lo corriente,
parece la contracara de aquél modelo basado en el consumo fugaz y vacío ya denunciado
hace décadas.
Una caja de resonancia
Ni la
preeminencia del Estado (al estilo del socialismo burocrático) ni la del
mercado mundial (bajo la tutela de las ideologías neoliberales) tienen por qué
regentar el porvenir de las actividades humanas y sus finalidades esenciales.
Sería necesario poner en marcha una concertación planetaria y promover una
nueva ética de la diferencia que sustituyera los poderes del capitalismo actual
por una política de los deseos de los pueblos. Ahora bien, semejante
perspectiva ¿no corre el peligro de conducir al caos? A ello responderé que, en
todo caso, la transcendencia del poder conduce al caos, tal como demuestra la
crisis actual. ¡Aunque, mirándolo bien, el caos democrático es preferible al
caos que resulta del autoritarismo! (Guattari, 2004, p. 123).
Proponemos tomar en consideración
dos fenómenos de alta conflictividad social en el Uruguay contemporáneo. Este
perspectiva etnográfica de profundización a partir de casos, en tanto universos
de singularización, hace que las cuestiones sistémicas puedan ser legibles,
pues es como se presentan en la experiencia. Entre lo local y lo global o
planetario, hay diferencias de escala, pero que no son solo cuantitativas,
siendo en las cualidades involucradas en los saltos dimensionales donde hay que
buscar, encontrándonos con traducciones, adaptaciones, discontinuidades,
solapamientos, usos instrumentales y mucho más (Marcus, 2001; Boeri, 2010). El
caso puede ser por demás interesante, una vez que según los "índices de
desarrollo humano" definidos por PNUD-ONU, encontramos al Uruguay en el
cuarto puesto en América Latina en 2014 por ejemplo, tras Chile, Cuba y
Argentina consecutivamente (El Observador, 2014). ¿Qué ocurre, por tanto, en un
"emplazamiento" (Vázquez Medel, 2007) que parece ir a contramano, en
el momento en que la llamada crisis mundial insiste en expandirse por todos
lados? Evidentemente, la misma construcción de esa información es parte de los
fenómenos que están en juego en la problemática, lo que hace aún más
interesante la cuestión. Los otros tres países de la región mencionados
completan un panorama por demás perplejo, cuando pensamos en las dificultades
específicas que se vienen dando en cada coyuntura. Pero es que en ese plano
"crítico" es que se encuentra la disputa por lo real, y en el que es
aún el continente "más desigual" del planeta. Dicho informe también
alerta sobre los efectos nocivos de la "crisis económica
internacional", que frenó los avances así medidos.
Las dos cuestiones que
consideraremos desde el punto de vista de la producción de subjetividad, refieren
al residir y al formarse y se encuentran, como veremos, íntimamente ligadas. Ellas
operan de forma diferencial en las esferas de los medios masivos de
comunicación, lo cual las involucra de lleno en las narrativas mediáticas y sus
paisajes actuales (Rincón, 2006). Una, la relativa al Plan
"socio-habitacional" de autoconstrucción de viviendas promovido
directamente por el presidente José "Pepe" Mujica durante su gobierno
(2010-2015), y la otra, en torno al conflicto sindical y social de los
trabajadores de la educación en el contexto de la ley de presupuesto para el
gobierno siguiente, son emergentes por demás relevantes. Mediáticamente, como
planteamos, fueron tratados de formas incluso opuestas, teniendo "vidas
mediáticas" distintas.
La primera cuestión, relativa al
llamado casi solitario del presidente Mujica por hacer algo frente a la
situación de precariedad en la que aún tienen que vivir los sectores más
desfavorecidos de la sociedad local -nada más ni nada menos que mujeres jefas
de hogar con pequeños niños a cargo en su gran mayoría-, fue al principio casi
desoído. Durante un tiempo el Plan intentó generar una imagen y movilizar
apoyos, principalmente a través de noticias informativas. Con posterioridad,
durante el año de campaña electoral para el siguiente gobierno, el llamado
"buque insignia" de Mujica fue objeto de ataques mediáticos que
evidenciaban los límites de lo posible, hasta dónde y cómo llegaba el freno a
las mejoras en equidad y condiciones de existencia en el conjunto de las
relaciones de fuerza del sistema político local. Por otro lado, hace ya muchos
años que se plantea una "crisis educativa" en Uruguay, en
concordancia con los procesos de transformación de la llamada sociedad de la
información y el conocimiento. La movilización sindical del último tiempo ha
alcanzado niveles de conflictividad quizás inusitados para el contexto nacional,
más considerando la propia participación de amplios sectores involucrados en la
historia de izquierda, ya en su tercer gobierno. Como algunos protagonistas en
los combates cuerpo a cuerpo con la policía llegaron a manifestar, sólo lo
consideran comparable con la represión de la última dictadura cívico-militar de
corte neofascista (1973-1984).
