Impactos imaginarios [del desempleo].


Capítulo 2 de Impactos del desempleo. Transformaciones en la subjetividad. Araújo, A. M. (coordinación), Argos Ediciones Alternativas, Montevideo, 2002, pp. 45-88.
Investigación financiada por la CSIC en el Llamado a Proyectos I+D 2000, UdelaR, Uruguay.









Índice general


Vivencias del desempleo hoy. Hacia un análisis clínico de la realidad social. Ana María Araújo, p. 7.
Impactos imaginarios. Eduardo Álvarez Pedrosian, p. 45
Enlazados al pasado y ruptura de lazos. Betty Weisz, p. 87
Desde lo real a lo identitario, las caras del desempleo. Mabela Ruiz, p. 125
El golpe... ¿sólo en la nuca?, Argene Benedetti, p. 177
Tragedia o drama ¿Determinismo o libertad? De Sófocles a Esquilo. Ana María Araújo, p. 205
Bibliografía, p. 209






I
Imaginar el trabajo, ¿una necesidad?


«¿Cuándo tomaremos conciencia de que no hay una ni muchas crisis sino una mutación, no la de una sociedad sino la mutación brutal de toda una civilización?... En todas partes se habla constantemente del ‘desempleo’. Sin embargo, se despoja al término de su sentido verdadero porque oculta un fenómeno distinto de aquél, totalmente obsoleto, que pretende indicar...»
(Forrester, 1997)


Lo imaginario no niega simplemente a lo real, lo constituye en tanto totalidad abierta, en tanto universo existencial dentro del cual lo real puede ser posible y los límites no son aún determinantes. Existen distintos tipos de registros, distintos discursos y campos en los que circulan los mismos, en los cuales el trabajo como valor y sentido no sólo varía, sino que hasta tiende a disolverse. A pesar de la destrucción de las estructuras modernas del mundo del trabajo que estamos abandonando, los sentidos en torno a esta actividad humana persisten y reclaman interpretaciones que les den cabida, necesidades en torno al valor de la propia vida que está en juego. La población con la que hemos investigado participativamente, ha sido localizada primeramente por su conformación etaria, la capa que va más allá de los 40 años, en una primera instancia la más frágil frente a los efectos de la desocupación. Es un hecho la existencia de una experiencia compartida que generacionalmente ha constituido a estos desocupados uruguayos, experiencias compartidas a lo largo de cuatro o más décadas en el marco de una sociedad y una cultura en concreto. Como veremos, la pérdida de fuentes de trabajo, la precarización de las relaciones laborales existentes, la dificultad en mantener la forma de subsistencia básica para la integridad de toda subjetividad en muchos casos, desencadena un sin fin de procesos en lo referente a la búsqueda de sentidos, cuando ello es posible, cuando la desesperación y depresión no han terminado por eliminar todo horizonte de comprensión y expectativas vitales.

La desocupación que hoy sufren estos sujetos y que aqueja a todas las sociedades occidentales, resquebraja directamente las estructuras de sentido y valor desde las cuales se han conformado las formas de ser que los componen diferencialmente. Se trata de subjetividades fuertemente marcadas por la modernidad como matriz en un sentido laxo, como modelo de conformación de formas humanas de existencia. Para el caso de la sociedad uruguaya, es en el batllismo de principios del siglo XX en el cual encontramos la conformación de esta matriz cultural. En ella, el trabajo ocupaba un valor central que le confería el optimismo y la pujanza de los años alentadores del progreso sin límite gracias al esfuerzo y el sudor, el impulso que movilizaba la ejecución de lo que se imaginaba y deseaba como República Modelo, La Suiza de América.

La emergencia de esta generación ha estado configurada en esta matriz cultural, en momentos en los cuales ésta comenzaba a declinar en su reproducción, con el fin de la abundancia exportadora por efecto de la última guerra mundial en estas tierras. Los sujetos que hoy enfrentan la desocupación superando los 40 años, experimentan un Uruguay y un mundo en una mutación que los posiciona al borde de la subsistencia, y además, al borde del sin-sentido. Un mundo que ya no se comprende, que ya no valora lo que fue moralmente la forma de vivir más exaltada, digna y emblemática significada en todo tipo de registro social, desde todo ordenamiento del discurso, surcando transversalmente los ámbitos de la intimidad familiar y las públicas normas sociales, para todo modo de subjetivación presente en esta pequeña sociedad.

Los efectos de la homogenización batllista de clases tendiente a la medianería, la amortiguación de una extensa clase social media que emparejara las diferentes procedencias de las subjetividades migrantes que aluvionalmente llegaron a estas tierras, han cesado de reproducirse en forma dominante a principios del siglo XXI luego de un largo proceso centenario. El modelo ha eclosionado definitivamente, luego de un proceso de desmembramiento que se fue acelerando en estas últimas décadas de política neoliberal, hasta el actual colapso de la entidad social como totalidad sustentable. Se vuelve a plantear cíclicamente la interrogante que Ardao ha expresado hace décadas y que se ha recogido posteriormente, la duda sobre la posibilidad de la viabilidad misma de nuestra propia sociedad.

Cada desocupado posee su forma de vivir la desocupación, de concebirse a sí mismo como desocupado, a la vez que la forma de realizar dicha construcción identitaria se diferencia según maneras de construir significado, haciendo uso de formas heredadas y en perpetua construcción, haciendo uso y siendo producto de diferentes imaginarios en el seno de una misma entidad social que los aglomera a todos. Haremos el intento por cartografiar estas diversas formas desde la construcción de imaginarios según distintos universos, en los cuales se coagulan imágenes. Éstas imágenes son constituyentes de sentidos posibles, de formas de ver la realidad y la posibilidad de actuar en ella, que circulan como hemos dicho transversalmente por todo el entramado social. En particular nos centraremos en las formas de significación en torno al trabajo y a la falta del mismo, su presencia y ausencia para el sujeto que así imagina y se imagina.

Trataremos de poder conceptualizar los efectos de la desocupación a través de las vidas a las que hemos accedido indagando en distintos territorios sociales en profundidad. En las distintas formas de concebirse como sujetos sociales que manifiestan en sus singularidades adultas nuestros entrevistados. En lo referente a la imagen del trabajo que objetivamente estructuraba la uruguayidad hasta no hace poco y por la cual más se ha modificado; con sus diferencias, tensiones y tendencias intrínsecas.


“Imaginaria en este contexto, evidentemente no significa ficticia, ilusoria, especular, sino posición de formas nuevas, y posición no determinada sino determinante; posición inmotivada, de la cual no puede dar cuenta una explicación causal, funcional o incluso racional. Estas formas, creadas por cada sociedad, hacen que exista un mundo en el cual esta sociedad se inscribe y se da un lugar. Mediante ellas es como se constituye un sistema de normas, de instituciones en el sentido más amplio del término, de valores, de orientaciones, de finalidades de la vida tanto colectiva como individual. En el núcleo de estas formas se encuentran cada vez más las significaciones imaginarias sociales, creadas por esta sociedad, y que sus instituciones encarnan.”
(Castoriadis, 1997).

Primeramente pensemos el terreno, el tipo de totalidad que pretendemos abarcar con nuestra mirada y a la que penetramos con nuestro trabajo de campo grupal, los adultos mayores de 40 años de la sociedad montevideana, integrantes de este primer imaginario de corte etario. Como hemos dicho, como sujetos sociales los desocupados son el producto de diferentes vectores de subjetivación que se entrecruzan en cuerpos en concreto, en conciencias singulares que caracterizan tipos de psiquismos, los cuales habitan un universo de sentidos y significaciones. Siguiendo cada vector vamos cambiando de una modalidad de imaginario a otra, y encontramos varias formas imaginarias en un mismo sujeto, y también en una misma forma de subjetivación que los traspasan y constituyen.

Las relaciones sociales signadas por la división del trabajo, asociadas a formas culturales heredadas y generadas en los acontecimientos compartidos, la distribución espacial de los sujetos en la ciudad, sus relaciones sociales, son parámetros desde los cuales claramente podemos transitar en los diferentes tipos de imágenes del trabajo, sus sentidos y sus valores para los desocupados producidos por el capitalismo contemporáneo. Pero además de todos estos vectores de diferenciación subjetiva, la procedencia generacional define el carácter general de toda subjetividad involucrada en los procesos aquí investigados. El carácter generacional de nuestro universo es central, el hecho de compartir una larga historia social jalonada de acontecimientos cruciales, experiencias colectivas y al unísono, con distintas voces por supuesto pero en una misma sucesión de escenarios compartidos, o por lo menos coexistentes y en enfrentamiento mutuo: una juventud en los efervescentes años ´60, la dictadura militar en los ´70 y primera parte de los ´80, una posterior atmósfera de renovación con la vuelta a la democracia, y luego la última década del siglo pasado con la hegemonía de los modelos y las prácticas neoliberales.

“...El sujeto se define por un movimiento y como un movimiento, movimiento de desarrollarse a sí mismo. Lo que se desarrolla es sujeto. Ese es el único contenido que se le puede dar a la idea de subjetividad: la mediación, la trascendencia... En una palabra, creer e inventar: he ahí lo que el sujeto hace como sujeto... Creer es inferir de una parte de la naturaleza otra parte, no dada en este caso. E inventar es distinguir poderes, es constituir totalidades funcionales, totalidades que tampoco están dadas en la naturaleza...”.
(Deleuze, 1987).

Creer e inventar, son las dos actividades que el sujeto hace como tal, nos dice Deleuze, desde una serie empirista que lo remonta a Hume. Creer y crear que en primera persona del singular se dice bajo una misma expresión: Yo creo. Trascender e inferir, afirmar más de lo que se puede afirmar, y afirmar otra cosa distinta de lo dado, manejar tanto los grados como las cualidades de los sentidos, eso sí, a través de formas de significado, especialmente como sabemos en lo cotidiano, a través del lenguaje. Cada sujeto entrevistado, cada historia de vida que construimos entre ellos y nosotros, nos muestra las huellas de un devenir compuesto por naturalezas muy variadas, series de acontecimientos para nada lineales y causales, y en relación a lo que venimos viendo —que no es otra cosa que la fundamentación de la no existencia de un solo sistema clasificatorio para distinguir sectores o bloques, clases; una única tipología—, esto quiere decir, que los campos y por tanto los enclasamientos sociales de cada sujeto son infinitos en esencia, según tomemos en cuenta tal o cual aspecto, tal o cual plano de relaciones, tal o cual forma en que el deseo es vivido contingentemente, tal o cual objeto considerado por el sujeto. Todo campo está conformado por flujos que conectan a otros campos.

Lo que sí podemos visualizar son las predisposiciones, los a priori ante los que cada sujeto tiene que hacer-se, es decir, las condicionantes que vienen cada vez establecidas y desde las cuales, haciendo uso de las mismas, cada forma humana de existencia plantea una realidad finalmente, abre y cierra cosas, en fin compone lo existente más allá de la causalidad y puede enunciar: Yo creo. El movimiento autopoiético, creativo, lo estructurante de una estructura, nos remite tanto a los límites infinitos de la imaginación radical, la emergencia de lo creativo que se pierde en la nada de cada sujeto, como a la imposición de formas pre-establecidas que buscan reproducirse, abstracción que sobre-codifica todo registro en su seno. En ambos casos, en ambos extremos, nuestra capacidad de conocimiento posee límites, allí los ubicamos, cuando más allá de comprender estrategias particulares y visualizar dispositivos institucionales sigue viva la pregunta por cómo es eso posible. Y cuando se trata de lo humano esto es aún más complicado, pues al construir la realidad haciendo cuerpo con la experiencia, vivimos una difusa distinción, más bien una diferencia de grado entre cualidades, entre lo imaginado y lo posible.

