Libro completo: http://www.comunicacion.edu.uy/node/9692
Eduardo Álvarez Pedrosian[1]
Este
trabajo se inscribe en las indagaciones llevadas a cabo dentro de un proyecto
de investigación mucho más vasto.[2] En el
mismo, nos centramos en varios aspectos, entre ellos, en la puesta en práctica
de un abordaje etnográfico en las policlínicas de atención primaria de salud,
focalizado en los flujos de comunicación e información (ÁLVAREZ PEDROSIAN,
2013). Desde un comienzo abordamos la atención sanitaria como un espacio-tiempo
de producción de subjetividad más amplio que lo restringido a su función
principal, la que define la existencia de la institución, más aún en el caso de
la atención primaria en policlínicas de carácter local. Igualmente, dicho campo
de experiencias está determinado en primer lugar por ello, por lo que resulta
interesante analizar la forma en que se relacionan las condiciones –siempre
singularmente históricas y problemáticas– y lo condicionado en tal sentido
(DELEUZE, 1987: 148-149), los márgenes de posibilidades que son franqueados
(FOUCAULT, 2002) por experiencias más allá y más acá de las estrictamente
definidas por el campo sanitario.
A su vez,
dentro de este panorama, las salas de espera constituyen un ámbito privilegiado
para este tipo de análisis, algo que ya habíamos indagado pero en el contexto
hospitalario y en función de otras problemáticas que eran las centrales, como
la creación de estrategias por parte de los pacientes y sus allegados en la
situación de internación (ÁLVAREZ PEDROSIAN, 2009; 2010). Las cualidades, por
tanto, de ese espacio-tiempo aparentemente “muerto”, “que debe pasar lo más
rápido posible”, son de suma relevancia para la comprensión de la comunicación
en términos generales, y específicamente, en lo relativo a la atención
sanitaria, para potenciar los beneficios de una buena y mejor promoción de la
salud.
En este
artículo trabajaremos en concreto dos cuestiones que consideramos fundamentales
a la hora de analizar las mediaciones en dichos espacios sanitarios desde el
punto de vista comunicacional más allá de lo verbal y de la misma noción de
interacción tan anclada en nociones como las de significación y sistema. El
primer aspecto es la dinámica de composición-descomposición, los rasgos que
singuralizan un espacio-tiempo a partir del entramado de cualidades
heterogéneas en síntesis relativas. Ello no es para nada estable, opera una
suerte de rediseño del micro-universo a partir de “juegos espaciales” en relación a los parámetros de lo quieto y lo dinámico,
de lo más estable y lo más plástico, de lo inmueble y el mobiliario. No por
casualidad estos procesos responden a cierto tipo de pacientes y/o allegados a
los mismos, y no a otros. Desnaturalizando lo más posible la espacialidad y
temporalidad implicadas, podemos hacernos una idea de cuáles son las dinámicas
que están operando en la creación de las territorialidades consideradas como
las existentes, y cuáles emergen más allá de estas, aportando nuevos ingredientes,
enriqueciendo el campo de posibilidades para pensar transformaciones en las
mismas gracias a lo que los propios usuarios efectivamente practican.
En
segundo término, junto con ello debemos considerar el complejo de medios
presentes que operan de manera combinada definiendo una “situación multi-mediática”, cada vez más pautada por las
tecnologías de la comunicación a distancia y sus desterritorializaciones, lo
que termina dándole la consistencia específica a esos aquí-y-ahora que definen
un campo de experiencia en tanto situación comunicacional. La presencia o no de
la telefonía, sea fija, sea móvil, los tipos de usos específicos que ellos
poseen, así como la presencia de otros elementos que inevitablemente definen
distancias, fronteras y vectores que pueden o no transversalizar las
subjetividades (como el humo de tabaco), cualifican estéticamente estos
entornos y marcan la “clave” de las
posibles comunicaciones suscitadas.
Por
último, de forma conclusiva, planteamos retomar algunas cuestiones clásicas de
la “proxémica” (HALL, 1994) y la “kinésica” (BIRDWHISTELL, 1994) a partir
de la reciente expansión de la llamada “etnografía
sensorial” (PINK, 2009) –que como lo recuerda Ardèvol (2009: 6) puede
rastrearse en las técnicas corporales de Mauss, pasando por los trabajos de
Turner y Bruner, Csordas, Howes–, y
según las consideraciones previamente realizadas por nosotros, que nos han
trasladado del logos discursivo como centro de la etnografía de la comunicación
a todo aquello que era considerado contextual: “escena” (género, tema, propósito/función, marco) y “clave” (HYMES apud. SAVILLE TROIKE,
2005: 140-143). De esta forma, las dinámicas de los sentidos, en especial las
visuales y auditivas cobran otra significación, dentro de marcos más complejos
de fenómenos comunicacionales (GUIGOU, 2010), horizontes que van más allá de
los límites tradicionales de la “metafísica
de la presencia” (DERRIDA, 2000) que opera de fundamento en las
perspectivas clásicas sobre el cuerpo, el espacio y el tiempo, en definitiva,
del sujeto de las ciencias humanas y sociales clásicas.
Consideramos
interesante poner en práctica un gesto al estilo de la cinta de Moebius, propio
de la naturaleza del sentido (DELEUZE, 1989), para poder dar cuenta justamente
de cómo el mismo “insiste y persiste”,
más que existir, para seguir con el planteo deleuziano al respecto. En cada
experiencia humana, podemos poner al descubierto los sentidos y valores que
configuran el universo existencial en el cual la misma puede ser inteligible,
es decir, ser algo particular, ni pura repetición ni pura diferencia. Y no se
trata de negar los abordajes del estilo de los desarrollados por la filosofía
analítica del lenguaje, o la semiología estructural, pero si los consideramos
debemos hacerlo al precio de poner al sentido, más allá de la significación,
como horizonte de análisis. Es así que lo más prosaico, lo más elemental a
simple vista, se presenta como lo más complejo y artificial. La experiencia del
extrañamiento, gracias al ejercicio etnográfico en clave experimental, hace
posible el acceso a esta visión de un mundo en emergencia permanente (TAUSSIG,
1995). Espacio-tiempos, ya de por sí tradicionalmente anclados para el
pensamiento occidental en el nivel de las condiciones básicas de toda
experiencia posible, muestran su plasticidad, contingencia y evanescencia; más
aún en situaciones como las que aquí nos interesa, en esas suertes de “limbos”
que podemos encontrar en las salas de espera en instituciones de atención
sanitaria o de otro tipo, en estaciones de transporte sobre y bajo tierra, en
las largas horas dentro de un avión… aquellos “no-lugares” (AUGÉ, 1994) que más
bien que negar desnudan la configuración de todo estar.