Así es como el problema del habitar
-con amplios sectores de la población muy vulnerable teniendo que residir en
condiciones de gran precariedad- y del sistema educativo -en una conflictividad
sin pausa y sin descanso con el Estado por las condiciones generales ante una
casi completa desilusión colectiva al respecto- evidencian la clave del tipo de
crisis singular, que no muy claramente acompasa el ritmo regional y planetario.
Lo primero que se presenta cuando nos enfocamos de esta manera para analizar
esto de la crisis contemporánea, es que siempre estuve allí. Se trata,
efectivamente, de una condición propia de las territorializaciones, más de las
de tipo capitalista. La modernidad como proyecto y forma de vida se instauró
sobre la idea misma de crisis (Berman, 1988). Las contradicciones y aporías al
respecto, son la suerte de drama ideológico que nos envuelve, siendo el "nihilismo"
como es sabido, su producto directo, según se lo concibe en la línea de la crítica de la crítica (Álvarez Pedrosian,
2011). Los cuestionamientos a la modernidad y los modernismos durante la última
década del siglo pasado, cuando también se pensaba en términos de una realidad
en crisis, trajeron con importancia la reflexión sobre la situación singular de
América Latina, donde se hace evidente la hibridación de elementos previos a la
modernidad, generados en la modernidad europea, y siendo campo principal de
formas que ya no es fácil calificarlas de esa manera (Martín-Barbero, 1995).
Las grandes desigualdades
características de América Latina han estado mucho más matizadas en Uruguay,
desde la modernización batllista de principios del siglo XX y sus políticas de
bienestar y el posterior desarrollismo, hasta las consecutivas crisis que
desembocan en el último golpe de Estado cívico-militar y la posterior década de
gobiernos neoliberales. Aquella última crisis regional tuvo su éxtasis en 2002,
con niños desnutridos en las fronteras del país, las calles de la capital
plagadas de otros pequeños abandonados, la consolidación de asentamientos
irregulares en las periferias y el alto índice de degradación generalizada de
la vida en ellas, junto al desplome de amplio sectores de la centenaria y
relativamente extensa clase media, etcétera. Luego de ello, desde 2004 se ingresa
en la era progresista, los índices de desarrollo no paran de mejorar, a la par
que los retornos al país sobrepasan las partidas, por vez primera y en forma
sostenida desde las décadas previas a la secuencia de crisis instaurada por lo
menos desde fines de los años 1950 (Trigo, 1997; Álvarez Pedrosian, 2008).
Vivir como se pueda
La cuestión del habitar no se reduce
tan solo a tener o no tener un techo, sino a la forma en que nos damos una
existencia, al diseño de nuestro universo vital. Y esto se da a todas las
escalas y en diferentes dimensiones. Como fruto directo de las formas colonizadoras
de construcción de América, los territorios del actual Uruguay fueron signados
por una intensa confrontación entre la ciudad del colonizador europeo y las vastas
praderas onduladas habitadas por los que fueron designados por este como "indios
bravos". El exterminio de la población nativa y la expansión y control del
territorio, se hizo de una manera que podemos calificar de inacabada. Una
lógica centralista, hará de la concentración su mecanismo por excelencia: de
todo territorio al capitalino, de las zonas costeras dentro de este, y así
sucesivamente. Con las reiteradas crisis a lo largo del siglo XX, serán
expulsados contingentes poblacionales que habitaban los márgenes, los arrabales,
los intersticios donde fuera posible, no del todo pero sí en gran medida. Junto
a ello, las clases más acomodadas también buscarán otros espacios donde
concretar sus sueños, siempre orientados en gran parte por la línea de la costa
rioplatense y atlántica. De esta manera se da una disgregación territorial, en
una población que no cesa de alejarse al mismo tiempo que no crece en números
reales (Álvarez Pedrosian, 2014). No es que las densidades intermedias, e
incluso bajas, en comparación a otras manchas urbanas latinoamericanas, sean de
por sí perjudiciales, des-comunicativas (Álvarez Pedrosian, Del Castillo y
Lamoglie, 2014), pero la cultura del eterno colono, encontrando lugares
alejados para establecerse, sigue marcando la pauta, con todos los inmensos
costos que ello tiene. Mientras las casas abandonadas se cuentan de a miles en
la ciudad consolidada, numerosas familias mono-parentales, donde sí nacen la
mayoría de los niños, tienen que sostenerse en alguna vivienda precaria en el patchwork de la periferia, fragmentada y
cargada de violencia real y simbólica. El Plan Juntos, concebido como
"socio-habitacional", surge como respuesta para hacer algo al
respecto, a partir de un decreto de ley promovido por el propio presidente Mujica,
y financiado con los aportes de su sueldo como tal. Actualmente, en la órbita
del siguiente gobierno, ha sido incluido en los aparatos de Estado existentes,
después de ciertos temores por una posible pérdida de espíritu emprendedor y
autonómico promovido desde un principio, cuestión aún no resuelta del todo. Sin
dudas la soledad e incomprensión de la estrategia también signó su desarrollo y
condiciona su futuro próximo: no es sencillo concebir cómo la principal figura
estatal abre un ámbito de políticas sociales en muchos sentidos por fuera del
mismo Estado, o con otros componentes (Magri, 2013), en la búsqueda del
encuentro entre el activismo político y el voluntariado, embebido del aura
ideológica del Movimiento de Liberación Nacional Tupamaros (Vaughan Moppett,
2014).