La separación entre éstas dos formas de concebir lo existente es dada por los procesos de institucionalización, por los procesos de congelamiento de lo contingente, que hacen que lo real parezca más sólido de lo que es, o como en la actualidad, más veloz de lo que es, pues lo que es en sí misma la existencia no queda para nada establecida de una vez y para siempre. La realidad no para de ser puesta a prueba por ella misma en cada acontecimiento.

De esta forma, entre lo que alguien imagina que es el trabajo, y lo que piensa y puede definir como tal, corre un mismo proceso creativo de composición de sentido, donde se hace uso de formas instituidas del mismo, de significaciones culturales, pero que siempre son modificadas, alteradas, en el proceso de la vida, aquél en el cual lo experimentado más allá de nuestros límites nos evidencia, para bien o para mal, cuál es el lugar en el cual nos encontramos parados. De allí, que los procesos reflexivos de cada sujeto variarán también, y son los pliegues que se presentan en cada caso, los tipos de inflexión también permitidos o no por tal o cual imaginario que lo suministra de creencia y de deseo.

Tenemos diferentes referentes imagónicos sobre el trabajo en diferentes composiciones de significados, los cuales como asignación de sentidos se soportan según ciertos valores también diferenciados, en nuestro caso en torno al trabajo, pero que lo superan ampliamente en la totalidad holística de una forma humana de existencia. De esta forma es que podemos definir cierto número de variables medibles y realizar una distribución de los desocupados según éstas, catalogando según distinciones que van desde las necesidades básicas a elementos del consumo en el mercado. Todo ello es útil, pero creemos también que es más interesante, saber qué creen ellos mismos que son, es decir, realizar las distinciones analíticas desde y con las que los propios sujetos han efectuado para sí con nosotros. Allí radica la particularidad de los enfoques humanos de lo humano, desde la psicosociología hasta la antropología. De esta forma, las diversas concepciones que sobre el trabajo poseen los desocupados mayores de 40 años de la sociedad uruguaya, están por nosotros concebidas desde las experiencias de quienes las viven, incluidos nosotros mismos.

De esta forma, construimos conocimiento a partir de los estudios de caso, generalizando a través de un proceso de abstracción donde lo concreto jamás desaparece, en cada nivel, en cada diferente distinción, la experiencia es el soporte, la vivencia se manifiesta como el único campo de experiencia compartido en la totalidad de las particularidades. Se trata de la ya consabida fórmula, de que lo humano se caracteriza por ser una generalización de producción de singularidades; lo general es la singularidad.

Para conocer las repercusiones del desempleo en la imagen del trabajo que poseen los uruguayos mayores de 40 años que habitan Montevideo, resulta metodológicamente necesario realizar una cartografía mínima donde podamos observar las genealogías de los distintos modos de subjetivación presentes en los casos desde la visión general de lo social como dimensión de creación humana por excelencia, los cruces y mezclas como los ámbitos productores de subjetividad a lo largo de una historia de vida. Buscar la imagen que se tiene sobre el trabajo y su sentido con relación a la vida como existencia humana, nos exige indagar más allá del discurso, de la representación, de la lógica del lenguaje, en la dimensión del flujo deseante que moviliza y es formalizado a través de las palabras por ejemplo.

Nos exige tratar también sobre la huidiza imagen, el espectro y la alucinación, la plena certeza de la vivencia que es en sí pura artificialidad humanamente generada, en torno a uno de los pivotes más sustanciales para el imaginario social donde se hicieron sujetos nuestros entrevistados y todo uruguayo generacionalmente semejante. El trabajo, mojón de sentido que ha sido dinamitado en los intentos por transformar las relaciones de poder en la actualidad, tendientes a los mecanismos de exclusión y formas de explotación más complejas, formas de extraer el valor en las cuales no es exclusivamente necesaria la fuerza de trabajo del otro, el cual queda en el vacío, pero nunca sin imágenes.




II
“Yo me hice en la calle trabajando”


Quienes se constituyeron como proletarios, comparten una doble imagen sobre el trabajo. Éste es a la vez la fuente principal de valoración de la existencia, y la causa de los males vividos. La desocupación impacta en mayor o menor medida en un sistema de creencias denominado conciencia de clase. Conciencia en tanto desdoblamiento en el cual se proyecta una imagen negativa, una contra-imagen, según los procesos dialécticos que configuran esta matriz cultural de clase. El trabajo desde este punto de vista, más que dignificar, es la vía por la cual se realiza el ser, a partir de allí se generan las demás relaciones, y junto a ello es también a través del trabajo por donde se sufre la explotación, condición a superar junto a los iguales.

José de 55 años, nos cuenta que su infancia estuvo signada por el hecho de dejar de vivir con su familia nuclear y pasar a hacerlo en un tambo de la zona donde habitaba, encomendado desde niño a la señora del entonces patrón. Sus recuerdos más difusos lo encuentran ya en una situación de explotación. En esa infancia esclavizada, donde era considerado algo menos que un mendigo por el dueño, desconociendo el trato entre su madre y la patrona-tutora donde se establece el valor de cambio de su fuerza de trabajo en un litro de leche semanal, queda librado al dominio casi absoluto de su frágil cuerpo de tan sólo 4 años. Toma como inicio de su vida enrolada como fuerza de trabajo los 10, cuando abandona el tambo, mezcla de casa, y yugo, sin dudas un pequeño feudo en el Nuevo París de mediados de los ´50.

“...Peoncito, peoncito... ¿Te imaginas, el cuerpito que yo podía tener? Hoy en la actualidad, pero... sí, mi madre me decía que con un tarro de 2 litros yo no podía, así que, sacar la bosta de las vacas, este... limpiar la pileta donde se guardaba la leche, después salir a repartir la leche, cuidar el ganado...
...La mujer que me empleaba sí. Muy devota al Viejo pero la, ella me, apañaba siempre, si me mandaba a la escuela sin, sin tener, sin comer o algo ella siempre alguna, alguna cosita siempre me apañaba y mandaba, siempre tenía una zapatillita escondida pa mandarme cosas... mi madre muy lejos digo, porque no vivía con ella... los visitaba pero digo cuando, muy poco, yo vivía en el tambo trabajando, hasta los 10 años, después volvía a juntar a mi familia... yo seguí trabajando, siempre trabajando. De los 10 años haciendo, siempre empleado de algo o haciendo algo porque, en casa la comida era, muy escasa. Llegamos a ser 8 verdad?...”

El nieto tiene hoy un poco más de esa temprana edad, es objeto de todo su cariño, ocupa muchas horas de su vida en jugar al fútbol con él, en ir a buscarlo a la escuela, y los ojos le brillan cuando se refiere a él. Éste niño hoy va a la escuela, algo que José no pudo hacer. Si se le pregunta al respecto, no se trata más que del mandato de la necesidad, de lo difícil de la situación vivida para sí mismo, la resignación pero no desvalorizante sobre su vida; no ir a la escuela no es un deber-ser incumplido, sino una triste privación; da lástima, una experiencia de crecimiento a la que no se pudo acceder, como tantos que comparten su condición y de los que se encuentra rodeado.

Mientras la escolarización de su nieto es un asunto central para su propia vida como abuelo y trabajador, sería impensable que el pequeño hoy trabajara como él lo hizo, que se constituyera subjetivamente como él fue constituido trabajando desde que tiene memoria.

“...lo que necesitábamos, nosotros necesitábamos un horizonte, digo, bueno, tu meta es esto... acá fijala y después vemos, o hasta acá llegan mis condiciones verdad? Hasta acá llego yo y bueno después verás lo que podes hacer, desarrollarte. Uno en la calle se hizo, pero no, yo no me hice en la calle, yo me hice en la calle trabajando... Yo acá en el barrio, desde acá de Belvedere hasta Cerro, yo qué sé, paso por alguno, todos lados, conocimiento viste?, pero conocimiento de persona bien, a mí nadie me puede señalar... lo que aprendido solo, sin una enseñanza, digo, la vida me enseñó. Trabajar, ser obrero y por mi contacto diario, es, con obreros.”

Para él, existieron otras escuelas de la vida por fuera de las aulas en las que desarrolló diversos procesos de aprendizaje, pasando de la niñez a la adultez sin adolescencia. Se trataba justamente de los ámbitos laborales de entonces, pasando previamente por almacenes, conformando así el más importante campo de producción de su subjetividad: la fábrica.

Y hoy, su nieto es indisociable del hecho de que concurre a la escuela, a que él lo va a buscar con tremenda alegría, en la oportunidad de poder jugar y aprender sin ser explotado por un tambero herrerista, sin los golpes de su padre alcohólico, sin la violencia de sus años de infancia. Experiencias inolvidables que lo constituyen, se funden en la constelación de sus valores, cuando le ha tocado ser objeto explícitamente designado, modelo general, de lo que luego comprenderá categóricamente como lo indignante.

“... Bueno, había que anunciar la llegada... de Luis Alberto de Herrera... después de mucho preparativo se hizo en la semana previa a la llegada de Herrera, la cancha de bochas se eliminó, se hizo todo mesas, se limpió todo... en cantidad de tanques calentábamos agua... prender fuego... y bueno, a pelar chancho... Y ahí tendría por lo menos como... 8 años, 9 años... Llegó ese día y llegó Herrera. Llegó toda una comitiva, autos, entonces la calle era de tierra... llegaron toda esa gentuza, ¿no? Porque ahí aprendí una cosa que ta va a, les va a asombrar a ustedes ahora que tienen tanto anhelo...
... la comida, todo, el lechón hecho, las parrillas... eran todo unas mesas largas, cincuenta metros, y todos sentados allí. Entonces en la cabecera de una mesa estaba este viejo... Pancho, y en la otra parte de la cabecera, contraria a ésta estaba Herrera, los costados el séquito, toda la gente... Comenzaron a comer... les corría la grasa, siempre de sobretodo y sombrero... entonces ahí, en los comentarios, después de haberse digerido mucha comida y mucho vino, vino francés, el hombre se paró y hace el discurso: Bla, bla, bla... Entonces yo parado en la puerta, era la hora del discurso, yo esperando para ver, pa´comer... y en una dice, me señala a mí, yo en mí, descalzo, ¿no?, ahí...
A ver si las palabras, yo me acuerdo bien de lo que dijo el viejo, dice ‘Lo pobres no pueden usar alpargatas rueda, descalzos con pie en tierra, para que sepan lo que es el sacrificio, el pobre no debe usar zapatilla... alpargata rueda... Y no pueden acercarse a la mesa, los pobres fuera’, y estaban todos afuera rodeando... ‘El pobre bien pobre y el rico bien rico’...”

Es muy interesante lo que sucede al construir un árbol genealógico o una trayectoria de vida junto a la observación participante dentro de su mundo cotidiano, cuando como en este caso, José nos narra y se narra su infancia a la vez que experimenta, —y lo compartimos también en la puerta de la escuela—, a su descendiente infante, pliegue que nos posiciona en una extraña visibilidad, donde los años zafan de la flecha del tiempo, donde las series de cada uno de los dos se entrelazan allí, en los años de la conformación de la primera identidad.