Es, en
ese sentido, que proponemos utilizar el concepto de “heterotopía” formulado
tempranamente por Foucault (1999) pero ampliándolo a la totalidad de fenómenos
espaciales, y no solo a los que se alejarían de la norma, del equilibrio, de lo
estable. Pues si partimos de una concepción heterogenética y múltiple de la
producción de subjetividad, toda espacialidad y temporalidad se muestra de esta
forma. Ciertamente, no habría problemas en considerar estos ámbitos donde
parece detenerse el tiempo, suspenderse la urgencia pragmática de seguir
haciendo cosas, contener la ansiedad de ser asistido sanitariamente, como uno
de estos “espacios-otros”.
No fue
nada sencillo realizar el trabajo de campo en estos pequeños ámbitos concebidos
como salas de espera, en nuestro caso, en policlínicas públicas en áreas
periféricas. La zona en la que trabajamos, sobre la que aquí no vamos a
explayarnos, está constituida por una multiplicidad de territorios orientados
linealmente por la presencia de una ruta que conecta entre sí a la ciudad
capital con regiones que alcanzas las fronteras nacionales. Asentamientos
irregulares, villas rurales, barrios de centenarias auto-construcciones de
sectores obreros y migrantes del campo a la ciudad devenidos en precarios, se
combinan con nuevos emprendimientos comerciales transnacionales, sedes de
empresas de alta tecnología, chacras turísticas y centros de eventos de altos
negocios. En este caleidoscopio territorial, nuestra pequeña policlínica sigue
marcada por el territorio específico en el que se inserta, un conjunto
cooperativo de viviendas y antiguo asentamiento irregular que fue ganando en
organización y consolidándose en tal posición privilegiada. Difícil fue el
trabajo de campo decíamos, por el perfil de los usuarios y las cualidades de
los espacio-tiempos de la espera. Habitado casi en exclusividad por mujeres,
tanto en grupos de adolescentes como de adultas solitarias o junto a algunos de
sus hijos pequeños y jóvenes, el universo existencial conformado en torno al
primer nivel de atención de salud a escala comunitaria se muestra fuertemente
determinado desde el punto de vista del género. En tales condiciones, la
realización de la observación etnográfica tiene particularidades de gran
interés. En primer lugar, se pone en evidencia la tensión existente entre la inmersión
y el distanciamiento, a la vez que se multiplican las dimensiones heterogéneas
donde esto se va graduando en forma diferencial. Ubicándome siempre en uno de
los únicos bancos de madera, sobre la pared larga del espacio rectangular de la
habitación utilizada como sala de espera, frente a la única puerta situada
sobre la ruta, tuve que poner en práctica técnicas que me permitieran inscribir
las experiencias, construir registro para poder trabajar, y todo ello de una
forma, como planteamos más arriba, que lograra poner en consideración el tipo
de procesos y fenómenos comunicacionales e informacionales propios de estos
campos de experiencia, lo que realmente nos importaba como equipo de
investigación y le daba sentido a nuestra presencia allí.
Por
tanto, fue inevitable participar al realizar la observación, en un ámbito tan
íntimo, familiar y pequeño, y a la vez fue necesario hacerlo de una forma que
permitiera que las mujeres, los niños y las adolescentes pudieran llevar a cabo
sus prácticas de costumbre. Pensar en lo que se denominan metodologías
participativas en este caso no era propicio, ya que la investigación no se
orientaba a ello, sino a querer conocer cómo se dan los flujos de comunicación
e información en estos espacio-tiempos cotidianamente, para después sí elaborar
insumos tecnológicos gracias a estas y otras indagaciones trianguladas, como
las correspondientes a los usos de Internet y los teléfonos móviles entre los
adolescentes de la zona. Participamos por tanto con nuestro cuerpo, con nuestras
miradas, con nuestros gestos… con todo aquello para-lingüístico, con lo que
aquí consideramos central en el análisis de la comunicación. Inevitable
presencia de un varón, adulto, desconocido para las vecinas, cercano a las
profesionales de la salud, pero tampoco uno de ellos, esperando también, al
fondo del salón, escribiendo sin parar en una pequeña libreta, como quien está
acordándose de cosas que necesita registrar, inscribir, aprisionarlas de alguna
manera para que no desaparezcan a la velocidad de la luz, cayendo en la
oscuridad de lo aburrido, lo esperable, lo tedioso. Y lo que escribía de manera
cuasi mecánica, como técnica improvisada, de manera casi obsesiva, era todo lo
que me llamaba la atención en ese momento.
Imagen 1: Notas en la libreta de campo.
Podemos
afirmar que las notas de campo son en su conjunto un croquis, no solo los
dibujos, pues la escritura, la grafía, es en sí un dibujo y dicha condición se
ve especialmente evidenciada cuando el gesto de su práctica se ve forzado por
cuestiones de tiempo e intencionalidad: el registro in situ de acontecimientos
dentro de los cuales se inserta como uno más de ellos. Ciertamente pueden
realizarse notas fuera de contexto, pero aquí lo relevante fue hacerlo como
forma de participación en el mismo, lo que reveló el carácter prístino de esta
grafía, las “scratch notes” (SANJEK,
1990: 95-97) en tanto arañazos, rayaduras, rasguños. La práctica de la
escritura, sin dudas, afectó el conjunto de prácticas experimentadas por
quienes se encontraban en dicho espacio tan íntimo, y allí es donde una técnica
aparentemente tan distante y no-participativa se muestra en última instancia
como lo que toda técnica es, una intervención. La cuestión no pasa por falsas
oposiciones, ausencias y presencias completas, sino por el peso relativo de los
elementos y el sentido preciso en que se los pone en uso.