Se trata, efectivamente, de una
respuesta a lo que se calificó como "crisis socio-habitacional".
¿Cómo pueden darse este tipo de desigualdades tan estructurantes, como la forma
en que nos damos un espacio y un tiempo para habitar, y con ello ser? Esto
constituye una de los mayores aspectos definitorios de la vulnerabilidad
social, la reproducción de la pobreza y la exclusión. Pues bien, frente a este
llamado los medios se mantuvieron casi en silencio. Incluso fueron pocos los movimientos
sociales que se inscribieron a la propuesta, como el famoso cooperativismo de
viviendas uruguayo, que sí aceptó el desafío de ir construyendo un camino de
desarrollo al respecto, desde la solidaridad y el compromiso. Quizás la
presencia más relevante fue la sostenida por el sindicato de la construcción y
actividades afines, de importante peso en el conjunto del sindicalismo
organizado y el cual está ligado a las realidades críticas que se intentó e
intenta enfrentar a partir de las situaciones y contextos cercanos de muchos de
sus integrantes. Como comenzó, hace tan solo unos años atrás, aún no se hablaba
de "crisis mundial", la economía uruguaya crecía sin parar y los
exportadores y sectores más acomodados en general festejaban casi en silencio,
también, por las grandes ganancias generadas. Los sectores medios y bajos
vieron mejorar sus condiciones de vida, pero la brecha entre quienes más y
menos capitales de variada índole tienen se mantuvo, o incluso aumentó, si
tomamos en cuenta indicadores como las competencias educativas (INE, 2015). En
tal sentido, este es un ejemplo de cómo podemos encontrar una crisis efectiva
en medio de los discursos y la retórica mas-mediática; una manera de concebir,
querer enfrentar y buscar estrategias de desarrollo que a su vez no encontró
muchos ecos. Mientras tanto, reina el discurso de la inseguridad y la criminalidad,
desconocedor de fenómenos decisivos e integradores como este, centrado en
acusaciones y estigmatizaciones que recaen una vez más en aquellos que han
venido siendo producido por las mismas condiciones que se perpetúan. Esto fue
patente durante la discusión en la esfera pública previa al plebiscito que se
realizó conjuntamente con las elecciones nacionales de 2014, con el fin de
bajar la edad de imputabilidad legal para los jóvenes -cuestión también que
atraviesa contextos regionales y planetarios-. El avance de la penalización
temprana fue frenado aunque sea por un margen muy reducido, en gran medida por
el intenso trabajo de jóvenes cercanos a los movimientos estudiantiles
universitario y de educación media, que encontraron en ello una buena causa
para la enfocar sus energías.
De tantas acciones emprendidas
durante la presidencia de José "Pepe" Mujica en el Uruguay, la más
impactante quizás ha sido la relativa a la regulación de la producción y
consumo de cannabis, sin lugar a dudas un enorme cambio de paradigma al
respecto y que atañe directamente a la territorialización de la guerra y las
mafias del narcotráfico. El presidente donó la gran parte de su salario durante
esos años para financiar el plan de vivienda social, algo que no tuvo ni
cercanamente una presencia similar en los reportes, notas e imágenes
televisivas, videos en YouTube y en
canales de variada índole por todo el planeta. En el fondo, se trataba de lo
más directamente ligado a lo que consideramos es su mensaje: una forma de
habitar sobria. Se sostiene explícitamente en el estoicismo de Séneca, y son sí
ampliamente difundidas imágenes de entrevistas hacia él y su compañera de todas
las horas, Lucía Topolansky, en la chacra en la que viven una vez son liberados
de la cárcel y se reúnen gracias a la amnistía general con el último retorno a
la democracia en marzo de 1985.
Durante su gira por España y otros
lugares en el 2013, se generaron una serie de productos mediáticos de carácter
informativo, siendo la amplia entrevista realizada en Desayunos de Televisión Española, quizás la más importante para la
construcción de las imágenes globales que circulan por el planeta, junto al
discurso realizado en la Asamblea de Naciones Unidas de ese mismo año. El
término "austeridad" ya era una mala palabra, y Mujica tuvo que
buscar otro para ser comprendido, optó por "sobriedad", y se refirió
a la carga que generan las cosas y como todo vale tiempo vital, algo imposible
de comprar. Qué hubiera sucedido si el mundo hubiera apoyado a este Plan de
viviendas tan relevante para todos los involucrados, que tuvo que salir
adelante casi en solitario, por múltiples factores tanto internos como externos
a su organización. Lo crítico es el estado en que aún deben vivir muchos
uruguayos, ante la poca significatividad que puede tener ello para un amplio
sectores que se vio directamente beneficiado en el aumento de su poder de
consumo, en un país que no ha parado de mejorar en términos generales durante
los últimos diez años. Lo crítico es la insensibilidad generalizada, en la
propia aldea como en aquellos interesados en diversos puntos y redes del
plantea en explotar una figura mediática ante la sed de un tipo de política y
político diferente.