Lo que nos permiten visualizar estas dos infancias tan distantes pero hiladas en una intensa relación parental, nos habilita a especular sobre la existencia de un movimiento social de cierto sector popular con valores característicos, en los lindes de la subsistencia, hacia los últimos —pero últimos, casi por fuera, siempre entrando y saliendo— en los peldaños de la ancha clase media uruguaya, donde se vive una carencia decente, una pobreza digna, donde el fin no es la acumulación y se sueña con un futuro más venturoso para la descendencia, a la que se le transmiten estos valores.

“Yo me hice en la calle trabajando”, y cerca a los 20 años de edad ingresa a una curtiembre, y con ello al ámbito fabril para siempre, cuando se constituye como igual con otros obreros, inmerso en una forma cultural que definirá su universo de allí en más.

Alfredo, compañero de José en la misma curtiembre hoy ocupada por un colectivo de trabajadores que resisten el cierre de la misma, jamás conoció a su mamá, quedaba huérfano junto a un hermano mayor viviendo en lo de su abuela anciana, mientras el padre rehacía otra familia. Él y su hermano van creciendo al lado de aquella señora encorvada y sin fuerzas, hasta que muere, y se “estabiliza” como él nos dice, viviendo un tiempo con su tío desde donde cobran forma los primeros trabajos en concreto. Changas, tareas ágiles de rápido término, luego una barométrica, y ya a los 18 años su amor se le aparece en una de las jornadas de trabajo, su esposa que será la madre de 7 hijos en la actualidad.

Cuando veíamos la construcción del árbol colectivo en la experiencia grupal, el de Alfredo llamaba la atención de todos por la diferencia de naturaleza entre su antes y su después. De un lado pocas referencias y trazos, del otro hacia abajo a la izquierda, se desprendía su extensa familia nuclear, ya con ramificaciones en nietos, objeto de orgullo y dignidad. La familia de un proletario, recursividad que nos muestra la huella perdurable en las propias raíces del término, procedencia en concordancia con su uso en el actualizado proceso identificatorio, siempre emergente.

Alfredo ha conocido otros ámbitos previos a la fábrica, como muchos de su generación y estratificación, en este caso el boxeo como deporte ligado a barras de amigos, a mucho aprendizaje por él valorado.

En una forma naturalizada entonces, estos compañeros se conformaron subjetivamente desde allí, y lo mismo otros obreros entrevistados como Pedro, el trabajo es inseparable de la identidad en su totalidad, identidad de clase, de género y social a la vez; es la única forma de vida posible. La pérdida de la fuente laboral, y la desvalorización del trabajo desde el discurso social, se ve amortiguado dentro de un imaginario de clase anclado en experiencias compartidas de reivindicaciones y luchas sindicales. Si no hay trabajo, ahora qué, es la pregunta. No poseen más que su fuerza para ser extraída por otro, así se configuraron a lo largo de sus vidas, emergiendo de situaciones tormentosas y a duras penas como antes esbozábamos, levantando la cabeza por primera vez y para siempre de esa forma, siendo explotados a conciencia y apostando al trabajo como forma de superación a pesar de que nadie les dio para elegir alguna otra alternativa.

El trabajo sigue siendo el valor más preciado, la forma de actividad humana que más dignifica según sus puntos de vista, los cuales nacieron inmersos en horizontes condicionados por distintas formas de violencia social desde el hambre a la orfandad, de los cuales parece imposible haber sobrevivido de otra manera que no fuera esa. Los demás entrevistados de la misma curtiembre ocupada, comparten el hecho de que se sostienen gracias a la solidaridad que experimentan con sus compañeros.

Por los trabajos de los respectivos hijos y parientes, por la situación de desocupación por la que pasan, la imagen del trabajo no es la misma que los sostuvo a lo largo de las décadas en que se conformaron como sujetos adultos. Repartir volantes, revistas de televisión cable, la informalidad que caracteriza al mercado actual, la pérdida de los beneficios que como obreros habían conquistado, hacen del trabajo un bien perdido. Valor esencial en desaparición, que lo experimentan no sólo en sí mismos sino en sus hijos y demás personajes cercanos, insertos en el campo de las relaciones laborales precarias.

Desde los valores que soportan los distintos imaginarios, el trabajo como imagen identitaria es una de las coordenadas del todo, la pérdida del mismo deja a quienes encontraban en él la actividad definitoria de una dignidad frente al no-trabajador, en una posición desconsolante. El elemento central en la experiencia, el que fundaba la potencia de los valores, desaparece tal cual se lo conoció durante el último siglo. El trabajo dignifica, a pesar de ser una explotación, allí se encuentra una de las contradicciones básicas señaladas por la gran mayoría de teóricos sobre el capitalismo occidental. La situación es aún más crítica, cuando el propio trabajo desaparece como en la actualidad y las manos quedan vacías, el propio flujo de experiencia que alimentaba las afirmaciones de identidad.

Las imágenes cobran un carácter cada día más retrospectivo, se instalan en la memoria, distantes, y son recubiertas por otros sentimientos que pueden tender hacia una mitificación, un tipo de esencialización. En nuestro estudio de caso particular en la curtiembre ocupada, la situación posee una cualidad más que importante, allí se encuentran haciendo algo, siguen produciendo, aunque las condiciones de producción sean las que en sí mismas se lleven la gran mayoría de los esfuerzos, trabajar para poder trabajar.

Por un lado el alto esfuerzo y el cansancio de una reivindicación de esta índole, por otro, la continuidad del flujo de experiencias laborales para el obrero, prácticas que lo legitiman, acontecimientos actuales que los siguen nutriendo de los sentidos considerados propios, hoy difuminados, a la deriva. Como se los llama, los “imaginemas”, en lo más impreciso de la imaginación, o ya significaciones, cuando se trata de imágenes limadas por el tiempo y la transmisión intra e inter-generacional, no sólo son distintos en lo que refiere al trabajo como actividad, sino que la propia forma en que se conecta la actividad con el sentido, en la construcción de significaciones, también cambia en sí misma.

Esta mutación se encuentra por tanto en la propia esfera de la construcción de sentido y cristalización de valores, así, los efectos de la desocupación se expanden hacia toda la subjetividad, lo mismo que en cada acto cotidiano de resistencia dentro de un pequeño colectivo.

Pedro, delegado sindical de 41 años en la curtiembre ocupada en la que centralicé el trabajo de campo, posee también una intensa y arraigada experiencia que lo identifica con una forma de vida, indisociable del acto de vender su fuerza de trabajo, y luchar a la vez para modificar dicho acto. El trabajo en su subjetividad aparece expresando claramente este doble vínculo dialéctico al que antes hacíamos referencia, la actividad fabril tanto como la actividad política en el colectivo de compañeros, el trabajo y la lucha por las condiciones del mismo, siempre vinculados.

Evidentemente el trabajo en cuanto noción refiere a la actividad productora de los bienes, en este caso extraídos del cuero, pero la labor sindical ocupa la mayor parte de su vida, más aún cuando vive en las antiguas instalaciones de la fabrica abandonada por sus dueños, y para su núcleo familiar esta actividad marca las rutinas y las posibilidades como ninguna otra, consume más energía en este momento la organización del colectivo en resistencia. Vivir donde se trabaja, determina su mirada claramente, la cotidianidad de su existencia pasa por lo laboral tanto como por las actividades organizativas y ejecutivas necesarias para que la poquísima producción pueda seguir en marcha, y con ella la esperanza.

Y lo que se espera, a lo que se aspira con tanto esfuerzo, no da cabida a un cambio en las estructuras sociales que marcaron las cualidades de su forma de ser. Por el contrario, su deseo implica la aparición de un nuevo patrón para tomar en sus riendas el destino de los medios de producción. Y en los límites de lo imaginado, Pedro nos explicaba por qué debe de ser así desde su forma de concebir y actuar en la situación.

“...Sí porque, o sea me imagino, porque es parte de la realidad del juego, ta, patrón del otro lado y vos en tu línea, no?, defendiéndote y defendiendo a tus compañeros. Quizás, te imaginas alguna discusión con, con algún encargado, con algún, que tenga mano, que capaz que no lo vas a conocer, puede ser un encargado nuevo. Porque vos, si llaman a uno que ya conocés, sabés como, las pautas entre él y vos, no?, pero otro nuevo no sabés. Si es más hijo de puta, con el perdón de la palabra, hay que estar atrás. Este... Me lo tengo que imaginar sí. Me lo tengo que imaginar porque bueno, es así, es parte de las reglas del juego que mencionabas. Este, sé que no va a ser el mismo patrón, que va a ser otro, ta, pero... los perros que tiene alrededor van a ser lo mismo ta...”

Imaginar un nuevo patrón. El trabajo sigue siendo una forma de explotación necesariamente, así se lo concibe, frente al peligro y la crudeza de la carencia misma de esta relación desigual. Y es que con uno y otro argumento, Pedro racionalizaba la situación para que se entendiera cómo la realidad demarcaba lo posible con tanta dureza; la disyuntiva es entre ser explotados o excluidos, pero en lucha, en una resistencia que es un estilo de vida, un juego entre posiciones asignadas desde las cuales se conformaron ciertas subjetividades uruguayas a lo largo del siglo pasado.

Y no se trata de que estos sujetos concretos de la curtiembre no tuvieran creatividad en las resistencias que han elaborado, por el contrario es maravilloso e increíble haber accedido al universo de esta fábrica que mantienen en pie entre el núcleo duro de la organización y el resto de los obreros que participan de asambleas y deciden sobre el destino colectivo.

Es que el trabajo es eso, inmanentemente, desde sus puntos de vista, según un universo de significaciones dentro del cual la vida cobra sentido. La transformación vendría dada cuando la contradicción fuera superada, en un futuro de avances para la humanidad, lo que en la actualidad se encuentra más que en crisis, utopía que ha caído bajo los ataques generalizados de la religión del mercado, utopía que constituía un más allá del imaginario, una dirección a través de la cual el sentido además de habitar un mundo abría la brecha hacia otro, avizorado y buscado como mejor.

Los ataques hacia la utopía han sido muy efectivos, esa posibilidad externa de la imaginación, que la abría a un universo totalmente nuevo hecho de especulaciones movidas por los deseos más intensos. Y aunque toda crítica hacia el idealismo de cualquier forma de pensamiento es acertada, para tener los pies en la tierra, aquí nos referimos a la mutación en este imaginario desde lo laboral, en lo que constituía su motor en las prácticas. El fin en la creencia de un futuro mejor, sostenido desde este tipo de uruguayos a través del triunfo de la clase obrera, puede ser tanto positivo como negativo para sí mismos. Las consecuencias pueden desembocar tanto en estancamientos de la actividad subjetiva, como en una nueva síntesis con el entorno que la habilite a un tipo de imaginario re-imantado en la experiencia así inmanente, poniendo en marcha al devenir sujeto en un nuevo territorio.





III
“Vivir tapando agujeros”



Luis es obrero pero no de fábrica, es pintor en la construcción. Para Luis se ha tratado siempre del goteo, de gotas cotidianas. Es central en su imagen de lo que es el trabajo, la concepción de “jornal”, de un día a día laboral siempre distinto. De allí la estrategia del pintor de obra, tanto por el perfil de la actividad como por su valoración en el mercado laboral, el valor de su saber por la utilidad que posee socialmente.