No
podemos ahondar aún más en las implicancias teóricas de la aplicación
específica de las técnicas que llevamos a cabo en esta investigación, pues la
temática de este trabajo se centra en otras cuestiones. Pero no deja de ser
necesario dejar constancia y de alguna manera instalar la clave con la que
comprender los contenidos que se esbozarán a continuación. El trabajo sobre la
espacialidad y temporalidad en esta experiencia fue realizado a partir de la
inscripción en este tipo de notas de campo, donde se recurrió al croquis,
dibujo intimista y minimalista en el que lo más rápidamente posible el
etnógrafo intentó dejar huella de lo que entonces estaba experimentando. Se
podría haber recurrido a otras estrategias, pero se evaluó como lo más eficaz
el adoptar el punto de vista de lo que en la proyectación arquitectónica se
denomina “planta”. Cuestionada como
medio de expresión y concreción del pensamiento espacial, no deja de tener su
sentido, y recurrir a la misma en este caso fue una estrategia fundamental.
Ciertamente no debemos quedarnos solo con ella, ya que la tridimensionalidad de
los procesos comunicacionales en estos espacio-tiempos de la espera no pueden
reducirse a la bidimensionalidad que la caracteriza, ni a la ficción del punto
de vista cenital. Lo importante como siempre es saber explotar los recursos en
su especificidad, y entender que las plantas son más diagramas de dinámicas
formales que intentos por representar un espacio visibilizado.
En tal
sentido, podemos plantear ciertas cuestiones relativas a la conformación de
estos entornos comunicacionales que los singularizan. El primer principio
formulado por Foucault (1999) en su “heterotopología”
es una especie de tendencia a dos tipos que pueden presentarse conjuntamente:
crisis y desviación, cuestionamiento al orden cotidiano y apertura de una nueva
condición por un lado y aparición al margen o paralela de una condición que se considera
necesario aislar y controlar. Sin dudas nuestra sala de espera de la
policlínica de atención de primer nivel de salud se acerca al segundo tipo,
aunque guarda rasgos del primero como en toda situación. Es decir, hay un uso
especializado, que institucionalmente se considera necesario controlar, como sucede
generalmente con lo concerniente a la atención de la salud, por lo que
culturalmente es significado en relación a los riesgos y peligros que conlleva
su tratamiento: la necesaria higiene, las responsabilidades asumidas por
quienes ejercen las profesiones asociadas a la misma, etc. Se podría pensar que
en estas pequeñas policlínicas no hay mucho en juego en términos vitales, pero
la aparición de nuevas prácticas, como la extracción de sangre, la atención
odontológica (aunque sea en un ámbito anexo como fue en este caso, un remolque
instalado a la entrada), implican la existencia de intervenciones efectuadas
sobre el cuerpo de los pacientes, algo que demanda cuidados especiales,
controles específicos, todo lo que no puede darse en cualquier lugar, en
cualquier momento y de cualquier manera.
Y el
segundo aspecto asociado por Foucault a las tradicionales casas para ancianos,
mujeres menstruantes, embarazadas, logias de jóvenes, etc., encuentra aquí su sentido
al existir una fuerte diferenciación y especialización de género, como hemos
planteado más arriba. El etnógrafo tuvo que soportar la situación de ser varón
y encontrarse con que la totalidad de los otros varones que se hacían presentes
en la escena, se localizaban en un punto extremadamente fronterizo (entre la
puerta y la entrada a la más pequeña sala que oficiaba de oficina de la
administración) o directamente no ingresaban al recinto. Existía por tanto un
halo de feminidad que operaba sobre los usuarios y sus familias, y venía a
investir el lugar con una suerte de tabú a la masculinidad. Quizás, en tal
sentido, mi presencia era tolerada como la de un posible funcionario sanitario,
más del tipo del correspondiente a las políticas sociales, lo que mi gesto
escritural venía a reforzar, y a lo que apelé corporalmente para hacer
tolerable mi presencia allí en tales circunstancias. Y justamente, no por
casualidad, me sentí profundamente interpelado por las miradas de aquellos
varones adultos que desde fuera (cuando la puerta se mantenía abierta y era
posible el cruce de miradas en ambas direcciones) se hacían presentes para
llamar a su madre o su esposa y demandarle salir del recinto para dialogar por
alguna necesidad. Esta cuestión está enfáticamente presente en las
preocupaciones de los profesionales de la salud y las autoridades del sistema
sanitario: cómo hacer que los varones adultos habiten estos espacios, algo que
se considera muy asociado a la relación de la masculinidad específica de la
cultura en cuestión con la salud, el cuerpo y el cuidado de sí, pero que
también debemos pensarla en relación a las formas espacio-temporales de estos
entornos comunicacionales, antesalas que pueden seducir o repeler, invitar o
expulsar en tanto tendencias.
Un segundo
principio formulado por Foucault se define por la variación histórica de las
funciones asociadas a los espacios y las espacialidades. En este caso, la
pequeña comunidad que antaño fue un asentamiento irregular sobre un lado de la
ruta y luego se convirtió en una cooperativa de viviendas, puso a disposición
esta pequeña edificación para que los servicios estatales de salud la
utilizaran con este fin. En tal sentido es evidente el carácter simbólico que
conlleva su existencia y la resignificación operada. Siguiendo esta línea de
análisis, es por demás interesante encontrarse con información en determinadas
carteleras dispuestas en la sala de espera sobre el mantenimiento del edificio
y sus alrededores (el corte del césped circundante por ejemplo), cuáles son los
habitantes que colaboraron, etc., es decir, aquellos aspectos que tienen a la
comunidad de vecinos como protagonista más allá de la atención sanitaria. Y es
que se trata del nexo entre lo estrictamente sanitario y lo que está más allá y
más acá, tal como planteamos desde un comienzo. Esto puede apreciarse, por
tanto, en términos informacionales, en la manera en que se distribuyen y
asignan los datos considerados relevantes, los medios adoptados y los mensajes
generados. Existía una superficie específica y un área considerable para tales
fines, entre carteleras que por lo general eran ocupadas con información sobre
el funcionamiento de los servicios de salud, pero que en la gran mayoría de los
casos no era observada por ningún sujeto, salvo aquellos que intentaban hace
pasar el tiempo, ocupar la atención en algo que evite entrar en el juego de las
miradas y las voces de forma primordial. Las huellas de otros usos y los
vínculos actuales entre diferentes esferas y campos existentes, está claramente
determinado por la habitabilidad de un mismo espacio social. La vecindad marca
fuertemente los vínculos de las usuarias, quienes se encuentran y reencuentran
en estos espacio-tiempos, que pueden tanto potenciar como inhibir las
relaciones existentes entre ellas. Por último, es importante tomar en cuenta el
dinamismo de los fenómenos, y en este caso se anunciaba la construcción de un
nuevo local justo al lado de esta precaria edificación. Aún no se ha llevado a
cabo, pero parece inminente su desarrollo, lo que transformará nuevamente la
situación al respecto.