¿"Tan ilustrados como valientes"?
Así como la cuestión del habitar y
la forma en que se ha ido diseñando lo territorial a toda escala y dimensión para
el caso uruguayo, puede ser considerado como una manifestación de aquella condición
de "casi" todo que Real de Azúa (1984) indicaba: casi mercado, casi
capitalista, casi... el sistema educativo, por el contrario, fue constituyendo
un símbolo de la identidad, digamos, positivamente. Todo comienza con una reforma
profunda en la segunda mitad del siglo XIX, promovida por José Pedro Varela,
influenciado por el argentino Sarmiento, e impactado por los Estados Unidos de
entonces, y en el seno de un régimen de facto "liberal en lo económico, prusiano en lo político,
positivista en lo social, romántico en su gestualidad (Trigo, 2000, p. 147). Una escuela
pública universal se construye: gratuita, laica y obligatoria, va
consolidándose progresivamente, y constituye uno de los elementos centrales en
el imaginario autóctono posterior al romántico de la orientalidad allí
esbozado, el de la "República Modelo" de principios del siglo XX
(Trigo, 1997; Álvarez Pedrosian, 2008).
Difícil establecer cuándo se instala
la idea de que el sistema educativo está en crisis, habría que hacer una
investigación detallada al respecto; pero ese es el vocablo casi siempre
utilizado para definir la situación, por lo menos desde hace una década y media,
quizás en consonancia con los ecos internacionales de entonces al respecto, profundizado
por las políticas neoliberales. Lo cierto es que durante el cambio de milenio,
las políticas de este tipo se plantearon de otra forma en relación al modelo
histórico de integración ciudadana al estilo vareliano, para posicionarse desde
un discurso centrado en el reeducar y contener a los potencialmente peligrosos
(Martinis, 2013). Los sueldos se vieron sucesivamente degradados a lo largo del
proceso, la infraestructura abandonada, junto a las nuevas cargas asignadas en
relación a una crisis social casi imposible de contener una vez llegamos a
entonces. Durante la última década gobernada por el Frente Amplio se dieron
mejores sustanciales, pero el conflicto se intensificó retroactivamente, al
mantenerse una contradicción en todas las letras entre las condiciones
materiales generales del sistema y los ideales y valores que se repetían
míticamente. Incluso se atribuye a José Gervasio Artigas, figura máxima del
panteón de la uruguayidad, recuperada y redefinida ya por los románticos de aquellas
décadas de la segunda mitad del siglo XIX, esta de entre otras frases: "Sean
los orientales tan ilustrados como valientes".
Pensar la educación como algo que
está en crisis implica, por tanto, poner en crisis el imaginario social y los
demás elementos que componen la identidad nacional, proyectada fuertemente por
los medios masivos de comunicación y retomada por doquier. Recordemos que la
idea misma de un país como Uruguay fue sucesivamente puesta en duda por
pensadores e intelectuales en diversos periodos, tocando con ello la noción de
identidad y las dinámicas subjetivantes productoras de sentido y significación
(Achugar y Caetano, 1992). Si los componentes de todo ello han sido tomados
directamente de formas modernas y disciplinarias típicas de finales del siglo
XIX y principios del XX, la cuestión de la pedagogía social, ilustrada y
formativa, es un aspecto cualitativamente sustancial en sus valoraciones y
afectos asociados, siendo la primaria pública todo un símbolo nacional.
El problema se focaliza principalmente
en la educación media, en los jóvenes y adolescentes, así como en el
profesorado, la gestión administrativa de todo ello, y las políticas estatales.
La crisis del sistema educativo y el discurso de la inseguridad más reiterado
en diversas esferas mediáticas están íntimamente relacionados: son los jóvenes
y adolescentes, principalmente de aquellos territorios abandonados o mantenidos
históricamente en la precariedad (Wacquant, 2007; Álvarez Pedrosian, 2013),
quienes constituyen la otra mitad del sistema, del otro lado de profesores,
técnicos sociales, administrativos y políticos. Al promover la universalización
de la conectividad a Internet, alcanzando los mayores índice de América Latina
gracias al Plan OLPC de los ordenadores portátiles a los alumnos escolares, se
da una extraña situación donde los jóvenes y adolescentes tienen un marco de
oportunidades de acceso a información a la vez que los espacio-tiempos formales
para la educación se sostienen por lo general con bastantes inconvenientes.