La fragilidad de la condición de constructor le permite tener la agilidad necesaria en la actualidad para sobrevivir, aunque inevitablemente se trate también de un miembro de un sistema de intercambio familiar, sin eso sería imposible sustentar las necesidades. Como nos cuenta, su trabajo lo concibe dentro de un organismo, un plan general que se repite una y otra vez, desde los cimientos hasta las terminaciones, su lugar de la cadena. A veces su labor se inserta en este mecanismo, que es el de la construcción de espacios tal cual hoy se los realiza aquí. Otras veces se trata de trabajos puntuales donde sólo su oficio es requerido, como en algún reciclaje, en cierta reforma. No tiene nada que ver con la fábrica en este sentido, se encuentra dentro de una estructura fordiana de producción pero al borde de la misma, en el umbral en el cual el producto ya está terminado, el acabado. Tiene así la posibilidad de intervenir constantemente en esta última capa de un proceso constructivo, que demanda renovarse, reformarse, reciclarse, para lo cual convoca “bandas” de trabajadores a su cargo, bajo el halo de un oficio delicado y que requiere de cierta forma de sabiduría.

Las experiencias laborales tienen otro carácter, por el oficio en sí y por su lugar en las interacciones sociales mediatizadas por el mercado, donde aparecen “clientes particulares” como los llama, tanto como empresas de construcción con todo el dispositivo de la patronal.

Además de la experiencia laboral propia, estrictamente hacedora, está la experiencia heredada, la transmisión endocultural. En este caso, Luis es hijo de un peón rural zafral -“tropero”-, que llevaba una vida errante, donde la tierra y el campo libre eran los horizontes de un primer imaginario constituyente de su subjetividad, y donde la narración de experiencias reales y fantásticas, hasta míticas, la transmisión por medio del relato —para lo cual su madre era experta—, eran las fuentes primordiales del aprendizaje. Aquí el trabajo está ligado al oficio, al hacer más sensible, a todo lo que es cabalmente un estilo de vida, a un saber ligado a una experiencia característica de una manera de ser.

Y una experiencia de vida tan profundamente sentida, tan penetrante para el sujeto y tan errante, a la vez tan ágil, transitoria, se configura en procesos de larga duración, cualidades singulares a la hora de encontrarle algún sentido a la situación actual de desocupación que comparte socialmente pero que lo distingue. La forma en que reflexiona cada sujeto, incluye el imaginario que lo contiene, y la manera en que se le otorga una significación, depende de los sentidos allí capturados, o mejor dicho aquellos que pueden ser aprehendidos, aunque sea, como imágenes, vislumbrados.

La economía de su hogar, cuando era pequeño y veía llegar a su padre de zafras diversas, se organizaba de una forma similar en la que él nos cuenta organiza la suya hoy día. El trabajo es también zafral, pero esta vez con brocha en mano, también dentro de equipos de trabajo colectivos, en una producción encadenada, y también los ingresos son por lo tanto transitorios, por lo que siempre se encuentra endeudado, con cuentas a pagar, al igual que sus padres lo hacían en el almacén y en la carnicería de Mercedes a fines de los años ’50, “es decir, como nosotros le decimos ahora: tapar agujeros”.

Ese mismo encadenamiento productivo en el que se inserta su trabajo, es el que produce desocupación de una manera reglada, como él mismo nos relata:

“... Aparte la construcción nunca es seguro, nunca es pa siempre. Vos viste que empieza una obra y... contratan albañiles de, ‘de abajo’ como se les dice, de los pozos, donde entra la peonada, y se van armando bandas, de categoría saliendo. Primero, viene una parte de peones, mucho peones, empiezan a despedir peones, te toman este, carpinteros, herreros, y después se van yendo, por ejemplo se va el herrero, que es el que hace el laburo, y generalmente tienen que tener este..., 150 jornales para ir al Seguro de Paro, este..., es lo que se necesita. Entonces, digo... siempre estas pendiente de que termina esta obra, y... tenés que estar mirando si la empresa va a. Generalmente a vos te está haciendo el contrato a término, digo; que es ilegal, pero... la gente tiene que comer. Vos estás sin trabajo y te dicen ‘bueno mirá... firmo [el contrato si existe] porque... en la condición en que vivimos hoy en día, primero necesito trabajar, y segundo, eh... estoy dispuesto a que me echen cuando no le sirva o a irme cuando a mí me sirva’. Entonces digo, el contrato sirve para ellos nomás, es un, es un... es una forma burocrática para la empresa, que lo hacen globalmente, pero no para mí, digo, ni para muchos como yo no?, conocen el oficio que están, pero si no te sirve o te sale algo mejor digo, o te sale una changa, o te sale una reforma, me entendés, una obrita o algo, usted sabe que por un tiempo... el oficio nuestro, que se hace un poquito de... de ganar un peso más, es yo qué sé, hacerse un trabajito de repente... un mes, mes y pico, cuarenta días, cincuenta, y vos de repente podés presupuestar, yo qué sé, llegas a 6, 7000 dólares, 8000 dólares. De ahí tenés que sacar material, tenés que pagar algún compañero que lleves, y bueno, te queda una ganancia y... bueno con esa ganancia vos la manejas después viste. O cubrís cosas, que... traías atrás viste, deudas antiguas, este...”

El régimen económico es semejante, más allá de variaciones esta forma de vida lo ha instrumentado para moverse en la actualidad, mantener viva la entrada de ingresos aunque sea considerado —hasta por él mismo— como un desocupado. Es evidente que todos poseen estrategias de sobrevivencia, sino no estarían vivos, en este caso, lo interesante es que la utilidad y el régimen de variaciones entre gastos e ingresos mantiene abierto el flujo de capital en un mercado que es así visitado en distintos períodos y a distintas frecuencias, existe un grado de autonomía del sujeto que lo enfrenta ante la desocupación con una agilidad que lo mantiene con vitalidad.

Las concepciones heredadas del medio rural no tardan en mezclarse con las vivencias propias, que se dan en otro medio, en Montevideo, y que corresponden a las ideologías obreras de mitad del siglo XX, y en este caso, dentro de la militancia en uno de los mayores sindicatos de nuestro medio, el de la construcción y afines.

De aquí en más, desembocamos en el imaginario que comparten muchos de nuestros entrevistados que se hicieron en la vida cotidiana laboral de los obreros de esta ciudad, y aquí, la fábrica y la obra son surcadas por una misma forma, maneras de subjetivación que poseen una misma entrada y salida, un mismo devenir.

Se cruzan las genealogías de movimientos del ámbito rural y sus formas de vida, que nos remiten al tipo humano del «gaucho» (Vidart, 1998), los recuerdos de Luis sobre una foto de su abuelo junto a la gente del caudillo blanco Aparicio de principios del siglo XX, y los relatos antes citados de boca de José. Todo ello se entrecruza y dispone de otra manera junto con aquellas formas humanas de existencia procedentes de la industrialización europea emigrada al Río de la Plata a principios del mismo siglo profundamente politizados y modernos en su carácter más general.

De allí en más el trabajo, además de ser oficio, es lugar en el mundo, es conciencia de clase, y la composición humana actual de la generación de uruguayos que investigamos va tomando forma nuevamente, donde la matriz política de la izquierda europea de la mano de los movimientos sindicales, se solapan a las existentes dos divisas criollas, quizás, la mayor dualidad de los componentes fundantes del imaginario social uruguayo
[2].



IV
Conviviendo en los lindes de la marginalidad



Estamos centrados en los efectos de la desocupación en quienes han trabajado a lo largo de sus vidas. Pero la sociedad uruguaya como casi la totalidad de las existentes en el mundo contemporáneo, está poblada por amplios sectores de seres humanos por debajo de la línea de pobreza, justamente ese límite que tiende a disminuir cada día más, pues incluye más de lo que se puede aceptar discursivamente. En los límites por tanto de los objetivos de nuestra investigación, nos encontramos en las fronteras donde distintas formas de ser conviven diferenciándose radicalmente por el factor que aquí nos es central, el trabajo.

La relación con los llamados cantegriles, que si lo expresamos en términos más abstractos, es la diferenciación y el conflicto que se vive entre las formas herederas de la industrialización última y aquellas que quedaron fuera de la misma, que llegaron tarde, y que hoy coexisten en un mismo espacio, representa el borde de nuestro campo de análisis de las realidades concernientes a las repercusiones de la desocupación. Este borde tiende a ser cada día más conflictivo, y trataré de exponer algunas consideraciones esenciales al respecto, pues aquí está en juego la existencia de quienes más sufren las consecuencias de la modalidad del capitalismo local, profundamente cínico y obtuso, que juega con el espectáculo de los pobres matándose entre sí.

Dos cuestiones al respecto: los antepasados de muchos obreros actualmente desocupados, provenían de otras regiones del territorio nacional como lo demuestran los árboles genealógicos construidos en las entrevistas, llegaron a la macrocefálica Montevideo por los años ´40 y lo venían haciendo desde antes en menor medida pero en forma continua. Vivieron también en aquellos sectores de la ciudad de entonces catalogados de marginales, como ahora se los cataloga a quienes son producto de las más recientes migraciones que responden al mismo macrocefalismo que entonces, nacido desde los comienzos de esta sociedad y presente hoy en día. Es el proceso centrípeto de una capital, que demuestra el fracaso de un inicial proyecto de nación en esta comarca tan etérea, territorialización nunca consumada.

Pero a la vez, la segunda cuestión, es que la situación actual es radicalmente otra. Unos, quienes se reconocen como obreros desocupados, se hicieron cuando la República Modelo aún estaba desplegada con cierta solidez, y luego en los ´50 protagonizaron su caída y el descenso general de las condiciones de vida. Los otros, quienes hoy son vistos como los cantegrileros, no han sido sujetos a una matriz moderna aplicada a la otrora clase obrera, necesaria para la industrialización que se vivía entonces, en la actualidad corresponden al mayor grado de exclusión social imperante en esta nueva forma de capitalismo local.

Comparten así una misma matriz migratoria campo-ciudad, siendo sujetos de un mismo movimiento poblacional de larga duración, que posee sus ritmos e intensidades muy estudiadas por los demógrafos, quizás semejantes necesidades que impulsan el andar y el despegue del territorio natal tanto ayer como hoy, simplemente comer y tener un techo. En la actualidad, el contexto estructural los diferencia en rumbos, posiciones e identidades. Yendo a lo que sucede entre estas dos formas humanas de existencia, productos de la historia de una misma sociedad, cohabitando o colindando espacios en la actualidad, nos encontramos con un conflicto cotidiano en pleno proceso de aceleración.

Tomando en cuenta los aspectos repetidos y los diferenciados entre ellos y que los componen, nos encontramos que es el trabajo el vector de subjetivación que marca la diferencia radical, a la vez que sigue siendo el mismo vector en esencia, el de la distribución de la fuerza de trabajo dentro de una misma sociedad, el que varía, pero que posee una misma entidad genealógica: es la historia de los modelos económico-políticos del Estado en relación al capital, a su naturaleza, no sólo a su cantidad, distintos modelos de distribución y enclasamientos.

Es por tanto el trabajo nuevamente lo que diferencia a los amplios sectores herederos de una cultura obrera industrial con los sectores marginales contemporáneos, cordones y periferias que los comparten como espacios en la ciudad, y desde esta diferenciación el conflicto se expande y cobra sus sentidos en lo cotidiano de sus vidas. Son innegables por tanto los efectos de la desocupación en estos sectores frente a este mismo conflicto, que a otro nivel representacional, en otra forma de institucionalización, está dado entre los clásicos sindicatos y las llamadas organizaciones de desocupados por ejemplo. Ocurre en nuestra sociedad, que el obrero desocupado y el desocupado de siempre, chocan.