El
tercer, cuarto y quinto principio, pueden comprenderse ya en relación a lo
planteado hasta aquí. La yuxtaposición de diferentes espacios excluyentes en un
mismo lugar, de temporalidades variadamente compuestas en un mismo espacio, y
las relaciones complejas de exclusión-inclusión que determinan clausuras y
aperturas en dimensiones y mediaciones heterogéneas. Tan solo vamos a sumar una
cuestión de relevancia, y que nos conecta con otra fuente de análisis ya anunciada,
la clásica proxémica elaborada por Hall en consonancia con el resto de los
planteos comunicacionales de la llamada Escuela de Palo Alto (WINKIN, 1994). En
La dimensión oculta (1994), Hall hace
una interesante comparación entre las formas en que estadounidenses, ingleses,
alemanes, franceses, árabes y chinos experimentan el espacio. Entre todos los
elementos que componen su análisis, parecer relevante aquí traer en
consideración lo relativo a los sentidos y la forma en que consideramos los
límites de un espacio. ¿Cuándo se está dentro y cuándo se está fuera de la sala
de espera de la pequeña policlínica? ¿Por qué medios se comunica esto? ¿Qué
mediaciones conlleva? Sin dudas, al igual que en el caso de los otros
americanos, los del norte, según Hall, se considera estar dentro de un mismo recinto
cuando se está bajo el mismo techo, más allá de que las visuales puedan
proyectarse fuera de las aberturas, como cuando la puerta está abierta y asoman
sujetos del otro lado, otros salen y vuelven a entrar, etc. Un caso particular
lo constituye la oralidad, las voces y los silencios de lo auditivo, que de
alguna manera marcan un límite al mismo tiempo que este es franqueado: la ruta
hacia fuera de la policlínica, con el sonido de los camiones de gran porte, las
construcciones de los mega-emprendimientos empresariales cercanos; o hacia el
interior de la institución sanitaria en lo respectivo a los espacios más
íntimos de los consultorios, gracias a los murmullos de pacientes y
profesionales de la salud.
Durante las largas horas de espera en los
dos turnos en que se distribuye el tiempo de atención, las dinámicas espaciales
se vieron fuertemente marcadas por “juegos
espaciales” que rediseñaban constantemente la escena comunicacional. A
través de una lógica de lo grupal, las diferentes usuarias se distribuían,
aglomeraban y volvían a disociarse a partir del reconocimiento en los
diferentes tipos, niveles y distancias en relaciones de reciprocidad (MAUSS,
1972) que tenían al conocimiento local como uno de los factos principales.
Conocidas de vista, vecinas, amigas, compañeras en alguna institución educativa
en el caso de jóvenes y adolescentes, lo mismo con los niños y niñas que pueden
compartir la vecindad y/o la escuela, se encontraban en situaciones que
merecían más o menos expresarse espacialmente al mismo tiempo que gracias a
ello se reconfiguraban sus relaciones, ampliando y reduciendo la intensidad de
las mismas.
Esta
dinámica puede rastrearse claramente en los croquis pertenecientes a las notas
de campo reproducidas más arriba. Puede apreciarse el esfuerzo del etnógrafo
por dar cuenta de estos conglomerados de dos, tres o más sujetos, distribuidos
de forma diferencial. Un elemento central al respecto es el tipo de mobiliario
existente, en especial las sillas de plástico blancas, que permiten una gran
movilidad dentro del recinto, sirviendo para tales reconfiguraciones. Nos
parece importante que siga existiendo esta suerte de libertad de diseño de las
grupalidades dentro del área general de la espera, siendo en tal sentido muy
perjudicial anclar las sillas a posiciones fijas. Esto mismo puede debatirse a
luz de problemáticas que hacen al diseño y uso del equipamiento urbano
(MÜLLAUER-SEICHTER, 2007; UTRILLA COBOS; JIMÉNEZ-JIMÉNEZ, 2011).
Un caso
particular resulta de cómo los niños pequeños se comportan en tales
situaciones. En la policlínica en cuestión existe un intersticio que opera de
pasaje entre la sala de espera y una de las pequeñas salas, la que es utilizada
como recepción, a donde van a parar todos los que llegan y se presentan ante la
auxiliar, registran su nombre, chequean su número de reserva, retiran los
estudios clínicos solicitados y demás. Este pequeño entorno está lleno de
objetos como tubos de oxígeno y otras cosas similares, al estilo de un almacén,
pero también cuenta con una mesa de madera de mediano tamaño. En algunas
ocasiones algunos niños se sentaban en una silla en dicha mesa, intentaban
dibujar o divertirse con otros juegos. Rápidamente desistían de tal actitud,
pues no sentían que era apta la disposición, no asumían un agenciamiento acorde
a sus deseos. Mientras tanto, las propias sillas de plástico que pueblan el
recinto de espera conforman elementos que pueden ser objeto de juego. Uno de
los pequeños usuarios así lo entendió, comenzando a armar y desarmar
estructuras con las sillas, al punto de terminar apilándolas todas contra una
de las paredes, dejando el espacio vacío como en pocas ocasiones puede
encontrárselo. Después de llevar a cabo ello, sin parar de hablar en voz baja,
profiriendo sonidos que simulaban máquinas y diferentes personajes de una
animación, se retiró a jugar fuera, al descampado frente a la ruta. Los que
permanecimos allí sentados quedamos en una extraña situación, como si nos
hubieran despojado de algo: aquellas sillas esbozaban un diseño, generaban
umbrales, zonas diferenciadas, ordenaban la distribución de los cuerpos, y
hasta operaban de huellas de recientes ocupaciones de sujetos que ya no estaban
allí presentes. Todo ello había quedado como borrado, al estilo del reinicio de
un programa en un ordenador. Luego, a la llegada de nuevas usuarias y sus
familias, las sillas eran vueltas a utilizar, tomadas de aquellas pilas contra
una de las paredes y poblando una vez más el espacio de planta rectangular.