Como lo explicitó recientemente el actual presidente, Tabaré Vázquez, quien
impulsara el plan más arriba indicado en su primer mandato, la educación contemporánea
está en crisis porque no se ha logrado encontrar la forma de acompasar las
transformaciones tecno-sociales, todo lo cual no niega, al mismo tiempo, la
existencia de "efectos de la persistente desigualdad en la construcción de
la subjetividad" (Morás, 2012, p. 140).
En una sociedad y un Estado con las características
del uruguayo, la ley de presupuesto nacional, en el primer año de un periodo de
gobierno, constituye un proceso neurálgico, donde se decide la forma en que
distribuye lo que hay. Este año suscitó una movilización por parte de sectores
del ámbito educativo que conmocionaron fuertemente el paisaje mediático local,
al punto de poner en tela de juicio de forma irreversible aquél
"ideomito" del panteón nacional (Trigo, 1997). Pero antes de que los
micrófonos y las cámaras se concentraran obsesivamente en lo que pasaría con
integrantes del sindicato de docentes de educación media y estudiantes, una
denuncia al estilo del show televisivo marcó un cambio de rumbo en las fuerzas
sociales en tensión. La unión de trabajadores nacional, lograba, poco a poco,
ir poniendo la discusión del presupuesto en un plano mucho más general y
decisivo, ante los fantasmas de la crisis mundial y los recortes o limitaciones
así justificadas. Si el Uruguay alcanzaba un desarrollo sin igual en el último
siglo, llegaba el momento de plantear en la esfera pública un debate en torno a
la distribución de la riqueza, y así como se establecen salarios básicos y
demás, se plantea hacer lo mismo hacia arriba, con las ganancias del
empresariado. Esto volvía a poner al Uruguay en diálogo con las realidades de
otras zonas del planeta donde se supone hay un desarrollo aprobado por la gran
mayoría del establishment. Los empresarios se vieron fuertemente
amenazados, y negaron cualquier posibilidad en la primera oportunidad, a partir
de entrevistas y debates en prensa escrita digital e impresa, así como en
televisión. Para la conmemoración del 1° de mayo siempre relevante en lo local,
se esperaba llegar al máximo del clima de reivindicaciones.
Pero unos días antes, se hace
pública una denuncia de maltrato por parte de funcionarios en correccionales y
otros ámbitos de trabajo con la menoridad infractora. No creemos que se trate
de una táctica premeditada, pues los factores e intereses en juego son
múltiples, y sus resultantes también. Lo cierto es que los acontecimientos se
anudaron de esta forma, e incluso en lo que podría ser un mismo sector político
amplio, el de las típicas contradicciones de un gobierno de izquierdas y las
fuerzas sindicales que le dieron consistencia y luego aparecen como dos actores
políticos enfrentados. Nuevamente entra en escena la juventud y adolescencia,
que es emergente de los problemas por excelencia, donde se evidencian las
contradicciones, perplejidades y sin-sentidos de los sistemas políticos y las
sociedades contemporáneas. Un video tomado por una de las cámaras de seguridad
de un centro, y difundido por las entonces nuevas autoridades, muestra cómo un
par de jóvenes rompen algunas baldosas y otros elementos del equipamiento del
lugar, e incitan a adultos a que se presenten. Allí tenía cita una asamblea
gremial, lo que provocó que se encontraran muchísimos más trabajadores que lo
habitual, los cuales irrumpieron "en patota" y atacaron violentamente
a los muchachos. Estas imágenes recorrieron todas las pantallas durante semanas
y despertaron debates mediáticos muy intensos, desde talk shows a publicaciones periodísticas de investigación. Entre
los presentes en el acontecimiento se encontraba uno de los principales
dirigentes sindicales del país, quien fue acusado de participar. A partir de
ello, se puso la mira en el sector de trabajadores estatales, tan importante
por las características de un país fuertemente estructurado desde sus
organismos públicos, y el debate tomó otro cariz.
Después de ello, la estrategia del
sindicalismo nacional pareció quedar eclipsada. Casi no se volvió a discutir
sobre los márgenes de ganancia y acumulación del capita, mientras incluso
aunque la economía no dejara de crecer se vieron afectados negativamente los
salarios y recursos para políticas que venían avanzando en los gobiernos de
izquierda anteriores. Es cuando el gremio particular de docentes de educación
media se lanzó a un combate frontal por asegurar un histórico aumento salarial
que hiciera posible en los hechos que un profesional de la educación pueda
desenvolverse en su vida. Durante las últimas décadas, en especial en la crisis
de 2002 y los años siguientes, el sistema educativo se vio completamente
desbordado por las problemáticas sociales que aquejaban a los alumnos y sus
familias, incluso teniendo que dar lugar a funciones que no le son propias y
que terminaron siendo centrales para el sostén de la vida de estos, como los
comedores de alimentación. Si bien las mejores de esta última década son reconocidas
por el sindicato, la situación distinta aún mucho de estar cerca ante las demandas
de excelencia y calidad que además se le exige al propio sistema.