Tenemos aquí por lo tanto la combinación de un movimiento migratorio de masas rurales hacia un centro concentrado como lo es Montevideo, y las transformaciones en la estructura económico-política, las del capitalismo local; se entrecruzan en las condicionantes de la realidad que se vive entre distintas formas de ser, son sus dos series de producción.

En la genealogía de la vida de Alfredo, este proceso aparece claramente, marcando las trayectorias de vidas emparentadas, dentro de un flujo social, reproduciéndose, y haciendo efectivamente historia en este caso. La vida de un sujeto es producto y productora de sociedad, en esa actividad combinada de diferencia y repetición, se gesta la particularidad del devenir en definitiva azaroso, pero objeto también de estructuras, sujetado como siempre a ciertas necesidades. Alfredo no conoció a su madre, se crió con su abuela, una anciana solitaria que los cobijó a él y a su hermano no mucho mayor. Habitaban por aquellos años finales de los ´40, la misma zona de la ciudad que hoy en día. Pudieron subsistir nos dice Alfredo, porque allí no pagaban alquiler, como él y muchos compañeros frente a la misma situación, hoy en día.

La convivencia conflictiva se da en pequeños complejos promovidos por las instituciones modernas, en políticas de vivienda diferentes pero tendientes a lo mismo. Es la misma zona donde pululan las villas marginales, donde comparten el mismo lugar frente a la normalidad de nuestro imaginario actual, el de excluidos, el de aquellos que no pagan impuestos ni servicios. Se trata de un conjunto de 8 barrios diferenciados según nombres propios, que componen lo que fue un extenso emprendimiento municipal dejado sin terminar y ocupado rápidamente. Esto los posiciona en un mismo espacio social como veníamos viendo, Alfredo tuvo que enfrentar y enfrenta hoy la tarea de poder organizar algo en su complejo de viviendas, tarea imposible, choques cotidianos que implican robos y abusos, actitudes incomprensibles frente a sus esfuerzos para junto con otros sumar fuerzas. En las entrevistas grupales de la curtiembre, esta problemática emergía una y otra vez entre los participantes:

“_ ... lo hicimos nosotros a fuerza del sacrificio no? Las casitas están, se notan, van allí ustedes, van a notar quiénes son las casa de, de quién es, de Gustavo, de Alfredo, de José.
_ Se armaron mucho, muchos problemas, ya cuando, por ejemplo, ya de arriba era eso porque, nosotros cuando, llegamos ahí era tremendo. La gente... se llevaban las carretillas a las casas y después vos tenías que jetearle viste, tenías que jetearle...
_ Y tienen vivienda hoy gracias a... Pero, no, no nos quieren mucho allí, muchos allí en el barrio, pero... Pero hoy en día nos castigan los propios hijos, los propios hijos de esa gente que vivía ahí nos castiga, dos por tres intentan robarnos... así que, hacernos la vida imposible y. Eso es hereditario.
_ Eso es lo que veíamos antes la diferencia...
_ Sigue igual, sigue igual.
_ Y no hay solidaridad, no hay solidaridad.
_ Si ves lo que es el Salón Comunal hoy, ah... montones de trapos, montones de papeles... Para un pobre era un lujo tener un Salón Comunal.
_ ¿Te acordás cuando hicimos la cazuela aquella?
_ Sí, después hicimos una cazuela para todos los niños, decían que los tratamos de ‘muertos de hambre’.
_ ... hicimos un espectáculo... ¡todo los gurises comieron! Hicimos la cazuela después, sí, y era, todos divinos los gurises viste, trabajando con los gurises y...
_ Se llevaron para la casa, mandaban ollas, ollas mandaban.
_ Y... al otro día nos peleamos. Los habíamos tratado supuestamente de ‘muertos de hambre’ a los gurises. ¡Teníamos un problema después!
_ Hay algo especial porque él, para hacerla más amena, para los niños y todo eso, se disfrazo de, de mujer, de viejita y, hizo un show, hizo un show, sí, sí, es muy especial él...

Y resulta que comparten un mismo espacio, y un mismo devenir encausado por las condicionantes sociales, promocionadas desde las mismas instituciones. Pero la diferencia radical, fue que cuando Alfredo (procedente de Melo, “de la frontera”) o José (de familia inmigrante italiana), o Pedro (con antepasados en Florida) eran jóvenes, el trabajo asalariado abundaba, y ellos eran valiosos para las propias condicionantes estructurales de entonces.

Hay por tanto una misma condición objetiva, en determinado tipo de procesos se trata de subjetividades producidas por una misma máquina social, pero las identidades son más que distintas, su convivencia es violenta, dándose así otro proceso dentro del cual quienes comparten una misma condición de existencia a múltiples niveles, se eliminan entre sí siguiendo cada cual su sentido particular, uno de ellos producto de la industrialización última y hoy precarizados por la desocupación, y los otros, quienes llegaron tarde, en una nueva fase del mismo modelo, que quizás podemos decir que es otro. Es un mismo Estado dependiente, una misma orientación geopolítica de la mirada, pero que pasa de un modelo de crecimiento y estabilidad interna, a uno desarrollista a partir de mediados de los años ´50 del siglo pasado, en el cual comienzan a desbaratarse los sectores productivos locales y con ello los dispositivos de producción de la subjetividad, proceso que tiene como uno de sus hitos el cierre masivo de los emblemáticos frigoríficos de la industria nacional, los cuales siguen siendo hoy en el imaginario de quienes superan los 40 años, figuras fuertes de referencia.

Son imaginarios distintos donde el trabajo como valor anclado en la experiencia vital marca la diferencia, una marca que hoy no puede nutrirse del mismo tipo de actividades como las que lo constituyeron en las anteriores décadas, mutación que puede disparar hacia muchos sentidos nuevos, pero donde la situación de violencia vivida requiere de un drástico cambio antes de que la convivencia no se transforme en un perpetuo enfrentamiento.




V
El desgaste de trabajar para poder trabajar



Ahora bien, estas subjetividades por donde se expande el efecto estructural de la desocupación actualmente, difieren de otras, y lo que investigamos es justamente esa diferencia en efecto y de allí en naturaleza entre modos de ser dentro de los montevideanos. Como construcciones históricas, los modos de subjetivación además cobran cierta autonomía, operan como máquinas y se reproducen a sí mismas, esto sucede cuando se despliegan las condiciones para encauzar el azar y las emergencias. El imaginario de una forma humana de existencia se desarrolla según un proceso que se pierde en la nada o en el llamado “magma” (Castoriadis, 1997). Se trata, en este caso que investigamos con historias de vida, de aquellos acontecimientos cristalizados y adosados a tal o cual valor transmitido a través de las instituciones, —tanto familiares como estatales y de todas las interacciones posibles—, en los años de formación o singularización primaria de un sujeto, en sus afectos más impregnados, en los que se define un carácter particular, que constantemente se va reformulando pero donde el entorno afectivo primero lo moldea como pocos.

Cuando luego, la fábrica o el taller se convierten en los espacios de socialización centrales, a veces la actividad sindical se le agrega a esto, y luego, de haber nacido y sobrevivido en situaciones tan difíciles, se consolida una identidad a través del trabajo, los efectos de su desaparición estructural hacen estragos en una configuración subjetiva que se había incorporado como podía primero, y después, se había erguido tras los mamelucos.

Todo colectivo que resiste como el de la curtiembre ocupada, a duras penas generalmente, tiene que enfrentar el proceso de desgaste que se experimenta frente a las condiciones actuales en que se da la explotación en esta sociedad en concreto. Pues se trata de lo que decíamos, trabajar para poder trabajar es lo que desgasta, el esfuerzo enorme en reunir mínimamente las condiciones y los medios, desde la materia prima hasta el cliente, se lleva mucha de la energía disponible, de toda máquina, incluidas las semióticas y las sociales. Había un contrato, se luchaba por sus términos pero existía un posicionamiento, una explotación que reavivaba una lucha. Y hoy en día, lo mejor para ellos mismos sería un patrón, sería volver a tener un contrato donde ser explotados y negociar los términos de dicha actividad enmarcada en una relación desigual de extracción de plusvalor.

El obrero mayor de cuarenta años más o menos, quiere que la máquina que opera goce de buena salud, que no falte materia prima para transformar, que no falten intereses que demanden el producto que se elabora, para por fin, dedicarse tranquilamente a producirlo, a hacer lo que sabe hacer. Como sistema cultural sustentado por valores y formas de significar, como imaginario construido por fuertes redes sociales en sujetos que superan los cuarenta años de edad, podemos comprender el universo que se nos muestra en esta experiencia, donde se pide a gritos que alguien o algo se encargue de los medios en esta sociedad justamente en la cual son los medios lo que antes los campos, donde se juega la lucha, casi imposible de ser localizada.

“La autogestión no llega, es muy difícil, muy difícil que la autogestión llegue” me decía Pedro en una de nuestras últimas entrevistas.
Y aunque los medios estuvieran disponibles, hay un tema de “idiosincrasia del obrero” como él mismo conceptualizó negativamente, o como Luis proclamó positivamente, hay una “reserva moral de la clase obrera” que los mantiene en pie a pesar de la crudeza de la situación actual.

La posibilidad de concebir un afuera de la situación, la apertura del campo de visibilidad que imaginan estos uruguayos en resistencia, está fuertemente obturada por todo aquello que de inexorable nos presenta la realidad social, cada vez definida más en términos de un tipo de concepción de lo económico, de rentabilidad y ganancia, y donde todavía en la actualidad el pensamiento único desplegado por el neoliberalismo en las décadas anteriores se mantiene en pie aunque en decadencia.

El sistema político que se funda en el discurso de la ganancia y la excelencia, tensiones que surcan Estados e instituciones de toda índole, el que se para haciendo piruetas en la economía como el máximo saber instrumental, es el mismo para el cual el mundo del trabajo tal cual lo conocimos debe ser erradicado. Lo que suceda con los sujetos víctimas de estos cambios a una escala gigantesca los tiene sin cuidado, el discurso ya consabido en el cual la desocupación es un problema muy difícil de resolver, y ante el que se hace todo lo posible, es un discurso fantasma que hace de los obreros espectros para la representación social más abarcativa.

Pasan los años y la situación va tornándose estructural, se instala en la reproducción social. De esta manera, la exclusión en el imaginario opera de diferentes maneras, y no es sencillamente el opuesto a la inclusión. Se trata de la perversa forma en que se niega una crisis civilizatoria, que nos incluye a todos en esa tan temida imagen del aislamiento; monstruo social que sirve para asustarnos por parálisis, ante procesos que siguen sin poder ser aprehendidos y posiblemente transformables. El fantasma tiene el rostro de los desposeídos, figura tomada en estos últimos días como la de los actores de los saqueos, y donde queda justificada la represión que va en aumento para sostener un orden insostenible, producto de la degradación de las condiciones de vida en su más alto grado en la historia de las sociedades de la región.

El miedo, la inseguridad, tienen que ver con la forma en que el sujeto encara lo contingente, pero cuando el estado de alerta, de peligro, se instala como condición cotidiana en una sociedad, las formas culturales que van generándose, los significados que van construyéndose para poder concebir una cultura socialmente compartida, se distribuyen y jerarquizan tomando como matriz los axiomas que el capitalismo en este momento trata de sostener, donde cada vez se es viejo más pronto, viejo como sinónimo de inútil, improductivo, no ser utilizado para dar ganancias, o, se desarrolla un contra- imaginario en el cual tratar de rescatar la dignidad lidiando todos los días con la realidad apremiante.