Pues bien, los niños ponen en evidencia los elementos compositivos existentes,
manipulan lo que puede ser desmontado y lo es de forma naturalizada. Se trata
de una actitud lúdica que es también de aprendizaje y por supuesto
comunicacional, profundamente mediacional: “El niño dice continuamente lo que
hace o lo que trata de hacer: explorar unos medios, mediante trayectos
dinámicos, y establecer el mapa correspondiente. Los mapas de trayectos son
esenciales para la actividad psíquica…” (DELEUZE, 1997: 89).
Gestos y tecnologías de la escena multi-mediática
Por lo que hace a la comunicación cada medio tiene una
dialéctica propia: conecta y separa a quienes se comunican a través del medio.
Por lo demás esta dialéctica es el significado preciso del concepto de “medio
de comunicación” (medium), aunque hay
medios cuya presencia se olvida durante el proceso de comunicación (los
denominados medios face-to-face, cara
a cara). Cuando se entabla un diálogo en torno a una mesa redonda, por ejemplo,
se olvida la presencia de la mesa, y más aún la presencia del aire a través del
cual se habla. Se tiene, pues, la impresión –siempre falsa– de estar en una
comunicación directa aun cuando los cuerpos no se toquen para nada. (FLUSSER,
1994: 185).
Estas
reflexiones de Flusser concuerdan plenamente con la denuncia efectuada por
Derrida (2000) de lo que denominó “metafísica
de la presencia”, y que anidaría también en la fenomenología clásica y
moderna, siendo a partir de Heidegger cuando efectivamente se la explicitó
gracias a su analítica existencial, basada en gran medida en la puesta en
crisis de la representación de filiación cartesiana. A través de la
fenomenología de la percepción de Merleau-Ponty llegará al campo de las
ciencias humanas y sociales de la segunda mitad de los años sesenta del siglo
pasado. Por otras vías se converge hacia el mismo horizonte epistemológico, por
el lado empirista, desde la filosofía pragmatista de Dewey y James, o
nuevamente desde la vía continental pero ahora recuperando la tradición
hermenéutica, buscando por ejemplo anudarlas (TURNER; BRUNER, 1986; MARCUS;
FISCHER, 2000), en todo caso hacia una filosofía experiencial, una manera de
concebir el pensamiento y el conocimiento sobre el acontecimiento y como
acontecimiento. Estas problemáticas las hemos planteado en otras oportunidades
(por ejemplo en Álvarez Pedrosian, 2012). En esta ocasión vamos a poner en
juego todo ello en la comprensión de los escenarios y las claves
comunicacionales de estos espacio-tiempos de la espera en el marco de la
atención sanitaria.
El punto
principal que pretendemos trabajar aquí es el carácter transversal y
desterritorializante de las mediaciones existentes, lo que hace del campo de
inmanencia de la subjetividad, del aquí-y-ahora en cada acontecimiento, una red
de flujos que conectan dicho campo con otros campos, diferentes en tiempo y
espacio, a partir de lo que cada medio habilita en su uso específico. Desde
este punto de vista es interesante plantearse el paisaje “multi-mediático” en la escena comunicacional de algo tan íntimo y a
primera vista local como una sala de espera de una policlínica de alcance
barrial y zonal. La literatura reciente también hace hincapié en el carácter “multi-local” de los fenómenos culturales
(MARCUS, 2001), “multi-escalares” de
procesos cualitativamente diferenciados pero inextricables (JURIS, 2008:
18-19). Medios, locaciones y escalas: flujos situados que conectan y
desconectan operando al mismo tiempo en diferentes niveles con sus propias
lógicas, efectos y determinaciones.
Lo que
acontece en la sala de espera de un centro sanitario está pautado, en gran
medida, por el funcionamiento del sistema. Desde allí existe una
desterritorialización considerable, y este es un rasgo compartido con todo
contexto marcado por la impronta de una institución a escala macro, en este
caso la sanidad pública estatal y la enseñanza universitaria de la medicina
familiar y comunitaria principalmente, dado el perfil de los profesionales allí
instalados. Además del personal, los materiales de factura
científico-tecnológica utilizados, la presencia por ejemplo de este etnógrafo
que llegó a través de las mismas redes, tenemos otras entidades que
territorializan este ámbito en la trama local, como planteamos, una comunidad
significativamente pautada por una historia de construcción de ciudadanía, y
una extensión de los usuarios de la policlínica a los otros territorios
contiguos y vecinos de estos, en un proceso de crecimiento a escala zonal de
gran relevancia. Pero más allá de esto, o mejor dicho junto a ello, atravesando
todas estas configuraciones, en otra escala, todos los sujetos participantes se
encuentran envueltos en las dinámicas comunicacionales generales que tienen
principalmente a la telefonía móvil como principal protagonista tecnológico.
Podríamos contar con la presencia de los pequeños ordenadores portátiles que el
llamado Plan Ceibal ha desplegado en las escuelas públicas y que ahora se
expande a la enseñanza media en todo el Uruguay, pero por ahora no ha sido un
factor significativo, aunque no descontamos que en un futuro próximo sí lo sea,
ya que en otras incursiones de campo y en otras policlínicas de la amplia zona
constituida por esta ruta nacional, sí nos encontramos con niños que las
portaban.