De esta forma se da un estallido. A
paros y manifestaciones muy recurrentes, se suman ocupaciones de locales de
enseñanza, algo tradicional en la lucha sindical estudiantil y de docentes.
Pero ocurre algo nuevo: un grupo de alumnos deciden ocupar las sedes del
organismo de gobierno de la educación, en unas oficinas céntricas donde se
encuentran otras dependencias. Podemos reconocer aquí formas contemporáneas de
protesta y lucha, al estilo de las ocupaciones de espacios públicos que han
recorrido calles y plazas de Europa y Estados Unidos en los últimos años (Harvey,
2013). Se presenta una suerte de vacío legal, y las negociaciones no cesan,
intentando desmontar la operativa lo mejor posible, y con ello bajar el nivel
de conflictividad. Pero la noche en que los grupos policiales de choque se
presentan para desalojar el área, todo se torna raro y confuso. Grupos pequeños
que aparecen siempre cuando se dan estos choques en los espacios urbanos, se
hicieron nuevamente presentes en las puertas. Los adolescentes son evacuados
por detrás y no se respetan acuerdos previamente establecidos que permitían
mantener la ocupación del área educativa y libre las demás oficinas estatales
para que puedan funcionar. Mientras tanto, adelante, los presentes comienzan a
atacar a la policía con elementos del equipamiento urbano, arrojando lluvias de
piedras y demás. Todo es tomado por cámaras de seguridad instaladas en esta
zona céntrica de la ciudad, y nuevamente estas imágenes se convierten en
omnipresentes durante semanas. Algunos de los participantes son identificados y
el Estado presenta denuncias penales. Los estudiantes que habían liderado la
ocupación, con apoyo de otros gremios estudiantiles como el universitario, se
manifiestan reacios a lo acontecido, desligándose de aquellos "grupos
violentos" que parecen haber aprovechado la situación para llevar el
conflicto al punto de pasar a la violencia directa, la victimización y la
aterradora presencia cercana de la desintegración social.
Los juicios están en marcha.
Discursos en contra de profesionales de la educación se esparcen por doquier,
especialmente en radio y televisión, así como en las redes sociales donde ya
estamos acostumbrados a encontrar una supuesta libertad de expresión que toma
forma de fascismo, por su intolerancia, desprecio e incontinencia en los
contenidos de los mensajes emitidos. La representatividad sindical es puesta en
duda, incluso desde el discurso de periodistas que por lo general se posicionan
afines al gobierno de izquierda y el movimiento sindical en general. Las
recientes elecciones a la interna del sindicato de la educación, dan un 50% de
votos en blanco, lo que potencia esta visión de que los conflictos son llevados
adelante por "extremistas" a los que no responden las maestras y los
profesores. Aún no se ha saldado este capítulo, y si bien las cosas se encuentran
más tranquilas, es sabido que el conflicto sigue latente. No deja de ser muy
extraño todo esto: se trata del campo educativo que históricamente fue pilar de
los movimientos progresistas de la sociedad uruguaya, donde como vimos se
encuentra uno de los principales mecanismos de construcción de subjetividad
moderna. Pero es uno de los más importantes emergentes para comprender por
dónde y de qué forma pasa la crisis, como decíamos al principio, de forma
concreta, singular y singularizante. Lo crítico es el desprecio a los
trabajadores de la educación, que en gran medida circuló por los diferentes
medios y sus mediaciones, cuando se trata de quienes tienen bajo su responsabilidad
la formación de los niños, jóvenes y adolescentes de una sociedad, y en
especial se convierten en el sostén por excelencia en aquellos territorios
donde la precariedad social es más acentuada.
La "utopía reaccionaria"
"Un presente que, como dijimos, se
revela como tiempo en suspenso: entre la ironía del eterno retorno de lo mismo
y la preparación infinitesimal de una variación histórica... En el impasse se
configura así un juego incesante de frustraciones y expectativas."
(Colectivo Situaciones, 2009, p. 9-11).
En ambos ejemplos tomados, lo
relativo a las formas de habitar y sus territorializaciones existenciales, y el
ámbito educativo general, en especial la educación media donde se encuentran
las nuevas generaciones de cara al futuro, nos encontramos con las
perplejidades propias de los combates políticos de las sociedades contemporáneas,
en especial las latinoamericanas. Podemos encontrar por detrás del manto de
obviedades y simplificaciones en nombre de la economía monetaria, las formas en
que efectivamente se experimenta una crisis mucho más profundo y extensa en el
tiempo de la que se reduce a la comenzada en 2008 en los Estados Unidos con el
estallido de la burbuja inmobiliaria. Como planteamos al principio de este
ensayo, América Latina tiene una larga historia de luchas y resistencias sobre
una condición de explotación que no la posiciona de igual forma ante el
panorama actual. Más en concreto, regiones del continente como en las que se
inserta el Uruguay, se encuentran a su vez en una suerte de camino inverso,
donde el desarrollo general ha marcado la pauta en esta última década, lo que
genera una contradicción en cierto plano, un mundo globalizado que se pretende
mostrar como totalidad en crisis, siguiendo el mismo paradigma civilizatorio
occidental resquebrajado y arruinado como única alternativa posible, aquél
"mundo como imagen" (Heidegger, 2010; Silva Echeto, 2014), aunque sea
esta algo lamentable y decadente. Se trata, efectivamente, de la versión
contemporánea del devenir de la modernidad, fruto del nihilismo al que la razón
instrumental nos ha dirigido (Martín-Barbero, 1995). No todo se reduce a ello,
claro está, y un sinfín de prácticas, procesos y nuevos proyectos no dejar de
nacer y desarrollarse, aunque sea a duras penas (Guattari, 2004).