VI
El modelo en el «medio» es donde se rompe



El trabajo, en lo más compartido de la sociedad uruguaya, surcando transversalmente los estratos, las clases y las masas, sigue apareciéndonos desde el discurso de los entrevistados como aquella actividad que dignifica al ser humano, producto de las migraciones que poblaron estas tierras en las primeras décadas del siglo XX, de la conformación de una sociedad estatal de funcionarios y obreros en una Tacita de Plata amortiguadora de los cambios bruscos, sobre un fondo caracterizado como oscuro e impuro, y buscando los mitos fundacionales en otra parte.

Los componentes de la fuerte matriz del batllismo perduran en múltiples formas, y se entrelazan con el liberalismo económico que hegemonizó los influjos directrices de las instituciones locales en las últimas décadas. Es así que, a pesar de desarrollar políticas tendientes a la eliminación del empleo, en el discurso social, en las ideas que circulan por todo tipo de medios, en el espacio de interacción social donde se encarna un imaginario, el desempleo aparezca también recubierto de un halo de interés social. Son los efectos del batllismo contemporáneo, llegándose a la cínica situación actual en la que las autoridades ministeriales ofrecen “comida gratis” para seguir intentando disimular la inexistencia del trabajo, velar la cruda imagen de lo real materializado en las carencias y necesidades extremas.

La sociedad amortiguadora, de las medianías, deviene sociedad de la obturación, de los abismos; el espacio de interacción se llena de fantasmas de lo no dicho, pero hay que mantener la calma, somos muy pequeños ante una globalización en expansión, y de esta forma se reenvían las problemáticas propias hacia un afuera gigante, el ideomito (Trigo, 1997) del Paisito, del País Petiso, sigue conviviendo en nuestras mentes y palabras. El trabajo como valor social, constituido por la constelación de valores en torno a la honradez, el ahorro, el respeto, la dignidad, el esfuerzo, no encuentra mucho asidero en el campo de interacciones cotidianas donde la ‘competencia’ se implanta como el valor aceptado por todos en la última década pasada.

Entre los dos mundos promovidos por políticas institucionales diferentes pero emparentadas en una misma genealogía, se pasa de tonos social-demócratas a unos estrictamente liberales, pero manteniendo una cohesión en el discurso instituido que mantiene como paralizado el tiempo en espera de no se sabe qué cosa. Las nuevas generaciones, los hijos y más que nada los nietos de nuestros entrevistados, viven el trabajo de otra manera, se han criado en la inseguridad y la precariedad de un mercado laboral en decadencia, los sentidos que pueden sostenerse son muy distintos al respecto, y las generaciones de mayores de 40 años no pueden dejar de sentir vértigo ante el deterioro de valores y sentidos que antes constituían su mundo de referencia, nada más y nada menos que los parámetros de lo que era la realidad para sí mismos y en relación a los otros.

Tener trabajo hoy es algo así como una suerte del destino, un premio del azar o una bendición divina, para quienes creen en instituciones religiosas, un milagro o una ayuda otorgada. Nada asegura que, un hijo, un nieto, desarrolle su vida a través de los modelos de subjetivación que giran en torno a tal o cual trabajo, actividad específica en la división social del mismo. Ni que hablar de la línea tomada por amplios sectores de la otrora clase media, el camino burocrático en lo que fue nuestro Estado, hoy en proceso de autoeliminación.

Los sujetos provenientes de los sectores medios parecen ser los más afectados por la depresión desencadenada por la desocupación. Toda una forma de vida donde la imagen de trabajo estaba asociada directamente con un determinado nivel de vida, rasgos que definían una cualidad identitaria de clase, en los gustos y consumos, en una seguridad amortiguadora de los procesos de cambio. El Estado Benefactor de principios de siglo XX configuró, dentro del proyecto modernizador, la extensión de una clase media gracias a la generación de una fuente de trabajo que, aunque no colmara la totalidad de las posiciones, sí hegemonizaba centralizando la imagen de solidez y orden sobre sí para la extensión de toda la sociedad. Aunque no todos vivieran de trabajar en el Estado, ser funcionario público implicó una de las metas más importantes en nuestra sociedad, y la imagen de este tipo de trabajo fue y sigue siendo para muchos el modelo con el cual se definen todas las demás formas posibles.




VII
El estar sentada de Elsa



Nos hemos encontrado recurrentemente con los trazos particulares de una misma genealogía social. Desde procedencias emigradas a principios del siglo XX, una posterior estabilización de las condiciones humanas de existencia, y un posterior proceso de degradación en las condiciones de vida, se vuelve a recaer acercándose a los niveles mínimos de subsistencia en diferentes grados. El movimiento de una clase media moderna emergida de las migraciones desde fuera del continente y desde lo rural hacia la ciudad en menor medida, declina abruptamente en las últimas décadas del siglo XX y principios del XXI.

La desesperanza, el influjo de depresión psicosocial, viene dado por el sufrimiento de estos sectores y otros que comparten un mismo imaginario más allá de las particularidades concretas, bajo un mismo manto de significaciones y valoraciones. Y es que la clase media uruguaya desborda toda identidad de clase, está instalada en el imaginario social como la forma misma del ser social, extendiéndose hacia arriba y hacia abajo en valores y normas de conducta en los cuales lo único compartido es el horizonte que enmarca a las subjetividades tan disímiles en otros registros, en otros vectores, nos referimos a la propia imagen de lo nacional como aquella pequeña sociedad honrada y en ascenso gracias a la labor de todos sus ciudadanos; la dimensión de la uruguayidad. La distinción de clase en sí y para sí nos es aquí útil, refiere a este proceso al que aludimos. Lo interesante es que para el caso particular de esta sociedad, la imagen de una clase social no es real en tanto desborda toda condición compartida cuando se extiende tanto; desde sectores altos a los que colindan con la marginalidad. Pero por ello mismo, se eleva como imagen a una dimensión más abarcativa, junto a íconos como los fundadores de la patria, en el panteón de la nacionalidad misma, a la mitología racional.

Un caso riquísimo al respecto de este proceso nos lo brinda uno de los trabajados en el campo por Mabela Ruiz. Elsa, nos relata Mabela, trabaja hoy día en una feria vecinal hacia el oeste de Montevideo. En un puesto de venta de prendas de bajo costo, de mínimas dimensiones, pasa la gran parte de su vida, mucho más que en cualquier otra actividad remunerada con anterioridad.

Elsa proviene de un hogar humilde, su madre era cocinera contratada por particulares. En determinado momento, a los 20 años, Elsa pudo encontrar empleo en el ámbito de las compañías de transporte de pasajeros, donde trabajó durante 28 años de su vida y desarrolló también una militancia sindical. Experimentó un ascenso social a lo largo de su madurez, hasta que quedó desocupada. Hoy día siente una bajada abrupta que la posiciona no en el mismo lugar de humildad de sus antepasados, sino en algo peor, más denigrante, pues el movimiento es de retroceso, y la dirección corresponde a la valoración.

Es increíble cómo funciona el capitalismo contemporáneo, Elsa en la actualidad como decíamos, vive de un puesto callejero de venta de prendas que la tiene atada más que cualquier otro trabajo anterior. Pasó como la gran mayoría de los desocupados de un sector formal a uno informal, para ganar por supuesto mucho menos, pero para ser explotada mucho más.

La energía que deja diariamente allí es abismal, necesita estar presente constantemente pues así lo requieren los controles municipales, y el propio estilo de vida que junto a sus dos hijos estructuran su vida cotidiana como resultante estratégica ante la imposibilidad de una nueva contratación. Alguna que otra prenda es vendida, a lo largo de un día entero allí sentada entre las ropas colgadas “¡eso no es estar ocupado, eso no es un trabajo!”.

Eso no es trabajo siente Elsa, pero la energía que le consume el local no tiene parangón con ninguna de sus anteriores actividades, además, no posee patrón ni superior. Extraña actividad pues.

Lo que sucede es que la imagen de trabajo aquí está indisociablemente ligada a los ingresos de capital, es decir, el parámetro que otorga o no una cualidad a una actividad es la ganancia que esta permita obtener a cambio del esfuerzo personal. No debemos olvidar que la imagen siempre está acompañada de un afecto que inviste, la correspondencia entre la imagen y lo que se siente de ella establece relaciones excluyentes y definitorias por esta operación, la identidad de una imagen. Si en las subjetividades obreras habíamos visto que las redes son más valoradas, o corresponden al parámetro definitorio de la identidad de una imagen del trabajo, en este otro tipo de forma de ser de una misma sociedad, el parámetro es otro, es el resultado de otras relaciones entre valores que pueden ser compartidos a nivel social, el parámetro aquí es la retribución por lo trabajado, en términos contractuales que corresponden a una ideología, la que fue el marco de la emergencia que hemos venido tratando de objetivar, el del Uruguay moderno, ejecutor material de un universo existencial de ciudadanos laicos y respetuosos de la ley por encima de todo.

Por supuesto que la imagen de trabajo para este caso también conlleva el sustento de una identidad subjetiva definida por iguales y diferentes. Las redes participan claramente en este proceso como en todos, pero lo interesante es el carácter mismo de esta red particular, la relación entre conciudadanos ideológicamente expresado en la emergencia fundante de principios del XX disponiéndose a través de todas las instituciones, procedencia de la forma en que el adulto uruguayo de clase media se vincula con los demás desde su forma de ser.

No es de extrañar que el aislamiento se de con mayor frecuencia en estos casos, y que sea mayor cuanto más se sube en la estratigrafía socio-económica. Todo esto se experimenta en la experiencia, no es por tanto casual que la realidad hoy tenga a Elsa entre sujetos que no puede reconocer como iguales, como sujetos con quien articularse para producir determinada cosa, un estado del mundo, un modo de existencia compartido que habilite diálogos y mezclas. En la feria; no tenemos aquí una configuración identitaria que comprenda este tipo de subjetividades en este tipo de entornos, situación particular producto de la desocupación; lo que resultaría más positivo en la valoración de la realidad experimentada por ella misma. Por el contrario, Elsa no se siente estar entre pares, y las escasas ventas antes que nada, junto a la exigencia que requiere el mantenimiento del local en la feria (relación costo—beneficio), hacen de la situación actual objeto de angustias y rememoraciones hacia un pasado mejor, donde era empleada por otro.

Llegó a la feria luego de mucho buscar, insistentemente al principio, con cierto optimismo, en un claro ejemplo del devenir de un desocupado medio (Neef, 1996). Igualmente la situación parece no ser tan humillante como la de su amiga Verónica, y allí Elsa realiza una comparación con una par, una prójima, en la cual se considera mejor dispuesta dentro de la misma crisis vivida por ambas. El argumento central es la actividad y el lugar. Elsa hace referencia a que Verónica trabaja de limpiadora en la escuela pública donde concurren sus hijos; interpreta la situación como un paradigma de la posible humillación ante la cual la realidad hoy nos puede exponer.

Su propia situación queda así mitigada en cierta forma, entre el pasado perdido y añorado, y el presente depresivo en un espacio que siente hostil. Como un átomo sin enlaces, Elsa maneja su puesto en la feria sin contacto casi con los demás que comparten hoy su misma situación. Además, el ámbito laboral donde se desenvolvió la gran parte de su vida, fue también el ámbito de constitución de sus lazos más esenciales, así lo percibe y nos lo relata.