Como
venimos planteando y ha sido manifestado desde hace décadas en los estudios en
comunicación, la necesidad de ir de los medios a las mediaciones
(MARTÍN-BARBERO, 1987) conlleva la apertura y complejización de la forma de
comprender la relación entre la tecnología y los procesos de subjetivación. De
esta manera tenemos que considerar, aunque no se trata de dinámicas dialógicas,
de idas y vueltas recíprocas, circulares, a otras maneras de generar
información más allá de la espera o no de respuestas directas sobre ello,
saliendo de la linealidad del esquema de emisor-receptor, pues efectivamente de
alguna forma esa conducta, ese gesto, tiene efecto en el otro sujeto que está
presente, en el entendido de la máxima de que “no se puede no comunicar” (WATZLAWICK; BEAVIN BAVELAS; JACKSON,
2002). Desde esta perspectiva no hace falta que los teléfonos inteligentes, las
tabletas, y otros dispositivos electrónicos se masifiquen para encontrarnos con
un escenario comunicacional con las cualidades que aquí estamos describiendo.
La anciana, que acompaña a su pequeño nieto a la pediatra, y espera su turno
tejiendo con lana y agujas, genera una emisión muy poderosa desde su práctica
en un espacio tan íntimo, por momentos suspendido en la eternidad de los
segundos y minutos de espera. Pero ciertamente la existencia de medios de
comunicación a distancia abre efectivamente una brecha espacio-temporal que
marca profundamente la diferencia, y el teléfono sigue siendo, como
planteábamos, el protagonista hasta el momento.
Al
respecto es sumamente sugerente la velocidad con que vienen dándose los cambios
de formato tecnológico y las cuestiones que asoman como novedad conjuntamente
con las permanencias. En dos décadas nos encontramos con la individuación de
los aparatos portátiles, con la existencia del mensaje de texto, con la
posibilidad de acceder al número y su destinatario en la pantalla, cuestiones
todas imposibles de hacer cuando tan solo estábamos supeditados al duro sonar
de cada llamada. Al respecto es muy sugerente cómo Flusser (1994: 179-187)
logra caracterizar “el gesto de
telefonear” a principios de la década del noventa del siglo pasado. El
teléfono es visto por él como profundamente arcaico y paleo-técnico, anclado a
formas comunicacionales muy rudimentarias, y más allá de la recarga por
sumatoria de escritura, imágenes visuales, audio y vídeo, la comunicación
auditiva por esta vía sigue existiendo sin ofrecer la oportunidad para que
emerja un arte, una elaboración sofisticada donde se aplique la creatividad más
allá de la utilidad para explorar nuevas sensaciones y universos existenciales.
A lo sumo los tonos para identificar las llamadas han generado cambios, dando
lugar a la presencia de trozos de canciones, o sonidos de otro tipo que los
musicales, saliendo con ello del estridente y persistente chillido monótono de
antaño.
De todas
formas, es en este tipo de escenarios donde ya era posible un tipo de llamada
telefónica no hiriente, a pesar de la intimidad que puede respirarse en
ambientes locales y familiares como el de esta policlínica de atención de
primer nivel. Las funciones y las condiciones desterritorializantes propias del
ejercicio de la medicina en medio de los territorios de residencia de las
poblaciones, habilita esta condición. Y es que según Flusser, hay una
diferencia radical entre hacer o recibir la llamada (por la intencionalidad que
distingue posiciones, fenomenológicamente planteado), y luego, una serie de
variaciones en la forma en que puede darse esto último efectivamente, aunque
siempre se trata de una “interrupción”: “… en ese instante un sonido repetido
mecánicamente y con testarudez idiota empieza a perforar el mundo vital a aquel
a quien se telefonea; un sonido al que no puede escapar, aunque no sea
estridente y mecánico…” (FLUSSER, 1994: 183). En relación a dicho “mundo
vital”, que aquí conceptualizamos como “campo de experiencias” o “plano de
inmanencia” de la producción de subjetividad, se estará sufriendo una
interrupción de tal o cual tipo, en tal tono y según cierta clave existencial;
pero siempre será la llegada intempestiva desde un “más allá” (de allí el carácter
“teológico” que le otorga a este tipo de comunicación). En los casos de
instituciones públicas que atienden a usuarios, o privadas que brindan
servicios generales, como bancos, sanatorios y policlínicas de salud, el
teléfono oficial puede “acribillar” sin problemas a dicho espacio-tiempo
constituido, punzando sin cesar hasta que alguien, o algo (como una
contestadora automática) levante la llamada, pues se encuentra abierto a dicha
posibilidad como parte integrante del mismo.
En
nuestro caso nos encontramos con un teléfono de línea, de la empresa estatal,
instalado sobre la pared entre la puerta principal y la ventana que mira hacia
el frente del predio, el espacio verde sobre la ruta. En ningún momento
constatamos que sonara por sí mismo, si bien la posibilidad técnicas existe, es
muy remoto que sea utilizado de esa forma; más bien opera para realizar
llamadas. En tal sentido, dicho teléfono, identificado con los colores y el
formato general de los llamados aparatos “públicos” que aún existen desperdigados
principalmente por las ciudades y pueblos, era casi con exclusividad una salida
y no una entrada, medio utilizado en una sola de las direcciones. Situación similar
a la del uso de la ventana que se encontraba a su lado, ya que si bien alguien
puede asomarse y mirar desde fuera hacia el interior a través de ella, esto no
ocurre de forma habitual, sirviendo casi exclusivamente como apertura desde el
interior hacia el exterior, ampliando la visual de quienes se encuentran en el
recinto conectándolos con el más allá. Tan solo en una oportunidad pude
constatar su uso, por parte de una joven madre, quien estaba con su pequeño
bebé y con su propia madre, a la espera de ser atendidas por la ginecóloga. Por
lo general el aparato está allí en solitario, testigo de los cambios
tecnológicos acelerados que nos han llevado a la masificación de la telefonía
móvil.