En el Uruguay contemporáneo, se
hacen evidentes las contradicciones y los límites de lo posible, así como se
vislumbran las fisuras y grietas por donde pueden encaminarse las
transformaciones, en aquello que el último Foucault tan lúcidamente llamaba -retomando
la crítica kantiana pero invirtiéndola- ontología del presente o de nosotros
mismos (Foucault, 2002). Real de Azúa (1964, 1984) fue muy visionario al
analizar la singularidad de la sociedad uruguaya en término socio-políticos
según un modelo de amortiguación a los cambios, un conservadurismo
revolucionario, donde los impulsos encontraban los frenos de forma dialéctica y
con ello, la inhibición de dinámicas de emancipación que al mismo tiempo
parecieron siempre tan cerca, factibles de ser realizadas, en un país "del
tamaño de la utopía" (Achugar, 1992). Cuánto tiene todo tipo de formación
moderna y sus derivas de este esquema aquí concretado en un rincón de América
Latina... allí radican los aprendizajes más en general que pueden extraerse de
todo esto. Si bien esa sociedad de las "cercanías" parecía un hecho
incuestionable a lo largo del último siglo principalmente, las desigualdades
siempre estuvieron presentes en su seno, y los ciclos de crisis sucesivas de
las últimas y primeras décadas del cambio de milenio no hicieron más que
extender y profundizar la brecha entre la amplia masa de clases subalternas,
incluida la laxa clase media que parece imaginariamente abarcarlo todo, y los
pequeños sectores acomodados que, como en todo el mundo, retienen la gran
mayoría de lo que producimos todos.
Si las grandes mejoras realizadas en
esta última década, a contrapelo de esa crisis financiera que quiere
implantarse en todos lados, ha sido sustancial, no dejamos de estar inmersos en
la dialéctica binaria de los impulsos y los frenos. Cómo comprender que existan
realidades tan precarias entre los más vulnerables, en una sociedad que no
presenta crecimiento demográfico a diferencia de la gran mayoría de las restantes
poblaciones del planeta; cómo concebir que el campo educativo, donde cada vez
más se desarrollan las experiencias vitales de los niños y adolescentes, se
encuentre en una situación tan decepcionante para todas las voces involucradas,
y que al parecer no puede modificarse. Se trata de un gran freno, acompañando a
un gran impulso.
La conjunción de los tres elementos –la
magnitud del crack «normal», la subida de los costes de producción y la presión
extra sobre el sistema que supone el crecimiento chino (y asiático)– significa
que hemos entrado en una crisis estructural. El sistema está muy lejos del
equilibrio y las fluctuaciones son enormes. De ahora en adelante, estaremos
viviendo en medio de una bifurcación del proceso sistémico. La pregunta ya no
es «¿cómo se reparará el sistema capitalista y renovará su empuje hacia
adelante?», sino más bien «¿qué reemplazará al sistema?, ¿qué orden surgirá de
este caos?». (Wallerstein, 2010, p. 134).
¿Nos encontramos, por tanto, ante
una crisis cualitativamente diferente a los históricos ciclos del capitalismo?
¿Cómo concebirla más allá de aspectos estrictamente económico-financieros y
ponerla al nivel de la producción de subjetividad, deseo y realidad? Cuando ya
no son posibles, aparentemente, más dictaduras cívico-militares para sojuzgar
una sociedad en marcha, cuando las políticas neoliberales tampoco pueden
imponer un nuevo "pensamiento único", las formas de explotación y
control adoptan nuevas facetas, desde la instauración del terrorismo como nuevo
estado de guerra generalizado (Álvarez Pedrosian, 2006) al temor por perderlo
todo, empezando por la vivienda y el entorno vita más elemental para cualquier
sujeto. Una vida precaria, una existencia triste y lamentable parece ofrecerse
como nueva versión que explique, como todo mito, la razón de ser de la
explotación del hombre por el hombre, la injusticia, el sufrimiento y dolor de
la inmensa mayoría del planeta. Estados policiales (Wacquant, 2012; Fassin,
2013), la sofisticación de los mecanismos de control en términos biopolíticos,
nos hacen cuestionarnos una y otra vez la producción hiperreal de un mundo apocalíptico.