“...Era otro tiempo, era otro tiempo... era más joven, y había posibilidad de trabajo... fueron 20 años, toda una vida ahí que hice... me ennovié, me casé, tuve mis hijos, me operé... me separé, todo en [la compañía de transporte] y falleció mi papá, todo una vida... Y en cada cosa que lograba me sentía puedo, ¡puedo!, ¡lo logré!, ¡lo logré!... Me siento diferente... Es la calle esto viste. No se puede limpiar mucho acá, porque el agua te va para el otro puesto... Y... yo era más coqueta. Me pintaba todos los días para ir... usaba tacos, trajecitos, en una agencia de viajes... Acá también si venís muy, muy arregladita como que estás desubicada en tu ambiente, acá es otra cosa, acá vengo más de calzas y de... sin estar, viste, vengo así pero sin estar... pero ya no me pinto tanto... yo acá no tengo compañeros de trabajo. Pero, ta... Tenía más amistades... mismo de este último trabajo que tuve yo sigo con algunas amistades... Nos hacíamos regalos y éramos amigos y todo lo demás. Acá ni se me ocurre, ni se me ocurre no por lo económico, acá no se me ocurre porque no considero a ninguno amigo... Compañero de trabajo hay alguno que se puede decir que son compañeros, viste, pero de esta mano me sobran dedos...”

El estar sentada de Elsa nos remite a un tipo de agenciamiento, a una disposición que ubica al ser en el mundo a la espera, en una tensa situación de calma obligada. Pero la dignidad está salvada, a dicho precio, al precio del aburrimiento y el consumo del deseo en la espera de un par de ventas diarias. Verónica se ve indignada por tener que limpiar en la escuela en la que sus hijos concurren, pero no vive la angustia de la espera por una pequeña entrada de capital. La diferencia entre estos casos enlazados por la cercanía de la amistad, la podemos comprender con la diferencia que existe conceptualmente entre trabajo y empleo; pero sin olvidar, que es el ingreso de dinero lo que primeramente define toda valoración, así lo demarca y exige un estilo de vida constituido en otra época en la cual era sustentable y al cual no se puede renunciar. Elsa nos dice que estar en la feria no es estar ocupado, no es estar empleando el tiempo y la energía en producir algo.

¿No es más voraz, como institución totalizante, el tipo de trabajo informal que hoy posee en relación al tipo de trabajo que marcó su vida, cuando era contratada de una empresa y militaba sindicalmente? El trabajo informal es más voraz que el moderno, en este caso, consume más energía vital y reditúa menos. Los horizontes de expectativas que culturalmente sustentaban este imaginario social, han sido drásticamente trastocados, abriéndose una raja dentro de la cual parece todo caer.

Al respecto, de los mitos fundantes del imaginario que estos sectores medios cultivaron, nos encontramos con la meta o proyecto de vida para el cual la jubilación y el ahorro prometían una vejez cómoda.

“No me gusta pensar que me voy a jubilar en esta feria, yo quisiera igual aunque sea de empleada estar en otro lado, no me gustaría morir... una forma de decir, en esta feria, pero soy también realista, tengo los pies en la tierra que para poner una agencia de viajes ahora...”.

Las aspiraciones son otras, la realidad experimentada es tormentosa, la imagen de trabajo no acepta ser modificada, como decíamos, para estas subjetividades, primeramente siguiendo un razonamiento económico que en lo concreto es necesario para sustentar un estilo de vida, y desde allí, por una identificación con una auto-imagen de trabajadora, que pone en relación valores referidos al género.

La identificación de clase no es tan clara, se diluye en la amplitud de la medianía que caracteriza a la sociedad uruguaya. Quizás, muchos de quienes trabajan en la misma feria del oeste montevideano comparten mucho de lo que Elsa ha pasado y hoy enfrenta, pero no lo saben, no se dan un espacio de interacción donde confluir en expectativas y acciones concretas. Elsa seguirá soñando con un trabajo de verdad, es decir, un trabajo donde su propia imagen exterior concuerde con la interior tan atacada por las condiciones existentes, mientras la vida sigue su curso y reclama diariamente ser llevada adelante, en ese pequeño espacio en el cual distribuye sus mercancías a la espera de algún ocasional cliente.




VIII
“Trabajar democracias”



Marta posee una historia de vida agitada, de idas y venidas, y de participación en procesos sociales desde valores emancipatorios, que en estos tiempos, para su generación, aparecen como fuentes que cuestionan a su propio proceso identitario. Claro, cuando conocemos su vida más de cerca, podemos distinguir las huellas por donde fue conduciéndose a través de sucesivas experiencias dislocadoras, desterritorializantes muy abruptas, pero por su propia acción como sujeto auto-definido de cambio, creyendo y por ello intentándolo, viviendo sucesivas aperturas a condiciones que fueron transformando sus cimientos.

Había nacido en 1947 en un pueblo del interior. Un padre simple, bueno, muy trabajador, gallego de origen, de una familia montañés, junto a su madre de ascendencia criolla, y a un hermano mayor por un par de años, conformaban su núcleo familiar. En la adolescencia fue enviada junto a su hermano a respectivos colegios privados católicos para seguir una educación adecuada, mientras el padre no paraba de acumular riqueza a fuerza de ahorro en los distintos negocios que iba teniendo en el pueblo. Después, los agitados años ’60, el cambio reclamado por ella y su hermano ante la generación mayor, el cambio a un liceo público, y la entrada en los movimientos revolucionarios de entonces, en la militancia. Después, con el advenimiento de la Dictadura militar, el exilio.

Primero Buenos Aires, de ahí al Chile de Allende, después hacia Cuba. Allí trabaja “por primera vez, fui obrera, con carnet de proletaria y todo”. De allí se dirige a España, llegando por recuerdos a la casa de su abuela paterna de sorpresa, la cual había visitado de niña. Su padre la había estado buscando, sin dejar de trabajar en los almacenes y tiendas, en el mismo pueblo del interior uruguayo, la familia se había disgregado definitivamente desde que su madre se había plegado a ella y su hermano en las acciones políticas.

En España trabaja de lleno en la vuelta de la democracia a poco tiempo de la muerte del dictador Franco, directamente vinculada a la acción del partido de gobierno, desde el Ayuntamiento como asistente social, profesión que estudiara luego de trabajar como limpiadora, vendedora, secretaria. “Laburamos democracias” nos dice, su vida transcurrió activamente en España hasta 1984, luego, de retorno, también inaugura la democracia argentina bajo el gobierno de Alfonsín, y luego al año, la uruguaya.

Aquí tampoco tiene problemas para conseguir trabajo, y se inserta en organismos no gubernamentales y estatales de atención a la infancia. Después de dos años allí, renuncia a causa del perfil y la política social impartida por la institución, los malos tratos estaban al orden del día. Renunció, de allí en más como asistente social nos dice, no pasó más allá de hacer algún que otro proyecto. En ese mismo año nace su segundo hijo, y su vida laboral se reduce a la de “profesión madre”.

Lo que más le pesa a Marta es la pérdida de los vínculos profesionales, la ausencia de una red donde expresarse y desarrollar su oficio. Igualmente afirma haber elegido ello, haber elegido dedicarse a la creación de una familia propia, y ello aparece como una opción en desmedro del trabajo. Si tenemos que ubicar una imagen, en este caso nos enfrentamos ante valores para los cuales no es admisible un tipo de tarea que no sea la intelectual y política, la asistencia, para la cual estudió, tampoco cubre sus expectativas, no volvería a trabajar otra vez con la pobreza, está cansada y desencantada. Parecería que es la posibilidad de hacerse cargo de los negocios heredados de su padre fallecido, la única que ingresa en el plano de lo imaginario, para lograr cierta tranquilidad económica que le permita proyectarse hacia ello sin más problemas, salvo las disputas familiares por estos bienes. Pero la crisis estructural golpea también este tipo de subjetividades herederas de cierto capital acumulado por la generación precedente.

Pero el estilo de vida confortable en el cual nació había terminado desde el momento en que emprendía el exilio forzado, alternándose entre buenos y malos momentos. Cuenta por tanto con cierta estabilidad frente a la desocupación generalizada, los efectos de la misma en su forma de ser están dados más que nada en la falta de una actividad que la defina como sujeto de acción, tal cual ella se vio y se constituyó a lo largo de su vida.

“Ahora soy la madre de, la mujer de”. La elección de apartarse de estos vínculos sociales tan valorados en su ausencia, se sustenta en su deseo de ser madre, “no lo considero poca cosa”. Ella lo necesitaba. Sus actividades principales son las reuniones de padres, “estoy tratando que me salgan bien las cosas en mi familia”. Igualmente se siente un poco deprimida en el contexto actual, aunque puede guardar cierta seguridad para el futuro que no la poseen en general otros desocupados. El trabajo en su vida se confunde con sus ideales y sus metas más íntimas, no escatimó en limpiar cuando ello era bien remunerado en el exterior, como la gran mayoría de los exiliados de ayer y de hoy. Pero el trabajo en instituciones, donde desempeñaba su profesión, la desilusión frente a un mundo que no siguió las tendencias que creía iba a seguir en los años venideros, la tiene depositando todas sus energías en sus hijos.

Lo que queda es la herencia acumulada del ascenso de su padre, en disputa, un negocio en un pueblo al que hay que levantar a flote si pretende vivir del mismo, y la necesidad de hacer ello es cada día más real, ya no puede esperar y tomarse la libertad de elegir no trabajar. Sería por tanto la dueña, sería por tanto una empresaria independiente, portando una genealogía que la ha hecho pasar por experiencias laborales tan profundas, donde las actividades que desarrolló en una época, eran mucho más que un simple contrato laboral, era una apuesta a otro mundo el cual nunca llegó.




IX
El influjo de desesperanza y depresión



El influjo de desesperanza y depresión, el movimiento descendiente y desacelerante de la incapacidad, viene segregado por la inmensa mayoría de la clase media centenaria en dilución. Aclaremos que vamos más allá de sujetos concretos, tratando de conocer los modos de subjetivación, las formas de ser como entidades vectoriales, maneras antropológicas que surcan los cuerpos y las cosas, combinándose en múltiples formas. Clases y sectores constituyen campos según tomemos en cuenta el interés, la intención, o el deseo, ninguno es excluyente. La desocupación impacta en estos ámbitos de interacciones y producción de subjetividad de forma diferenciada. Los sectores populares no lo viven de la misma manera, existe una memoria cultural de la supervivencia, de ideación de estrategias y formas del deseo, que compone un archivo y constituye un modo fundado en sus particularidades. No existe “neurosis de clase” como efecto causal de la falta de dinero. Por supuesto que su falta concentra y produce angustias, pero no existe neurosis por carencia de dinero como en las otras clases, o lo que queda de ellas.

Existe una herencia transmitida en lo que hace a la antaño clase obrera nacional, signada por el desarrollo de importantes ideologías políticas. Y también existen amplios sectores marginados, viviendo en cantegriles y en una exclusión social general. La depresión de la clase media pesa sobre los sectores populares, los aplasta y no los permite emerger. Es que la clase media uruguaya es tan homogénea y solidificada que la capacidad para crear estrategias alternativas para la satisfacción de la subjetividad no es posible, hay sensaciones de vacío, de caos puro, de miedos hacia todas direcciones, de desplome y pérdida de una forma de vida necesitada de un colchón perpetuo, de una seguridad tal, que en el fondo, hacen en el Uruguay, del Estado un Padre, y de éste un Dios.