Esta
última sí se hace sentir, y efectivamente constituye la tecnología de
comunicaciones que más conecta el espacio-tiempo concreto, el compartido
corporalmente por los presentes, con otras locaciones remotas. Su incorporación
a la cotidianidad de los usuarios es notoria, y su presencia está integrada en
tal sentido. Lo sorprendente, y que sí significó una suerte de discontinuidad
de este campo de experiencias, plano de inmanencia para los vínculos
transversales generadores de subjetividad, es la actitud en cierto tipo de uso
del teléfono móvil que no permite incorporar dicha experiencia en el fluir de
los encuentros-desencuentros de manera directa, los contactos y las distancias
propias de toda comunicación. El problema no es, por tanto, si alguien utiliza
o no dicho medio en una escena intimista, sino cómo lo hace. Las jóvenes y
adolescentes, que vienen incorporando esta tecnología de forma “nativa”, son
quienes más apropiada la tienen y manifiestan un uso más acorde con la lógica
de los flujos, aunque parezca paradójico. Son las usuarias de mayor edad, para
quienes esto resulta extraño, forzado en cierto punto, adoptado después de
estar constituidas como sujetos también en sus hábitos y rutinas comunicativas,
las que pueden manifestar gestos de otro tipo frente a los demás. Y así ocurrió
efectivamente en una de las instancias de observación.
Al
principio, luego de disponerme en el lugar de costumbre y adoptar la posición
de escritor “sin prisa pero sin pausa”, reconocí la silueta de una mujer con
una de sus manos sobre una de sus orejas. Se encontraba así cuando ingresé a la
sala de espera: de espaldas, frente al teléfono fijo, mirando hacia la ventana
al lado de la puerta principal, moviéndose rítmicamente casi sin girar y
hablando muy bajo, de forma imperceptible. Mientras pasaban los minutos las
dinámicas grupales fueron tejiendo las redes vinculares como acontece
habitualmente, la auxiliar se encontraba con quienes llegaban y dialogaba algo
con cada una de las usuarias, así como algunas de las médicas y demás
profesionales de la salud hacían ingresar a sus respectivas consultas a cada
cual. Fue pasando el tiempo, bastante agitado en el turno matutino, e intenté
no perder de vista lo que pasaba con ella, cuando me percaté de que cuando fue
atendida en su consulta había pasado una hora de conversación telefónica en tal
disposición. La sensación constante que me generó fue la de querer crear una
suerte de tabique que la separara del resto, justamente frente a la ventana
principal, matizando su presencia para los demás, al moverse lentamente hacia
un lado y el otro siempre de espaldas, como una suerte de gran limpia
parabrisas.
Conclusiones
De esta
forma llegamos finalmente a la comunicación corporal y los sentidos puestos en
juego holísticamente, en las condiciones mediacionales contemporáneas. Con
nuestro estudio de caso hemos intentado poner de manifiesto cómo se generan
tensiones conflictivas en el auto-diseño generado por los usuarios en
espacio-tiempos en los que hay que estar transitoriamente a la espera de algo
tan significativo para sí mismos como la atención sanitaria propia y de sus
seres queridos. La cuestión que inmediatamente más arriba terminábamos de
esbozar, con la forma del uso del teléfono móvil por parte de una usuaria
durante una cuarta parte del tiempo total de un turno de atención, en el
pequeño recinto que opera como sala de espera, dando las espaldas a todos los
demás presentes en distancias tan limitadas, debe de servirnos para hacernos
reflexionar sobre los procesos comunicacionales motivados e inmotivados por las
disposiciones institucionales, sean de organismos como un Estado o por
colectivos organizados como las comisiones vecinales.
Sería muy
sencillo tildar la actitud de esta vecina y paciente como de puramente egoísta,
en oposición a otra orientada hacia el diálogo. Nuestro punto de vista afirma
que ello es una simplificación muy peligrosa y nociva para la comprensión y
valoración de las prácticas humanas y los procesos de subjetivación
involucrados en las mismas, restos de una fenomenología primaria anclada aún en
sustancialismos. La propia distinción entre puro interés y puro desinterés está
fuera de lo real, es una cuestión normativa definida desde cierta doctrina
formulada de manera abstracta. Ciertamente existen dinámicas vinculares que
promueven la transversalidad y otras que no, pero estas no son sinónimo de homogenización,
estabilidad, control, rectitud.
Para
volver al caso dentro del caso: nadie se manifestó molesto por la forma en que
esta usuaria se comportaba, quizás si realizáramos un conjunto de entrevistas
algo se hubiera podido enunciar al respecto, pero la cuestión es que en otros
escenarios experimentados allí no se reconocieron prácticas significativamente
relevantes que denotaran una violencia implícita en tal situación. Más bien nos
encontramos frente a lo que sucede en un campo plural que mantiene el carácter
abierto y emergente de “lo urbano” (VALLADARES,
2005; AGIER, 2011) pero a otra escala, lo que por supuesto puede generar
tensiones extra, potenciar aspectos que en otras dimensiones no se presentan de
la misma forma. Esta vecina sencillamente jugó a “estar-sin-estar”, disposición
que no deja de afectar a todos los presentes, pero no necesariamente de una
forma que podríamos calificar de nociva. Si hubiera hablado por su teléfono de
una manera y a un volumen en que todos los allí presentes quedáramos
involucrados en el diálogo (sin contar con la otra parte del mismo), si
hubiéramos sido mirados con ojos perdidos por ella mientras esto ocurría, si lo
hubiera hecho caminando a través de todo el recinto, surcando las sillas, en
todas direcciones… quizás allí sí se hubieran forzado barreras y límites que
provoquen un conflicto manifiesto. Otros usuarios salían a utilizar sus
teléfonos al exterior, como quien fuma un cigarrillo, y sus voces se colaban de
la misma manera que el humo de tabaco cuando la puerta principal se encontraba
abierta. ¿Dónde está dicho límite, hasta dónde y en qué sentidos podemos
catalogar algunas prácticas de comunicativas y otras de in-comunicativas? Toda
comunicación liga y separa, la cuestión es performativa, concreta: qué se está
dispuesto a tolerar en una dinámica que nunca está exenta de contradicciones,
ambigüedades y ambivalencias. Su abordaje desde la práctica etnográfica es la
mejor manera para alcanzar a comprenderlo sin eliminarlas, sino más bien para
darles un lugar en el concierto de las relaciones complejas y múltiples que nos
constituyen como sujetos.