Pero esto no es lineal y homogéneo para todo planeta, algo que quizás muchos de
los discursos generados a partir de las realidades europeas no se permiten comprender,
centrados todavía en formas colonialistas, incluso aunque las intenciones sean
las contrarias.
En nombre de la
"crisis mundial", se justifican ajustes económicos, reducciones de
inversiones que hacen al fortalecimiento de los impulsos que han ido
transformando para mejor las condiciones de la mayoría de la población. Propio
de las dinámicas hiperreales, la economía que sigue presentándose como el
discurso más objetivo posible, muestra su profunda condición subjetivante,
donde en nombre del temor a la pérdida de confianza de inversores y mercados se
decide sobre las condiciones de existencia de todos. Para el Uruguay esto llega
a ser muy patente, cuando lo que oficialmente se plantea es que existe una
"desaceleración" de la economía, ni siquiera una pérdida de crecimiento,
y con ello ya es suficiente para frenar los cambios. Se podría pensar que deben
ir a un mismo ritmo, y si uno se enlentece debe hacerlo el otro también. Parece
que no hay forma de salirse de la axiomática de la economía capitalista, a
pesar de tratarse de Estados que se definen por haber sido apoyados y
sostenidos por multitudes que aspiran hacerlo.
El mayor agente de lucha
en el Uruguay contemporáneo es el movimiento obrero organizado. El rol que la
sindical de trabajadores ha ido adoptando en su lucha, en el contexto de
gobiernos en primera instancia tan cercanos, ha ido ganando cada vez más
fuerza. Y en tal sentido, si bien el mapa ideológico-político tradicionalmente
planteado en términos de izquierdas y derechas se mantiene, se hace evidente el
otro gran corte a la interna de las sociedades, entre los de arriba y los de
abajo, tal como en España se ha ido planteando últimamente. Las democracias
occidentales han ido adoptando esta forma donde se paralizan o frenan los
devenires emancipatorios, lo que se expresa en numerosas contiendas electorales
donde dos bloques se enfrentan casi mitad a mitad, y la alternancia entre
izquierda y derecha puede convertirse tan solo en el cambio de gestores de una
misma administración. Por eso la insistencia en poner en evidencia las nuevas
formas de regulación de las desigualdades, sin abandonar los espacios
tradicionales de lucha pero abriéndose a nuevos frentes.
Uno de los principales
dirigentes de la central única de trabajadores (el PIT-CNT), en medio de esta
encarnizada lucha por el presupuesto nacional en el tercer gobierno de
izquierdas del Uruguay, planteó en un acto llevado a cabo en una de las últimas
movilizaciones, ya directamente ante la sede de la Cámara de Comercio local,
con manifestación mediante y ante las cámaras y micrófonos de todos los medios,
la existencia de lo que calificó como una "utopía reaccionaria". Esta
se encontraría promovida por parte de quienes aspiran a deshacer el camino
recorrido de "inclusión", a retroceder en las conquistas que la masa
trabajadora ha logado en estos años, con beneficios directos para la parte "suplementaria"
de toda partición, para ese "todos incontable" que aterra
históricamente -el tan mentado "pueblo"-, desde el origen de la
democracia, a las fuerzas más intensas en sus modos y mecanismos a disposición
(Rancière, 1996). ¿Cómo poder justificar,
en los mismos términos economicistas, que incluso no se mantenga la
proporcionalidad en las mejoras de la redistribución de las cargas y
beneficios, en nombre de las turbulencias, inseguridades e incertidumbres de
los mercados? ¿Cómo seguir sosteniendo la dialéctica del impulso y su freno en
un mundo donde dicho mecanismo está agotado?
Difícil parece ser, esperar
de los grandes medios masivos de comunicación un espacio para dar cabida a
nuevas narrativas, donde se retomen experiencias afirmativas en la búsqueda de
nuevas formas de existencia. Pero también nos encontramos con que la gran
plataforma de lucha, constituida principalmente en el marco local por el movimiento
sindical, si bien sufre los reveses del combate mediático, ha tenido la
posibilidad de ingresar a dicha esfera, quizás más que nada en los ámbitos
públicos de la radio y la televisión. Las nuevas leyes necesarias para la
regulación y democratización de los medios también ha sido fuente de
controversias y no llega a satisfacer a casi nadie, pero la posibilidad de
contar con un canal asignado a la sindical es todo un mérito. Esto da esperanzas,
muestra que el juego no es tan maniqueo como las teorías conspiratorios gustan
simplificar. Los trabajadores de la comunicación se comprometen en una misma
lucha de la que son parte, y a pesar de todas las desigualdades que
históricamente han pautado el acceso a los medios, una democracia del Sur va
ganando en vitalidad y potencia, ante los ojos y la atención esperanzada de los
antiguos centros de poder colonial.
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