Estado como Orden más que estrictamente forma institucional de las democracias occidentales. Me refiero a nuestra cotidiana condición de conciudadanos, el civilismo que hemos cultivado a lo largo del último siglo y que tan hondo ha marcado a quienes investigamos en esta oportunidad. No se trata de una sociedad religiosa como la argentina o la mexicana, la boliviana o la brasilera. Herederos de modelos europeos de subjetivación, y luego de la consolidación del estatismo desde principios del siglo XX con las dos presidencias de Batlle y Ordoñez, los uruguayos, especialmente montevideanos, conformaron, gracias al influjo migratorio de aquellos años y a la puesta en práctica del organigrama batllista, una clase media potente en su gris emparejamiento de las diferencias y no sin buena voluntad política, terminando a la postre muy cómoda en los colchones de un orden social conservador.

La meritocracia, el modelo laboral burocrático, ha sido eliminado de las instituciones, y es hoy el de la excelencia el que se yergue como nuevo paradigma del trabajo, pero ya en su fase de decadencia. Además, existe una diferencia no menor entre lo que dicta un modelo y la propia realidad en la que termina por acabar siendo. Nuestro análisis trata constantemente de posicionarse en el campo de batalla, siguiendo como Foucault las prácticas de los dispositivos y no meramente sus directrices axiomáticas o reglas. De otra forma no estaríamos conociendo la realidad, tan solo se trataría de lo que se piensa de la misma desde los esquemas que tratan de legitimarla.

La implantación de este nuevo modelo imaginario no es de la misma índole que el anterior, el cual persiste —principalmente para los sujetos mayores de 40 años—, no logra colmar las expectativas de los sectores sociales como el de antaño. Quizás en la última década del siglo pasado tuvo su momento de auge, pero la decadencia no tardó en llegar con rapidez. Igualmente, los sectores altos sueñan y sustentan un mundo de este tipo, managerial (Aubert y De Gaulejac, 1993), al que los desocupados de todo sector, mayores de 40 años, no pueden acceder, sencillamente por su edad, requerimiento que segrega como ningún otro de los componentes de una subjetividad, a lo que se le agrega un sin fin de categorías excluyentes todas referidas a las cualidades y capacidades del sujeto para hacer.

Se podría pensar que a los sectores más altos de la sociedad la desocupación no los ha afectado. Por el contrario, como pudimos investigarlo con todo el equipo, en estos sectores se dan cada vez más casos, y corresponden a los de mayor grado de vergüenza social, de aislamiento, sujetos que han tenido una vida de ostentación y bienestar, una imagen social de solvencia y comodidad sin igual.

Aquí sí la diferenciación de géneros es de las más acuciantes. También se ven diferencias por supuesto a lo largo y ancho de todo el entramado social, pero en los sectores que provienen de los antiguos ricos, los hombres y las mujeres se estructuran de una forma profundamente dual. Ellos pasan su vida trabajando en el espacio público, y ellas dentro del hogar, trabajando en la imagen del hogar frente a los pares de clase, en la producción de imagen en el círculo selecto de amistades, el cual, es abruptamente abandonado por la enorme vergüenza de no contar con la forma de mantener lo que antes se desplegaba, se representaba.

Por tal motivo, nos preguntamos si es pertinente hablar de trabajo cuando nos referimos a la vida de estas mujeres. La propia noción es difícil de concebir en este tipo de subjetividad, donde la actividad desarrollada a lo largo de la vida ha consistido en llevar adelante lo que culturalmente era concebido como el espacio privado. Estas mujeres, que por múltiples razones necesitan hoy de un ingreso de dinero para subsistir, no tienen más estrategia en mano que buscar empleos relacionados a este tipo de actividades, como ser arreglos florales, enseñanza de llamados “buenos modales y protocolo”, etcétera, toda prácticas ancladas en la Belle Époque, de la burguesía uruguaya de principios del siglo XX.

Esto las diferencia radicalmente de mujeres de perfil obrero, las cuales se formaron en un grado de autonomía que hoy día no pierden y que es la que las mantiene en pie y les da el impulso para seguir adelante, como en el caso de Silvia, compañera de la curtiembre ocupada a la que hacíamos referencia anteriormente.

Los hombres de estos sectores altos desocupados por su lado, sufren el deterioro de su imagen en el espacio público tanto como en el privado, cuando en la mayoría de los casos el divorcio viene acompañado del despido, hecho muy extendido a lo largo de todos los sectores sociales, como el suicidio, pero donde aquí se expresan en su mayor crudeza causal. Víctor, que llevaba adelante una vida doble, una vida dentro del hogar y la familia correspondiente a los parámetros esperados por su entorno, y una vida fuera, en la cual desarrollaba actividades más allá de la obtención de bienes y su acumulación, pierde la posibilidad de desarrollarse en ambas esferas. La pérdida es total, la imagen del trabajo sigue siendo la de un empleo altamente remunerado, de prestigio social, vinculado al profesionalismo y la empresa. La imposibilidad de acceder a un tipo de trabajo de este tipo, junto a la caída abismal de las condiciones de vida en la que se estaba acostumbrado a vivir, generan los mayores grados de sufrimiento social en todo el entramado.

“... nada debilita ni paraliza tanto como la vergüenza. Ella altera al individuo hasta la raíz, agota las energías, admite cualquier despojo, convierte a quienes la sufren en presas de otros; de ahí el interés del poder en recurrir a ella e imponerla. La vergüenza permite imponer la ley sin hallar oposición y violarla sin temer la protesta. Genera el impasse, paraliza cualquier resistencia, impide rechazar, desmitificar, enfrentar la situación. Distrae de todo aquello que permitiría rechazar el oprobio y exigir un ajuste de cuentas público con el presente. Más aún, permite explorar esta resignación, así como el pánico virulento que ella misma ayuda a crear. La vergüenza debería cotizarse en la Bolsa: es un factor importante de las ganancias...”
(Forrester, 1997).




X
La imagen de un mundo sin trabajo



El sufrimiento desencadenado por la ausencia de un sentido, se debe a la ausencia de aquello que lo proyecta; el empleo, reflejo de un pasado destruido. ¿Cómo afecta la imagen al sujeto, y en particular la imagen del trabajo? La imagen se da de una vez, toda, no enseña ni es racional, su valor corresponde a la apertura o clausura de la visibilidad de una subjetividad, más allá de lo posible, sin evaluar necesariamente lo concreto, más bien trascendiéndolo en tanto acabado ideal. Por ello es sustancial su existencia, pues aunque no se reduzca a ella, la imagen es la posibilidad misma de que algo sea posible, pensable con posterioridad, según movimientos reflexivos.

Imagen-afecto: imágenes vergonzosas, humillantes, o dignificantes, alegres, levantan o despojan al sujeto con afectos así polarizados en lo que es la continua variación de su existir. La imagen de una máquina rodeada de rostros conocidos, de amigos, o una oficina donde humeaba el café y se estaba maquillada y con tacos, pueden convivir junto a otras que más vale no recordar.

En el pliegue sobre sí-mismo se constituye la interioridad de un sujeto, la auto-imagen, que lo engloba, lo contiene nunca definitivamente, pero sí delineando sus bordes. Esta auto-imagen del sujeto como trabajador está imantada por la imagen que lo supera, que viene desde el afuera. Cortando todo el entramado social compartido por los montevideanos mayores de 40 años, a pesar de la fuerte dignidad de los obreros, la imagen del trabajo sigue estando indisociablemente ligada a la noción de utilidad. Todo desocupado se siente inútil en algún sentido de los infinitos posibles, y vive esta angustia a pesar de contar con un grupo de solidaridad fuerte.

Lo único que permite la superación de esta condición, es el sentimiento de resistencia. Es este sentimiento el que mantiene con vida a los obreros de la curtiembre ocupada en la que profundizamos nuestro trabajo de campo dentro del equipo, junto a la red de intercambios que pone a las distintas materias necesarias para la vida en circulación. Es la única manera de llevar adelante una actividad, de concebirse como sujeto en la acción, haciendo algo útil, más allá de la producción de determinado bien, o el empleamiento de la fuerza de trabajo en alguna tarea. También todos comparten los ecos de un imaginario en desaparición, algunos lo conciben en plena mutación, otros se atan a su extinción lastimosamente, y la gran mayoría queda inmersa en el movimiento pendular entre estos dos extremos.

El trabajo en estas subjetividades investigadas, en estas formas de ser humano particulares de nuestra sociedad, sigue siendo concebido como “lo normal” para la vida de cualquiera, a pesar de que se trate, al borde, de subjetividades que jamás hayan realizado ninguna actividad intercambiada por dinero u otro bien de uso. Pero aquél trabajo que dignificaba, aquella actividad que consagraba la decencia y la honradez, está desapareciendo irremediablemente, aunque sus ecos perduren.

Sin imágenes nos quedamos paralizados como los animales frente a una luz cegadora. Las imágenes de la memoria, tampoco alcanzan para movilizarnos, cuando no podemos encontrarlas en el mundo en que nos insertamos. Superando lo real, englobándolo, el imaginario necesita de un anclaje concreto, de experiencias vitales de donde se extrae la materia prima a significar.

Al desparecer el flujo de trabajo, la posibilidad misma de desarrollar tareas en el mercado, la única salida posible es abrirse del mismo, buscar alternativas más allá de las redes capitalistas en otro tipo de actividades que produzcan a pesar o por fortuna, algo más que un valor de cambio, soportando a la vez la escasez de recursos, lo difícil de la sobrevivencia. No podemos atarnos a imágenes caducas, eso es lo peor que nos puede suceder.

Avizorar un futuro distinto, requiere de mucho esfuerzo por parte de uruguayos formados en un mundo en el cual el trabajo asalariado abundaba. Pero las condiciones de explotación siempre existieron, y quienes las han padecido más crudamente, son quienes más dispuestos o agenciados se encuentran para mantener en pie la búsqueda de una vida sin dolor, por la consustancial experiencia que históricamente los ha caracterizado.
El mercado capitalista contemporáneo, sigue expulsando sujetos por considerarlos caducos, inservibles, y no existe por el momento otro destino verdaderamente distinto para ellos, que la renovación de las fuerzas en la confluencia con otros, quienes a lo largo de décadas, toda una vida, pudieron haber sido quizás, sus empleados, sus obreros, sus patrones.






[2] «¿Hay entre lo blanco y lo colorado alguna divergencia radical, aparte de la ciega adhesión emocional fundada en la peculiar conformación anímica de nuestro pueblo?... en rigor no se trata de partidos sino de corrientes. No pueden definirse en función de un programa articulado... Quizás le convenga mejor que ninguna otra, la denominación biologística de tropismos, que compadece bien con la espontaneidad y proteica plasticidad de este fenómeno político... El momento decisivo... para la fijación de sus tropismos... se sitúa en la Guerra Grande. En aquella emergencia, el Partido Blanco agrupó a la casi totalidad de las masas del Interior, bajo el estandarte de la defensa de la nacionalidad contra la intromisión anglofrancesa y el cosmopolitismo montevideano... el Partido Colorado, reducido al ámbito de Montevideo, es dirigido por un círculo patricio dedicado a los negocios de exportación—importación y se sustenta con el apoyo de las escuadras extranjeras y los batallones formados por la multitud inmigratoria de la Ciudad—Puerto. No es de extrañar que, desde entonces, la corriente blanca se radique principalmente en la población del medio rural o en sectores urbanos de esa procedencia, donde predomina la tradición hispano—criolla. Perdura además... cierto hilo histórico que continúa, sino el ideario, por lo menos el sentido americano del federalismo rioplatense. El Partido Colorado, en cambio, tiene su fuerte en los centros poblados, especialmente en Montevideo, y muestra una mayor sensibilidad ante los influjos foráneos y las directrices de la vida urbana...», (Ares Pons, 1967).

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