La
multiplicidad de dimensiones y escalas, además, nos obliga a tomar en
consideración las diferentes mediaciones y sus relaciones antes de dictaminar
algo respecto a la voluntad comunicativa, si algo así fuera posible. En tal
sentido, el análisis kinésico es particularmente relevador, pues el cuerpo en
movimiento como soporte de mensajes es quizás de las formas más alejadas del
logos, de nuestra concepción que aúna lenguaje verbal y racionalidad. Los
medios visuales y auditivos encuentran en ella la integración más general sin
por ello perder la autonomía que les confiere cada sistema sensorial y su
semiótica. Interesante al respecto es retomar algunas de las consideraciones de
Birdwhistell en la famosa “escena del cigarrillo”, en especial en lo referente
a la forma de concebir las relaciones entre medios y los sentidos en que
podemos concebir la comunicación. En dicha escena analizada gracias a técnicas
audiovisuales y la observación participante, aparecen una serie de
micro-acciones (encender el cigarrillo, manipular la cerilla, arreglarse la
tira de un zapato, etc.) que pueden entenderse como “comportamientos instrumentales”, en el sentido de “orientados a una tarea”, pero no por
ello están desprovistos de un “valor
señal o mensaje”:
Es tentador ver en los actos instrumentales realizados en
el seno de una situación social “portadores” de otros mensajes. Sin embargo,
desde otro punto de vista, está plenamente justificado dar prioridad al mismo
acto de comunicación… utilizaré el concepto de contexto alternativo. Uno de los actos puede ser el contexto del
otro. (BIRDWHISTELL, 1994: 174).
Este
desdoblamiento, donde un acto puede ser contexto de otro acto, nos obliga a
pensar las mediaciones de forma multi-dimensional y rizomática, en sintonía con
las implicaciones antes manifestadas en lo relativo a las mediaciones,
situaciones y escalas. Volvamos por última vez a nuestra escena, una mañana en
la sala de espera de la policlínica de atención de primer nivel de salud:
Mientras la usuario está en contacto a través de la voz y el oído con alguien
remoto del otro lado del teléfono móvil, de espaldas al interior, allí se
desarrolla la dinámica de conformación de grupos de dos, tres o más usuarias,
solas o con sus pequeños bebés y niños, siendo especialmente notorios los
grupos de jóvenes adolescentes. Estas hacen de la palabra, a volúmenes que
superan lo necesario para escucharse entre sí, una masa de sonidos
significativa para todos los presentes, más allá del grupo específico que
conforman. Por un lado, llaman la atención del resto, por el otro, generan una
“burbuja” (HALL, 1994; SLOTERDIJK,
2003) que a lo espacial le suman lo sonoro, de tal forma que constituya un
adentro, un campo de fuerzas relativamente autónomo, atravesado constantemente
por señales emitidas y recibidas desde el resto de la sala y desde mucho más
allá a través de la telefonía móvil principalmente. Los niños pueden estar
jugando poniendo en crisis la infraestructura de todo ello, la base material de
los sistemas de mediación más genéricos allí presentes, al considerar a las
sillas de plástico, el único elemento inmueble al alcance de las manos del
sujeto, como un artefacto lúdico. Todo ello sucede mientras los profesionales
de la salud aparecen de vez en cuando surcando el recinto, o se escuchan sus
voces junto a los de las pacientes saliendo desde algunos de los pocos
consultorios débilmente aislados. En este escenario aparentemente homogéneo,
donde todos los presentes estarían destinados a interactuar con todos, se
despliega un universo heterogéneo y múltiple de dimensiones, escalas y flujos
que tienen a todos diseñando y dejándose diseñar en su estar, formas de
participación cualitativamente variable donde se establecen las aperturas y las
clausuras, se percibe según ciertos sentidos y en determinadas direcciones.
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[1] Pos-Doctorando en Antropología por la Universidad de São Paulo (USP,
Brasil), Doctor (Ph. D.) en Filosofía: Historia de la Subjetividad, y Diplomado
en Estudios Avanzados (DEA) en Filosofía, ambos por la Universidad de Barcelona
(UB, Cataluña, España), y Licenciado en Ciencias Antropológicas por la
Universidad de la República (UdelaR, Uruguay). En esta última se desempeña como
Profesor Adjunto en Régimen de Dedicación Total (RDT) del Departamento de
Ciencias Humanas y Sociales, Licenciatura en Ciencias de la Comunicación e
investigador del Programa de Desarrollo Académico de la Información y la
Comunicación (DCHS-LICCOM-PRODIC-UdelaR). Miembro del Sistema Nacional de
Investigadores (SNI-ANII, Uruguay).
[2] “Las estrategias de información y comunicación centradas en los jóvenes y adolescentes en el ámbito de la salud: análisis y propuestas (Red de Atención Primaria (RAP) – Administración de los Servicios de Salud del Estado (ASSE), Zona 9 de Montevideo)”. Coordinado por Martha Sabelli (Depto. de Información y Sociedad, EUBCA), Jorge Rasner (Área de Teoría de la Comunicación, LICCOM) y Raúl Ruggia (Instituto de Computación, FING), en el marco del Programa de Desarrollo Académico de la Información y la Comunicación (PRODIC-CSIC-UdelaR), Uruguay, 2010-2012.
[2] “Las estrategias de información y comunicación centradas en los jóvenes y adolescentes en el ámbito de la salud: análisis y propuestas (Red de Atención Primaria (RAP) – Administración de los Servicios de Salud del Estado (ASSE), Zona 9 de Montevideo)”. Coordinado por Martha Sabelli (Depto. de Información y Sociedad, EUBCA), Jorge Rasner (Área de Teoría de la Comunicación, LICCOM) y Raúl Ruggia (Instituto de Computación, FING), en el marco del Programa de Desarrollo Académico de la Información y la Comunicación (PRODIC-CSIC-UdelaR), Uruguay, 2010-2012.
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